lunes, 31 de mayo de 2010

FANTASÍA vs REALIDAD: ENFERMERAS

La semana pasada tuvimos que hospitalizar a mi hijo pequeño. Llevaba unos días con una fiebre de caballo y al final, como los médicos no se aclaraban, decidieron dejarlo ingresado y hacerle algunas pruebas. No ha sido nada, algún virus de esos graciosetes que andan sueltos por ahí, con ganas de cachondeo, y aprovechan con los pequeños porque con los mayores no pueden.

En total estuvimos 3 días en el hospital, lo que sirvió para que el enano se pusiera bien (sin que los médicos tuvieran nada que ver en ello) y para que uno de mis iconos eróticos tradicionales, las enfermeras, sufriera un serio revés.

Y es que hay que reconocer el porno ha hecho mucho daño a la población masculina en general, y a mi en particular. Nos ha inflado mucho (entre otras cosas) las expectativas. Y luego, claro, te encuentras con la realidad y te metes una hostia como un piano. Porque las enfermeras de las pelis, con esos uniformes tres tallas menores de lo que el sentido común recomienda, con tacones de aguja, maquilladas para matar y con cara de vicio no existen. Vale, eso es algo que podría asumir, todos sabemos que el mundo de la farándula es un poco exagerado y que el cine y la televisión siempre nos presentan una imagen ideal de lo que hay por el mundo. Pero es que el contraste es demasiado brutal para no crear un trauma.

Porque, en lugar de una enfermera joven y sexy te encuentras una señora de 50 tacos, gorda y fea como un pie. En lugar de uniformes cortitos y sugerentes, con escotes vertiginosos, te encuentras una especie de pijamas diseñados para disimular cualquier parecido de la usuaria con una mujer. Y en lugar de caras de vicio te encuentras una gama de expresiones que varían entre el aburrimiento y la mala hostia, pasando por el “no molestes”. Demasiado hasta para la libido más calenturienta.

Por si esto fuera poco, te tratan como si fueras un cliente que no paga. No sé si es por desidia, por exceso de morro, por falta de cerebro o porque ellas son así, pero acercarte al control a pedir cualquier cosa es siempre una aventura. Lo más probable es que te las encuentres hablando de sus cosas, tan entretenidas, y puedes apostar a que tu interrupción no será bien recibida.

En nuestro caso, dado que el enano es alérgico a la leche y el huevo, y que los alimentos sólidos no le apetecían demasiado con 40 de fiebre, tuvimos que llevarle de casa un pequeño cargamento de leche y yogures de soja. Pero como esto necesita conservarse refrigerado, teníamos que dárselo a las enfermeras para que lo guardasen en algún lugar ignoto, de donde lo iban sacando previa petición nuestra.

Primer ejemplo: martes a las 9 de la mañana. El enano se ha despertado sin fiebre y con un hambre canina. Viene el desayuno, consistente en un zumo. El niño es pequeño, pero no tonto, así que te mira con cara de estar pensando “esto es una puta mierda, haz algo que para eso eres mi padre”. Así que vas al control y le dices al personal que es alérgico, que para eso hemos traído la leche de soja y que si serían tan amables de darnos un poquito para desayunar. Si hacen el favor. Miradas de odio y un desabrido “ahora se la llevo”. Cinco minutos más tarde, nos vienen con un minibrick de leche de soja, recién sacado del frigo. El enano y yo nos la quedamos mirando, con cara de sorpresa y con la repentina sensación bien de estar siendo víctimas de una broma, bien de estar en presencia de alguien en el límite (inferior) de la capacidad mental humana. Si nos la pueden calentar un poquito, pides amablemente. Es que al niño las cosas bajo cero no le gustan mucho para desayunar, ¿sabe usted? Más miradas de odio. Nos lo podías decir todo de una vez, comenta, en plan perdonavidas y tuteándome. Me dan ganas de preguntarle si ella calienta la leche para desayunar o la toma directamente del frigorífico, pero me contengo. El niño lleva peor lo de la contención, así que llora, grita y no la insulta porque aún no controla el idioma y le falta vocabulario, pero seguro que la intención la tenía.

Miércoles tarde, segunda parada del viacrucis. El enano tiene hambre, y no se conforma con la papilla de fruta que le han dado para merendar. Vale, voy a pedir un yogur. Me miran mal. Me responden con el consabido “ahora se lo llevo”. Le doy las gracias y ruego al cielo que sea antes de cenar. Cuando viene el yogur, portado por una enfermera gorda como un zeppelín, se le ha olvidado la cuchara. Se lo hago notar. Nuevas miradas de odio. Vuelve con la cuchara, pero se ve que el ejercicio la ha puesto de mala hostia y decide no ahorrarnos los brillantes pensamientos que se le han ocurrido durante el viaje.

-Tenéis que acostumbrarlo a comer de todo, que no podéis estar con esto del yogur toda la vida.

Ya, le digo yo, pero es que es alérgico a la leche, tiene la garganta inflamada y tiene dos años, así que pedirle un bocata de chorizo o un chuletón de buey me parecía un poco heavy, ¿sabe?

-Es que así no puede estar toda la vida.

Gran razonamiento, si señora. Pero eso explíqueselo usted a él cuando roza la leche de vaca y le salen unas ronchas del tamaño de una alfombra. Y luego me lo cuenta.

Nuevo bufido y mutis por el foro. Lo que la salva, probablemente, de morir apuñalada con la cucharilla.

Jueves por la mañana. Vienen a tomarle la temperatura cuando el niño, que se ha pasado la noche en vela con un fiebrón del 15 (durante el que, por cierto, las enfermeras han tardado 7 minutos en recorrer los escasos 10 metros que hay desde el control hasta la habitación con el termómetro, y 9 minutos en volver con una jeringa de jarabe para la fiebre) disfruta de su primera hora de sueño. Les digo que no tiene fiebre, que lo dejen tranquilo, que vuelvan más tarde, pero no hay manera. Lo despiertan, lo miran (36,1….huy, es verdad que no tiene fiebre) y se piran, dejándomelo encabronado y con hambre.

Jueves por la mañana, más tarde. Entra la gorda de ayer cuando el crío está sentado en la cama, dibujando conmigo sus superhéroes favoritos (él es el único que todavía piensa que yo dibujo bien). Nueva dosis de sabiduría de la enfermera.

-Ese niño es muy pequeño para estar sentado así.

-Ya, pero es la única postura en la que puede estar, porque el mobiliario está pensado para gente de 1,90 y él mide unos 80 centímetros. Además, usted es muy mayor para trabajar con niños, y está muy gorda para su edad, y yo no le digo nada.

Más miradas de odio. Nota mental: en adelante dar a probar a alguien todo lo que nos traiga esta enfermera antes de comérnoslo. Por si acaso.

Así que no me hablen de enfermeras, por favor. Ya he tenido mi ración por esta vida. Mejor me centro en mis otras fantasías tradicionales. Lo malo es que el tema de las colegialas se ha vuelto muy delicado desde el punto de vista penal (salvo que pertenezcas a la Iglesia Católica o alguna otra organización en la que el jefe supremo encuentre siempre algún artículo de fe con el que justificar tu conducta), así que sólo me quedan las ejecutivas.

Y, la verdad, viendo a las que tengo en el curro….

Igual me busco fantasías nuevas.

viernes, 28 de mayo de 2010

FC BARCELONA

Corren días de vino y rosas para el Fútbol Club Barcelona. Acaba de ganar la Liga 09-10, vigésima de su historial, y es aclamado unánimemente como el equipo que mejor juega al fútbol del planeta. Algunas comparaciones no se quedan en la actualidad, y van más allá, llegando a plantearse que nunca ningún equipo logró tal equilibrio de eficacia, trabajo, belleza y resultados. Como además el resto de secciones del club acompañan (éxitos más o menos continuados en baloncesto, hockey patines y balonmano), la entidad vive los que seguramente son sus días más felices en sus ya más de 110 años de historia. Los seguidores, dirigentes, integrantes del club y simpatizantes, todos los que de alguna manera forman parte de la familia azulgrana, tienen motivos para sacar pecho. Entre otras cosas, para eso sirve el deporte: para tener de vez en cuando algún motivo de orgullo en esta perra vida, porque motivos de vergüenza los tenemos a diario, por mil y una causas.

Sin embargo, no siempre fue así. El Fútbol Club Barcelona, un club polideportivo, si, pero en el que el fútbol tiene un peso abrumadoramente mayor que los demás deportes (no en vano fue fundado como club de fútbol, y lo demás vino posteriormente), está rompiendo, de unos años a esta parte, con la tradición de victimismo que lo ha caracterizado durante mucho tiempo. Porque a pesar de ser un club históricamente grande, muy poderoso desde el punto de vista económico y con un gran respaldo social, los resultados deportivos y la gestión casi nunca han estado a la altura de las expectativas, ni han sido regidos por criterios razonables y bien pensados, sino por una especie de histeria colectiva en la que la culpa de los fracasos siempre venía de fuera. Árbitros, autoridades, conspiración judeomasónica o alineación de planetas, siempre había una causa incontrolable que explicaba los continuos batacazos del equipo azulgrana. Hasta que, por uno de esos caprichos del destino, la misma causa que generaba los problemas (el histerismo) generó la solución. Hagamos un poco de historia.

El Barça siempre fue un club grande. Y con mucho dinero. Estar enclavado en una ciudad grande ayuda, claro. Pero también ayuda el hecho de que el Barça, fundado por un suizo (Hans Gamper, catalanizado después como Joan Gamper) y formado en sus inicios, en su mayoría, por jugadores extranjeros, fue adoptado desde bien pronto como símbolo y emblema de Cataluña. Misterios de la vida.

El Barcelona se fundó en 1899, cuando todavía no existía la liga nacional, y se jugaba la Copa como campeonato más importante. En sus primeros años de existencia, el club ganó el campeonato de España 8 veces, y empezó a dar muestras de no tener unas relaciones demasiado buenas con el Gobierno. Como reflejo de una sociedad convulsa y con multitud de problemas, el público barcelonista aprovechaba el fútbol para expresar su catalanismo y su disconformidad con el gobierno de Madrid. La cosa llegó a tener su importancia, ya que en 1925, durante la dictadura de Primo de Rivera el campo de Les Corts fue cerrado por orden gubernamental como sanción por silbidos al himno español. Como pueden ver, la cosa viene de lejos.

Aún así, en 1929 se disputó el primer campeonato nacional de Liga, y fue ganado por el Barcelona. La historia empezaba bien. Sin embargo, un año más tarde, en 1930, el portero del Barcelona, Ricardo Zamora, conocido como el Divino y considerado por aquel entonces como uno de los mejores porteros del mundo, dejó el equipo catalán para fichar por el Real Madrid, que comenzó a convertirse en la némesis culé (aunque la cosa también tenía antecedentes: en 1916, en un partido de semifinales de copa ante el Real Madrid, el Barcelona se retiró antes del final alegando arbitraje parcial; el Madrid pasó a jugar la final, curiosamente en Barcelona, provocándose ataques hacia el equipo blanco y disturbios que tuvieron que ser reprimidos por la Guardia Civil; la barbarie no la inventaron los hooligans en los 80). El Real Madrid ganó las siguientes ligas, y el Barcelona comenzó a vivir más pendiente de los sucesos que acaecían por aquellos años (República, Estatuto de autonomía de Cataluña, etc) que por el fútbol. No ganó más títulos hasta después de la guerra civil.

El presidente del club por aquel entonces era Josep Sunyol, militante de Esquerra Republicana de Catalunya, que fue fusilado en Guadarrama por el bando contrario en 1936. Parecía un mal presagio. El desarrollo posterior de la guerra, con la victoria de una ideología poco propensa a los nacionalismos como el catalán, auguraba unos años difíciles para el club. Y sin duda lo fueron.
Pero quizá no tanto como los mismos barcelonistas, por distintos motivos, se han empeñado en hacernos creer posteriormente. Ya saben, no se podía luchar contra el gobierno, el Madrid era el equipo del Régimen, etc, etc. Una mirada más detallada a los fríos números parece arrojar otras conclusiones.

Porque en la década de los 40, en plena posguerra, con los ganadores cobrándose deudas con afán revanchista, el Barcelona ganó 3 ligas más. Y el Madrid ninguna. Y en los 50, el Barcelona ganó 4, las mismas que el Madrid. Con lo que nos encontramos que en los 20 primeros años de dictadura el Barcelona ganó más títulos que su eterno y (supuestamente) favorecido rival. Ojo, no estoy diciendo que el Real Madrid no tuviera algún trato de favor. Digo que esto no se tradujo en lo deportivo de manera tan drástica como la historiografía azulgrana parece hacernos creer.
Más bien la causa fuera la mala gestión propia, o la gran gestión ajena. O los pequeños detalles. O el conjunto de las tres cosas, que es lo que siempre suele suceder. En este caso, los pequeños detalles quizá se podrían personificar en un hombre, Santiago Bernabeu, y en la manera en la que llegó a ser presidente del Real Madrid.

En 1943, en un el partido de vuelta de las semifinales de copa, el Madrid derrotó al Barcelona por ¡11 a 1! La paliza fue mal encajada por los barcelonistas (la cosa ya venía calentita del primer partido en Barcelona) y aquello acabó con un espectáculo lamentable, enfrentamiento entre los jugadores, entre las aficiones y cruce de declaraciones entre las directivas. Como consecuencia de todo esto, el Gobierno tomó cartas en el asunto e invitó a los presidentes a dimitir. Ante el vacío de poder, la Federación Castellana de Fútbol, de la que dependía el Madrid, nombró presidente a Bernabéu, por aquel entonces miembro de la directiva. Como después se demostraría, la dirección del club de Bernabéu propició el auge del Real Madrid en la misma medida que el histerismo del Barcelona.

Aunque esto sería a largo plazo. Durante los primeros años, el Barcelona todavía tenía la delantera en el aspecto deportivo. Incluso en 1950 se hizo con uno de los fenómenos de la época (Kubala) en un proceso lento, delicado y farragoso, que incluyó la nacionalización del húngaro, y para el que curiosamente contó con el apoyo de las autoridades, lo que tampoco deja en buen lugar las teorías victimistas que postulan un enfrentamiento Barça vs Franco. Ojo al detalle: en el bautizo de Kubala (detalle indispensable para obtener la nacionalidad española, por aquellos años), ofició como padrino del jugador el presidente de la Federación Española de Fútbol, Armando Muñoz Calero (¡!). El resultado de esto fue que el Barcelona era, posiblemente, el mejor equipo del mundo a comienzos de los años 50.

Pero en 1952 el Madrid fichó a otra figura, Alfredo Di Stéfano, jugador por el que también pujaba el Barcelona. De hecho, hubo un lío tremendo en la historia del fichaje: los derechos eran de un equipo, el jugador estaba en otro, el Madrid habló con unos, el Barcelona con otro, el jugador llegó a la Ciudad Condal y se encontró con que no podía jugar,… Al final, la cosa amenazó con enquistarse, y las autoridades (una vez más) tuvieron que intervenir. Y lo hicieron (una vez más) con una solución no demasiado perjudicial para el Barcelona: el jugador pertenecería alternativamente a los dos equipos, un año para el Madrid, un año para el Barcelona. El Madrid estuvo conforme. El Barcelona no, y renunció al jugador definitivamente con una frase del presidente que ha pasado a la historia: “Para ustedes el pollo”.

Esto, que a posteriori es juzgado como una cagada de proporciones cósmicas, en aquel entonces tenía su explicación: el argentino era un jugador veterano, que no había demostrado gran cosa; el Barcelona tenía a Kubala, y ganaba los títulos a capazos (eran los años del “Barça de las 5 copas”), y los catalanes consideraron que sería una afrenta rebajarse a compartir al jugador con su eterno rival.

Así que Di Stéfano fue del Madrid, que inmediatamente comenzó a ir hacia arriba, y el Barcelona comenzó a ir hacia abajo. Apoyándose en su gran jugador, en el gigantesco estadio que llevaría su nombre y en su portentosa capacidad para anticiparse al futuro, Bernabéu convirtió en pocos años al Real Madrid en el mejor equipo del mundo. Fomentó la creación de la copa de Europa, precisamente en los años en los que el equipo blanco era imbatible, y el Madrid se convirtió en una leyenda: ganó las cinco primeras ediciones del trofeo europeo (1956 al 60) mientras encadenaba además 4 ligas y algunas copas. Y aunque perdió la hegemonía europea, la siguiente década siguió arrasando en España, con 8 campeonatos ligueros entre 1961 y 1969, entre los que se las arregló para conquistar, todavía, una nueva copa de Europa (la sexta).

Mientras tanto, en el Barça, todo eran problemas: la estrella de Kubala empezó a declinar (los años no perdonan), y la deuda contraída para construir el Camp Nou (en 1957, ya ven que no es tan Nou como su nombre indica) obligó al club a desprenderse de algunas de sus figuras (Helenio Herrera, Luis Suárez), que, curiosamente, fueron a triunfar ganando dos veces la Copa de Europa (por aquel entonces ya convertida en el oscuro objeto de deseo azulgrana) con el Internazionale de Milán. Con lo que el Barcelona ganó su último campeonato liguero en 1960 (al año siguiente disputaría, y perdería, su primera final de copa de Europa, en una mala tarde en Berna) y se precipitó en una sequía de 14 años sin más títulos que llevarse a la boca que dos copas de España y dos copas de Ferias. Ante la escasez de trofeos, el entonces presidente Narcís de Carreras, decidió justificarse aludiendo a otros valores de la entidad con una frase que ha pasado a la historia: “El Barcelona es más que un club”.

El inicio de la recuperación azulgrana tiene un nombre, Cruyff, y un año, 1974. Con el fichaje (a golpe de talonario, naturalmente; eso tampoco lo ha inventado Florentino Pérez en el siglo XXI) de la estrella holandesa, el Barcelona conquistó la liga después de 14 años de espera. Tampoco es que los resultados mejoraran espectacularmente, porque el club tendría que esperar otros nueve años para reeditar el título liguero, pero aquello marcó el inicio de la relación entre Cruyff y el Barcelona. Relación que acabaría siendo determinante para entender la evolución del club catalán en los últimos años.

Cruyff dejó el club como jugador en 1978, el mismo año que llegaba a la presidencia José Luis Núñez. Otra figura clave en la evolución azulgrana, aunque durante sus primeros años diera algunos bandazos. El Barcelona siguió con una política de fichar a los mejores en cada momento, sin reparar en gastos (Maradona, Schuster, Simonsen, Krankl, Lineker,…) pero algo fallaba, porque no conseguía formar un equipo competitivo. Algo parecido a lo que años después, en Madrid, se dio en llamar Zidanes y Pavones. Pero aquello no funcionó. Y lo que es peor, el vestuario se fue convirtiendo en un polvorín habilitado como sala de fumadores: trato de favor a algunas estrellas, decisiones arbitrarias, continuos cambios de entrenador, injerencias de la directiva en fichajes y decisiones técnicas, caprichos consentidos a algunos jugadores,… entre eso y algunos casos de flagrante mala suerte (léase Maradona: jugó dos temporadas, ambas a medias, una por hepatitis y otra por una grave lesión; léase Quini, secuestrado cuando el equipo iba líder en una liga que acabó perdiendo) el equipo era cualquier cosa menos una balsa de aceite.

En uno de estos cambios de entrenador, así un poco a lo loco, Núñez acertó, y trajo a un inglés, Terry Venables, que puso un poco de orden. En 1985, en su primera temporada, ganó la liga. En 1986, en la segunda, llegó a la final de la Copa de Europa, la gran obsesión azulgrana, que se disputaba en Sevilla. Y aquello fue el principio del fin.

El Barça perdió en los penaltis (lanzó 4 y fue incapaz de transformar ninguno). Schuster, la estrella del equipo, fue sustituido durante el partido, y en un arranque de vedetismo se fue al hotel en un taxi, sin permiso y sin esperar a sus compañeros. El alemán estaba en una guerra abierta con la directiva. La división del vestuario era un hecho. Y Venables quedó muy tocado.
Aún así, aguantó una temporada más, pero a principios de la temporada 1987-88 fue destituido. Lo sustituyó en el cargo Luis Aragonés. El clima del vestuario iba caldeándose más y más, y, en un último servicio al club, Schuster precipitó los acontecimientos.

Enfrentado con la directiva durante años (llegó a estar apartado del equipo toda la temporada 1986-87), el alemán tenía apalabrado su fichaje por el eterno rival, pero, por lo visto, quería ser recordado cuando se fuera. De modo que, en medio de varios cruces de declaraciones y tiranteces, su abogado filtró a la prensa que el alemán cobraba parte de sus ingresos mediante un contrato de derechos de imagen. Esto era bastante novedoso en aquella época, y comenzaba a introducirse como una manera de evadir impuestos, ya que aquellos contratos no estaban declarados y no tributaban. Todos los jugadores de la plantilla estaban en la misma situación que el alemán. Y como Hacienda somos todos, y todos leemos los periódicos, al tener noticia del asunto, el fisco se lanzó sobre la plantilla del Barcelona. Todos los jugadores, de todas las secciones del club, fueron requeridos para pagar los atrasos. El club pactó con las secciones de baloncesto, balonmano y hockey para hacerse cargo a medias de la multa. Pero los jugadores de fútbol exigieron que el club se hiciera cargo del total de la deuda, y ante la negativa del presidente, el 28 de Abril de 1988 se reunieron en el Hotel Hesperia de la capital catalana y convocaron a la prensa para leer un comunicado en el que exigían, en un hecho sin precedentes en la historia del deporte, la dimisión del presidente. Pero calcularon mal, y perdieron el pulso.

Seis días más tarde, Núñez fichaba a Cruyff como entrenador para la siguiente temporada, y la masa social se alineó con el presidente, dejando sin apoyo a los amotinados. Aquel verano la limpia en el vestuario fue estremecedora: el grueso de la plantilla fue despedida, y fue Cruyff el que decidió cómo gastarse el montón de dinero que el presidente puso a su disposición.
La andadura de Cruyff comenzó con dos temporadas mediocres, hasta que a la tercera conquistó la liga, a la que seguiría la ansiada copa de Europa, más ligas, y el inicio de un cambio en la mentalidad del club.

Porque desde entonces el Barcelona está irreconocible. Y 20 años después, con la figura de Cruyff planeando siempre sobre todos los estamentos del club, el Barcelona es la referencia, ha ganado tantas ligas (10) como en los 90 años anteriores, ha ganado 3 veces la copa de Europa y se ha convertido en un club razonablemente alejado de histerismos y convulsiones.
Mientras, el Real Madrid se ha convertido en un club que contrata figuras y no es capaz de hacer un equipo, que cambia de entrenador constantemente, que busca culpables en lugar de buscar soluciones y que siempre acaba echándole la culpa al empedrado. Exactamente lo que hacía el Barcelona hace 60 años.

No sé a ustedes, pero a mi me resultan curiosos los movimientos pendulares de la historia. Como me resulta curioso que el detonante del cambio en la historia del Fútbol Club Barcelona fuera un motín (motivado, además, por algo tan prosaico como el dinero). Si se piensa detenidamente, es paradójico que de la avaricia y la insubordinación pudieran surgir la estabilidad y la belleza.

Pero así son las cosas. Ahora es el Barcelona el que parte la pana, el que marca tendencia. Le ha costado, pero lo ha conseguido. Así que, a la espera del siguiente movimiento del péndulo, y de que el Madrid vuelva a organizarse y a hacer las cosas con criterio, y los histerismos vuelvan a Barcelona, a los culés les toca disfrutar de los días de vino y rosas. Sin perder de vista la historia, pero sin disimulos, sin rubores, sin complejos.

Porque han conseguido cambiar su destino. Han conseguido cambiar su suerte. Han logrado enterrar 60 años de historia.

Y eso no pasa todos los días.

lunes, 24 de mayo de 2010

ME HAGO MAYOR

Lo malo de los hijos es que te recuerdan constantemente que te vas haciendo mayor. Su crecimiento, su esplendor, su madurez, … todo esto te recuerda permanentemente tu lento (en algunos casos no tan lento) e inevitable camino hacia la decrepitud.

Mi mujer y yo, en un ejercicio de nostalgia y audacia extrema (desafiando a la SGAE, con un par), hemos echado horas buceando por la red para poder ponerles a los enanos las mismas series (bueno, algunas de las series) que nosotros veíamos cuando éramos pequeños. A ellos les da más o menos igual, pero a nosotros nos encanta, aunque se nos han venido de golpe un buen puñado de años encima. Y es que estar constantemente viendo a Heidi, Marco, Willy Fog, D’Artacan y los tres mosqueperros, David el Gnomo, La Abeja Maya, Érase una vez el hombre y series similares te hace darte cuenta, quieras o no, de que el tiempo ha pasado.

Y esto te hace pensar en que, aunque no quieras reconocerlo, también tú has cambiado. En muchas cosas a mejor, en unas pocas a peor. En la mayoría, ni fu ni fa. Ni bien ni mal. No eres mejor ni peor que cuando tenías 5 años, o 10, o 15. Eres distinto. Eres como tienes que ser. Pero es curioso pararse a pensar en ello, y comprender de repente que hay una serie de indicadores que te hacen ver que, indudablemente, te has hecho mayor.

¿Quieren ejemplos? Muy bien, allá va mi lista de síntomas de que nos estamos haciendo viejos:

-Sabes que te haces mayor cuando eres hombre y eres capaz de decirle NO a una mujer. Y después no darte bofetadas tú solo.

-Aunque supongo que en el caso de las mujeres, notas que te haces mayor cuando eres capaz de decirle SI a un hombre y después no darte bofetadas tú sola (aunque, como es lógico, desde mi típicamente hombruna cortedad de miras no puedo hacer una aguda disección del alma femenina, así que esto no es más que una conjetura que dejaremos en el nebuloso terreno de las especulaciones).

-Pero cuando (seas hombre o mujer) el sexo ya no ocupa el 99% de tus conversaciones, puedes apostar a que te estás haciendo mayor. Y si ya no puedes recordar la última vez que la virginidad fue el tema de conversación, ni te cuento.

-Cuando te pegas unas carreritas con los amigos (tú lo llamas hacer deporte) y sientes la necesidad de contárselo a todo el mundo.

-Cuando te compras ropa deportiva que tape, y no que enseñe.

-Aunque lo peor es cuando después del deporte tienes agujetas, y cuando intentas quejarte en busca de comprensión tus hijos no te entienden. Lógico: su generación nunca las ha tenido (ahora se llevan las contracturas).

-Otra cosa que te hace comprender que estás mayor es cuando vas a la playa y eres capaz de pasar toda la mañana sin meterte en el agua. Si ni siquiera te mojas los pies, te falta un paso para el geriátrico.

-Pero si te sorprendes a ti mismo diciéndoles a tus hijos que esperen las dos horas de la digestión antes de entrar al agua, estás directamente para retirarte de la circulación.

-Una cosa que mosquea mucho es cuando ves a unos chavales jugando al fútbol en la calle y se les escapa la pelota. Tú pretendes devolvérsela haciendo una filigrana para impresionarlos (un buen trallazo, un toque sutil, un taconazo certero, algo así…) pero justo en ese instante uno de los enanos te dice: Señor, ¿nos da la pelota? Y te hunde. Coges la pelota con las manos, se la devuelves pacíficamente y miras alrededor, para asegurarte de que no te ha visto ningún conocido.

-Otra prueba irrefutable del paso del tiempo es la duración de las resacas: antes te tirabas toda la noche de juerga, te acostabas al amanecer y a la hora de comer estabas como una rosa. Ahora, a la hora de comer no sabes quién eres, la comida te da nauseas y te pasas la tarde jurándote a ti mismo que nunca mais.

-O cuando no sólo recoges tu ropa y la colocas en el cesto de la ropa sucia, sino que vas por la casa recogiendo la de los demás, y mascullando cosas que hace años que no oías decir a nadie. Concretamente, desde que tus padres dejaron de decírtelas a ti (ya saben, cosas como “lo tengo que hacer yo todo”, “sois unos desastres”, o la mejor sin discusión “el día que yo falte esta casa será un desastre”).

-Otro signo indicativo de que estás mayor es cuando la visión del tubo de pasta de dientes abierto, o apretado por el centro y no por abajo, te produce un tic nervioso y unas incontenibles ganas de gritarle a alguien.

-Y la humillación suprema: cuando intentas abrir un frasco de jarabe para tus hijos, de esos modernos, con tapón a prueba de niños…. y no eres capaz. Si al final son tus propios hijos los que te ayudan a abrir el frasco de los c…. sólo te queda una solución: darte al alcohol. Que algo consuela, las cosas como son, pero que recomendamos consumir con responsabilidad (véase tres párrafos más arriba).

Y qué quieren que les diga. A mi me han dado positivo todos los indicadores, así que supongo que tengo que reconocer que estoy mayor. Qué le vamos a hacer, es ley de vida. Ya tuve mi infancia, y mi juventud, y las aproveché lo mejor que supe, o lo mejor que pude. Quizá no haya sido gran cosa, pero es lo que me ha hecho lo que soy. Y lo que me ha dejado los recuerdos que ahora tengo, en los que me puedo reir a gusto de todas las hostias que me he ido dando (cuando te las acabas de dar no es tan gracioso).

Ahora sólo espero tener el sentido común para llevar mi decrepitud con dignidad, y no embarcarme en un patético y vano intento por parecer joven a los cuarentaytantos.

Porque, sí, estoy mayor. ¿Y qué?

Si lo piensan bien, no es tan malo.

viernes, 21 de mayo de 2010

S.O.S. (NOS AUDITAN)

Mi vida laboral podría definirse como largos periodos de aburrimiento sólo interrumpidos por breves instantes de pánico. Y precisamente la próxima semana el aburrimiento general se verá alterado por un pequeño paréntesis en el que la monotonía deja paso a una de estas mini crisis: habemus auditoría.


Es lo que tiene el empeñarse en hacer tropecientas certificaciones ISO, OSHAS y similares. Que, por si fuera poco vivir permanentemente con el riesgo de acabar sepultado bajo toneladas de formularios y con el cargo de conciencia de estar contribuyendo en buena medida a la deforestación amazónica, cada 2 años tienes un par de semanas en las que vienen unos señores a hacer preguntas indiscretas que sirven, principalmente, para que ellos te cobren una pasta indecente y tú caigas en la cuenta de la cantidad de cosas que haces mal y la cantidad todavía mayor de leyes, reales decretos, decretos-leyes, reglamentos y Mandamientos Sagrados en general que te has estado pasando por el forro. Algunas veces sin querer, pero eso no es óbice para que la dura lex, sed lex, se vuelva de repente una amenaza tangible, cercana.

Las auditorías externas, además, tienen efectos colaterales muy curiosos. Suficientes para un pequeño catálogo. Como dijo Jack el Destripador, vamos por partes:

-Dudas metafísicas: Estos días, prácticamente en cada esquina, en cada café, en cada comida, se puede ver a alguien sumido en hondas reflexiones, del tipo “a qué huelen las nubes” pero en versión oficinista: “¿Para qué sirve un sistema de gestión integrada?”. Piensen en Hamlet, sustituyan la calavera por un manual de calidad de 2500 páginas y se harán una idea de la escena.

-Prisas: Durante dos años la gente se ha dedicado, en mayor o menor medida, a rascarse los huevos y dejar los formularios del sistema “para cuando tenga un rato”. Con lo cual ahora todo el mundo anda con prisas, intentando recuperar el terreno perdido. Lo bueno es que, dado que los responsables necesitan generalmente registros de otros departamentos, este proceso bianual sirve para estrechar los lazos interdepartamentales dentro de la empresa; lo malo es que la comunicación se realiza en términos poco amistosos (las urgencias es lo que tienen) y me temo que algún día haya heridos de cierta gravedad.

-Amabilidad: Al hilo de lo anterior, como los responsables del departamento que lleva el peso de la auditoría son conscientes desde hace meses de la que se les viene encima y saben que van a pasarse un mes mendigando formularios por todos los rincones de la empresa, cambian temporalmente su habitual mueca de desprecio hacia los compañeros por una actitud mucho más cercana, simpática y amigable, casi como si fueran seres humanos normales. No engañan a nadie, todos sabemos que lo hacen para evitar que alguien los mande a tomar por el culo a la tercera vez que lo llamen para pedirle un papel, pero mola verlos arrastrarse de vez en cuando. Equilibra el karma dentro de la empresa.

-Polarización: El personal de la empresa se divide, durante unos días, en tres grupos bien definidos. Por una parte, los que sufren en sus carnes el interrogatorio. Por otra, los que no tienen que afrontar esta auditoría, pero están en departamentos que también están sujetos a auditorías externas. Este segundo grupo suele tener bastante empatía con el primero, y evitan, por lo general, un cachondeo demasiado hiriente, en busca de un pacto entre caballeros (hoy yo no te saco los colores a ti, mañana no me los sacas tú a mí). Y por fin, los que están en departamentos no sujetos a auditoría, cuya obligación con las mismas no va más allá de rellenar tropecientos papeles (obligación que generalmente no cumplen, además), por lo que tienen barra libre para descojonarse de los agobios de los compañeros, mientras miran los toros desde la barrera.

Pero, qué quieren que les diga. A mi me parece que la cosa no es para tanto, la verdad. Llevo ya unas cuantas auditorías, algunas vistas desde lejos y otras arrimándome al asunto, y al final siempre acaban desarrollándose más o menos conforme al mismo guión.

1ª Fase- Declaración de hostilidades.
Las espadas están en todo lo alto. Los auditores llegan amenazantes, pero tú estás convencido de tenerlo todo bajo control. La confrontación es a muerte, no se hacen prisioneros.


2ª Fase- El frente se estabiliza.
Va quedando claro que tú no lo tenías todo tan controlado como suponías, y los fallos se van acumulando. Por otro lado, los auditores tampoco venían tan dispuestos a hacer sangre, y no saben muy bien qué hacer con la ingente cantidad de chapuzas que van detectando.


3ª Fase- Se abren las negociaciones.
Se hacen interpretaciones peregrinas de leyes y reglamentos para justificar algunas chapuzas, se le buscan mil vueltas a los papeles que tienes y los que no tienes se van haciendo sobre la marcha atendiendo a los consejos de los auditores, que dan la impresión de no tener muy clara su función inspectora pero tienen cristalino quién es el que les paga (o sea, el auditado).


4ª Fase- Plan de paz.
Los auditores cubren el expediente llamándote la atención sobre dos o tres fallos leves y fácilmente solucionables, te dan el OK al sistema y se despiden hasta dentro de 2 años, con la visible intención de relajarse después del estresante número de funambulismo que les ha tocado ejecutar. Tú resoplas, te pones una medalla diciéndole al jefe que has pasado la auditoría con nota y después te tiras una semana recolocando papeles en el archivo. Con el firme y vano propósito de hacer las cosas mejor dentro de 2 años.


Todo este proceso se lleva a cabo durante una o dos semanas. Al principio un servidor pensaba que la duración era exagerada para lo que no deja de ser una farsa, y creía que sería mejor resolverlo por las bravas: les pagas, les das un par de toneladas de papel, ellos te emiten el informe favorable y adiós, muy buenas. Nos vemos dentro de 2 años. Pero me he dado cuenta de que la duración es un factor esencial: hay queinvitar a los auditores a comer las veces necesarias para que se sientan bien tratados, se emborrachen un poco y les venga la inspiración que precisan para encontrar la manera de llamarte la atención sobre las chapuzas que se van encontrando sin que parezca que son chapuzas demasiado grandes. Y, las cosas como son, justificar algunas cagadas no siempre es fácil. A veces dan ganas hasta de aplaudirles.

Total, que todo se resume en un paripé de duración variable, tirando a larga, que sólo sirve para alterar el funcionamiento normal de la empresa y generar un buen número de situaciones tragicómicas (trágicas o cómicas según las mires desde lejos o te pillen en medio).

Como una buena comedia de enredo, vamos. Con su final feliz y todo.

jueves, 20 de mayo de 2010

EL PASTAFARISMO VA A LLEGAR

Una de las cosas más reconfortantes del mundo es comprobar que hay gente que se aburre más que yo. Cada uno lleva el aburrimiento como puede, la mayoría malamente, pero de vez en cuando se puede encontrar alguno que hace del aburrimiento virtud, y con un poco de sentido del humor y visión crítica consigue crear algo bello. Es el caso del señor Bobby Henderson.

Este señor es un ciudadano de los Estados Unidos de Norteamérica, y además es físico. Dos desgracias similares, salvo por el hecho de que la primera le puede pasar a cualquiera y la segunda la eligió él solito. Bueno, pues este señor se aburría soberanamente un día de finales de 2005 cuando leyó en la prensa que el Consejo de Educación del estado de Kansas, allá en su tierra, había decretado, por el artículo 33, la obligación de dedicar en las clases de biología el mismo número de horas lectivas a la explicación de la teoría de la evolución y al la teoría del diseño inteligente. Al señor Henderson la cosa no le hizo excesiva gracia, pero como los useños son gente civilizada, en lugar de echarse a la calle a quemar mobiliario urbano y gritar proclamas ripiosas en contra del gobierno, y como por lo visto, además, ese día se sentía inspirado, decidió crear una nueva religión. Porque yo lo valgo.

Así que, en una carta abierta a las sesudas cabezas del Consejo de Educación, solicitó formalmente que se dedicara también un huequecito en las clases de biología a la explicación de su nueva teoría acerca del origen del universo. Surgió así el pastafarismo.

A pesar de ser, en sus inicios, algo a mitad de camino entre un desahogo y una broma, la cosa fue creciendo de una manera estrepitosa (ah, bendita internet) y el movimiento alcanzó un amplio reconocimiento, incluso internacional (algo menos que el catolicismo, pero bastante más que el Hare Krisna, por ejemplo). Jugaba con ventaja, la verdad, porque en el pastafarismo, si no consigues la salvación eterna, al menos estarás bien alimentado. Y eso siempre es de agradecer.

Henderson es un tipo ingenioso, que intentó parodiar la teoría del diseño inteligente. Como además es un tipo leído, intentó hacerlo utilizando un argumento clásico y elegante: la reducción al absurdo. Así que se sacó de la manga un diseñador y creador de todas las cosas, al igual que los seguidores del creacionismo, pero allá donde estos hablaban un tanto crípticamente de un nebuloso diseñador, Henderson, mucho más descriptivo, le brindó al mundo el que probablemente haya sido el dios más divertido de la historia (incluyendo el panteón griego, que había puesto el listón muy alto): el todopoderoso, omnisciente y nutritivo Monstruo de Espagueti Volador (FSM, en sus siglas en inglés; MEV o Monesvol para los hispanoparlantes).

Haciendo un juego de palabras entre pasta y rastafari, Henderson le dio nombre a su religión (perdón, a su teoría científica de la creación del universo), y se encontró de repente con multitud de seguidores. De entre estos, es lícito suponer que alguno entendió la ironía; por pura estadística, es obligatorio suponer que la mayoría no la entendió en absoluto. El caso es que la criatura prosperó y fue creciendo, y como suele pasar en estos casos, comenzó a amenazar con desmandarse, así que el impulsor de la cosa, antes de que el tema pasar a mayores, cortó las herejías de raíz y se dedicó a desarrollar más en profundidad los puntos básicos de esta nueva creencia (puntos que Henderson ya había incluido en su carta al Consejo de Educación). Así que se dedicó al tema, publicando en su web El Evangelio del Monstruo de Espagueti Volador, en el que se autoproclamaba su profeta y aprovechaba para ir dándole cuerpo a la teoría, puliendo sus creencias canónicas.

Según éstas, el mundo fue creado por un ser todopoderoso llamado Monstruo de Espagueti Volador, con el aspecto de una masa de espagueti con albóndigas y una especie de tentáculos que reciben el nombre de apéndices tallarinescos. Las imperfecciones del mundo se deben a que el monstruo estaba borracho durante la creación. Bien por él.

Todas las evidencias que apoyan “erróneamente” la evolución han sido plantadas por el MEV a propósito, con el fin de poner a prueba la fe de sus creyentes. El MEV guía constantemente la conducta de todos los seres humanos (creyentes o no) por medio de sus apéndices tallarinescos.
El MEV reveló su mensaje al propio Henderson y al Capitán pirata Mosey, que desde entonces son sus profetas y ministros de la Primera Iglesia Unida del MEV. Los seguidores pastafaris visten de pirata, tienen los viernes como su día sagrado (por supuesto, descansan también el sábado y el domingo, en señal de respeto a las demás religiones), y celebran el 19 de Septiembre el Día Internacional de Hablar como los Piratas (no se me quejen, aún así no son la religión más extravagante ni de lejos).

Pero una religión (perdón, una teoría científica de la creación del universo) que se precie debe contar con su paraíso para los fieles cumplidores de sus preceptos y con un infierno en el que castigar a los herejes y descreídos. Henderson también había pensado en eso, y nos brindó una beatífica descripción del lugar en el que pasar la eternidad si se supera la oposición:

-El cielo está repleto de volcanes de cerveza y fábricas de bailarines/as de striptease.

Pero también nos dió un terrorífico anticipo de lo que nos espera si somos malos:

-El infierno también tiene volcanes de cerveza, pero caliente y sin gas; y también tiene fábricas de bailarines/as, pero todos/as tienen enfermedades venéreas.


Por si esto fuera poco, el MEV nos ha traído la buena nueva de que el calentamiento global se debe a que el número de piratas ha descendido drásticamente desde el siglo XIX. De hecho, voces autorizadas (entre ellas la del propio Henderson) se han apresurado a identificar el aumento de la piratería en el Golfo de Aden, en el Mar Rojo (frente a Somalia, para entendernos), como un signo irrefutable de la veracidad del mensaje del MEV: Somalia tiene uno de los índices de piratas por cada 100 habitantes más alto del mundo, y en cambio sus emisiones de gases de efecto invernadero (y por tanto su calentamiento) son de las más bajas del planeta.

Para terminar, el símbolo sagrado de los pastafaris es una cruz en la que en lugar de un Cristo crucificado hay un tenedor para comer pasta. Para mi gusto, ahí se patinaron un poco. ¿Dónde se ha visto un pirata comiendo espagueti con tenedor? Ainss, es que no me cuidan los detalles, y luego nos salen las relig… las teorías que nos salen. Así está el mundo.

La verdad es que me he reído un montón con la ocurrencia del señor Henderson. Puestos a renunciar al sentido común, al menos tengamos fe en algo divertido. Y todo gracias a la impagable inspiración brindada por los miembros del Consejo de Educación del Estado de Kansas (que debe ser el único Consejo de Educación del mundo capaz de haber hecho, aunque indirectamente, algo distinto de confundir alumnos y cabrear profesores con reformas educativas absurdas). Fíjense, hasta me están entrando ganas de acercarme hasta Kansas City y plantarles un beso en los morros. Pero creo que me aguantaré.






PS: Para los más descreídos: la teoría es perfectamente consistente. De verdad de la buena. Yo mismo la he sometido a los más agudos análisis (argumento ontológico, las cinco vías de Santo Tomás para la existencia del MEV,…) y no hay manera de meterle mano, oigan. Impecable.


PPS: Los señores del Consejo de Educación del Estado de Kansas se la envainaron en agosto de 2006, y dijeron que lo del diseño inteligente igual no era tan científico como a ellos les había parecido, y que lo de hacer obligatoria su enseñanza lo dejaban para más adelante. Si eso no es un milagro que prueba la existencia del MEV…

miércoles, 19 de mayo de 2010

EL HOMBRE QUE NO VALÍA UN MILLÓN DE DÓLARES

Joseph Aaron Lieberman arrugó la nariz ante el olor que despedía la puerta abierta del vagón del metro. Sin embargo, después de un breve instante de vacilación se forzó a traspasar aquel umbral y se incorporó a la barahúnda de neoyorkinos que transitaban a aquellas horas en busca de Dios sabe qué. Eran las 6 y media de la mañana del 6 de Octubre de 1932, y Joseph se dirigía a su trabajo, como cada día, rodeado de toda la miseria que la ciudad era capaz de mostrar. El vagón olía a sudor y a vino barato, y Joseph destacaba en medio del aspecto desaliñado de la mayoría de sus ocupantes. Era un hombre menudo, bajo, y con unas gafas minúsculas que le daban el aire de un colegial despistado que se hubiera colado en las ropas de su padre. Su atuendo, excesivamente pulcro, no hacía nada por mitigar la sensación de irrealidad que transmitía el conjunto, aunque eso no parecía importarle. En cambio, no lograba acostumbrarse a las miradas desesperadas de todos los que lo identificaban, acertadamente, como uno de los pocos privilegiados con empleo.


Joseph vivía desde hacía mucho tiempo con la sensación incómoda de haber nacido en el tiempo y lugar equivocados. Concretamente desde la mañana de verano en que vio desde la ventana del metro un cartel en la pared mugrienta de la estación, prácticamente hecho jirones, apenas legible: “Usted vale un millón de dólares". Propaganda de alguna empresa, que posiblemente ya ni siquiera existía, exhortando a la gente a trabajar duro para hacer realidad el sueño de la riqueza y la vida fácil. Una burla cruel en aquellos tiempos en los que la gente dispuesta a trabajar duro se apiñaba en cualquier esquina, humillándose por unos pocos centavos, o formaba colas interminables ante cualquier ventanilla a la espera de algún miserable subsidio. “Usted vale un millón de dólares”. El mensaje le pareció tan evidentemente dirigido a él que sintió tentaciones de esconderse entre la multitud que abarrotaba el vagón, para escapar de los ojos acusadores de aquella figura de papel, de aquella cara que se burlaba de su fracaso. Joseph contempló su reflejo en el cristal y lo estudió con un interés impersonal, como si en lugar de examinar su propia figura estuviese ojeando la fotografía de algún desconocido. Tan sólo necesitó unos segundos para llegar a la conclusión de que él no valía un millón de dólares, y aquello lo acobardó más que cualquier otra cosa que le hubiera tocado vivir hasta entonces. Aquel mismo día, al llegar a casa, examinó su escaso guardarropa y se hizo el firme propósito de mejorar su aspecto. Desde entonces, impulsado por la constancia de un orgullo destrozado, se enfrentaba siempre al mundo parapetado tras una barrera de pulcritud y buenas maneras que era su única defensa contra la miseria.


Sin embargo, defenderse de la miseria era una tarea difícil en aquellos años en los que el mundo parecía un lugar a medio hacer. Camino del trabajo, Joseph pasaba cada día entre las obras de edificios paralizadas hacía ya tres años, y le era imposible no pensar en los esqueletos de alguna especie de monstruo que hubiera elegido Manhattan para morir ¿Acaso podía existir mejor lugar para eso? En su oficina, en la que trabajaba diez horas diarias por un sueldo miserable, Joseph se enfrentaba a diario con la miseria. En aquella oficina mugrienta la miseria adquiría un nombre y una cara. El señor Berkowitz, el señor Lowenstein, la señora Maier, el señor Fisher,…., todos acudían allí para conseguir algo más de tiempo, un poco más de dinero, algún atisbo de comprensión. Acudían allí, cada día con distintas caras y distintos nombres pero siempre con la misma historia, siempre con la misma expresión, con esa mirada vacía que te deja la vida cuando te zarandea hasta que el orgullo se marcha para no volver. Y siempre obtenían la misma respuesta. No hay más tiempo. No hay más dinero. No. No. La respuesta siempre era no, y siempre resonaba en los oídos de Joseph como un martillazo, el último clavo en la tapa de algún ataúd anónimo. El señor Abraham Stern, su jefe, se hacía inmensamente rico, y Joseph no podía evitar un leve estremecimiento cuando veía su figura encorvada paseando por la oficina como un buitre al acecho de su próxima víctima, pregonando a todo el mundo alguna de sus teorías. El señor Stern tenía teorías para todo. En los tiempos difíciles, solía decir, sólo los fuertes sobreviven, y únicamente los más fuertes prosperan. ¿Estaban ellos dispuestos a prosperar?, preguntaba a menudo a sus empleados antes de encargarles algún trabajo extra. Joseph nunca había podido saber con seguridad si él lo estaba, pero no se sentía con fuerza para comenzar a averiguarlo.


Hasta que un día cualquiera, de repente, encontró la respuesta a las voces que clamaban en el interior de su cabeza. Cansado de vivir huyendo de la certeza de que nunca valdría un millón de dólares, hastiado de esconderse tras una corbata demasiado usada y unas gafas de miope, decidió demostrarle al mundo que él, Joseph Aaron Lieberman, de Brooklyn, Nueva York, era fuerte, y era audaz, y estaba dispuesto a triunfar. Reunió sus escasos ahorros, y al comprobar que sólo alcanzaban 120 dólares y 35 centavos sintió una vaga punzada en algún lugar entre su pecho y su estómago, un deseo a duras penas controlable de comparar esa cifra con un millón de dólares y regodearse en lo ridículo del resultado. No lo hizo, y en lugar de eso salió a la calle armado con la determinación de saber que los problemas de toda una vida podían resolverse en un solo día cuando se es fuerte. Se compró un traje impecable en una tienda lujosa de Madison Avenue, se calzó unos zapatos tan inconcebiblemente suaves que tuvo que caminar varias manzanas mirando hacia abajo para asegurarse de que los llevaba puestos, y por último se regaló una cena en un restaurante con el que había soñado en silencio durante años. Después, cuando ya era noche cerrada, acudió a la tienda de su vecino, el viejo Isaac. Sabía que estaría abierta incluso a aquella hora, porque aquel usurero hubiera muerto antes de permitirse dejar pasar de largo la oportunidad de ganar un dólar. A Joseph tan sólo le quedaban 7 con 25 centavos, pero le bastaron para comprar un revólver viejo y sucio, chato, que lo miró con su único ojo negro e indiferente. El viejo Isaac le explicó que había pertenecido a un policía muerto en un tiroteo, y la viuda lo había empeñado cuando descubrió que la pensión no le llegaba para vivir. Joseph se preguntó si la mujer sabría que su marido el policía había valido un millón de dólares.


A la mañana siguiente, Joseph Aaron Lieberman, de 32 años, vecino de Brooklyn, Nueva York, entró en la oficina impecablemente vestido, con su traje nuevo, con sus zapatos. Con el aspecto de un hombre que sabe a dónde va. Colgó su abrigo y su sombrero en la percha, se dirigió al despacho de su jefe y sin mediar palabra sacó su revólver y le pegó seis tiros que resonaron en aquel pequeño espacio como cañonazos. En el espacio, mucho más pequeño, del interior de su cabeza, sonaron como martillazos, como cadenas que se rompían, como un millón de monedas de un dólar que caían desde diez pisos de altura. Recargó el revólver y salió tranquilamente al pasillo, donde ya se había organizado un tumulto considerable. Reconoció en una esquina al señor J.P. Walker, eminente banquero y socio del difunto Abraham Stern. Joseph levantó el brazo y disparó, y comprobó que J.P. Walker ya no valía un millón de dólares.


Supo que el tiempo se le acababa antes de verlos. Tres uniformes azules a su derecha, dos a la izquierda, en las escaleras. Voces. Amenazas. No hizo caso y levantó el arma. Joseph notó los impactos de las cinco balas del calibre 38 antes de oír los disparos, con una indiferencia que le sorprendió. No sintió dolor. Sólo una especie de abandono, y un cansancio infinito. Cayó al suelo, consciente de que era el final, pero sin que este hecho le importase lo más mínimo, como si fuese la vida de otro la que se estuviera apagando en ese momento. Notó que todavía tenía el revólver en la mano, y se aferró a él con todas las fuerzas que le quedaban. Tenía en la boca el sabor amargo de su propia sangre, y todo lo que podía ver era un techo sucio ante sus ojos. Los cerró y apretó el gatillo. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Hasta acabar las balas. Hasta el final. Quería que Nueva York se enterase de que él, Joseph Aaron Lieberman, valía 120 dólares con 35 centavos, y estaba dispuesto a gastar hasta el último de ellos. En el último instante, se preguntó qué diría el Times al día siguiente. ¿Qué se puede escribir en la necrológica de un hombre que sólo vale 120 dólares?


El último disparo todavía resonaba en el aire cuando Joseph se precipitó definitivamente en la oscuridad, en busca de un lugar donde los sueños no fueran tan caros.

martes, 18 de mayo de 2010

EL TRIUNFO DE LA ELEGANCIA

Hoy me he despertado con una historieta rondando por mi cabeza, y como la coyuntura se ha revelado propicia (poco trabajo, mucho aburrimiento, un ordenador a mano) qué mejor que aprovecharla para desbarrar un rato, sacar estas historias inútiles de mi memoria y dejar espacio para algo más productivo, como conocimientos bursátiles, recetas culinarias o cotilleos de la prensa rosa.

La historia empieza en Alemania, en una época que en el resto del mundo fue conocida como los felices años 20 pero allí pasaron a la posteridad por una de las crisis más brutales que se han conocido, después de la 1ª Guerra Mundial. En la pequeña ciudad de Metzingen, al sur de Sttutgar, un voluntarioso sastre trataba de salir adelante con su pequeño taller de costura, en el que fabricaba principalmente impermeables y monos de trabajo. Eran tiempos difíciles, sin duda, con inflaciones del tropecientos por cien, un paro galopante y una sociedad que se debatía todavía entre sensaciones intensas y contrapuestas: habían dejado de ser un imperio, habían perdido una guerra (la teoría de la puñalada por la espalda era cultivada cuidadosamente por todo aquel al que le interesaba tener a la gente excitada), los franceses (¡los franceses!) se les habían subido a las barbas, y todos los grupos políticos tenía su fórmula magistral para sacar al país del caos: comunistas, socialistas, nacionalistas, social-demócratas, católicos, monárquicos, federalistas… Todos tenían clarísimo que ellos eran los buenos, el resto eran los malos, y, bueno, digamos que la tendencia en política, por aquellos años, primaba las soluciones rápidas y expeditivas, y dejaba los debates sólo como último recurso.

En ese contexto, llegó la crisis del 29, la primera versión conocida (o la más conocida) del simpático fenómeno que nos está tocando vivir de nuevo estos años (ya saben, financieros que un buen día se sienten creativos y deciden jugar con cosas aparentemente inocentes, como deuda pública, acciones, hipotecas, productos financieros de alto riesgo… ¿qué podría salir mal?). El caso es que aquello no ayudó en nada a la depauperada economía alemana, y nuestro sastre vio como su pequeño negocio, con unos 20 trabajadores, empezó a ir cuesta abajo y sin frenos.

En abril de 1931, nuestro hombre, del que hasta entonces no se conocía ninguna tendencia política, se afilió al partido nacional socialista de los trabajadores alemanes (NSDAP). Y esto le cambió la vida. Se la cambió a mejor, quiero decir, que es lo raro.

En aquella época, el NSDAP era una fuerza política en alza, pero no mayoritaria. Su principal activo eran unos dirigentes con una oratoria incendiaria y un programa político que se basaba, principalmente, en mantener a la gente constantemente cabreada, con todo y con todos. Como es lógico, con semejante credo no podía sino prosperar, a pesar de que sus orígenes habían sido muy humildes.

De hecho, el partido surgió casi sin querer. Resulta que sobre 1919, el Servicio de Inteligencia del Ejército Alemán no contaba con demasiados efectivos (debido a las restricciones impuestas por el Tratado de Versalles) y solía utilizar, de manera un poco irregular, a algunos de sus antiguos miembros para realizar trabajos esporádicos. Así, a un ex cabo del ejército, Adolf Hitler, que por aquel entonces estaba intentando ganarse la vida como pintor con escaso éxito, le encomendaron la realización de unos informes acerca de un grupo de gente un poco bocazas que estaba alborotando al personal por la zona de Baviera y que se denominaba el Partido de los Trabajadores Alemanes. El ex cabo se sintió a gusto entre aquellos tipos que le echaban la culpa de todas las penurias que estaban sufriendo los trabajadores alemanes a una confabulación judeo-masónica internacional para someter a los pobres arios y negarles el lugar de privilegio en el mundo que por su origen e historia les correspondía. De hecho, se sintió tan a gusto que pasó de su misión, se afilió al partido y se convirtió en miembro del comité central. El partido contaba entonces con unos 60 miembros, y no era difícil trepar en el organigrama. Mucho menos si de lo que se trataba era de atraer a las masas descontentas con mensajes incendiarios, porque el amigo Adolf, entre que había perdido la guerra, pasaba más hambre que el perro del afilador y veía que su vocación de pintor no iba por buen camino, tenía bilis suficiente para todos los discursos incendiarios que hicieran falta.

Y así, durante la década de los 20, el partido fue creciendo, puliendo su ideología, definiendo a sus enemigos y sorteando ocasionales problemillas con la justicia (organizó el Putsch de Munich, fracasó y sus dirigentes fueron encarcelados, periodo en el cual Hitler cambió su vocación pictórica por la literaria y legó a la historia la obra en la que sentaba las bases ideológicas de lo que sería el desarrollo de su carrera política, Mein Kampf (Mi lucha).

Para cuando fueron liberados, refundaron el partido de los trabajadores como partido nacional socialista de los trabajadores alemanes (NSDAP en sus siglas en alemán, palabro de renglón y medio de extensión que fue abreviado como partido nazi). Y se dedicaron a seguir participando en la vida pública alemana, obteniendo cada vez mayor respaldo público y presencia en el parlamento. Hasta que en las elecciones de 1932 fueron el partido más votado, con más de 13 millones de votos, aunque eso no le valió a nuestro amigo Hitler, que ya por entonces era el líder del partido, la cancillería del parlamento alemán. Él siguió insistiendo, hasta que consiguió que el Presidente Hindenburg le nombrara Canciller, pero aún así tenía que consultar con el propio Hindenburg y con el resto de partidos prácticamente cada decisión. Detalle este que no le hacía mucha gracia y propició la ocurrencia de incendiar el edificio, echarle la culpa a los comunistas para crear alarma en la población y presentarse después como el único capaz de controlar aquel sindiós que había montado por todo el país. La cosa coló, y el Presidente Hindenburg, que por aquel entonces ya estaba mayor y no debía tener muchas ganas de pelea, le dio plenos poderes.

Nuestros amigos nazis, poco dados a las sutilezas, convocaron inmediatamente unas nuevas elecciones a su medida, en las que arrasaron sin contemplaciones a todas las demás fuerzas políticas, y comenzaron inmediatamente a legislar con criterio. Con su criterio, para ser exactos: lo primero que hicieron fue declarar ilegales el resto de partidos políticos y prohibir la creación de nuevos partidos, con lo que se encontraron de repente con que, caramba, que casualidad, ellos eran la única fuerza política del país. Y a partir de ahí, barra libre.

Pero este proceso no se logró sin, digamos, tener que limar ciertas asperezas. La oratoria incendiaria y los métodos expeditivos de los nazis no acababan de ser bien vistos por sus rivales, que en lugar de dejarse exterminar pacíficamente por el bien de la patria, ejercían su derecho al pataleo de la manera más contundente que podían. Para protegerse de estos berrinches, el partido nazi creó dos organizaciones, las SA (Sturmatbeilung o secciones de asalto) para partirles la cara a los contrarios y las SS (Schutzstaffel o escuadrones de defensa) para impedir que los contrarios les partieran la cara a ellos. Con el tiempo, cuando no quedaron contrarios a los que apalizar ni de los que defenderse, las SA dejaron de ser útiles y, ociosas como estaban, se convirtieron en un problema (cosa poco extraña, ya que estaban formadas por gente con una concepción, digamos, peculiar de la dialéctica y las relaciones humanas). El problema fue resuelto el 30 de junio de 1932 de una manera bastante expeditiva. Y, a partir de entonces, las SS, mucho más organizadas, se convirtieron oficialmente en el brazo ejecutor del partido nazi, y por extensión, del gobierno alemán: estaban presentes en el ejército (Waffen SS), en la policía (Gestapo) y en el servicio de inteligencia (Sicherheitsdienst o SD).

El uniforme original de las SA eran unas camisas pardas, con lo que fueron conocidos de manera cariños como escoria parda, debido a su amabilidad y a las pintas que gastaban. Esas camisas fueron elegidas por austeridad: habían formado parte del ejército colonial en África, y había muchos excedentes después de la guerra. Las SS, en cambio, vestían originalmente pantalón negro y camisa blanca, pero por idéntico motivo: las camisas blancas y los pantalones negros eran prendas comunes, y todo el mundo tenía un par en casa.

Pero después de toda esta llamémosle reestructuración del partido, nuestro amigo Adolf Hitler decidió que había que lavarle la cara a la organización. Como las SA habían pasado a un papel extremadamente marginal, su aspecto no se cambió. Sin embargo, las SS no tenían el aspecto elegante, aristocrático y riguroso que el líder estimaba que debían transmitir al mundo, así que se volvió en busca de una solución. Y la solución la encontró dentro de su propio partido: el miembro nº 508.889 ¿Adivinan? Exacto: nuestro viejo amigo el sastre.

Este se vio, de la noche a la mañana, con la concesión en exclusiva del diseño y fabricación de una nueva uniformidad para las SS. Lo que cambió radicalmente por una parte el aspecto de dicho cuerpo, que llevó los que probablemente fueran los uniformes más elegantes de todos los contendientes en la 2ª Guerra Mundial, y por otra el destino del pequeño taller de confección, que pasó de verse al borde de la quiebra a navegar viento en popa (como otras muchas empresas no tan pequeñas, como Thyssen, BMW, VW, Mercedes Benz, Porsche, Allianz, etc).

Porque durante la década de los 30 aquel pequeño taller se convirtió en una empresa increíblemente próspera y reputada, que contaba con la aprobación y la confianza personal del Führer, y su antes humilde propietario pasó a codearse con los más altos jerarcas del régimen nazi.

Así, la empresa fue sorteando aquellos años en medio de una cómoda y ventajosa situación, diseñando unos elegantes uniformes para las SS y las HJ (Juventudes Hitlerianas, en sus siglas en alemán). Pero dio la casualidad de que los nazis tuvieron la ocurrencia de perder la guerra, y los ganadores no se mostraron demasiado impresionados por la primorosa labor estilística de nuestro amigo el sastre: la empresa fue duramente multada por colaboración con los nazis, e incluso su propietario perdió el derecho a voto en Alemania (castigo impuesto a todos los relacionados de alguna manera con el partido nazi).

Sin embargo, los tratos de favor del gobierno (mano de obra barata, procedente de campos de concentración, privilegios a la hora de adquirir materias primas o contratos con el ejército a un precio exageradamente alto) habían dejado a la empresa en una posición que les bastó para soportar el golpe: se pudo pagar la fuerte multa, y los hijos del propietario, ya anciano, se hicieron cargo de la dirección. Se contrató nueva mano de obra y se reorientó la empresa a la fabricación de trajes de caballero. Con notable éxito, cabe decir.

De hecho, el éxito fue suficiente para que la empresa haya llegado a nuestros días, convertida en una multinacional que no sólo manufactura ropa (bastante cara, por cierto) para caballero, sino perfumes, complementos y se atreve además con ropa para mujer.

Ya ven: los partidos vienen y van, las guerras se ganan y se pierden, pero la elegancia perdura.

Por cierto, el sastre se llamaba Hugo Ferndinad Boss. Les suena, ¿verdad?

lunes, 17 de mayo de 2010

PADRE SOLTERO

Debido a su trabajo, mi mujer se pasa fuera de casa algunos días, con sus noches incluidas. Eso significa dos cosas, principalmente:


a) Ella no duerme
b) Yo tampoco


Y aunque al lector despistado (léase soltero y/o sin hijos) pueda parecerle lo mismo, no lo es ni de lejos. Porque ella se pasa las noches realizándose profesionalmente y recibiendo el agradecimiento de gente en apuros (es médico de urgencias) y yo me paso la noche lidiando con dos fieras corrupias que, como mucho, me demostrarán su agradecimiento el día de mañana escogiendo una residencia barata y visitándome por mi cumpleaños o cuando necesiten algo.

Ser padre soltero es muy duro. Los hombres no estamos genéticamente preparados para enfrentarnos a la crianza: lo nuestro es cazar mamuts, exterminar tribus rivales, perseguir mujeres, organizar guerras o gastar energías haciendo deporte, pero la puericultura no es una de las actividades para la que la naturaleza nos dotó. Y, claro, cuando te ves enfrentado a ella, te invade el pánico.

Lo malo es que los niños son muy receptivos a las emociones ajenas, y huelen el miedo . Se saben ganadores de antemano, son conscientes de tener todos los triunfos en la mano, y saben explotar la situación como estrategas de primera.

Mi jornada tipo de padre soltero comienza sobre las 7 y pico u 8, cuando llego a casa después de mi jornada laboral. Y comienza con el pie cambiado, porque yo llego hecho polvo y me los encuentro a ellos frescos como lechugas, y con un subidón del calibre 12: “ha llegado papá!!!!”. Así que mi primera tarea es tirarme por el suelo, dejarme pisotear, darles volteretas, ponerles a caballito y hacer carreras por el pasillo, cuando lo que quiero en realidad es tumbarme en el sofá y llorar. Pero pasado este primer momento de crisis, los enanos caen víctimas de su fisiología (tienen un hambre canina) y cuando les digo que tengo que hacer la cena me permiten escapar sin demasiados problemas.

Así que, mientras ellos se pelean en el salón, yo me refugio unos instantes en la cocina, de la que sólo salgo cuando los golpes que se oyen sugieren lesiones de gravedad (me autojustifico pensando que estoy favoreciendo el desarrollo de su carácter, su resistencia al dolor y, por qué no, su coordinación psicomotriz, que el boxeo es un ejercicio estupendo). Pero, cuando la pitanza está más o menos preparada, comienza de nuevo el suplicio.

Porque, a pesar de tener un hambre que les haría comerme por los pies (a veces llego a tener miedo), en cuanto se sientan a la mesa se ponen exquisitos: nada de lo que les he preparado les vale.

De acuerdo, no soy Ferrán Adriá, pero, por Dios, estamos hablando de hacer una tortilla francesa, freir un filete de pescado o darles leche con galletas. ¡Y nada les gusta!¡Ni siquiera las galletas! (“las galletas que nos da mamá saben mejor”). Ahí es cuando comienzas a transmutarte en Herodes, te vuelves un firme defensor del aborto retroactivo y crees ver, entre las sombras del pasillo, el fantasma de un enorme condón descojonándose de ti con estentóreas carcajadas, diciendo: “te lo avisé”.

Total, que acabas perdiendo los nervios, te pones en plan sargento de artillería Hartman y consigues, al menos, que se callen y coman lo suficiente para sobrevivir hasta que su madre llegue a casa, al día siguiente (después ya se apañará ella). Y es entonces cuando puedes ver en sus ojos una sombra maquiavélica que, si no fuera porque se trata de tiernos infantes, criaturitas inocentes y adorables, te harían pensar que están maquinando una venganza terrible.

Pero intentas animarte, desechas esos pensamientos funestos y sigues adelante hasta concluir la cena o hasta agotar tu paciencia, lo que antes llegue a suceder. Y entonces te los llevas al salón e intentas que reposen para que el sueño se vaya apoderando de ellos.

Pues por los cojones. Cuando está su madre en casa, a las 9 ya tienen ganas de irse a la cama (de hecho, hay días que ni siquiera acaban de cenar porque se caen, literalmente, encima del plato), pero cuando estoy yo solo tienen energía como para salir de marcha (y eso que apenas han cenado!). Total, que me toca leerles un cuento, pelearme con ellos para que se vayan a lavar los dientes, pelearme con ellos para que dejen de hacer el payaso con los cepillos y la pasta, pelearme con ellos para que no salpiquen, pelearme con ellos para que no se escupan uno al otro al enjuagarse, pelearme con ellos para que hagan pis de uno en uno y, preferentemente, apuntando dentro del wáter, … en fin, disfrutar de esos ratos tan agradables que tiene la paternidad.

Pero lo peor no ha llegado todavía. Porque entonces los dos quieren tener el privilegio de que me acueste unos minutos con ellos, y como yo el tema de la ubicuidad todavía no lo controlo, comienzan a exponer las razones que, a su juicio, les hacen merecedores de tal gracia. Lo que viene a significar que comienzan a sacudirse de nuevo con renovadas energías (el rato en el sofá y la exigua colación les ha recargado las pilas), como caballeros medievales compitiendo en una justa por los favores de su doncella favorita. Si bien he de reconocer que me halaga el hecho de que desplieguen tanto ardor tratando de lograr mi compañía, la sensación predominante es de hastío, con alguna pincelada de odio visceral y breves pensamientos de suicidio.

Para cuando consigo proponer un plan de paz que medio los convence (“primero un ratito contigo y después me voy a la cama de tu hermano”), y mientras pienso que una negociación de este calibre debería ser mérito suficiente para que me fichara la ONU para mediar en Oriente Próximo, estoy ya al límite de mis fuerzas, de mi paciencia y de mi amor paternal. Así que la cosa acaba con los niños en sus respectivas camas y conmigo en el sofá, sin ganas de cenar y presintiendo la tragedia.

Porque la calma no dura demasiado, y llega el momento de su venganza:
-Papá, quiero agua.
-Papá, quiero pis.
-Papá, me da miedo la oscuridad.
-Papá, con la luz no puedo dormir.
-Papá, tengo mocos.
-Papá, ¿cuándo viene mamá?

Pero al final el cansancio acaba por vencerles y se dejan abrazar por los dulces brazos de Morfeo, y sobre las 11 de la noche la calma llega al hogar, mientras me felicito por haber resistido, un día más, al impulso de suministrarles alguna sustancia tranquilizante (eso me convierte, a mis ojos, en un modelo de padre responsable; como ven, no soy muy exigente conmigo mismo).

Entonces surge la duda: ¿es mejor acostarme pronto e intentar dormir lo que pueda antes de que empiecen a tocar los huevos, o por el contrario merece la pena esperar levantado, para evitar el riesgo de que te llamen mientras estás en mitad de una fase de sueño REM y te levantes tan zombie que acabes metiendo al niño en la lavadora o tirándolo al cubo de la basura? En el fondo da igual, porque hagas lo que hagas nunca aciertas: si te quedas hasta las 2 y media leyendo, ellos dormirán como malvas, para empezar a tener pesadillas a las 4 en punto. Si por el contrario te acuestas inmediatamente, en torno a las 12 y media tendrán un feroz ataque de tos.

Así que, después de una noche que pone a prueba tu resistencia física y psíquica (si les hacen a los chicos de Al Quaeda en el Resort de Guantánamo la mitad de lo que los enanos me hacen a mi, no quiero pensar cómo se pondría Amnistía Internacional: que si tortura, que si derechos humanos… qué sabrán ellos lo que es tortura), consigues dormirte profundamente justo 15 minutos antes de que suene el despertador, con lo que vuelves a levantarte en un estado semicomatoso y comienzas a afeitarte con grave riesgo para tu integridad física. La ducha apenas consigue despertarte, y para cuando llega la canguro, ni siquiera desayunas, y sales pitando. Porque esa mañana, tú no vas al trabajo. No: esa mañana huyes de tu casa. Y la sensación de libertad cuando por fin sales a la calle es inenarrable. La felicidad absoluta tiene que ser muy parecida a eso.

Y el tema está empezando a cambiarme el carácter, me temo, porque mis compañeros de trabajo me han pedido el calendario de guardias de mi mujer, para saber cuando duerme fuera de casa (o lo que es lo mismo, cuando voy a llegar encabronado al curro). Quizá me estoy volviendo un poco paranoico, pero yo diría que esos días me rehuyen.

Lo peor es cuando se lo cuentas a tu mujer, al día siguiente, esperando conseguir su comprensión y su consuelo, y ella te mira con esa expresión taaaan femenina, y te dice: “Desde luego, los hombres no sabéis más que quejaros. Menos mal que no tenéis la regla”.

Pero yo también tengo mis planes de venganza. Porque los niños crecen, inevitablemente, y lo que ahora son noches de tortura, dentro de unos años se convertirán en sesiones maratonianas de fútbol, o pelis porno. Para cenar nos pediremos unas pizzas, o iremos a McDonald’s, o prepararemos en casa alguna guarrada semejante. Y beberemos cerveza hasta que los tres caigamos redondos y durmamos toda la noche de un tirón. Lo de las drogas (blandas, eso si) todavía lo estoy estudiando.

Y después, si su madre quiere llorar, que llore.

sábado, 15 de mayo de 2010

ALCOHOL: DISFRUTE CON RESPONSABILIDAD


Síntoma: Exacerbada facilidad de palabra.
Causa: Primera fase de la borrachera.
Solución: Deje de hablar: a nadie le interesa lo que está diciendo, y además no se le entiende.

Síntoma: Exaltación de la amistad.
Causa: Segunda fase de la borrachera.
Solución: Deje de abrazar a esa farola: ella no le corresponde.

Síntoma: Cantos regionales.
Causa: Tercera fase de la borrachera.
Solución: Deje de cantar: la música del garito ya es bastante tortura.

Síntoma: Compadreo con la autoridad.
Causa: Cuarta fase de la borrachera.
Solución: Deje de abrazar a los policías: lo de servicio público va por otro lado.

Síntoma: Hay bichos por todas partes.
Causa: Delirium tremens.
Solución: Deje de beber.

Síntoma: Pies fríos y húmedos.
Causa: Está cogiendo el vaso incorrectamente.
Solución: Gire el vaso hasta que la parte abierta quede hacia arriba.

Síntoma: Pies calientes y húmedos.
Causa: Se ha meado.
Solución: Acuda al baño más próximo e intente secarse.

Síntoma: La pared de enfrente está llena de lucecitas blancas.
Causa: Se ha caído de espaldas.
Solución: Posicione el cuerpo formando 90º con el suelo.

Síntoma: El suelo está borroso.
Causa: Está mirando a través de un vaso vacío.
Solución: Pida otra copa.

Síntoma: Desagradable sabor a tabaco en la boca.
Causa: Se ha caído encima del cenicero.
Solución: Enjuáguese la boca. Pida otra copa.

Síntoma: El suelo se está moviendo.
Causa: Está siendo arrastrado.
Solución: Verifique que la dirección de arrastre es correcta (hacia el próximo bar).

Síntoma: Su cara le mira reflejada en el agua.
Causa: Está en el inodoro, intentando vomitar.
Solución: Métase los dedos (en la garganta).

Síntoma: Las voces de la gente suenan extrañamente amortiguadas.
Causa: Se ha puesto el vaso en la oreja.
Solución: Deje de hacer el payaso.

Síntoma: Su familia tiene un aspecto extraño y le mira con curiosidad.
Causa: Se ha equivocado de casa.
Solución: Pregúnteles por dónde se va a la suya.

Síntoma: Su mujer comienza a parecerle atractiva.
Causa: Está a una copa del coma etílico.
Solución: Deje de beber.

Síntoma: El bar se mueve, los camareros visten de blanco y la música es muy repetitiva.
Causa: Está en una ambulancia.
Solución: Se lo advertimos.

viernes, 14 de mayo de 2010

CUMPLEAÑOS FELIZ

A veces me parece que llevo con ella toda la vida. Conozco sus gustos, sus miedos. Sé lo que le alegra el día, y sé lo que la llena de tristeza. Conozco su ayer y su hoy, su infancia, su juventud, su vida actual.

Sigue siendo aquella chica rubia, guapa e ingenua que conocí hace mucho tiempo, con esos increíbles ojos azules en los que uno se pierde cuando te miran. Un poco menos ingenua, claro, y bastante más sabia. Un poco bruja, incluso. Con una claridad de ideas que roza la precognición, en algunas ocasiones.

Se ha convertido en una profesional brillante. Desengañada, resolutiva, eficaz. En un honrado mercenario, como diría nuestro admirado Pérez-Reverte. Que es casi lo máximo a lo que se puede aspirar a ser (profesionalmente).

Pero fuera de su mundo profesional sigue siendo ella, la chica tímida de hace tantos años. Generosa, leal. Alegre, divertida. Inteligente. Buena. Capaz de convertir con un simple gesto el mundo en un lugar mejor.

Le gusta la música española (“quiero entender lo que escucho”), y yo la odio. Le gustan algunos libros que yo quemaría. Le deprimen las películas románticas, y a mi encantan. Es capaz de crear un caos en una habitación de 20 m2 y conseguir que nada esté donde debe estar (algo que me pone de los nervios). Y su capacidad para perder cosas es legendaria (documentos en un taxi, o en la parada de un autobús, o las llaves del coche en un cajero, o…¡una pizza! ¡en su propia casa!).

Le encantan los regalos, y disfruta con el pequeño ritual que supone deshacer el envoltorio, ojear la sorpresa, sentirse agasajada. Le apasionan los cumpleaños y los Reyes Magos, y ha conseguido transmitir esa pasión a sus hijos (aunque nunca ha superado por completo la decepción del día que supo que los Reyes eran los padres).

Es adicta al café, y le chiflan los bombones. Le gusta el fútbol (gracias a Dios somos del mismo equipo, lo que seguramente ha evitado algún que otro derramamiento de sangre). Y cuando consigue disponer de la tarde del domingo para leer el periódico a sus anchas, con tiempo suficiente y sin nadie que la moleste, se siente la persona más feliz del mundo.

Por encima de todo, es cariñosa, y sabe querer con generosidad. A su familia, a sus amigos. Y a mi, lo que, siempre que lo pienso, me cuesta comprender.

Hoy cumple 38 años. Pasará el día rodeada de los que la quieren, y recordará a los que la querían y ya no pueden estar. Disfrutará de sus regalos. Disfrutará de su día especial.

Deseo, de todo corazón, que sea muy feliz.

Que pueda disfrutar durante mucho tiempo de los que la quieren.

Que todos sus días sean especiales.

Feliz cumpleaños.

jueves, 13 de mayo de 2010

POE Y LAS ESTRELLAS

Hoy se me ha venido a la cabeza una historieta pseudocientífica. El aburrimiento es lo que tiene, y a mi siempre me ha gustado saber de los resbalones que la ciencia ha ido dando hasta llegar a lo que hoy en día se considera verdad absoluta (la enésima verdad absoluta de la historia, de hecho). Vamos con ello.

Érase una vez un planeta llamado Tierra habitado por unos seres insignificantes que se aburrían a muerte. Esto los llevó a mirar al cielo, en noches despejadas, y se dieron cuenta de que había unos puntitos de luz muy graciosos, distribuidos más o menos al azar, a los que llamaron estrellas. La gente que más se aburría se dedicó a pensar en ello, y supusieron que las estrellas estaban fijas en algún tipo de cascarón esférico, en cuyo centro estaba, como no, la Tierra. De hecho, el modelo suponía un conjunto de esferas concéntricas, conteniendo cada una planetas, estrellas y demás cuerpos celestiales. Nadie se preguntaba por qué el cielo nocturno era oscuro (al parecer no se aburrían lo bastante).

Pero a partir del siglo XVI, más o menos, la cosa cambió, y alguna gente pensó que aquello no le parecía lógico. El modelo, la concepción del universo, cambió de ser una esfera (de radio muy grande, pero finito) con la Tierra en su centro, a tener como centro el Sol, y la Tierra como un planeta más girando a su alrededor. A la vez, comenzaron a aumentar las especulaciones sobre la infinitud del universo. Aunque al principio hubo gente poco abierta a semejante concepto (hay que entenderlos: infinito es algo muy grande, y no todas las cabezas están preparadas para aceptar algo así), la cosa fue prosperando.

Y así, con el modelo heliocéntrico más o menos aceptado, pero el tema de la infinitud todavía sin cuajar, llegamos al siglo XVII, cuando un tal Isacc Newton, de profesión sus cálculos, publicó un librito titulado Principia Mathematica en el que exponía las fórmulas y principios que explicaban el movimiento de los planetas, satélites, cometas y objetos que nos rodeaban,… el funcionamiento del universo, en fin. La teoría hacía predicciones fácilmente comprobables, como eclipses, periodos de cometas como el Halley y cosas así, que cuando se comprobaron la dotaron de un aura de credibilidad prácticamente impecable.

Pero había alguien que, por lo visto, se aburría todavía más que Sir Isaac. Nada menos que un reverendo inglés, que no teniendo bastante con pastorear las almas de sus fieles decidió que sería entretenido tocarle un poco los huevos al señor Newton, y le planteó una paradoja presente en su explicación del universo: si el universo era finito, en virtud de la ley de Gravitación Universal expuesta por Newton (todas las masas se atraen), las fuerzas gravitatorias atraerían los cuerpos celestes unos a otros hasta que colisionaran, formando una sola masa en el centro mismo del universo.

Como buen científico, Newton salió por la tangente, y resolvió el tema diciendo que el universo, puesto que no podía ser finito, era infinito (Perogrullo aplaudía desde su tumba). Y, además, que la materia estaba distribuida de forma tan absolutamente uniforme que cada cuerpo celeste estaría sometido a fuerzas atractivas iguales en todas las direcciones, de forma que se anularían y el universo permanecería estático. Con dos cojones.

De lo que no pareció darse cuenta Sir Isaac, por muy caballero que fuera, es de que su solución generaba una nueva paradoja: si el universo era infinito, poblado de infinitas estrellas, la luz que llegaría a la Tierra cada noche sería también infinita, con lo cual las noches no serían oscuras. Y como gente tocahuevos es lo que siempre ha sobrado, en cualquier época y rama del saber, rápidamente surgieron voces haciendo notar el detalle.

Uno de ellos fue el astrónomo Edmond Halley, que fue el primero en demostrar matemáticamente que en un universo infinito la luz que llegaría a la Tierra sería infinita. Pero luego le debió dar como cosa hacerle ese feo a su ídolo (dejaba a Newton un poco en mal lugar) y decidió que las noches eran oscuras debido a que la luz se comportaba de una manera caprichosa cuando recorría distancias largas, y que cuanto más se alejaba de su fuente emisora más despacio iba. Lo cual le pareció una chorrada incluso a sus contemporáneos.

Pero el ejemplo triunfó, la gente vio que había barra libre para decir lo primero que se les ocurriera y pronto surgió otro iluminado, Philippe de Cheseaux, suizo por más señas, que en lugar de dedicarse a fabricar queso o chocolate decidió que se inventaba una sustancia invisible, sin masa y sin nada (es decir, una sustancia insustancial) a la que llamó éter, que se encontraba por todo el universo y absorbía la luz emitida por las estrellas, con lo cual, lógicamente, ésta no llegaba a la Tierra en cantidad suficiente para que las noches fueran claras. Ole y ole la imaginación suiza.

La cosa no acabó ahí, porque a Cheseaux no le hicieron ni puto caso, pero poco después apareció en escena un astrónomo alemán llamado Heinrich Olbers, que vino a decir lo mismo que el suizo pero, vaya usted a saber por qué, a este sí le hicieron caso. De hecho, este intríngulis de por qué las noches en un universo infinito no son infinitamente luminosas se conoce como paradoja de Olbers, a pesar de que este no planteaba nuevas explicaciones, y se apuntó también a la solución del éter (ya se sabe que la imaginación no es el punto fuerte de los alemanes).

Desgraciadamente para Olbers y todos los anteriores, durante el siglo XIX a los físicos les dio por desarrollar, entre otras cosas, la termodinámica, una de cuyas consecuencias fue demostrar que cualquier materia (éter incluido) que absorbiera luz acabaría alcanzando un equilibrio termodinámico en el que emitiría radiación, en alguna longitud de onda. Es decir, que si el éter estaba distribuido uniformemente por todo el universo, absorbiendo luz sin parar, también debería emitir radiación. Una radiación que no se detectaba por ninguna parte. Por lo tanto, termodinámica 1- éter 0.

Puestas las así las cosas, la gente que se aburría siguió intentando explicar la paradoja inventándose teorías que no fueran demasiado delirantes, y empezó a cobrar popularidad (sólo entre este tipo de gente, claro; no se vayan a pensar que en aquella época estos temas provocaban debates en los bares como ahora) la idea de un universo finito formando una estructura llamada Galaxia que con un movimiento de rotación compensaría las fuerzas de atracción gravitatorias, impidiendo que toda la materia del universo colapsara. Además, la Galaxia sería aplanada, conteniendo toda la materia (es decir, todas las estrellas) en el mismo plano, lo que podría explicar que las noches fueran oscuras, porque eso supondría que las fuentes de luz no estaban distribuidas uniformemente. Bueno, aquello se aceptó, más o menos. Supongo que la gente empezaba a estar un poco cansada de marear la perdiz y hubieran aceptado pulpo como animal de compañía.

Y fue entonces cuando entró en escena nuestro héroe. ¿Un físico? ¿Un astrónomo? ¿Algún genio multidisciplinar? Nada de eso. Un escritor borrachuzo, putero, incestuoso y pendenciero llamado Edgar Allan Poe. Por lo visto, en el escaso tiempo libre que le dejaban las tajadas que solía pillar en busca de la inspiración, a Poe le dio por pensar en el tema, y escribió una obra en la que elucubraba entre otras cosas sobre la paradoja que tan entretenidas había tenido durante más de dos siglos a tantas mentes brillantes. En esta obra, titulada Eureka, Poe proponía una solución para el tema: que el universo era infinito, pero la velocidad de la luz no, y que la luz emitida por las estrellas más lejanas todavía no había llegado hasta nosotros. Una solución brillante.

Como es natural, nadie le hizo ni puto caso. Poe no era nadie para hablar de esas cosas, y además, su solución planteaba un nuevo problema (otro) que añadir a los anteriores: implicaba que el universo no era eterno. Si el universo hubiera existido desde siempre, la luz hubiera tenido tiempo para llegar a la Tierra incluso desde las estrellas más lejanas (aún situadas en el infinito: la luz habría tenido un tiempo infinito para llegar a nosotros). Como esto era lo que le faltaba a los físicos, astrónomos y demás gente de esa calaña, decidieron obviar la teoría, no fuera a ser que alguien les pidiera alguna explicación.

Sin embargo, a partir de ahí, todas la investigaciones fueron corroborando la idea expuesta por Poe. Se demostró, efectivamente, que la velocidad de la luz no era infinita, que las estrellas y las galaxias se alejaban unas de otras, como si hubiera habido una fuerza o una explosión que, en un principio, las hubiese impulsado, y ese impulso no hubiera cesado todavía. Lo que llevó a un sacerdote belga (otro sacerdote: se ve que lo de pastorear almas no da para entretenerse demasiado) Georges Henri Lemaître, a pensar hacia atrás y concluir que el principio del universo había sido una gran explosión. Otro físico, Gamow, le dio forma a la cosa y planteó 20 años después la teoría del universo en expansión a partir de una singularidad primigenia (lo que dicho en cristiano quiere decir que toda la materia del universo estaba condensada en un solo punto, explotó y los trocitos todavía están alejándose). Que es más o menos la teoría que está en vigor actualmente, aceptada por todos y avalada por las innumerables observaciones y experimentos realizados.

Como nota bizarra, cabe reseñar que la teoría, Big Bang para los amigos, recibió ese nombre de manos de un astrónomo británico firmemente empeñado en desacreditarla. Se llamaba Fred Hoyle, la idea no le convencía en absoluto (él era partidario de un universo estacionario) y la llamó Big Bang por joder (ese nombre viene a ser como si algún tipo al que Newton no le cayera demasiado bien hubiera denominado a la Ley de la Gravitación Universal, por ejemplo, la Ley-de-los-Planetas-Borrachos-que-no-hacen-otra-cosa-que-chocar-entre-sí, lo cual, claro está, le hubiera restado seriedad al asunto). Así que el amigo Hoyle sacó pecho, dijo en voz alta que lo de la explosión era una gilipollada como un piano, y unos años después se encontró con que no solo las observaciones demostraban la teoría de manera irrefutable sino que ésta se popularizaba con el nombre que él le había dado. Y no tuvo más remedio que llorar como un niño lo que no había sabido defender como astrónomo.

De todas formas, el episodio de Poe es algo a lo que los científicos no suelen darle, comprensiblemente, mucha publicidad. Como tampoco hacen hincapié en el hecho de que la teoría va sólo hasta el instante 0 sin poder explicar qué demonios había antes de la explosión. Así que supongo que tendremos que esperar a que otro escritor borrachín tenga una noche inspirada y plantee una solución.

Ah, no me digan que la ciencia no es apasionante.