viernes, 28 de octubre de 2011

EL SENTIDO DE LA VIDA

Sé que nunca lo adivinarían, y menos viniendo de mí, así que vamos a acelerar el trámite y les doy directamente la solución al jeroglífico: la vida es una mierda. Pinchada en un palo. Y por qué les digo yo esto ahora, se preguntarán. Es una buena pregunta, desde luego. Incómoda, pero buena. La verdad es que no sé la respuesta. Pero podemos decir que después de haber pensado por septuagéximonovena vez en lo que va de día en conseguir un fusil de asalto, llevarlo al trabajo y montar una pajarraca que se cague Dios empiezo a darme miedo, así que vamos a vomitar bilis, asco y pena, a ver si rebajamos tensión y se me pasa un poco. Ustedes perdonen. Y, si les salpica, disimulen y digan que está lloviendo.

Es lo que tiene levantarse optimista, que se aprecian mucho mejor las cosas bonitas de la vida. La putada es que las cosas bonitas siempre las tienen los demás. A lo peor es que tengo un optimismo un poco raro, no sé, no soy de esos que van mirando de reojo el optimismo de los demás. A lo máximo que he llegado es a mirar las chorras ajenas en los baños públicos, duchas comunitarias, vestuarios deportivos y otros eventos y/o situaciones más o menos gays, sin que la cosa tuviera mayores consecuencias, ni para mi virtud ni para mi autoestima (tamaño estándar; de hecho, debe ser lo único que tengo estándar, pero menos es nada). Pero lo del optimismo, pues miren, nunca me ha dado por ahí. Cada uno es cada uno. El caso es que el mío es muy retorcido, y casi me sienta mejor ser pesimista. Aunque, desde el convencimiento de que toda apreciación es subjetiva y que cada cual habla de la feria según le va en ella, no podemos obviar el hecho de que yo soy yo y mi circunstancia, por lo que superopino y pontifico ex cathedra que la vida es una puta mierda. Con el debido respeto, por supuesto, a los asquerosos disidentes que no estén de acuerdo conmigo, que seguro que los hay.



Para entendernos, esto es una terapia. No tengo ganas de escribir, sino de matar a alguien. Y al paso que va la burra, cada vez estoy poniéndome menos selectivo, así que si sigo acumulando mala hostia me va a valer cualquiera. Eso, como ustedes comprenderán y el Código Penal sanciona, no es plan. Por otro lado, estoy un poco, cómo decirlo, hasta los huevos de ver al miliciano ese de la foto muriéndose, o haciéndose el muerto (pongan aquí lo que mejor les parezca), cada vez que abro el blog, aunque tampoco lo hago muy a menudo, y necesito un cambio de look. Aunque sólo sea por el bien de mi salud mental. Que, si quieren, otro día nos ponemos a discutir si es algo que merezca ser defendido, y a lo mejor nos reímos un rato con el resultado de la encuesta.



Hablando de encuestas. Hoy he tenido una revelación de las gordas. Una epifanía King Size. Iba al trabajo, no diré que feliz (repito: iba al trabajo) pero sí tranquilamente, conduciendo medio dormido mientras escuchaba mi emisora favorita, que ha llegado a serlo después de un largo, estricto y delicado proceso de selección en base a criterios innegociables que se pueden resumir en un solo punto: es la emisora en la que menos habla la gente. Pero últimamente, no sé si por presiones de algún oscuro lobby, por prevenir la depresión de sus locutores o por tocarle los cojones a gente como yo(si la hubiera, que puede ser que no), han comenzado a meter noventa segundos de charleta cada media hora. En concreto, la distribución exacta es de veintiocho minutos y medio de música y desvaríos, y minuto y medio de desvaríos a palo seco. Ellos lo llaman información, pero bueno, tampoco vamos a discutir por un pequeño matiz. El caso es que han soltado una sentencia de cierta enjundia: los españoles somos los europeos que más gasto hacen en prostitución. Afirmación esta que me ha producido, ahora no me acuerdo si simultánea o sucesivamente, reacciones tan pintorescas como un singular orgullo patrio (campeones de Europa, oigan; y como todavía seguimos siendo el námber guán consumiendo cocaína, y estamos en los primeros puestos en accidentes de tráfico y accidentes laborales, podría decirse que ya somos una potencia en el medallero, sin necesidad de contar los datos de la violencia de género, invento de tan reciente facturación que, si queremos ser justos, exige darles a nuestros vecinos un tiempo prudencial para que abracen con fervor esta simpática costumbre nuestra y puedan competir en igualdad de condiciones), una satisfacción rayana en la soberbia al comprobar que yo estaba en lo cierto cuando afirmaba, como siempre he hecho, que los españoles son muy golfos (y subrayo el son, aprovechando para asegurar que no es un error y que el somos no procede, de ninguna manera, en el tema que nos ocupa; hola, cariño, qué tal), y curiosidad por saber cómo han hecho la encuesta, porque no me imagino a estos señores comparando las declaraciones del IRPF de los locales dedicados al noble arte del conocimiento carnal, así que supongo que habrá sido cosa digna de verse a los europeos en general y los españolitos en general poniendo las cruces en el formulario, sopesando si decantarse por ítems tan impactantes como “Mi gasto mensual en putiferio es menor de 60 euros” o “Considero que las prácticas sadomasoquistas tienen un precio razonable”.



Y es que estamos rodeados de encuestas. Lo que pasa es que estas cosas crean costumbre, y uno acaba por no verlas, pero todo a nuestro alrededor son encuestas. Que está muy bien, qué duda cabe, que los pobres estadísticos también tienen que comer, y que de no ser por las encuestas nunca hubiéramos podido saber qué porcentaje de españoles disfrutan de su ocio… no sé muy bien cómo decirlo… ¿estrechando lazos con inmigrantes cariñosas? ¿estableciendo relaciones comerciales con el tercer mundo? ¿evadiendo divisas? … bueno, yéndose de putas, en una palabra (por cierto, el 39 % de españoles, según esta encuesta y por si les interesa el dato; si quieren mi opinión, y si no la quieren me da igual porque se la voy a dar lo mismo, me parecen pocos). Pero, la verdad, es algo inquietante. Porque luego me he puesto a desbarrar, como es costumbre en esta casa, y no me digan que no acojona pensar que estamos en un país en el que un dentista de cada diez recomienda el chicle con azúcar. Luego nos quejamos de los políticos.



O de los controladores aéreos. O de los mineros del carbón. O de los transportistas de mercancía por carretera. O, en fin, de cualquiera de esos simpáticos gremios que están siempre tocándose los cojones unos a otros, en permutaciones varias y combinaciones de dos elementos. Lo que sobra, tristemente, es de lo que quejarse. Es lo bueno de la democracia, este maravilloso sistema de gobierno en el que el voto de Belén Esteban, Kiko Rivera y la Bruja Lola tienen el mismo valor que el mío. O más, dependiendo de si viven en una circunscripción electoral o en otra. Detalle este que no consigo decidir si es para ponerse a llorar o para pegarle fuego a Grecia, en agradecimiento por el detalle de haber inventado lo del gobierno del pueblo y su puta madre (la de los griegos, aclaro, no la del pueblo). Claro que a lo mejor la culpa no es exclusivamente de los amigos del sirtaki y el jorroña que jorroña, porque por aquellas tierras también tenían otras costumbres y cuando nos pusimos a importar cosas nos quedamos sólo con la mugre, y de eso no tuvieron la culpa los griegos, la verdad. En cualquier caso, es inevitable sentir esa nostálgica añoranza por el mundo que no fue, y lamentar en silencio, como las hemorroides, que no triunfara el modelo espartano y ahora en la maternidad de cada hospital no haya una Brigada de Aborto Retroactivo dedicada a inspeccionar neonatos en busca de futuros parásitos, consejeros autonómicos, tertulianos televisivos, tunos de arquitectura y otras subespecies potencialmente perjudiciales. Buscando, como es lógico, el mayor aprovechamiento posible de las purgas. Déjate de realities. Lanzamiento de bebes subversivos desde la decimosexta planta de La Paz, televisado en prime time, y con un buen espónsor. Cuantos menos seamos, más sitio habrá. Y a tomar por el culo.



Sé que me está quedando un poco violento, pero es lo que hay. Y peor que se va a poner, me temo, porque va a venir una de jambre que se va a cagar la perra, así que, como me apetecía probar esto de la escritura automática, en plan ese rollo que los puristas denominan stream of consciousness, que no tengo ni puta idea de lo que significa realmente, pero que, más o menos, leyendo el prospecto, es algo tal que así, aunque, puestos a ponerle un nombre absurdo, yo prefiero llamarlo modelo de escritura abuelo-has-visto-el-inistón, que suena como más campechano y, oyes, a lo mejor los del jarabe tienen un detalle y me sueltan una propinilla, que está la cosa muy mala. Pues eso, que les decía que con el panorama que se divisa más a lo cerca que a lo lejos, mejor me ponía a desfasar ahora, que si lo dejo para el próximo año lo mismo salen cosas quizá un poquito gruesas. Incluso cabría la posibilidad, y esto es sólo un ejemplo, de que llegara a caer en el exceso de recomendar el empalamiento público de algún que otro personaje, con chamuscamiento a fuego lento de sus gónadas (lo que viene siendo los huevos, aclaro para mi querido público de la LOGSE). Y luego a lo mejor se mosqueaba alguno de los aludidos (hay gente muy susceptible por ahí, nunca se sabe), y lo mismo me buscaba problemas.



Pues, oigan, lo que son las cosas. Parece que el método este de escupir sapos y culebras funciona, porque ya estoy mucho mejor. Ustedes perdonen, ha sido un momento de debilidad, pero lo necesitaba. Ahora sigan circulando, que yo ya me voy y aquí no queda nada que ver.



Aunque no quiero irme sin antes aprovechar para saludar a mis padres, que me estarán escuchando, y a toda la gente que me está haciendo pasar una temporada otoño-invierno genial, y que espero que no me escuche nunca aunque si me escucha tampoco pasa nada porque seguramente tampoco me entendería, y desearles, de todo corazón, que pillen una sífilis (mis padres no, la gente ésta) que se les caiga el pito a cachitos, y que yo pueda verlo con la misma insana satisfacción con la que se ven los videos caseros en los que los niños japoneses se llevan unas hostias que harían encogerse a un legionario (soy así de mala gente, qué le vamos a hacer; en la intimidad todos hacemos cosas raras: unos hablan catalán y otros vemos videos raros y celebramos los descalabramientos ajenos subidos en el sofá haciendo solos de guitarra con una raqueta de tenis).



Hala, a cascarla.



Paz y amor.