viernes, 12 de julio de 2013

EL LARGO, CÁLIDO Y ASQUEROSO VERANO

El verano nunca ha sido mi época favorita. Antes, porque era cuando todos se dedicaban a lucir un tipazo que yo no tenía. Después, porque me tocaba estudiar todo lo que no había estudiado en invierno. Ahora,  por lo que técnicamente se llamaría una nube causal, pero que para no liarnos mucho llamaremos un montón de cosas. El trabajo al aire libre, bajo unos relajantes 35º,  el teléfono convertido en un objeto decorativo, porque llames a quien llames nadie contesta. El problema de qué hacemos con los niños, que tienen 87 días (los míos los cuentan uno a uno) de vacaciones. Ver a un montón de gente de vacaciones, con pantalones cortos, camiseta de tirillas y sombrero de paja, calzándose una caña mientras tú sudas y buscas consuelo imaginando una futura  cirrosis fulminante para el puto veraneante. En fin, cosas.

Pero el verano también tenía sus cosas buenas: el calor hace que las señoras se aligeren de ropa, lo que en algunos casos no está mal y contribuye a ver la vida con alegría. Los jefes también se van de vacaciones y el ambiente se relaja un poco, y el problema de los niños, en mi caso, se convierte en una solución. O se convertía. Todos estos años, como mi mujer trabaja una vez cada cinco días, con la llegada de los calores se cogía a los niños, alérgicos como ella a cualquier temperatura por encima de los 22º, y se piraban a pasar un veraneo tranquilo a la montaña babiana, en el norte de León. Veraneo estilo monarquía años 30, cuando los reyes no sabrían dirigir un país, pero veraneaban a la fresca en San Sebastián o Santander, comiendo como Dios manda. No como ahora, que la monarquía ni siquiera sabe veranear. El caso es que su ausencia me permitía pasar la semana en León, con toda la casa para mí, de lunes a viernes. Ya saben que yo nunca haría el golfo, pero me gustaba tener la posibilidad. Y, en cualquier caso, disfrutaba de la tranquilidad de estar a mi aire, lo que no es poco después de un día de acaloramientos varios. Luego me acercaba al pueblo el fin de semana, refrescaba el ánimo, y vuelta al tajo: la dura vida de Rodríguez. Hacia la mitad del verano, es decir, sobre la segunda quincena de Julio, o sea, ahora, mi señora y yo cogíamos vacaciones. Nos íbamos por ahí, a pasar unos días en la playa, olvidándonos de todo lo que era nuestra vida durante el resto del año. Veíamos a los enanos disfrutar, andábamos a medio vestir, con bañadores y bikinis todo el día, en una especie de retorno al estado del buen salvaje que nunca debimos abandonar, nos dábamos ciertos caprichos, y, sobre todo, alucinábamos con las caras de satisfacción de los enanos. Para ellos todo era una aventura. Tal vez se trata de eso, al fin y al cabo. De procurarle a los pequeños algo que recordar cuando sean mayores y tengan sus propios agobios.

Pues no, miren. Este año no toca. Mi señora ha elegido, o le ha tocado, todo el mes de Julio como periodo vacacional. Y a servidor le ha tocado un marrón laboral que no lo salta un torero, y que, para explicarlo en pocas palabras, supone que voy a pringar trabajando a ritmo estajanovista todo el mes de Julio, parte del de Agosto, y, con suerte, tendré un ligero atisbo de libertad allá cuando el verano agonize, circa septiembre. Lo cual se traduce en que nuestras vacaciones se han convertido en fines de semana que bien pasamos en el pueblo, lo que no me conviene demasiado, o bien convertimos en planes de última hora de irnos a algún lugar playero, para pasar un par de días en plan domingueros, de prisa y corriendo, y vuelta al curro (yo) y al pueblo (ellos). Es un cambio considerable respecto a otros años. Y a mí, no sé si lo he dicho antes, los cambios no me gustan ni un pelo.

Así que este año toca permanecer en las trincheras, harto de todo, ignorar las vacaciones, tratar de controlar el odio africano que el resto del mundo me inspira y mirar hacia delante. Respirar. Seguir respirando. Eso es todo. 

Este es el plan para el verano. Y, con estas perspectivas, no tengo ni putas ganas de volver a escribir. Por lo menos aquí. Asi que pueden considerar esto una despedida. Ya no hay más boreout. Ya no hay más Cazurro. Ya no habrá más historietas militares, ni pseudocientíficas, ni de ningún otro tipo. C'est fini. Finito. The end. 

Ha sido un placer. Pero todo tiene un límite, y el límite ha llegado. 

Adios. 

PS: Ruego al Chico de la Consuelo, Lo que leo, o como coño se haga llamar ahora, que deje de atosigar a mi señora para que ella me atosigue para que vuelva a escribir. No voy a hacerlo. Esto se acabó. Si quiere atosigarla para fines menos honestos, eso es cosa suya (de los dos) y yo ahí no me voy a meter. Pero a mí que me deje en paz, por favor. Uno escribe cuando quiere, donde quiere, y lo que puede. No hay presiones que valgan. Un saludo, maño.