sábado, 12 de noviembre de 2011

LLUVIA, CANCIONES TRISTES, LÁGRIMAS... OTOÑO

Tengo que confesarlo: el otoño no es mi época favorita del año. Me deprime un poco ver cómo el verano da sus últimos coletazos y acaba de despeñarse por el precipicio de unos días cada vez más cortos, más oscuros y más fríos. Cómo la luz y el calor comienzan a ser un recuerdo demasiado lejano.

Sin embargo, de alguna manera retorcida e insana, también tiene su encanto. Hay menos luz, pero la poca que hay consigue llenarse algunos días de unos colores espectaculares. Y el olor de las hojas en el suelo, mojadas… es difícil de explicar, pero incluso el otoño tiene su punto. Aunque tal vez sólo sea una terapia un poco extravagante y masoquista, esto de chapotear en el ambiente nostálgico de estos días. Esto de dejarse ir un poco. De resbalar sin saber muy bien hacia dónde.




Hay una cosa que me gusta sobre las demás, en cualquier caso: ver llover tras los cristales de casa. A veces con furia, a veces con calma, otras casi con desgana. Mirar un rato la vida pasar, la calle con luces reflejándose en el asfalto mojado, la gente apresurándose entre un mar de paraguas. Escuchar de fondo una canción desencantada. Y partirme en dos: uno afortunado por poder estar tras el cristal; el otro, irremediablemente triste.

Porque los cristales sólo me protegen de la lluvia, pero no de todo lo demás. No del mundo que me rodea. Y es en esos días de lluvia otoñal en los que soy más plenamente consciente de que vivo en un mundo que jamás he llegado a comprender del todo. Curiosamente, una conclusión que, siempre dentro de la desilusión, tiene sus matices, relacionados de alguna manera con la lluvia: a un aguacero furioso y desatado le corresponde un escalofrío, la sensación de derrota inminente, el miedo; en cambio, a una lluvia plácida le suele acompañar una extraña opresión en el pecho, un barullo en la cabeza y unas ganas de llorar que sólo a duras penas puedo reprimir.

No soy el único, supongo. De hecho, me consta que hay más gente que ha llorado esta semana. Y supongo también que tiene una explicación científica (menos luz, menos síntesis de neurotransmisores, el cerebro que se atasca un poco cambiando el ritmo… esas cosas), pero son dos detalles que no ofrecen demasiado consuelo, la verdad. Más bien al contrario. Porque cuando me siento así, pequeño y débil, no me ayuda encontrarme mujeres que lloran sin saber por qué, y que a veces quisiera consolar sin saber cómo hacerlo. Pero, en fin. No divaguemos.

En cualquier caso, no quiero que esto suene como una queja, porque no lo es, y si lo fuera no tendría sentido. Es, simplemente, una reflexión en voz alta. Una análisis lo más objetivo posible, a tecla alzada. Esto es lo que hay. Ya volverá la primavera, con sus oscuras golondrinas, pero, por el momento, nos toca contemplar el arpa, callada, muda. Abandonada, digna y solitaria. Es otoño. El momento de abandonarse, digno y solitario, en un rincón.


Es otoño. Un buen momento para sentirse un héroe. Un héroe cansado y vencido, claro. Derrotado. Hablo de los héroes que a mí me gustan. Hablo de adoptar, siquiera por un instante, esos aires de tipo duro e indiferente, brillante y cínico, que ya no existe, o que tal vez nunca existió fuera de algunas películas en blanco y negro. Porque de igual modo que nada hay más obsceno que un cobarde victorioso, pocas cosas hay más hermosas que un héroe vencido. Y qué mejor momento para sentirse héroe que un otoño triste, en una época en la que ya nadie cree en héroes.

Es otoño. Toca dejar correr el tiempo. Dejar que el invierno me pase por encima sin hacerme demasiado destrozo. Mirar la vida desde detrás de una ventana, escuchando canciones que quizá no me convengan. El juego es simple: el que aguanta, gana. Así que vamos a aguantar. A esperar. Volverá la primavera. Y volveré a despertar.

Así que, con su permiso, me retiro. Abandono la batalla, pero con una sonrisa burlona, como sólo un héroe cansado puede hacerlo. Perdiéndome en la niebla de un aeropuerto mientras pienso en la promesa de una nueva amistad. Y mientras escucho canciones como esta.

Y es que ya no quedan héroes como los de antes.

Ya nada es como antes.

Salvo el otoño.




martes, 8 de noviembre de 2011

SORTEO EXTRAORDINARIO 20 N

Pasen y vean, niñas y niños, señoras y señores, homos y heteros. Bienvenidos todos aquellos que gustan de las emociones fuertes. La gran tómbola ha comenzado. Provéanse de palomitas, gusanitos, cacahuetes y otras cosas de picar, pónganse cómodos y contemplen la mayor ocasión que vieron los siglos Mucho más que Lepanto v 2.0. Nada más y nada menos que un servidor hablando de política. Contra la costumbre de la casa, pero siempre con una exquisita neutralidad, según el ejemplo suizo de neutralidad que consiste en mantener un régimen fiscal y bancario paradisiaco aunque poco ético y dedicarnos a escalar en los Alpes y fabricar quesos, bombones y relojes mientras el mundo se va a la mierda.


Al tema, que me desnorto. Modestia aparte, hablando de política soy un espectáculo. Un circo de tres pistas con enanos de metro ochenta para arriba y tigres de peluche que hacen miau, pero un espectáculo al fin y al cabo. Porque la naturaleza, tan parca para con mi persona en cualquier tipo de dádivas con una mínima aplicación práctica como pródiga en facultades paranormales de esas que no valen para nada útil salvo para hacer el silencio a tu alrededor, sobre todo cuando dices un chiste que nadie entiende y todo el mundo se queda mirándote con cara de estar pensando no que ellos son unos infraseres cuyo sentido del humor no está a la altura del de un tipo más evolucionado, como sería lógico, no, sino que tú eres el tío más gilipollas del universo conocido y alrededores, me dotó con una capacidad apabullante para simplificar los discursos ajenos. A veces, incluso manteniendo el sentido original del mensaje, si lo hubiere. Habilidad esta que parece hecha a propósito para desentrañar algunas arcanas comunicaciones de las que han aparecido, aparecen y continuarán apareciendo a la salud del Sorteo Extraordinario del 20 N, también conocido coloquial y simpáticamente como Elecciones Generalísimas (sentido homenaje al Caudillo, en un nuevo detalle de sensibilidad histórica de nuestro insigne líder).


Así que, sin más preámbulos, prólogos, introducciones o proemios, vamos con los antecedentes de hecho: los 17 reinos de Taifas que conforman la realidad histórica plurinacional, pluriidentitaria y plurimáscosas que antes se llamaba España pasa por una grave crisis económica, sin duda efecto de alguna oscura conjura judeomasónica destinada a empañar la justa y sana alegría que trajo el Mundial. Por esto, y porque más o menos tocaba, se han convocado Elecciones Generales. Lo que ha provocado un alud de sesudas interpretaciones de cada una de las 17 realidades político-económico-sociales del país, que se entrelazan con los mensajes electorales de los propios implicados, conformando un apasionante paisaje de profecías, historia, geopolítica, hagiografía, ciencia-ficción y porno suave. Hechas todas ellas con un lenguaje pulcro y académico, manejando conceptos avanzados y expuestas con un nivel de razonamiento inductivo que consigue el singular efecto de parecerse poderosamente a una centuria de Nostradamus traducida al esperanto por una mujer disléxica en los días más críticos de su periodo menstrual: algo que no es imposible de entender, pero a lo que, así, en general, cuesta pillarle el punto.


Afortunadamente, aquí estoy yo para simplificar todo este galimatías. No me lo agradezcan, yo soy así. Eso sí, es preciso hacer una advertencia previa: ría el lector antes de llorar, como hubieran dicho en La Codorniz. O después, a mí me da igual. Pero, desde luego, rían para ustedes. Bajito y sin aspavientos, que no se les note. Porque tal y como está el patio, ver a alguien riéndose es signo inequívoco de que a) está como una puta cabra y no sabe cómo está el mundo; b) sabe cómo está el mundo pero está todavía más loco que el de antes y no le importa; c) sabe cómo está el mundo pero no le importa porque se está forrando (de hecho, es uno de los que ha contribuido a poner el mundo como está); d) se está riendo por no llorar; o, y con esto acabo, e) se está riendo por otra cosa que no tiene nada que ver con lo que yo estoy diciendo, sea esto último lo que sea, que ahora no me acuerdo muy bien. Denme un minuto.


Vale, ya he releído lo suficiente para centrar el tema: las elecciones. Esto es, la política. O sea, la crisis. El apocalipsis. La peste. Penitenciagite. Ponga aquí lo que prefiera. Y ahora, una vez que me he centrado y he tomado la pastilla, vamos a valorar las opciones que se presentan, que son, básicamente, dos, a saber: los ganadores y los otros. Pero, claro, todos quieren ser ganadores, y así es un lío. Mucho más cuando todo el mundo moviliza a su guardia pretoriana de tertulianos y opinadores para confundir a la plebe. Como si la plebe no fuera capaz de confundirse sola. Comencemos a desentrañar las distintas opciones.


Para protagonista de la superproducción se postula destacado un añejo galán galáico, al que las gentes de bien de estas tierras se preparan para recibir con los labios mayores abiertos de par en par. Si no media algún imprevisto once de marzo (poco probable en noviembre, pero toquemos madera) o alguna epidemia tipo Walking Dead, el papel es suyo.


Atento al rechace en la boca de gol, por si suena la flauta y hay ocasión de enchufar en el último minuto un chicharro vergonzoso y risible estilo Julio Salinas, aparece un astuto guerrillero cántabro, veterano de mil emboscadas contra todo Cristo. Le toca torear un lote jodido, y para mí que con evitar una cogida grave le vale.


Los minutos de la basura se los reparten opciones exóticas como ecologistas, nacionalistas, nostálgicos como F.E.T. o I.U. y, tatachán, UPyD, para el que hay que crear una categoría aparte, porque no encaja en ninguna de las existentes: una colección de deshechos de tienta que hacen de cada aparición pública una reivindicación furibunda de su marxismo militante. Sección Groucho.


Como ven, no era tan difícil, una vez que uno simplifica con criterio. Pero hay que reconocer que los implicados en el asunto se empeñan en complicar las cosas con un maremágnum de declaraciones altisonantes. Se impone, pues, una nueva simplificación de todas las manifestaciones relacionadas con el tema, vertidas por políticos, periodistas, tertulianos, escritores, pensadores, vividores y, en fin, toda esa gente en posesión de la verdad absoluta. O, para ser más exactos, cada uno en posesión absoluta de cada una de las verdades absolutas que hay en las diecisiete realidades esas que confirman este mundo absoluto y determinista en el que nos ha tocado vivir. Mundo que, evidentemente, es una mierda, pero, oigan, es el que hay. A mí no me miren que yo no he tenido nada que ver, que si de mí dependiera todavía andarían los dinosaurios triscando por ahí, en parte por convicción y en parte porque tengo una puntería infame a la hora de lanzar meteoritos asesinos (pero qué quieren, nadie es perfecto).


En fin, vamos al tema (ahora sí me acuerdo de cual era; ya pensaban que se me había vuelto a olvidar, ¿verdad?; pues esta vez no, ya ven). Podemos sacar el mínimo común denominador de todo lo que han dicho todos: esto está fatal. Si nos vamos a un mínimo algo menos mínimo, aunque igual de común, tenemos el clásico: esto está fatal y la culpa es de los otros. Y si nos dejamos llevar por la emoción y tiramos por elevación, abarcando más panorama, se podría resumir la tormenta de ideas en los siguientes términos: esto está fatal, la culpa es de los otros y menos mal que estoy yo por aquí, que no sé si podré hacer algo pero me pongo a ello porque yo soy así de desprendido y capaz y creo fervientemente en el sacrificio personal en pro del bien común. Que no sé a ustedes, pero a mí me recuerda poderosamente el discurso prototípico del no menos prototípico ñapas de toda la vida ("pero quien le ha hecho esto, señora, si le va a costar menos hacerlo nuevo que arreglarlo"), con lo cual podemos tomarnos todo esto como un entrañable homenaje a los clásicos.


Ahora bien, si nos dejamos de cosas genéricas y afilamos los sentidos para sumergirnos en el proceloso océano de las especificidades, la cosa cambia. Ahí la cosa ya es más… ¿cómo decirlo?... más específica. Lo que viene a significar que los discurso se vuelven mucho más concretos: donde pone “los otros” hay que poner el nombre y el apellido de alguien, y para explicar por qué esto esta tan fatal se compone un discurso con una justificación más o menos vistosa (o coherente, o alarmante, o provocadora, o hilarante… si pudieran ser todas a la vez, ya sería la hostia en verso, y esto sería bastante más entretenido, pero me temo que eso resulta difícil incluso para profesionales del humor altamente cualificados) de por qué ha fallado el comunismo ( o el liberalismo, o el intervencionismo, o el proteccionismo, o el librecambismo, o el suputamadreismo) y por qué la opción contraria es la correcta. Eso sí, aprovecho desde aquí para recordarle a los señores que hablan en público manejando discursos de este calibre que sería recomendable saber cual es la opción contraria a la que decimos que ha fallado, y que el tema queda más resultón si hay cierta concordancia entre el modelo que ha fallado y el nombre que hemos puesto en el espacio reservado a “los otros”, porque si no nos puede quedar un discurso algo confuso, y el personal se puede liar, máxime teniendo en cuenta que en el congreso las distintas facciones no van con las camisetas de colorines, lo que facilitaría mucho la vida de sus hooligans. Se lo digo yo, que de discursos confusos entiendo un huevo, o más.


Por no alargarme demasiado, procedo a simplificar la totalidad de los sesudos análisis políticos de los numerosos analistas políticos dedicados al análisis político, en sus dos vertientes, profesional y amateur: el comunismo era malo, intrínsecamente incongruente con su propia filosofía y con la condición humana, y propugnaba un sistema económico contra natura que alentaba el conformismo, la burocracia, la ineficiencia y el caos. Y, probablemente, también la peste negra, el SIDA y el éxito de Operación Triunfo, con lo que podemos decir que su caída no sólo era justa, sino necesaria e inevitable. Mientras que, en cambio, el liberalismo económico y la autorregulación de los mercados sin una sensata aplicación de los principios cristianos constituyen una llamada quizá demasiado directa a la codicia del personal, lo que acaba produciendo cíclicas crisis macromegamundiales que ahondan el proverbial abismo entre clases, aunque no son nada que alguna Guerra Mundial (o Civil, o Santa, o Preventiva) no pueda solucionar, y pelillos a la mar. Sin embargo, la guerra es mala para (casi) todos, por lo que queda claro que un sistema mixto de libre mercado con intervención estatal en determinados sectores estratégicos, con el gobierno como garante de unos mínimos básicos, es una solución que coarta la iniciativa privada, fomenta la insolidaridad entre regiones, favorece los agravios comparativos y que, a la larga, provoca la aparición, crecimiento e implantación para siempre jamás de una clase política y un aparato burocrático altamente corrupto y al servicio, Semper fidelis, de la pasta. Todo esto, claro está, a pesar de la angelical naturaleza humana, siempre a prueba de bajos instintos y gobernada por una clara tendencia a repudiar el egoísmo y abrazar el beneficio común de la tribu. Incluso a declarar el IVA.


Con lo cual, se deduce claramente que la solución es plantear un 4-4-2, con rombo en el centro del campo, dejando el césped alto y encharcando las áreas por si acaso… ¿Cómo? ¿Elecciones…? Mierda, se me ha vuelto a ir el tema. Denme un minuto.


Vale, ya lo tengo. Me había traspapelado again. So sorry, y sírvame este pasajero ataque de glosolalia para introducir hábil y sutilmente la solución definitiva de cara al 20 N: aprender idiomas. En concreto, dos: alemán para los optimistas y chino para los pesimistas.


Y, sobre todo, recen. Recen mucho.



Enhorabuena a los premiados, y eso.