viernes, 2 de diciembre de 2011

ES UN MISTERIO

Dos de diciembre de 2011. En la emisora que suelo escuchar en el coche mientra voy al curro siempre dicen del año de gracia. Yo no le veo la ídem, la verdad. Santa Bibiana. patrona y protectora de los ministerios absurdos e igualitarios. Esto todavía es menos gracioso. Pero mañana es San Javier, fiesta para mis queridos navarricos (aúpa). Y el domingo Santa Bárbara, patrona de los mineros (miray, miray Maruxina miray, miray como vengo yo). Y todo esto qué más da. Pues eso digo yo. Nadie lo sabe. Es un misterio.



Lo que pasa es que los misterios son cuestión de imaginación, supongo. Y estos temas dependen de la imaginación que cada uno traiga de serie, porque luego no hay demasiados métodos de desarrollarla, salvo la masturbación, la lectura y otros costumbres más o menos perniciosas. ¿Imaginas que hubiera una guerra y no fuera nadie? Pues sinceramente, no. A mí la imaginación no me da para tanto. A lo más que llego es a imaginaar que un día John Lennon se sintió inspirado, sacó el sargento mayor que todos los ingleses llevan dentro y soltó su famoso: imaginen…ar! Y eso le convirtió en el icono de la libertad para toda esa gente que estaba demasiado fumada para empuñar el verdadero símbolo de la revolución, el Avtomat Kalashnikova mod. 1947. ¿Imaginas que hubiera una guerra y fueran todos? Pues mire, tampoco. Hay gente que nunca va a la guerra, y se conforma con organizarlas. ¿Imaginas que nadie supiera quién es su enemigo? ¿O que todos fueran tu enemigo? No sé, suena complicado, pero seguro que sería la guerra más entretenida de la historia. Aunque supongo que sería también el punto final de la historia. Un pequeño problema técnico. Pero, a lo que vamos, a lo más que llego es a imaginar una guerra en la que frente a ti estén tus amigos, y a tu lado tus contrarios. A imaginar que te escupen los que piensan como tú, por apoyar a la gente a la que matarías, como ellos, pero a los que tienes que apoyar por motivos coyunturales (léase hipoteca, hijos, falta de unos cojones bien puestos... esas cosas). También sería entretenido. Quizá menos agradable, pero entretenido. Después de todo, los problemas éticos tienen algo de sudokus… Aunque, bien mirado… Imagino que los problemas técnicos son más fáciles de resolver. En cualquier caso, una cosa ha quedado clara: no tengo demasiada imaginación. ¿Por qué? Pues vaya usted a saber. ¿Quién podría adivinar cómo reparten los dioses sus dones entre los pobres mortales, qué criterios siguen, que méritos exigen? Nadie lo sabe. Es un misterio.



Sin embargo, hay cosas que puedo imaginar perfectamente. En general, son cosas que ya han pasado, detalle que ayuda, pero que aún así exigen su cuota de imaginación. Por ejemplo, puedo imaginar que todo lo que conoces desaparece de un día para otro. Un fulano viene y te explica que en realidad aquello que echas de menos nunca existió, te cuenta no sé qué películas de la evolución social, mejora personal y psicología aplicada de todo a cien, y te dice, educadamente, eso sí, que son cinco mil euracos, cama aparte, y que la factura va a tu nombre. Cuando tú preguntas, quizá no tan educadamente, a santo de qué te están enchufando semejante estocada, imagino que el tipo se encoge de hombros, te dice que la vida es sueño y los sueños, como es obvio, sueños son, y se marcha tranquilamente, que tiene todavía muchos deshaucios pendientes y no puede quedarse a charlar. ¿Que quién es ese señor tan majo? Pues no se sabe muy bien. Unos dicen que la diosa Crisis. Otros, que el Mercado. ¿Y quién es el Mercado? ¿Y tú me lo preguntas? Mercado eres tú.



También podría imaginar qué se siente cuando las únicas salidas que te ofrecen son sentirte sucio o volverte loco. Cuando es todo o nada. O estás con el sistema o contra el sistema. O tiras un cóctel molotov, o te bebes el dulce veneno, a 100 euros el chupito, de la esclavitud perpetua y hereditaria (como debe ser cualquier buena esclavitud que se precie). Viva la hipoteca. Abajo el capital. A la sanidad goma-2. Nosotras parimos, nosotras decidimos ligarnos el cordón umbilical con los cordones de los zapatos (ah, no, espera, que hace años que ya no tenemos zapatos) después de cortarlo a mordiscos porque no tenemos pasta para ir a una clínica que te mueres, o sea, ¿sabes?, y, la verdad, las leproserías públicas nos dan mucho asco, no lo podemos evitar (será un reflejo pequeñoburgués que nos ha quedado, o algo). Como mola la cocacola, muchachos. Americanos, os recibimos con alegría.



Fíjate incluso lo que podría llegar a imaginar: que antes pasará por el ojo de una aguja un teólogo de la panzerdivision que ha tomado el Vaticano dese hace siglos que un cura de barrio por el consejo de administración del Banco de Santander, o similar. Y, claro, vistas así las cosas, supongo que los maniacos nos predicarán en las calles que si toleramos esto, los próximos serán nuestros hijos. Y quizá tengan razón. Porque cuando llamaron a la puerta de los judíos no hicimos nada. Cuando llamaron a la puerta de los homosexuales tampoco. Cuando los judíos llamaron a la puerta de los palestinos tampoco hicimos nada, y cuando los homosexuales llamen a la nuestra, imagino que nadie hará nada por nosotros. Ni puta falta, probablemente. No lo necesitaremos, porque para entonces ya será un problema de nuestros hijos, que tampoco harán nada cuando alguien que no sea el lechero siga llamando a la puerta de alguien de madrugada. Imagino que es nuestro sino. El único destino posible para los últimos de nuestra estirpe. El olvido. El polvo. La nada. El irte lenta y desidiosamente, sintiéndote como una auténtica y absoluta mierda. Después de mil siglos de estupidez y avaricia, imagino que no cabría esperar otra cosa.



Puedo imaginar también que el éxito es a veces áspero, y que la razón viene en ocasiones cargada de amargura. Imagino que muchos hubiéramos cambiado sin pensarlo tener razón por ser felices. Imagino que todos preferiríamos ser tontos fracasados, equivocados y tranquilos como Budas gordos y sonrientes. Pero supongo que no puede ser, así que siempre nos quedará la bebida. Libiamo, que las penas con pan son menos penas, y con vino ni te cuento. Y miremos el futuro con optimismo: el próximo verano vamos a lucir un tipazo de la muerte mortal gracias a la dieta estilo Treblinka que tan gentilmente nos han recetado nuestros amigos, los mercados. Niños, no intentéis hacer esto en casa. Como mucho, en la del vecino.


Y forniquemos, también, ya puestos. Que será de lo poco que nos quede, si no lo único. Un triste remedo de tarifa plana de felicidad, pero menos es nada. Porque con pan y vino, y algún polvo de vez en cuando, se ha de andar la senda que nunca se volverá a pisar. Caminante, no hay camino, sino una inflación de su puta madre (y su puto padre, que no se ofenda nadie), y muchas ganas de matar a alguien, preferente aunque no inexcusablemente culpable de algo, lo que sea. Pero imagino que seguiremos dándole cancha a Eros, y dejaremos a su hermano Thanatos durante otra temporada en el banquillo, al fondo de nuestra alma pecadora. Porque lo de matar, según las últimas noticias, sigue estando penado por la ley, pero follar (todavía) no. Así que a sublimar instintos. Con lo cansado que es eso (sublimar, digo, no follar; que también).



Imagino que eso es todo: sexo, vino y rockanroll (según la cantidad de vino, puedes cambiar el rock por cualquier otro tipo de música, jotas aparte). Todo lo que necesitas para fabricar algo lo suficientemente parecido al amor. Algo a lo que agarrarte mientras esperas que te llegue el turno. Porque siempre llega. Y cuando lo haga, cuando llegue mi momento, imagino que me iré como lo que soy: un tipo sin imaginación. Miraré a la muerte a los ojos y le diré que se vaya a la mierda y no moleste. O que vaya pasando primero por los barrios de clase alta, y luego ya si eso. Y después me tiraré al suelo y lloraré como una niña. ¿Me hará caso? Quién sabe. Quién quiere saberlo.



Mejor brindemos. Brindemos, pues, por el amor verdadero. Proceda de donde proceda. Para que en nuestra vejez podamos decir, orgullosos, demenciados e incontinentes: a mí una vez también me adoraron.



Que sería algo muy bonito, no me digan que no. Si llegáramos a la vejez, claro. Que nunca se sabe y la vida es muy suya, pero que de momento parece ser que todo apunta en la dirección de que hay ligeros indicios de que va a ser que hostias en vinagre, y que antes de llegar a viejos nos vamos a comer unos a otros. Imagino que con una buena campaña de márketing, igual hasta lo disfrutamos. Porque, en el fondo, somos como niños. O como monos con pistolas.


Pero… ¿qué pasará? ¿Cuando? ¿Mañana, o pasado, o al otro? ¿Morir, dormir, tal vez soñar?



Nadie lo sabe.



Es un misterio.