Catorce mil doscientos cuarenta y siete días. Ese es el tiempo que llevo dando tumbos por el mundo. Equivalen a 39 años, de los cuales 10 han sido bisiestos, y dos días. Esto quiere decir que el domingo pasado fue mi cumpleaños. Siendo puntillosos y recreándose en el detalle, también quiere decir que ya estoy viviendo mi cuadragésimo año. Técnicamente, ya soy un cuarentón.
Quieras o no (y les aseguro que yo no quería), los cumpleaños mueven a la reflexión. Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos… ya saben, esas cosas. Y, como dice mi amigo el fotógrafo, supongo que con conocimiento de causa, los 40 son una edad jodida. Un terreno peligroso, en el que uno comienza a ser consciente de que la cuesta abajo ha empezado. Seguramente hace mucho tiempo, claro, pero quizá los 40 son la cifra espoleta, el momento que, por alguna razón, nos hace sentir más plenamente que los jovenzuelos que nos llaman de usted desde hace tiempo tienen sus motivos, y los que no lo hacen es más por un problema de buenas maneras que otra cosa. Al fin y al cabo, la mítica crisis de los cuarenta, como todos los mitos, debe tener algún fundamento. Algo tiene el agua cuando la bendicen, ¿no? Bueno, pues como de vez en cuando tengo un ramalazo de originalidad (contradictorio e imprevisible que es uno), a mí me ha pasado todo eso un año antes.
Pero tampoco creo que un año más o menos sea importante. Sean 39 o 40, viene a ser lo mismo. Quizá la clave radique en el hecho de que, de todas las decrepitudes que comienzan a acecharnos cada vez menos disimuladamente cuando nos asomamos a estas edades, las que afectan a la memoria son las menos evidentes. O las más insidiosas y difíciles de comprender. Uno tiene todavía los recuerdos frescos de aquellos años, por momentos lejanos, por momentos anteayer, en los que la vida era una página en blanco. Y, para bien o para mal (seguramente para bien), no nos paramos demasiado a mirarnos a nosotros mismos y contradecir esos recuerdos, así que nos parece que, en cierto modo, seguimos siendo aquellos despreocupados postadolescentes que no veían el momento de empezar a comerse el mundo a bocados. O aquellos jóvenes de veintimuchos (qué elástica es la palabra joven, a veces) que ya habían comprobado que lo de comerse el mundo igual era un poco más difícil de lo que parecía, pero seguían manteniendo intacta la ilusión. O aquellos treintañeros recientes, con la década recién estrenada, que comenzaban a cambiar la ilusión por un saludable cinismo (un mecanismo de supervivencia extraordinariamente efectivo) y se permitían mirar con condescendencia a las generaciones que venían por detrás, repitiendo el ciclo, y con cierta callada admiración a las que iban por delante, como el que empieza a explicarse el por qué de muchas cosas.
Pero no. Nos engañamos. La memoria tiene estas cosas. Trabaja mezclando las escalas temporales, y nos pone en el mismo plano imágenes y sensaciones de distintas épocas, y eso, si bien no es necesariamente malo, tampoco es precisamente bueno. Porque llega un día (por ejemplo, cuando cumples 39 años) en el que la realidad te asalta desde el espejo y la comparación de la imagen que ves en él con el caleidoscopio que tienes en la cabeza comienza a chirriar más o menos desagradablemente (aunque supongo que esto último depende de la capacidad de sorpresa de cada uno).
Dado que yo me fío lo justo de mi memoria, prefiero hacerle caso al espejo. Ir a los datos, y dejar de lado los recuerdos y las sensaciones. Así que, yendo a lo objetivo, y probablemente dejando de lado lo importante, intentaré contar cómo soy[1]. O, para ser más exactos, cómo me dice el espejo que soy.
Mido 1,70 y peso unos 70 kg (me gustaría decir que de puro músculo, pero el espejo diría que menos lobos). Soy moreno, aunque algunas canas comienzan a menudear en las sienes y en la barba. Por eso me afeito a diario. Por eso y porque me pica, y nunca he podido aguantar la barba de varios días más de varios días (excepto una breve temporada en la que me dio, vaya usted a saber por qué, por llevar perilla, con gran éxito de crítica, pero no tanto de público; no sé si me explico).
Soy un tío rutinario. Me encanta la rutina, principalmente porque encuentro que facilita el día a día, pero también porque cuando tienes un buen número de actividades automatizadas puedes permitirte el lujo de ir por la vida con el cerebro en piloto automático, que resulta bastante cómodo. También puede ser que sea un poco neurótico y lo que yo llamo rutina sea en realidad un síndrome obsesivo compulsivo, pero como (todavía) no está diagnosticado y aquí nada es oficial hasta que aparece, negro sobre blanco, en un papel firmado por alguien competente, prefiero quedarme con mi explicación y pensar que soy un tío ordenado al que le gusta tener las cosas en su sitio y saber lo que va a hacer cada día y en cada momento.
Me gusta leer, aunque cada vez leo menos. Echo de menos las épocas en las que tenía tiempo suficiente para leer, porque ahora apenas consigo sacar unas pocas horas al mes para leer, y hace mucho tiempo que no leo un libro que me guste de verdad. Con los años, me he vuelto más selectivo y ya no me vale cualquier cosa.
También me gusta escribir, y para eso soy mucho menos selectivo (asumo mis limitaciones, pero, si no puedo escribir bien, al menos puedo escribir de cualquier cosa) y también mucho más inconstante. Puedo alternar temporadas en las que escribo más que hablo con temporadas en las que no escribo ni una línea (aunque sigo escribiendo más que hablo).
Porque soy callado. Muy callado. Rozando el autismo. En parte porque nunca he estado muy dotado para las conversaciones intrascendentes, y en parte porque soy tímido hasta unos límites patológicos. Unánle a eso una notable falta de habilidades sociales y llegarán a la conclusión de que el silencio es el estado en el que puedo resultar menos ridículo. Es la misma conclusión a la que yo llegué hace mucho tiempo. Sin embargo, cuando sé de lo que hablo (pasa pocas veces, pero pasa), puedo hablar con soltura delante de cualquier público. Supongo que con la edad he aprendido a dar el pego, y puedo aparentar más seguridad de la que siento realmente (que suele ser cero).
Tengo cierta facilidad para el pensamiento lateral. Ahora lo tengo asumido, pero es algo que me jodía, cuando era más joven, porque nunca era capaz de llegar a las mismas conclusiones que los demás partiendo de los mismos datos (sigo más o menos igual, pero quizá he aprendido a disimular mejor). Tal vez eso explica mi torpeza para las relaciones humanas. Como no sé interpretar los datos, utilizo la memoria, y archivo cual es la reacción correcta en cada situación. Elaboro unos algoritmos complicados y absurdos que me ocupan (casi) toda la memoria y eliminan de mi comportamiento cualquier rasgo de espontaneidad que pudiera tener. Suena peor de lo que es, una vez que te acostumbras.
Me encanta el deporte. Verlo, practicarlo, estudiar estadísticas, leer historias relacionadas con él.... Actualmente llevo varios años haciendo mucho, mucho ejercício. De hecho, estoy en mejor forma ahora, con 39 tacos, de lo que he estado en toda mi vida. Todos los días hago flexiones y abdominales, corro todas las semanas un par de veces como mínimo (aunque en verano puedo llegar a hacerlo a diario), y juego con cierta regularidad al pádel (signo inequívoco de decrepitud, por otra parte: cada vez van quedando más lejos los tiempos heroicos en los que los únicos deportes dignos de consideración eran los de contacto). Lo que decía antes de puro músculo no es del todo cierto, vale, pero tampoco está tan lejos de la realidad: es mi espejo, que es un poco tiquismiquis.
Soy guapo [2]. Tengo una voz grave, un sentido del humor que poca gente entiende y un pesimismo a prueba de bombas. Me gustan los finales tristes y los héroes que nunca se llevan a la chica. Me encanta la música de Sabina y los libros de García Márquez. Me apasionan los dulces. Odio el frío. No me gusta viajar. Mi color favorito es el azul, y me encanta escuchar a todo el que sabe contarme bien una buena historia.
Y algunas veces (sólo algunas) me siento abrumado por la responsabilidad de tener dos hijos y no sentirme a la altura. De preguntarme si seré un buen ejemplo, si sabré hacerlo bien, y no tener clara la respuesta. Supongo que le pasa a todo el mundo. Cuando eso pasa, también como todo el mundo, intento tirar para delante y hacerlo lo mejor posible.
Truman Capote dijo una vez, refiriéndose a sí mismo: Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio. Yo apenas bebo (algo de vino en las comidas, de vez en cuando), he dejado de fumar, y los hombres sólo me gustan como amigos (y la mayoría ni eso). Así que supongo que no soy un genio. Que nunca seré el genio que una vez soñé que sería.
Pero qué le vamos a hacer: así es como soy.
Y, créanme, podría ser peor.
[1] A petición popular.
[2] Opinión resultante de la encuesta efectuada sobre una muestra de dos mujeres (casualmente mi madre y mi mujer). Vale, la muestra quizá estaba un poco sesgada, pero no he tenido tiempo para más.
8 comentarios:
Es cierto que hablas (escribes en este caso), poco, pero cuando lo haces, la espera compensa.
Interesante post = interesante persona.
¡Pues aquí nos encanta cómo eres! Eso sí, para disminuir el sesgo de tu estadística yo creo que deberías colgar una foto o algo y así tu entregado público podríamos opinar libremente (la que íbamos a montar aquí XD).
Lo bueno de tener la crisis ahora es que no la tendrás a los cincuenta, que es cuando el espejo es más cruel.
La voz grave mola.
¿Cual es ese sentido del humor?Dinos qué te hace reir, sin ese dato sigo teniéndote por muuuuy serio.
¿Vigorexia, quizás?.
¿El de la foto eres tú?
Hala maño!!!! Menos mal que luego te sale "un escrito tan bien escrito" como este, pero aqui te pagamos para que curres un poquico más, no solo uno al mes.
Yo soy igual que tu... pero justamente al revés. Bueno coincidimos en lo de guapo (yo solo se lo he preguntado a mi abuela que me lo ha confirmado sin duda alguna)
abrazos y encantao de volver as leerte
Creo que puedo corroborar que lo que has dicho es cierto ( pelín exagerado en algunas cosillas,pero cierto):eres así.
Tambien sabes que soy totalmente imparcial y objetiva en mis opiniones.
Sin que sirva de precedente y sin intenciones ocultas, solo voy a decir algo que no está bien que digas de ti mismo: eres bueno.
No más jabón que luego te creces!.
Por cierto, si para ser un genio hay que ser todo lo que dijo Capote, te prefiero normal.
Pues escribes poco, pero bien escogido. Me ha encantado el post. La impresión que a mi me queda tras leerlo es que no te conozco, pero creo que me encantaría conocerte (a ti tal vez no tanto, yo soy un poco chapas).
Y felicidades con retraso, claro.
Muy buen post.
Los genios están sobrevalorados. ¿Toda esa vigorexia y no eres puro músculo? Eso es lo que te tienen que diagnosticar y no lo otro.
Felicidades treintón.
Ya hace algún tiempo que te leo, pero es que este post me ha removido mi propia crisis de los 40 (que yo también la tengo, aunque tenga 39). Y lo estoy pasando mal, la verdad. Así que leerte me ha ayudado a no sentirme tan rara y sobretodo no tan paranoica. Quñe bien lo has explicado, por un momento he leído mi propio interior.
Es duro cuando te miras al espejo y de repente no te reconoces. Y creo que en una mujer es peor, porque acecha ese cabrón que es el reloj biológico ...
En fin, que gracias y a seguir escribiendo tan bien ;-)
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