miércoles, 30 de junio de 2010

SUDÁFRICA 2010 (IV): LOS VIAJEROS DEL TIEMPO

En los últimos años la selección española de fútbol está decidida, además de romper la tradición perdedora que tantas generaciones trabajaron arduamente por instaurar, a crear algunas irregularidades en el continuo espacio-tiempo. A fabricar paradojas temporales que dejan al personal (por lo menos a mí) descolocado.

Todo empezó ayer hace justo dos años, en una final de la Eurocopa, disputada entre España y Alemania. Un equipo voluntarioso salió al campo dispuesto a comerse la hierba, presionó con insistencia durante un cuarto de hora y después se disolvió ante el mayor empaque del contrario. Al final, el partido se resolvió cuando, en un balón disputado, un delantero alto y rubio apartó a un defensa bajito y rápido con el mismo esfuerzo que le hubiera costado aplastar a una mosca de un manotazo, se llevó el esférico y clavó un golito que a la postre valió el campeonato. Esto valdría como crónica de todos los España-Alemania de la historia, con victoria germana, por supuesto. Sólo que en esta ocasión, el equipo voluntarioso que se disolvió era Alemania, el defensa bajito era alemán, el delantero alto y rubio era de Fuenlabrada y España ganó el partido, para asombro de propios y extraños.

Pues ayer, en el duelo que decidía la supremacía futbolística de la península ibérica, en un dramático enfrentamiento entre las que posiblemente sean las dos razas con mayor tendencia al fracaso deportivo, volvió a pasar. Un viaje en el tiempo en toda regla. Una sensación de disociación como para pensar que volviste a confundir las pastillas para la tos con los tripis. Porque lo de ayer fue como retroceder 15 años para revivir tiempos que uno creía (felizmente) olvidados para siempre.

Sitúense. Mediada la década de los 90, España conmocionó el mundo del fútbol con una estrategia innovadora diseñada por un tipo de Baracaldo, de nombre Javier y apellidado Clemente Lázaro. La estrategia en cuestión constituía en alinear a la mayor cantidad posible de centrales, colocarlos en el campo donde le salía del cimbel y pasarse noventa minutos dándole patadas a todo lo que se movía (a veces incluso al balón). Así, con un esquema que incluía 5 defensas, respaldados por un centro del campo de contención, con Alkorta como organizador y con el letal Julio Salinas como media punta creativo, España sumó a lo largo de la década los fracasos que la tradición demandaba: cayó en cuartos en el Mundial 94, en cuartos en la Euro 96 y, en un crescendo glorioso, en la fase de grupos en el Mundial 98 (donde es justo reconocer que la fortuna no acompañó: encuadrados en el grupo de la muerte, con Nigeria, Paraguay y Bulgaria, no tuvimos opción). Esta época tuvo probablemente su punto culminante en un partido en Dublín contra la República de Irlanda, donde contra todo pronóstico España ganó a un equipo que llevaba tropecientos años sin perder en casa, donde contra toda lógica Julio Salinas se marcó un hat-trick y donde la Roja puso de relieve que tirar pelotazos durante 90 minutos puede ser una táctica efectiva (si hay una alineación de planetas extraña de por medio).

Mientras tanto, en aquellos años Portugal comenzaba a fabricar una generación de talentos que arrasaba en categorías inferiores, y que cuando llegó a la edad adulta le dio al país del fado la sensación de que iban a seguir ganando. Sensación, como se vio después, totalmente equivocada. Pero al menos nuestros vecinos, los gallegos del sur, mantenían también una etiqueta, una identidad, un estilo de juego: balón al pie, juego de toque, alineaciones con gente de calidad (Figo, Rui Costa, Couto, etc) y campeonatos en los que jugaba como nunca y perdía como siempre. Es decir, que en la península siempre han convivido dos maneras de llegar, victoria pírrica tras victoria pírrica, a la derrota final: en plan artista o en plan picapedrero.

Ayer en Ciudad del Cabo comparecieron de nuevo estos dos estilos. Sólo que esta vez España, empeñada como digo en viajar en el tiempo, se transmutó en la Portugal de hace años, y Portugal, empeñada en llevarse la contraria a sí misma, ejerció de portero de discoteca. La Roja empezó fuerte, con ganas de comerse el mundo, pero ese no era el plan, así que Del Bosque tiró de filosofía zen y obligó a sus chicos a tomárselo con calma. A dormir el partido, y de paso a los espectadores. Ritmo lento. Pases planos, fáciles, previsibles, sin mordiente. Dejar pasar los minutos. Es astuto, Del Bosque: sabe que ningún contrario es inmune al soporífero tiqui-taca de 33 rpm, y que tarde o temprano acaban por relajarse. De hecho, tanto se relajaron los portugueses que sobre el minuto 15 de la segunda parte, cuando el seleccionador Español destrozó las ilusiones de las quinceañeras del mundo entero sustituyendo al niño de la pesi por un delantero de verdad, los lusos ni se dieron cuenta de que empezábamos a jugar con 11. Entonces España activó la velocidad de crucero durante 5 minutos, pasó a 45 rpm (tampoco es cuestión de alardes innecesarios, ya saben: el plan es el plan) y metió un gol, para inmediatamente después volver a aburrir a todo el mundo. Yo creo que incluso los sudafricanos, que van a los estadios para hacer bulto, y que sólo necesitan una vuvuzela para ser felices dando por el culo a los tímpanos ajenos, empezaron a añorar las emociones fuertes de los años del apatheid, con sus antidisturbios, sus persecuciones, sus ejecuciones sumarias… cualquier cosa antes que el tostón que perpetró España.

Pero el caso es que el plan de Del Bosque está saliendo a las mil maravillas. Aún quedan cosas por mejorar, claro. Por ejemplo, lo de celebrar el gol con tanto entusiasmo, porque de seguir así cualquier día los contrarios se enterarán de que van por detrás en el marcador y lo mismo intentan empatar. Ayer no fue el caso, porque los portugueses son de naturaleza melancólica y soñadora, y entre eso y el juego español ni se enteraron de que iban perdiendo, y siguieron a lo suyo. A defender el 1-0, buscando los penaltis (hubo algún portugués que incluso se sorprendió cuando el árbitro pitó el final y vio a los españoles levantar los brazos, como preguntándose ¿por qué se alegran tanto estos tipos, si aún queda la prórroga?). Pero, como les digo, más vale no tentar la suerte. Mucho mejor una celebración discreta, que pase inadvertida al contrario y que permita seguir intentando comprobar cuantos toques resiste el Jabulani antes de reventar de puro desgaste.

También hay margen de mejora en la portería. Además, es fácil: se trata de evitar que Casillas se duerma al igual que los contrarios. No sé, no parece tan complicado: que alguien le dé conversación, que Sara Carbonero le vaya diciendo lo que piensa hacerle después del partido,…. algo. Si está distraído, vale, que se distraiga, pero, por Dios, al menos que esté despierto, porque cada vez que el balón anda cerca vamos de susto en susto.

Otro punto a mejorar, aunque ya no depende tanto del conjunto español como del azar, es esperar que acabe la plaga de mala suerte que asola a la Roja. Ayer no sólo Capdevila no se lesionó, sino que Xabi Alonso se recuperó a tiempo de sus molestias y pudo jugar el partido. Pese a todo, España está demostrando una gran capacidad para sobreponerse a la adversidad, así que es lícito suponer que cuando el viento sople a favor se alcancen por fin grandes metas.

Por lo demás, a destacar la táctica portuguesa: 4 centrales en defensa, 3 centrales en el centro del campo y un central de delantero centro. Impresionante. Los únicos que desentonaban eran Simao (que tampoco desentonó tanto, porque ni se le vio en toda la noche) y Cristiano Ronaldo, alineado supongo que como concesión a su status de icono gay (tengan en cuenta que el lunes fue el Día del Orgullo Gay, y a Queiroz le daba cosa defraudar a todos los fans de la estrellita dejándolo en el banquillo). Me imagino que Javier Clemente se pasaría el partido llorando de emoción al comprobar que su mensaje no se ha perdido para siempre, que otros continúan el camino que el inició.

Para finalizar, unos breves apuntes: el niño de la pesi está a punto, a punto… ha fallado tanto que se está volviendo peligrosísimo. A partir de ahora, la presión para los defensas rivales será enorme: ¿quién puede afrontar el riesgo de pasar a la historia como la defensa a la que Torres le metió un gol? No les extrañe que los paraguayos ni se presenten al partido, para evitar el posible ridículo.

Porque ahora nos espera Paraguay, a la que deberemos adormecer el sábado para poder derrotarla y colarnos en semifinales (¿para qué? Paraguay; lo siento, no he podido resistirme al chiste fácil; seguimos). Más de lo mismo: 11 tíos metidos en su área a esperar los penaltis o que Casillas o alguno de sus defensas se metan un gol en propia puerta (que también puede pasar). Y aunque todo el mundo se queja de que a España le toquen adversarios que se cierran atrás, y de que así no hay manera, yo discrepo: visto el estado de la defensa, con Ramos en rebeldía (se pasa el partido ejerciendo de extremo), Puyol y Capdevila un poco más lentos de lo que deberían, Piqué pidiendo transfusiones de sangre después de cada partido (aunque lleva ya dos encuentros sin que le partan la cara; parece que el chaval se está reformando) y Casillas echando sus siestas, cuanto menos nos ataquen, mejor.

En cualquier caso, si quieren un consejo, no se pierdan el partido del sábado, porque en el plan en el que está España, a saber a qué equipo de qué época decide parecerse en cuartos de final ante los paraguayos. Los viajes en el tiempo es lo que tienen: que son apasionantes.

Y si quieren otro consejo, preparen también café. Por si España decide parecerse a sí misma, ya saben.

martes, 29 de junio de 2010

RODRÍGUEZ

Como cada año, para mí el comienzo oficial del verano no tiene nada que ver con lo que diga el calendario. Al menos el calendario normal. Más bien depende del calendario laboral de mi santa, que tiene la misma intolerancia al calor que yo al frío. Como los niños han salido a ella y el calor les produce sarpullidos (literalmente), cada mes de Junio esperan ansiosos el momento en el que son liberados de las obligaciones escolares y laborales para escapar al norte, al refugio de las montañas, huyendo de la sofoquina que suele padecer la city. Es entonces cuando el verano comienza de verdad. Lamentablemente, mis vacaciones no dan para escaparme todo el verano, así que me veo abandonado a mi suerte en la inhóspita ciudad. Ejerciendo de Rodríguez.

Una figura ésta que no ha sido lo suficientemente valorada. Esa abnegación de los sufridos hombres, que permanecemos al pie del cañón, trabajando mientras medio país está ya de vacaciones, soportando estoicamente la ausencia de los seres queridos, abandonados sin miramientos, ahogados en un marasmo de noches sofocantes y solitarias, no sólo no es reconocida como se merece sino que además suele venir revestida de ciertas connotaciones peyorativas que yo, la verdad, no acierto a comprender. Como si sólo estuviéramos pensando en juergas, cada vez que nos vemos liberados temporalmente de la rutina conyugal y/o parental. Nada más lejos de la realidad.

Porque, mirándolo bien, quedarse de Rodríguez no es un chollo. Más bien al contrario: te ves de golpe y porrazo sin nada que hacer cuando llegas a casa después del trabajo, y te sobreviene una especie de angustia existencial muy desagradable. Pasar de repente de tener la jornada milimétricamente organizada (trabajo, baño de los niños, cena, fregar cacharrros, recoger la cocina, película/libro, cumplir con la parienta, dormir, trabajo, etc) a llegar a casa sobre las 8 p.m. y no tener nada previsto para las siguientes 4 horas produce un vahído que no todos están preparados para soportar. Por no hablar del vacío afectivo que provoca el llegar a una casa triste y solitaria, sin niños que se abalancen encima de ti nada más traspasar la puerta, sin una mujer que te espere anhelante para contarte cómo le ha ido el día, evitando que tengas que conformarte con ver tranquilamente el partido que están dando por televisión, sin ese calorcillo ajeno en la cama, tan entrañable, tan indicado en las noches de Julio…. Qué lejos están las mujeres de sospechar lo duro que es ser Rodríguez.

Por si este aislamiento emocional no fuera suficiente, encima tienes que soportar las miradas maliciosas de la gente. En cuanto saben que te has quedado solo, todo el mundo da por sentado que vas a dedicar tu (escaso) tiempo libre y tus (escasas) energías a golfear. Y como para el 99,9% de la población la igualdad Rodríguez = Golfo es una verdad indiscutible, el hecho de que intentes desmentirlo, ya sea de palabra, obra u omisión, no hará sino aumentar el número de habladurías en el vecindario, y posiblemente su intensidad. Si llevas una conducta intachable, sin salir de casa, pensarás que dedicas la intimidad del domicilio a alguna actividad ilícita o insalubre (colgar fotos de menores, sintetizar éxtasis, ver Intereconomía, etc). Si sales vestido con pantalón corto a correr un rato, pensarán que no sólo tienes un lío, sino que es con una vecina y que te disfrazas para despistar. No te digo nada si sales de cena con los amigos y vuelves de madrugada: no faltará quién jure que has dejado en la escalera un aroma delator a perfume de mujer. En resumen, hagas lo que hagas, estás jodido.

Y lo peor es que si, como es mi caso, no haces nada de esto, se te va creando una frustración que te reconcome por dentro. Porque es inevitable acabar pensando que, total, si todo el mundo (posiblemente tu mujer incluida) está convencido de que estás haciendo del mes de Julio un homenaje al Marqués de Sade, casi sería razonable hacerlo de verdad. Ya conocen el viejo adagio: “La mujer del César no sólo debe ser honesta, sino también parecerlo”. Pues esto es más o menos igual, pero al revés: ya que pareces un golfo, al menos golfea, que algo queda.

El problema es que ser un golfo me da una pereza tremenda. En serio. Si yo ya era un soso insoportable cuando estaba soltero, imagínense lo que 5 años de matrimonio, más otros 2 de convivencia en pecado han podido hacer en cuanto al apaciguamiento de mis costumbres. Lo que me pide el cuerpo es salir a correr un rato, o tirarme en el sofá y leer un poco, o ver un partido en la tele, ahora que hay mundial (qué satisfacción, el fútbol en verano; lo malo es que sólo pasa una vez cada dos años) mientras ceno un bocadillo de mortadela. Pero esto no se lo creen ni mis amigos, ni los compañeros de curro, y mucho me temo que tampoco mi mujer.

Y, bien pensado, no sé si prefiero esto o me gustaría la opción contraria. Es decir, si las alternativas son que tus compañeros crean que eres un crápula que andas enredado en algo tan gordo que ni siquiera te atreves a confesárselo a ellos (negándoles el más sagrado privilegio de la solidaridad masculina: contar los detalles de los escarceos con la especie contraria) o que crean que eres un ser a medio camino entre el hombre y la acelga que no encuentra nada mejor que hacer las noches de verano que quedarse en casa viendo la tele, leyendo o haciendo abdominales, en cualquier caso tu imagen saldrá malparada, pero en el primer caso, al menos, te quedará el consuelo de que ver que todo el mundo te mira con admiración y, por qué no decirlo, con cierta envidia; en el segundo, inspirarás algo parecido a la ... ¿lástima?

Así que ya ven. Me queda por delante todo el largo y cálido mes de Julio para sufrir en silencio la triste soledad de los Rodríguez, y para soportar pacientemente los pensamientos malintencionados de aquellos que están al corriente de mi situación.

No me digan que no les doy un poco de pena.

lunes, 28 de junio de 2010

SUDÁFRICA 2010 (III): ALIANZA DE CIVILIZACIONES

El viernes 25 de Junio de 2010 pasará a la historia como el día en el que, al fin, España ha jugado al fútbol como si la cabeza les sirviera para algo más que: a)despejar balones b)lucir peinados espantosos c)recibir codazos alevosos que el árbitro nunca ve. Es decir, que por primera vez en toda la Historia y parte de la Mitología se ha visto a 11 tíos nacidos en España ¡¡¡¡pensando!!!! Todos a la vez. Y todos más o menos lo mismo. Para aplaudir. Para emocionarse hasta el llanto, oigan. Hay luz al final del túnel. Todavía hay esperanza.

Porque España, ateniéndose al plan diseñado por ese fino estratega que es Del Bosque, tenía que ganar, pero sin abusar. Tenía una posición difícil, en la que lo mismo podía ser primera de grupo que segunda que quedar fuera. Pero tampoco era cosa de asustar demasiado al resto del mundo, así que, refrenando los naturales ímpetus hispanos, los muchachos de la Roja jugaron, por una vez, a la italiana: es decir, no jugaron, se limitaron a aprovechar un par de regalos de los contrarios (que jugaban con camiseta roja y pantalón azul, y ya sabemos todos lo que eso supone) y después pasaron a demostrarle a todos los espectadores las inmensas posibilidades del tiqui-taca como alternativa al valium.

Tengo que confesarlo: fue uno de los días más felices de mi vida. Por fin supe lo que se siente siendo italiano. Pases intrascendentes, especulación, suerte, aburrimiento,... Si hasta vestíamos como la azzurra, ¿qué más podíamos pedir?

De todas formas, el objetivo se ha cumplido: España está clasificada para octavos. Y el segundo objetivo también: nos hemos deshecho de la incómoda etiqueta de favoritos. Ya se sabe que a la Roja el favoritismo le sienta fatal, así que no es moco de pavo haber podido perder, en tan sólo tres partidos, el respeto que se había acumulado en los dos años anteriores. Mucho mejor ir de víctimas, porque el papel de conquistador victorioso y arrogante no nos pega nada.

Así que ahora ya estamos donde queríamos. Empieza el mundial. Será contra Portugal, mañana. Y me imagino los sudores de los lusos, tratando de imaginar qué se van a encontrar enfrente. Porque antes la estrategia de cualquier rival para hacer frente a la Roja estaba clara: dejar pasar el tiempo hasta que los españoles cedieran a sus naturales impulsos autodestructivos y la cagaran, poniéndoles el triunfo en bandeja. Tampoco hay que ser un superdotado para explotar eso. Así hemos encumbrado a potencias como Bélgica, Corea del Sur, Nigeria, Austria, Irlanda del Norte… Pero ahora no. Ahora la selección tiene un plan y tiene suerte. Porque ya se ha cubierto la cuota de desgracias en la primera fase, con lo que accedemos a los cruces con la balanza de pagos de la fortuna a nuestro favor.

En primer lugar, el tradicional tiro en el pie que España se pega en todos los grandes campeonatos ya ha sucedido. Fue en el primer partido, contra Suiza, y no tuvo mayores consecuencias. Bien por nosotros.

Por otra parte, los árbitros ya nos han escamoteado los penaltis correspondientes a todo el campeonato, por lo que es de esperar que, en adelante, nos piten los que se comentan. Incluso, y esto lo digo a título personal, tampoco me importaría que nos concedieran alguno que no fuera, o algún gol fantasma, o en fuera de juego. Es decir, que nos tratasen igual que a Alemania o Argentina. De hecho, esta sería la confirmación definitiva de que España cuenta en los pronósticos. Me río de las casas de apuestas: la verdadera noción del ranking que ocupas en la FIFA viene dada por la amabilidad de los arbitrajes. Si contra Portugal nos regalan algo, sabremos que por fin los afanes de la implacable diplomacia deportiva española han dado sus frutos.

Villa y Torres siguen con su perfecta compenetración, apartando los egoísmos en beneficio del equipo y repartiéndose los papeles sin ningún asomo de divismo. Villa mete las ocasiones y Torres,… bueno, se dedica a correr por el campo en espera de su momento. De meter un golito que aumente su ya de por sí hipertrofiada aureola de delantero de raza. Perfecto. No tiene sentido despilfarrar toda la artillería al mismo tiempo, en batallas menores. Mucho mejor hacerlo con orden: ahora tú, después yo. Además, el niño de la pesi ya se aproxima al número correcto de ocasiones desaprovechadas para ser peligroso (como todo el mundo sabe, necesita 25 ocasiones para hacer un gol: falla las 24 primeras y luego enchufa un gol decisivo, o intrascendente pero espectacular; esperemos que sea lo primero).

La mala suerte ya ha aparecido, en forma de rebotes. Los dos goles que ha encajado la selección han venido en jugadas más o menos estrambóticas (Suiza) o tiros desviados (Chile). Bien. Cuanto más infortunio suframos, y partiendo de la base de que todos los equipos tienen su cupo de mala suerte asignado de antemano, menos nos queda por sufrir. Además, la mala suerte también ha empezado a compensarse, y ya han empezado a surgir signos esperanzadores, en forma de lesiones. Como Xabi Alonso es seria duda para enfrentarse a Cristiano Ronaldo y su club de fans, cualquier repuesto supondrá, sin lugar a dudas, una importante mejora en las prestaciones del equipo. Si a última hora se lesiona también Capdevila, será el signo definitivo de que la Diosa Fortuna nos está sonriendo. Sólo nos quedará, pues, devolverle la sonrisa.

Otro dato esperanzador: Italia se ha quedado fuera en la primera fase. Creo que es la primera vez que esto sucede. Al menos la primera que yo recuerde. Y esto, aparte de la íntima satisfacción que produce ver a los gigolós transalpinos pegarse un barrigazo (pasa tan pocas veces que hay que disfrutarlo), significa que el equilibrio del karma necesita que otra selección recoja el testigo de los azzurri como favorito del azar y los árbitros. Y es que, mientras España estaba en plena crisis de identidad, en plena metamorfosis, en su particular viaje hacia el centro, decidiendo si renunciaba definitivamente a su inmaculado historial de guerreros orgullosos y descerebrados en favor de una nueva imagen más cool, de futbolistas elegantes y blanditos, el resto de equipos ha aprovechado para usurpar los papeles que tradicionalmente venía ocupando la selección española. Así, vemos que el papel de equipo con ínfulas que se vuelve para casa a las primeras de cambio habiendo hecho un ridículo más que notable y con un ambiente de guerra civil ya está cogido (Francia); el papel de equipo que apela a la tradición futbolística del país para llegar lejos también (Italia); el papel de equipo potente, con una fase de clasificación inmaculada, que se encuentra en el primer cruce a una de las mimadas de la FIFA y es tangada por el árbitro ha sido ocupado recientemente (Inglaterra). Casi se puede decir que no nos queda otra opción que ser el equipo fuera de forma que no juega una mierda, es favorecido por los arbitrajes y tiene la suerte precisa para que sus mejores jugadores hagan sus mejores jugadas en el mejor momento posible (papel este desempeñado por Argentina en 2 ocasiones, Alemania en 3 e Italia en 4, siempre con el triunfo en la copa del mundo como premio).

Como ven, hay razones para el optimismo. La cita es mañana a las 20:30. Está en juego el pase a cuartos de final, con el bonus track de mandar para casa a Cristiano Ronaldo.

Claro que también puede pasar que el destino, en el último momento, decida dejarse de experimentos y haga lo de siempre. O que los instintos de los jugadores españoles se impongan a la fría táctica (reprimir la españolidad es una tarea taaaan difícil…) y al final la caguen como de costumbre. La incertidumbre es algo consustancial al fútbol, pese a que algunos iconoclastas quieran abolirla ahora con peticiones de ayudas técnicas y justicia, y cualquier cosa puede suceder.

Lo que nadie nos podrá quitar ya nunca es lo que hemos conseguido: ese impagable estrechamiento de lazos con Suiza, Honduras y Chile. A los primeros les regalamos 3 puntos, los segundos todavía están dando gracias al cielo por no haberle arrebatado a El Salvador (precisamente un país con el que los hondureños, pese a los buenos deseos de D. Federico Trillo, no se llevan demasiado bien) el dudoso honor de haber encajado la mayor goleada de la historia en la fase final de un Mundial, y los chilenos están disfrutando de una clasificación que no se esperaban y pensando que los españoles somos lo más. Todo gracias a la nueva política imperante en la selección. Ahora ganamos enamorando. Sin molestar a nadie.

Ya se sabe: lo que el mundo necesita es amor.

viernes, 25 de junio de 2010

RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS

La vida nos plantea constantemente problemas, y nuestro talento para solucionarlos es lo que define, en gran medida, quiénes somos, quiénes podemos llegar a ser y, sobre todo, cuanto podemos llegar a ganar (si no es usted un tipo materialista y sus sueños no se cuantifican en metálico, donde dice "cuanto podemos llegar a ganar" ponga "lo tranquilos que podemos llegar a vivir"). Los problemas que se nos presenten pueden ser de todo tipo: personales, profesionales, éticos, técnicos, … Aunque los más graves suelen presentarse a domicilio, la mayoría de los problemas aparecen en el trabajo, por una simple cuestión de probabilidad: es donde pasamos más horas y donde menos idea tenemos de lo que estamos haciendo. Sin embargo, todos ellos tienen un denominador común: exigen pensar para encontrar la mejor solución (o la menos mala, que también puede valer). Y pensar, todos lo sabemos, es algo que depende demasiado de la inspiración, del momento, del estado de ánimo. No merece la pena jugarse el futuro a una carta tan azarosa.

En mi opinión, a la hora de afrontar un problema es mucho más práctico ceñirse a unas reglas fijas, inmutables e independientes de cualquier elemento subjetivo. Unos pocos pasos a seguir que podrán servirnos para resolver cualquier situación que se nos presente, por complicada que sea. Unos pocos pasos que podrían ser, por ejemplo, los siguientes:

1-Si la cosa funciona, no se moleste. Problema resuelto.

2-Si la cosa no funciona, pregúntese si lo sabe alguien más.

3-Si no es así, problema resuelto.

4-Si lo sabe alguien más, intente arreglarlo.

5-Si, efectivamente, consigue arreglarlo, problema resuelto.

6-Si no consigue arreglarlo, pregúntese si se le puede echar la culpa a otro.

7- Si le puede echar la culpa a otro, problema resuelto.

8-Si no le puede echar la culpa a otro, tiene un problema.

9-Huya.

De todos modos, cabe destacar que estos pasos sólo son útiles para aquellos individuos capaces de enfrentarse con espíritu de sacrificio a la resolución de problemas. Es decir, a aquellos que están dispuestos a intentar arreglar algo. Porque para los que prefieren la creatividad del escaqueo (el 90% de la población) a la solución fácil del trabajo, la secuencia sería un poco distinta. Verbigracia:

1-Si la cosa funciona, no se moleste. Problema resuelto.

2-Si la cosa no funciona, pregúntese si lo sabe alguien más.

3-Si no es así, problema resuelto.

4-Si lo sabe alguien más, pregúntese quién lo sabe.

5-Si lo sabe alguien que no puede joderle, problema resuelto.

6-Si lo sabe alguien que le puede joder, pregúntese si usted lo puede joder a él todavía más.

7-Si usted lo puede joder a él más de lo que él le puede joder a usted, problema resuelto.

8-Si él le puede joder a usted más de lo que usted le puede joder a él, tiene un problema.

9-Huya.

En cualquiera de los dos supuestos, seamos currantes responsables o jetas infames, vemos que existe la posibilidad de que nos la carguemos, porque, hagamos lo que hagamos, siempre se pueden dar las circunstancias necesarias y suficientes para que nos comamos un marrón de proporciones considerables. Ya, de acuerdo: lo ideal sería no cagarla, pero seamos realistas. La infalibilidad humana queda fuera de nuestro alcance, así que lo mejor que podemos hacer es identificar las circunstancias sobre las que podemos tener algún control, para poder evitarlas. Dentro de esta categoría de circunstancias evitables, y de acuerdo con los algoritmos anteriores, vemos que las que más fácilmente pueden causar nuestra ruina son las siguientes:

1-Que lo sepa alguien.

2-Que lo sepa alguien que nos pueda joder.

3-Que no podamos echarle la culpa a otro.

Ahora bien, este análisis no sería merecedor de tal nombre si se limitara a estudiar las circunstancias que nos pueden complicar la vida y no ofreciera soluciones alternativas para estas situaciones. Veamos.

1-Ante todo, discreción. Manéjese con un hermético secretismo acerca de lo que hace (o no hace). Con esto conseguirá, por una parte, que nadie se entere de sus cagadas, y por otra que todo el mundo piense que se está encargando de algo tan sumamente importante que no puede comentarlo con nadie. La discreción suma puntos, no lo dude.

2-Controlar quién se entera de qué puede ser más complicado. Sin embargo, siempre es una buena política llevar un registro, a ser posible bien documentado, de las cagadas ajenas. Nada de airear los errores del prójimo en el mismo instante que se cometen: guárdeselos. Quizá algún día puedan serle útiles. Sin remordimientos: si chantaje le parece una palabra demasiado fuerte, llámelo simbiosis, que suena técnico y mucho más neutro.

3-El talento de un líder es saber elegir a sus colaboradores. A destacar dos aspectos: cantidad y calidad. La cantidad es importante: rodéese de un nutrido grupo de asistentes, e implíquelos en todos los proyectos posibles. Multiplicar el número de colaboradores multiplica las opciones exculpatorias para usted. Además, al aumentar el grupo de trabajo, en realidad les está haciendo un favor: piense que una cagada monstruosa (suya) puede convertirse en muchas cagaditas pequeñas y perfectamente asumibles (de ellos). En cuanto a la calidad, que no sean demasiado tontos (porque en ese caso no sólo no ayudarán sino que usted tendrá que ir arreglando lo que ellos estropean) ni demasiado listos (porque eso dificultará el convertirlos en chivos expiatorios y aumentará las posibilidades de un golpe de estado). Como suele decirse, la virtud se encuentra en el siempre confortable término medio. Evite las opciones extremistas.

¿Ven cómo no es tan difícil triunfar en la vida? Es cuestión de simplificar y huir de algunas perniciosas costumbres como pensar o tener escrúpulos.

Es que nos empeñamos en hacerlo todo más complicado de lo que es, y así nos va.

jueves, 24 de junio de 2010

FIESTA

Hoy no toca currar, así que estoy en casa. No toca currar porque son fiestas en León, y todos tenemos que sacrificarnos en estos tiempos de crisis para aliviar la maltrecha economía de feriantes, hosteleros y otras gentes que con tanta ilusión dedican su vida entera a facilitar el jolgorio ajeno.

Aunque, la verdad, yo preferiría trabajar. Estas fiestas intersemanales le cortan a uno el ritmo, y llega el momento en el que no sabe si es lunes, o viernes, o fin de semana. El cuerpo tiene sus rutinas, y no es demasiado sano cambiárselas de golpe y porrazo. Pero, en fin, los jefes se han empeñado y no queda más remedio que quedarse en casita, añorando la oficina. Donde hay patrón…

Como he despertado a la misma hora de siempre, aprovecho ahora para diseñar la agenda de este día atípico. Dentro de un momento despertarán las fieras, así que tocará prepararles el desayuno y vigilarlos un poco mientras se lo zampan, no sea que se sientan poseídos por el espíritu festivo de la ciudad (los niños tienen un instinto especial para estas cosas, y huelen la juerga a kilómetros) y les dé por organizar un campeonato de lanzamiento de galletas o una guerra de chocokrispies. Después tocará la intendencia casera (camas, aspiradora, colada, esas cosas) y…. después se abre el vacío. Me falta costumbre de estar en casa un jueves, y no sé qué hacer. ¿Saben eso que dicen por ahí acerca de que el día de San Juan es el más largo del año? Pues si uno vive en León es todavía más largo. O por lo menos a mí me lo parece.

Dando por hecho que después de comer tocará siesta (el martes fue noche de padre soltero, y habrá que recuperar horas de sueño), seguida de la merienda de las fieras y la obligada visita al recinto ferial para que los enanos obtengan su dosis de adrenalina subiendo en algunas atracciones, me sobran un par de horas por la mañana que no tengo claro a qué dedicar. Así que supongo que saldré a correr, porque si mi mujer me nota dubitativo y me ve ocioso en casa, sólo Dios sabe qué ingratas tareas podría encargarme.

Sí, creo que me iré a correr un rato. Y, ya que hoy es fiesta, espero que el modo aleatorio del MP3 tenga un detalle y salga esta canción, que es la que me pide el cuerpo, pero tengo mis dudas: aunque yo estoy enamorado de él, creo que el maldito aparato no me corresponde.

Ya les contaré.

Actualización a las 22:55- Al final no salió la canción que yo quería, pero no me quejo: escuché ésta, que también hacía tiempo que no coincidía, y que me parece genial para correr. No estuvo mal.

miércoles, 23 de junio de 2010

PELÍCULAS QUE ME GUSTAN

Al hilo de una conversación el otro día acerca de frases de películas que se me han quedado enganchadas en la memoria a lo largo de los años, me ha dado por pensar, o más bien por recordar, algunas de las películas que más me gustan. En algunos casos, tengo claro que es porque me gusta la historia, cómo está contada, los actores, la música,… todo. En otros casos es una simple escena la que justifica que la película ocupe un lugar destacado en mis recuerdos. Algunas veces le guardo cariño a una película sólo por la banda sonora, o porque aparecen actores que me gustan. O, en menor medida, porque me recuerdan alguna situación (cuándo la vi por primera vez, con quién, dónde) que es, o fue, especial para mí.

Y aunque desconfío de mi capacidad para hacer una lista, y de mis criterios para colocar películas en ella, no puedo resistirme a la tentación (en general, no puedo resistirme a ninguna tentación) de hacer una pequeña relación de aquellas que me gustan. De aquellas que he visto muchas veces y que siguen haciéndome sentir igual que la primera. O mejor: la sorpresa se ha perdido, pero ha sido sustituida por el goce anticipado de saber lo que te espera agazapado tras el próximo fotograma.

Así que allá van, cada una con los motivos pertinentes que las han elevado a las alturas de mi Olimpo particular.

-Cinema Paradiso- La nostalgia en estado puro. Un niño, un anciano, un pueblo sin demasiados motivos para la alegría, y un cine. Con eso, Tornatore pudo fabricar una de las películas más bonitas que yo haya podido ver. Y que levante la mano el que no haya sentido crujir algo en el pecho al ver la escena final, con todos los besos robados que Alfredo había ido guardando cuidadosamente para su querido Toto, convertido ya en el respetable Salvatore. La he visto mil veces, y las mil he llorado. Me encanta.

-Cyrano de Bergerac- Rappenau se atrevió en 1990 a realizar una nueva versión de este clásico. Una puesta en escena soberbia, con diálogos rimados y unas actuaciones que consiguen que apenas lo percibas. La historia de un hombre que consagró su desmesurado talento a engañarse a sí mismo durante toda la vida. Una escena final, con Cyrano agonizante entre los árboles, imposible de superar. Depardieu, genial. La he visto mil veces, y las mil he acabado con unos irrefrenables deseos de parecerme, al menos un poquito, a mi idolatrado Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac. Aunque, eso sí, yo nunca le prestaría mis palabras de amor a otro hombre: la tierra para el que se la trabaja.

-Sin Perdón- Lo más. Un tipo malo, reconvertido en bueno, al que la vida se empeña en llevar de nuevo por el mal camino. Asesinos entrañables, putas expeditivas, pistoleros miopes, buenos antipáticos… Ambigua donde las haya, con un Eastwood que sigue siendo el tipo más duro del mundo a sus tropecientos años, deja una sensación amarga. Triste. No siempre es fácil ser buena persona, y no siempre es mejor poner la otra mejilla. De mayor quiero ser como William Munny.

-La princesa prometida- Debo ser de los pocos que leyó la novela antes de ver la película. Es decir, que iba con las precauciones lógicas, y con expectativas muy difíciles (eso pensaba) de satisfacer. Pero, para mi sorpresa, la película me encantó. Ver esta película es volver a ser niño durante 2 horas. Espadachines, amor verdadero, venganza, traición, milagros, final feliz…. Todo lo que se necesita para olvidarse del mundo durante un buen rato. De mayor también quiero ser como Íñigo (un imbatible espadachín borrachuzo), o como Fezzik (un tierno fortachón), o como Vizzini (un inconcebible genio del mal), o como Max el Milagroso (descreído, solitario y refunfuñón). Pero me conformaría con ser como Wesley y quedarme con la chica.

-Leyendas de pasión- Cada vez que la veo me siento identificado con uno de los integrantes de la familia Ludlow: a veces me cae mejor el padre, el viejo coronel; otras, prefiero a Samuel, el cándido e idealista benjamín; algunas, me quedo con Alfred, el pragmático hombre de negocios que al final no es capaz de desoir la llamada de la sangre; pero, casi siempre (cómo no) me atrae más que nada la figura del indómito Tristan Ludlow, condenado para siempre a que la vida no sea suficiente, a luchar contra sus propios demonios interiores, a buscar hasta el final “una buena muerte”. Amor, dolor, guerra, honor, una banda sonora que me conmueve….Además, sale Julia Ormond, que en mi clasificación particular comparte con Debra Winger y Elisabeth Shue (cada una en sus respectivos mejores años) el título honorífico de “La más guapa de las normales” (o la más normal de las guapas; sobre esto todavía no me he puesto de acuerdo conmigo mismo).

-La huella- Posiblemente la película con el reparto más corto de la historia del cine. Michael Caine y Laurence Olivier enfrentados durante 90 minutos en un duelo de ingenio y crueldad que debería hacer que se le cayera la cara de vergüenza a todos los directores que se gastan montones de pasta en absurdos efectos especiales para no contar nada (y no miro a nadie; ni siquiera a James Cameron). No sobra ni una palabra, no falta ni un matiz. Si la perfección (cinematográfica) existe, debe ser algo muy parecido a esto.

-Ser o no ser- La primera vez la vi porque me arrastró al cine (un ciclo de cine clásico) un amigo. Lo de arrastrar es literal. Y es que, entiéndanme, yo tenía mis reticencias: una película antigua, en blanco y negro y de un director europeo. Uf. Pero al final fui a verla (no me quedó más remedio) y nunca se lo agradeceré lo bastante a Isi. Una comedia divertida, brillante, sorprendente. Un ejercicio de genialidad para dar una vuelta de tuerca a situaciones que parecían agotadas, exprimiéndolas para sacar hasta la última gota de humor. Buenísima.

-Matar a un ruiseñor- Ya no quedan hombres como Atticus Finch. Impresionante. Sí, lo han adivinado: de mayor quiero ser como Gregory Peck. (Esta también se la debo a Isi: gracias de nuevo).

-La noche del cazador- Qué decir del reverendo Harry Powell, personificado como nadie más hubiera podido hacerlo por Robert Mitchum. Desasosegante. Una experiencia distinta. Ya no se hacen películas así. En realidad, nunca se han hecho películas así.

-De aquí a la eternidad- Todos los hombres deberíamos verla al menos una vez, para poder aprender cómo abrazar a una mujer viendo a Burt Lancaster revolcándose con Deborah Kerr en la playa. Aparte de eso, hay un hombre que lucha por ser fiel a sus principios aunque eso le suponga complicarse la vida, otro que lucha por ser fiel a su corazón aunque eso le suponga ponerle los cuernos a su superior, y un Sinatra genial en el papel de amigo-del-prota-que-se-mete-en-líos. La escena de la playa y la del toque de queda, antológicas.

-Hoosiers- Una buena muestra de épica deportiva. Ya saben, David vence a Goliath, con todo en contra. Previsible, porque al final ganan los buenos. Pero está ambientada en el baloncesto, sale Gene Hackman y además está basada en hechos reales (sí, pasó de verdad; sí, a veces David vence a Goliath). Una debilidad.

-El golpe- Sólo ver a Paul Newman y Robert Redford (cuando todavía no daba grima verlo) merecería la pena. Pero si a eso le sumamos un guión brillante que va incrementando la tensión, unos actores perfectos y un final sorprendente, el resultado es una película memorable. Después de la primera vez se pierde el efecto sorpresa, pero se descubren nuevos matices, y en cada nuevo visionado los diálogos parecen más perfectos. Imposible de mejorar.

Buf, me canso de escribir, y estoy viendo que todavía se me quedan algunas en el tintero. Pero, bueno, tal vez otro día me anime y siga hasta completar el Top 20. Y quizá incluso ponga alguna mínimamente moderna, porque creo que la más reciente de las que he puesto es de 1994, que ya ha llovido…

A lo mejor tiene razón mi mujer, y tenemos que ir más al cine.

martes, 22 de junio de 2010

SUDÁFRICA 2010 (II): EL IMPERIO CONTRAATACA

España vive horas plácidas, relajándose, disfrutando del merecido reposo del guerrero tras la épica batalla contra las huestes hondureñas, en la que se ha ganado el derecho a seguir siendo el foco de atención al menos hasta el viernes. Una victoria ante Honduras que nos llena de satisfacción, y de paso venga la afrenta del mundial 82, cuando tuvieron la desfachatez de empatarnos, saltándose el protocolo (jugábamos en casa, coño, que estos tipos no respetan nada).

Vamos por partes. A pesar de la placidez de la que hablaba antes, yo empiezo a estar mosqueado. Porque me parece estar viendo signos cada vez más inequívocos de que la selección tiene un plan. Y eso puede ser bueno o malo según como se mire. Puede ser bueno porque es mejor tener una idea preconcebida antes de que empiecen los tiros, claro. Y puede ser malo porque eso sería renunciar a las más arraigadas costumbres del país, a los más hondos signos de hispanidad, a nuestro hecho diferencial, a nuestra unidad de destino en lo universal. A lo que nos hace españoles, en suma: la improvisación.

Decía hace unos años ese gran filósofo con aficiones deportivas que es Jorge Alberto Valdano, después de uno de los habituales revolcones sufridos por la selección española, que si España deseaba hacer algo de importancia en una gran competición tenía que empezar por definir si quería ser el toro o el torero. Más o menos, lo que había venido a decir Ortega o alguno de esos filósofos menos mediáticos que el argentino, con aquella frase tan lapidaria como ajustada a la realidad: “En España, de cada 10 cabezas 9 embisten y 1 piensa”. Vamos, que hace falta organización: o vamos de artistas o vamos de bestias pardas. Las dos cosas a la vez, no.

Pues parece que, en un ejercicio de temeridad sin precedentes, los chicos de la Roja han decidido hacerle caso a Valdano. Y eso, que así, a primera vista, parece una invitación al desastre, de momento está saliendo bien. España parece que se ha decidido por ser torero. Por intentar torear, por llegar hasta el final defendiéndose con el capote, la muleta y el estoque, y no tirar los trastos al primer derrote y ponerse a matar al toro a cabezazos, aunque, reconozcámoslo, esos arrebatos a mitad de camino entre la heroicidad y la insensatez proporcionaban algún buen rato (intercalado entre innumerables disgustos).

Y este cambio de actitud se nota. Por primera vez en mucho tiempo, una derrota en un Mundial no ha provocado la anunciada bronca mediática. El equipo ha cerrado filas, ha hecho gala de una sensatez hasta ahora desconocida por estas latitudes y ha seguido a lo suyo. Ha jugado igual que contra Suiza, pero con un poco más de brío. Quizá la diferencia fundamental haya sido que frente a los suizos la cosa se tomó con más calma (para mí demasiada) y contra los hondureños se salió con una actitud sensiblemente más contundente. Se les metió en el área en dos arreones, y ya no salieron de allí. Se le metieron dos golitos y se les crearon unas 2500 ocasiones claras de gol, pero tampoco era cosa de abusar. Y, además, como decía al principio, España tiene un plan, y había que ceñirse a él.

Porque la selección ha decidido que lo que mejor le va es que los contrarios no afronten los partidos contra España convencidos de enfrentarse a una máquina implacable, esperándonos con el cuchillo entre los dientes. Y eso, claro, pasa por no asustar al personal metiéndoles una docena a los hondureños. El libro de ruta de la Roja establece ir piano, piano. Ganando, pero sin exhibiciones innecesarias. Aprovechando los partidos de la fase previa para ir creciendo, cogiendo el punto justo y engrasando el mecanismo, pero sin alharacas. Que, además, siempre es mejor hacer ver que vas de humilde, por si te pegas la hostia.

En resumen, que no pinta tan mal la cosa. Estoy razonablemente seguro de que el próximo viernes España ganará a Chile y pasará a octavos, que es la ronda en la que, como cualquier selección normal sabe (léase Italia, Alemania, Argentina, Brasil, etc) comienza de verdad el Mundial. Todavía no está claro si en el cruce nos esperará Brasil o Portugal, pero, sinceramente, me da igual. España puede ganarle a cualquiera de las dos.

Eso sí, con Xavi en el campo. Y si puede ser también con Iniesta, mejor. Pero al menos con uno de los dos. Porque ellos son los que marcan el pulso del equipo, los que le ponen el sello, los que definen su identidad. Con ellos, España juega como sabe. Sin ellos, son un equipo mucho más vulnerable, porque tiene problemas para encontrar el ritmo que más le conviene, y tiende a correr demasiado. Cuando de verdad España hace daño es cuando hace correr el balón, y al rival, sin hacer demasiado gasto. Sin esa pausa, se entra en un intercambio de golpes en los que tenemos mucho más que perder y mucho menos que ganar.

Por lo demás, quedan cosas por mejorar, pero son detalles menores, temas sin importancia. Por ejemplo, que Navas haga algún centro hacia sus compañeros, porque la táctica de aburrir a los defensas obligándolos a despejar del orden de 8000 veces por partido se está demostrando poco eficaz. Quizá la fórmula contraria diera mejor resultado, aunque el andaluz parece un tipo poco dado a las innovaciones y los experimentos. De la puntería de Torres ya ni hablo, porque eso no me parece mejorable: el chaval es así, y hay que quererlo como es. Si querías algún delantero que enchufara las ocasiones, haber llevado a otro, caramba. Pero, con todo, hasta me parece una buena noticia la racha que lleva el niño de la pesi: teniendo en cuenta que mete una de cada 25 claras que tiene, y habiendo fallado ya entre 10 y 15, está cerca el día en el que meterá un gol. Y como tiene la suerte de meter menos goles que Villa pero mucho más sonoros, ¿será quizá ante Brasil, en octavos? Imagínense: si ya es un icono mundial, tumbar al gigante carioca le reportaría, como mínimo, contratos publicitarios para los próximos 4 años, y el resto del mundo podría seguir aprendiendo el dialecto fuenlabreño hasta convertirlo en la lingua franca del siglo XXI.

Por último, una cosa más que juega a favor de España: la selección va sin presión, porque el ridículo más espantoso del Mundial ya está adjudicado, por unanimidad, a la selección francesa, que ha pasado en tiempo record de ser un equipo exquisito a una pandilla de raperos suburbiales y prejubilados que dan la impresión de no hablarse ni con el entrenador ni entre sí (aunque visto lo que se dicen cuando hablan, quizá la incomunicación no sea tan mala opción). En su descargo cabe decir que no hacen sino seguir el camino marcado hace 4 años por su líder espiritual, Zinedine Zidane, cuando decidió demostrarle al mundo que el francés es un pueblo de carácter. Y ya conocen el chauvinismo galo: si hay que ser macarra, los franceses somos más macarras que nadie. Comme il faut.

En fin, que, como les digo, todo pinta bien. Sin entusiasmo desmedido, pero bien. Todo está en su sitio, sin perturbaciones extrañas en la Fuerza, así que no les quepa duda: seremos de nuevo un imperio.

Porque España tiene un plan.


PS: No he podido resistirme a poner esta foto, pero no me dirán que no les recuerda un poco a Del Bosque. Yo es que hasta me lo imagino en el vestuario: "Tocar la pelota debéis, pequeños jedis. El tiqui-taca poderoso es en vosotros".

lunes, 21 de junio de 2010

CONTRA EL VIENTO

Llevo ya cerca de 2 años corriendo con bastante regularidad. En invierno, menos, claro, porque odio el frío, los días son más cortos y, en general, me apetece menos, pero, aún así, me las apaño para correr, como mínimo, uno o dos días a la semana. En verano, cuando mi mujer y los críos se marchan al pueblo huyendo de los rigores estivales, corro a diario. Y, la verdad, yo mismo me sorprendo, porque hace tan solo unos años esto de correr sin un buen motivo (un perro rabioso detrás, una señora estupenda delante, un balón por cualquier parte) me parecía una chorrada, y no era capaz de sacarle el gusto. Pero ya ven, nunca se puede decir de esta agua no beberé.

Ahora me encanta. En parte me viene muy bien para hacer un poco de ejercicio, porque cuadrar las agendas con los amigos para organizar un partido de algo es cada vez más difícil, y en cambio salir a correr requiere mucha menos organización: con convencerse a uno mismo es suficiente. Y en parte me viene bien para tener un rato para mí solo, sin niños, sin trabajo, sin nadie. Sólo las zapatillas, el MP3 y yo.

Lo malo es que estas cosas enganchan. Me refiero a lo de correr, no a lo de abandonar temporalmente trabajo, mujer e hijos (que también). No sé muy bien por qué, supongo que por las endorfinas que se generan, esas drogas duras que fabrica nuestro cuerpo en determinadas ocasiones y que te hacen sentir bien. Y, claro, como con cualquier otro tipo de droga, se va creando tolerancia, el cuerpo se acostumbra y tienes que ir aumentando la dosis para conseguir el mismo efecto. La consecuencia es que cada vez tienes que correr más: más rápido, más tiempo, por cuestas más empinadas.

Y esto está teniendo curiosos efectos colaterales. En los últimos tiempos he adelgazado bastante. Esto, unido a mi resistencia innata a deshacerme de la ropa que ya no me pongo, hace que en mi armario haya pantalones de varias tallas. Como normalmente me visto a oscuras y medio dormido, no siempre soy capaz de elegir la talla correcta, por lo que, algunos días, voy con unos pantalones demasiado grandes, luchando constantemente para que no se me caigan y sintiéndome ridículo con unas pintas de rapero que tiran para atrás.

Claro que para pintas raras las que llevo cuando corro. Porque este año mi mujer, después de verme corriendo durante una buena temporada y sabedora de mi poca tolerancia a las temperaturas bajas, me regaló un pantalón de esos elásticos, de fibra térmica, muy calentitos, y camisetas del mismo estilo, así que aquí me tienen, a mis años ¡¡poniéndome mallas!!. Y encima en colores cantosos y con reflectantes, para que se me vea bien. Me temo que es un síntoma grave: si ya no te queda respeto por tí mismo, ni vanidad, es que te has hecho muy mayor.

Aunque ahora que parece que por fin ya va haciendo calor, he guardado la ropa de invierno en el armario, y el remedio es casi peor que la enfermedad, porque cuando hace calor voy hecho un adefesio: un pantalón viejo, una camiseta con publicidad de algo, las zapatillas que se caen a pedazos, y cada cosa de un color. Total, un cromo. Pero no se crean, que esto también tiene su lado bueno, porque cuando te cruzas con gente que sale a correr luciendo la última colección de Nike, hechos un pincel, sientes tanta vergüenza de tus pintas que aceleras como un cabrón para perderlos de vista cuanto antes. Así que mi inexistente sentido estético es un aliciente estupendo para rebajar los tiempos. Cada uno se lo monta como puede.

Lo que me gusta de verdad de salir a correr es la música. Qué gran invento el MP3, oigan, le pese a la SGAE y a quien le pese. En un aparatito minúsculo puedes almacenar las canciones que más te gustan y escucharlas a toda pastilla mientras corres, sin preocuparte de nada más. Me regalaron uno nuevo por mi cumpleaños, y tener que sentarme con él ante el ordenador a meter canciones me sirvió de excusa para bucear un poco y recordar algunas canciones que no escuchaba desde hace años, pero que son ideales para correr. Así que me he hecho con un pequeño museo de canciones que son recuerdos y que consiguen que salir a correr no sea una tortura, sino un placer.

Ayer, sin ir más lejos, saltó esta canción mientras corría. Hacía tiempo que no la escuchaba (el modo aleatorio es lo que tiene), y fue una grata sorpresa. Siempre me ha gustado, en cualquier situación, pero, por algún motivo, hay días en los que me toca la fibra más que de costumbre. Ayer fue uno de esos días: calor, la ciudad entera para mí, el viento en la cara, y Bob Seger cantando “parece que fue ayer, pero ha pasado mucho tiempo… aún sigo corriendo contra el viento”.

Así me pasé un buen rato. Corriendo contra el viento. Recordando.

A veces es muy fácil ser feliz.

viernes, 18 de junio de 2010

EXCUSAS

Situación: Tajada monumental.
Lo que decimos: Algo me sentó mal.
Lo que en realidad estamos diciendo: Me bebí hasta el agua de los floreros.

Situación: Tajada monumental (y II)
Lo que decimos: Me dieron garrafón.
Lo que en realidad estamos diciendo: Me bebí hasta el agua de los floreros.

Situación: Llegas tarde a currar.
Lo que decimos: Había un atasco terrible.
Lo que en realidad estamos diciendo: Me he quedado dormido porque ayer salí de fiesta.

Situación: Gatillazo.
Lo que decimos: No me había pasado nunca.
Lo que en realidad estamos diciendo: Mierda! Para una vez que ligo…

Situación: Gatillazo con la parienta.
Lo que decimos: No me había pasado nunca.
Lo que en realidad estamos diciendo: Mierda! Para una vez que no le duele la cabeza…

Situación: Suspenso.
Lo que decimos: El profesor me tiene manía.
Lo que en realidad estamos diciendo: No he pegado ni chapa, así que lo normal era un 0. He sacado un 1,25, así que el día que me ponga...


Situación: En el curro tu proyecto resulta una cagada monumental.
Lo que decimos: La coyuntura no ha sido favorable.
Lo que en realidad estamos diciendo: Pues para hacer las cosas sin tener ni puta idea tampoco ha salido tan mal.


Situación: Tu jefe te presenta a su mujer.
Lo que decimos: El jefe es un tipo afortunado.
Lo que en realidad estamos diciendo: El jefe tiene suerte por estar podrido de dinero, porque si no, ¿de qué iba a estar con este pibón?


Situación: Rayón en el coche.
Lo que decimos: Ni idea. Le habrán dado cuando estaba aparcado.
Lo que en realidad estamos diciendo: Las columnas del garaje me odian.


Situación: Tu barriga crece.
Lo que decimos: Me ha cambiado el metabolismo.
Lo que en realidad estamos diciendo: Sigo la dieta del cucurucho, pero al revés.


Situación: Vas al gimnasio.
Lo que decimos: Me gusta estar en forma.
Lo que en realidad estamos diciendo: ¿Has visto qué culo tienen las del spinning?

Situación: Niño maleducado.
Lo que decimos: Es hiperactivo.
Lo que en realidad estamos diciendo: Debería pegarle una torta, pero me da pereza. Que lo hagan en la escuela.


Situación: Tú la dejas.
Lo que decimos: No eres tú, soy yo.
Lo que en realidad estamos diciendo: No sé cómo he podido soportarte hasta hoy. Que te pires.


Situación: Ella te deja.
Lo que decimos: Me basta con ser tu amigo. Lo que quiero es que seas feliz.
Lo que en realidad estamos diciendo: Serás puta!! Ojalá te atropelle un camión.


Situación: Te piden que bajes la basura.
Lo que decimos: Ahora la bajo.
Lo que en realidad estamos diciendo: Tengo más cachaza y peor olfato que tú. Sabes que acabarás bajándola tú. No sé ni para qué te molestas en pedírmelo.


Situación: Te piden que tiendas la ropa.
Lo que decimos: Estoy ocupado.
Lo que en realidad estamos diciendo: Tengo una cerveza en una mano y el mando en la otra. ¿Con qué quieres que tienda la ropa? ¿Con la p…?

Situación: Tu mujer te pregunta qué te parece su amiga.
Lo que decimos: ¿Quién? Ni me he fijado.
Lo que en realidad estamos diciendo: Sabes que está mucho más buena que tú. ¿Para qué me preguntas?





jueves, 17 de junio de 2010

SUDÁFRICA 2010 (I): LA PRIMERA EN LOS MORROS

A estas alturas nadie debería dudar ya de que España es un país de tradiciones. Y la Selección (la Roja, como dicen ahora; yo siempre había creído que la roja era la Pasionaria, pero, en fin), como fiel representante de los anhelos y esperanzas de todos los españoles…. de casi todos los españoles…. de muchos españoles… bueno, de algunos españoles, no puede sino ser consecuente con su propia naturaleza. Si la tradición es joder los pronósticos, pues por ellos que no quede.

Ya lo hicieron hace 2 años, en Austria, cuando la prensa deportiva, en un acto sin precedentes conocidos, no nos daba como favoritos. El equipo ganó la Eurocopa, creo que para sorpresa incluso de ellos mismos. Pero no fue el afán de victoria, el ansia de la gloria deportiva lo que los impulsó: fueron las ganas de dar por el culo a todo el mundo. Porque, recuerden la situación, el equipo llegó a la fase final de la Eurocopa después de una clasificación entre mediocre y mala, jugando una repesca. La selección llevaba dos años (desde la eliminación ante Francia en el mundial del 2006) aguantando críticas (algunas justificadas, todas feroces). La afición pedía el cese del entrenador, y la prensa deportiva, sobre todo la madrileña, pedía su cabeza. Literalmente. Así las cosas, con el clima en torno a la selección, digamos, cálido, ni siquiera los más forofos tenían los huevos suficientes para decir lo de siempre. Es decir, que este año sí.

Y, claro, eso fue demasiada tentación. Una ocasión pintiparada para llevarle la contraria a todo el mundo. Así que la selección jugó bien, tuvo la puntita de suerte necesaria, y ganó el campeonato. Lo que tuvo algunos curiosos efectos colaterales: los jugadores cuya inclusión en el equipo habían pedido hasta la nausea algunos medios y buena parte de la afición cayeron de repente en el limbo del olvido; el seleccionador pasó de villano a héroe sin estaciones intermedias; los periodistas se la envainaron, con la desfachatez que caracteriza a su gremio, y de crucificar al seleccionador pasaron a comerle la polla sin el menor disimulo (Luis siempre ha sido un genio, si lo sabré yo que soy su más mejor amigo desde juvenil); y, en general, el ambiente alrededor de la selección experimentó un cambio espectacular: antes todo estaba mal y ahora no es que todo estuviera bien, es que no se podía hacer mejor. Ninguna decisión se cuestionaba. Todo era perfecto, de lo bueno lo mejor, de lo mejor lo superior. Y si encuentra algo mejor, cómprelo.

Total, que los futbolistas llegan a Sudáfrica con callos en la espalda después de dos años de palmaditas ininterrumpidas (para mí que tanto elogio tiene que acabar por descentrar, quieras que no; más que nada, por falta de costumbre). Y llegan a Sudáfrica para que a las primeras de cambio un equipillo de los Alpes, hecho así como de retales, con un relojero de aquí, un chocolatero de allá, un banquero del otro lado, los ponga mirando a Triana. Como decía ese gran filósofo que es (algún día se le reconocerá) Luis Aragonés, lo malo no es perder: lo malo es que se te queda cara de tonto.

Porque la cosa no ha sentado bien. Lógico. Ninguna derrota cae demasiado bien, pero perder después de meses de sesión intensiva de favoritismo hace que la sensación sea extraña, como poco. Las primeras declaraciones del día después apuntan a que todavía hay posibilidades, pero se dicen con la boca pequeña. Pueden apostar a que faltan milímetros para que empiecen a volar los dardos envenenados.

De hecho, sería más exacto decir que el primer dardo ya ha sido lanzado. El ex seleccionador acaba de rajar, así como sin querer, diciendo que el hubiera hecho esto, y lo otro, y que esto está mal gestionado, desde hace tiempo (léase desde que él se fue). Es decir, que ahí está Don Luis Aragonés, grande de España, aportando su granito de arena para comenzar la bronca (la verdad, olé sus cojones: ya que sabemos que la bronca se va a formar tarde o temprano, alguien tiene que dar el primer paso, que si no estas cosas las vas dejando, las vas dejando… ) Desde luego, si el propósito era calentar los ánimos, va camino de tener éxito, porque algunos tertulianos ya lo han tachado de ventajista, inoportuno, revanchista y traidor a la patria. Qué quieren que les diga: en mi opinión, Aragonés tiene todo el derecho del mundo a decir lo que le salga del cimbel; a él le sacudieron hasta en el cielo de la boca, le llamaron de todo menos bonito, llegaron a la crítica personal. Pero lo aguantó y acabó ganando una Eurocopa: sólo faltaría que no pudiera decir lo que piense, o lo que no piense, por no molestar a nadie. Durante su etapa no se tuvieron tantos remilgos. Otra cosa es que no haya sido elegante, pero, oigan, estamos hablando del mundo del fútbol, seamos realistas. Si quieren elegancia, nos ponemos a hablar de moda y comentamos la colección primavera-verano del Corte Inglés, pero, la verdad, no me apetece mucho.

De todas formas, como siempre hay que buscarle el lado positivo al asunto, me voy a tomar las declaraciones de Luis como un último favor del ex seleccionador a los que fueron sus discípulos hasta hace poco. Porque a España no le va bien el clima la euforia, sino la desesperación. Si estuviéramos hablando de ligar, la mentalidad española no es bajar la luz, poner música de Coltrane y jugar a hacer dibujitos con la lengua en la espalda de la contraria. Nuestro estilo es más bien de cogerla en un rincón oscuro, aplastarla contra la pared e ir al grano, así, un poco a lo bruto. El típico aquí te pillo, aquí te mato, sin sutilezas. Pero, entiéndanme bien, esto no tiene nada que ver con la estética, ni con la táctica de juego, ni con la manera de plantear los partidos, sino con la actitud con la que los jugadores saltan al campo. En medio de tantos parabienes, a lo mejor nos hemos olvidado de que lo más necesario para ganar es desear ganar. Desearlo más que el rival, por lo menos. A veces, ser mejor no basta. Así que tal vez ahora se abra la veda y después de dos años en los que parecía que todo, absolutamente todo, se había hecho perfecto, alguien se atreva a cuestionar algo. Lo que sea, pero algo. Tal vez así nos creamos de una puta vez que hemos venido a competir, y no sólo a coger la copa que el amigo Blatter tenía reservada para nosotros. Y, a la hora de competir, qué mejor motivación para un jugador español que poder dejar en mal lugar a un periodista que le haya criticado.

Porque, y vamos ya con el partido de ayer, España no jugó mal, ni mucho menos. Los suizos ganaron porque tuvieron una potra que no les cabe en el país. Pero esas cosas pasan. Lo único que se puede echar en cara a la selección es que estuvieron…¿cómo decirlo?... blanditos. Que jugaron un poco lento, que no salieron a comerse a los suizos como si fueran los célebres bollos homónimos. Porque eso marca la diferencia. Ayer tardaron más de media hora en meter a los helvéticos en su área. Eso tienes que conseguirlo en 5 minutos, porque de lo contrario, el partido se te complicará. Como se complicó ayer. El toque es una alternativa tan válida como cualquier otra (sobre todo cuando tienes jugadores que lo único que saben hacer es tocar), pero no hay que perder de vista el detalle de que los partidos los gana el que mete más goles, no el que más veces toca la pelota. El toque, la posesión, no son un fin en sí mismos, sino un medio para buscar el gol. Y, ayer, eso faltó. La impresión era que los suizos iban a quedarse contemplando, arrobados, lo bien que la tocamos, y que al final, si no marcábamos gol nosotros, lo harían ellos en propia puerta, como agradecimiento por el grandioso espectáculo brindado por nuestros centrocampistas. En fin, que me parece que eso cabe apuntarlo en el debe de los jugadores.

Y luego está un tema aparte, que es el banquillo. Desde que Del Bosque se hizo cargo de la selección ha venido dando la impresión de que no está tan convencido como su antecesor (o no es tan capaz de gestionarlo) del estilo de los jugones. Ha ido dando una de cal y una de arena. Para empezar, amarra mucho en el centro, con dos centrocampistas menos creativos. Y siempre ha dado la impresión de mantener el esquema que heredó por no sentirse con autoridad moral para cambiarlo, pero no por estar convencido de que sea el mejor. De hecho, ha aprovechado la menor oportunidad para intentar jugar con extremos, con gente más abierta, para darle un estilo más vertical al juego. Todo muy respetable, desde luego. Un poco más indefinido que hace dos años, pero respetable. Porque, al final, los campeonatos cortos (recuerden que en el Mundial se juegan, como máximo, 7 partidos) dependen mucho más del estado de inspiración de los jugadores que del sistema de juego. En la pasada Eurocopa los pequeñitos del centro del campo español estuvieron inspirados, los delanteros tenían la puntería afinada, la defensa estuvo resolutiva y el portero paró lo que tuvo que parar. Independientemente del sistema de juego. Evidentemente, hay estilos que dependen menos de la inspiración, como el fútbol siderometalúrgico de Alemania o el catenaccio italiano. Pero nosotros no somos tan fuertes como los alemanes ni tan listos como los italianos. Tenemos los jugadores que tenemos, y estamos acostumbrados a jugar de una determinada manera. Y dentro de esa manera se admiten variaciones (con o sin extremos, 1 o 2 delanteros, 4 o 5 centrocampistas,…) pero ninguna llegará a buen puerto si los protagonistas no están inspirados. Ahora bien, creo que es más fácil estar inspirado si crees en lo que estás haciendo. Si estás plenamente convencido de cuales son tus armas y vas a morir con ellas. Esa es la tarea del entrenador: ser consciente de que es entrenador de España, y que no le queda otra que apostar decididamente por un estilo de juego, sin que nadie (y sus jugadores menos que nadie) pueda percibir la menor sombra de duda. Si quería juego largo, balones al área y más contacto, que se hubiera hecho seleccionador alemán. O inglés.

Por lo demás, quizá no haya venido mal el resultado. Primero, porque un rejonazo a tiempo siempre es un estímulo, y más con lo sensibles al ridículo que somos por estas latitudes. Y segundo, porque el gol de Suiza ya cubre gran parte del cupo de mala suerte que todos los equipos tienen en el Mundial. Mucho mejor que la mala suerte venga en la fase previa que, como ha sido tradición hasta ahora, en el cruce de cuartos. Hemos empezado mal, de acuerdo. Y quizá no pasemos la fase de grupos. Pues bueno. Tampoco sería la primera vez. Pero, la verdad, no me importaría pasar a octavos por los pelos y de casualidad, y encontrarme a los brasileños. Porque, no sé por qué (será un pálpito), me parece que este año la gran hostia, para variar, se la iban a llevar ellos.

Como comentarios al margen, y una vez vistos ya todos los equipos, cabe destacar que está siendo un mundial vistoso, con errores arbitrales, con cantadas impresentables de los porteros, goles de carambola, mucho ruido en las gradas (nota mental: averiguar el nombre del inventor de las vuvuzelas y contratar un par de sicarios para que le metan no menos de una docena de las mismas por el ojete)…. Es decir, fútbol en estado puro.


PS: Se me olvidaba mencionar (imperdonable por mi parte) lo que hasta ahora es, indiscutiblemente, lo mejor del mundial: Sara Carbonero. Fíjense cómo será que verla 10 segundos compensa escuchar al bobochorra de J.J. Santos durante 90 minutos…

EL FANTASMA

Como ya he dicho en otras ocasiones, algunos días hay clientes que comen con nosotros en la empresa cuando vienen de visita. Los hay majetes, y convierten la comida en un rato agradable, pero, por lo general, no es una experiencia demasiado gratificante, la verdad. Algo que hay que soportar, sin más. La comida se convierte en una especie de competición para ver quién es capaz de soltar más trivialidades (el tiempo, la política, la economía, el deporte…). Afortunadamente, tenemos en la pandilla al campeón de las charlas intrascendentes, un tipo capaz de hablar de cualquier cosa durante el tiempo que haga falta. Un gran conversador, en el sentido cuantitativo del término. Entre eso y que el camarero conspira para mantenernos la boca llena constantemente, el resto del grupo podemos pasar por estos trances sin demasiado esfuerzo ni malgasto de saliva. Algo que yo, que no me desenvuelvo muy bien en ese tipo de situaciones sociales, agradezco muchísimo.

Pero, como digo, algunas veces hay excepciones. Algunos de los invitados consiguen subirnos el ánimo. Porque son inteligentes, o divertidos, o tienen cosas interesantes que contar (y además las cuentan bien) y nos hacen creer de nuevo que el ser humano merece otra oportunidad.
O, como sucedió ayer, justo por lo contrario. Porque ayer nos visitó un personaje que tuvo la rara virtud de conseguir poner a todo el grupo de acuerdo por una vez y sin que sirva de precedente: era insoportable. Un tipo relamido hasta la nausea, bocazas, machista en grado superlativo, con opiniones bastante peculiares acerca de todo, en posesión de la verdad absoluta acerca de todo, … Uno de esos tipos que también consiguen subirte el ánimo, por comparación: después de hablar con él, sales convencido de que tú eres una persona ejemplar, intachable. Un serio candidato a la canonización. Aunque también asusta un poco pensar que esa gente anda suelta por el mundo. Con derecho a voto y todo.

El tipo empezó su repertorio cantando sus excelencias deportivas. Fue un poco surrealista, porque siempre da un poco de vergüenza ajena ver a alguien que se toma demasiado en serio a sí mismo. Pero si encima hablamos de un señor de cincuentaypico tacos, bajito y barrigón, y la conversación gira en torno a su talento tenístico, la cosa ya alcanza extremos delirantes. Cuando el tío se lanzó a una pormenorizada descripción de lo bien que juega al tenis, de su gran golpe de derecha, de su perfecto revés, de la potencia de su servicio, y de su talento a la hora de plantear los partidos, comenzamos a cruzarnos miradas furtivas. Miradas que decían, más o menos, que si, que vale, que de acuerdo, que aceptábamos pulpo como animal de compañía. En algunos casos, las miradas eran demasiado evidentes, aunque el tipo no pareció darse cuenta. Sin embargo, como somos gente educada, no dijimos nada, que está muy feo cuestionar las hazañas deportivas de la gente. Y si son clientes, más.

La conversación pasó después, no sé muy bien como, a girar en torno a la gastronomía, y fue ahí donde descubrimos que no sólo estábamos en presencia de un consumado tenista, sino también ante un exquisito gourmet. De andar por casa, pero gourmet. Y muy competitivo, además. Porque, fuera lo que fuera lo que tú hubieras comido, él lo había comido mejor. Aunque, si se trataba de platos demasiado elaborados, o demasiado elegantes para su gusto, resolvía la comparación con alguna frase lapidaria a favor de sus experiencias gastronómicas: “Qué fua ni que magré ni que na. Donde esté la tortilla de papa que me como yo en Málaga que se quite tó. Lo mehó der mundo”.

Porque nuestro amigo, por si no lo han adivinado, era malagueño. Con esa gracia y ese salero que-no-se-pue-aguantá. Además, cuando nos contó su currículum vimos que algunas de aquellas cosas tenían su explicación: había vivido en Bilbao, y ahora está establecido en Valladolid. Y está claro que, si por separado esas ciudades pueden ser inofensivas (aunque eso es discutible), la combinación de las tres produce un carácter indiscutiblemente peligroso. Imagínense: bilbainadas, cante jondo y señoritismo castellano. Tela. Le falta haber vivido en Madrid para pronunciar también con la j y ser directamente adorable.

El caso es que después de clausurar el curso de gastronomía, nuestro invitado dio por inauguradas, sin transición aparente, las conferencias enológicas. Para dejar bien sentadas las bases, comenzó por aclarar que él había bebido más y mejor vino que todos los demás juntos (a mí eso me casaba mal con su práctica semiprofesional del tenis, pero no dije nada, porque hay gente con una capacidad etílica sorprendente, y todo puede ser). Y, a partir de ahí, se lanzó a ponderar las virtudes de los vinos que le gustaban, o de los procedentes de las bodegas de sus amigos (porque esa es otra: el tío conoce a los mejores bodegueros de España y alrededores; y no sólo los conoce: son íntimos, vamos, le piden opinión cada vez que tienen que sacar un vino nuevo; yo creo que la Rioja y la Ribera de Duero es hoy lo que es gracias a sus sabios consejos). Y de repente la conferencia enológica se transformó en una demostración de tupperware: el tío pasó de lo general a lo concreto y de las notas de cata a la compra venta, y comenzó a ofrecernos unas botellitas que, casualmente, llevaba en el coche, y estaban muy bien de precio. Calidad superior. Perdiendo dinero, ya saben. Porque éramos nosotros, etc…

Cuando todavía teníamos los ojos como platos, el tío vio que con el vino no iba a hacer mucho negocio y cambió de tercio. Siguiente parada, el jamón. Ibérico, naturalmente. Bellota pura, por supuesto. Pata negra, cómo no. Y, sorpréndanse: él era un gran experto, había comido más jamón que nadie y era íntimo amigo de los más insignes magnates de la industria jamonera española. Naturalmente, también nos podía hacer un arreglo, si estábamos interesados (aquí empezamos a mirarnos unos a otros, con cara de asombro; creo que todos estábamos pensando: no me jodas que también lleva jamones de bellota en el maletero). Precio de amigo, naturalmente. Se ve que le caíamos bien (es lo que tenemos, que le caemos bien a la gente).

Para acabar, en la sobremesa (que fue notablemente más breve que en otras ocasiones, por razones obvias) el tío se lanzó, con ese gracejo andaluz, con esos raciales tintes euskárikos, con esa noble sobriedad castellana, a una descripción detallada de las prestaciones de su coche, un Mercedes ostentoso como pocos, de un color verde cantoso. Tiene triptronic, tiene ABS, tiene navegador, me avisa de los radares, tiene sensor de lluvia, sensor de iluminación, tiene esto, tiene lo otro,…. Lo mejor de lo mejor. Porque, naturalmente, él era un conductor de primera. Y, naturalmente, necesitaba el mejor material. Faltaría más.

En resumen, acabamos la comida con cierta pesadez de estómago. Por decirlo de manera suave, ya saben.

Es lo que tienen los fantasmas: que además de dar mucho miedo, son un poco indigestos.

miércoles, 16 de junio de 2010

RECAPITULANDO

Después de una temporadita escribiendo chorradas casi a diario, empiezo a estar un poco saturado. Con una sensación espesa en la cabeza, así que quizá sea el momento de pararse un momento y mirar alrededor. De ver lo que he escrito en este tiempo (porque lo he hecho tan rápido que algunas cosas ni siquiera recuerdo haberlas escrito; es una sensación muy extraña), lo que he conseguido con eso, hacia donde me gustaría dirigir los pasos en lo sucesivo.

Una cosa que me ha quedado clara es que me sigue gustando escribir. En plan chapuzas, claro. Es algo que he hecho desde siempre, aunque ultimamente lo tenía un poco abandonado. Antes me salían cosas muy melodramáticas, y ahora tiendo más a lo light. Todo en plan chapuzas, claro. No son más que tonterías de andar por casa. Sin embargo... Mentiría si dijera que no aspiro a más, porque también tengo mis sueños de escribir algo decente, algún día. Todos tenemos algún sueño imposible, supongo. Yo guardo los míos bien ordenaditos en el estante más alto del habitáculo de mi cerebro destinado a las quimeras, criando polvo. Por si algún día suena la flauta. Nunca se sabe.

Pero, bueno, a lo que íbamos, esto de escribir a diario también tiene su punto. Y, de paso, introducirse un poco en el mundillo de los blogs. He conocido algunos interesantes. Como el de Molinos, que me produce sensaciones contradictorias (algunas veces me veo reflejado en lo que cuenta, como si se estuviera dedicando a contar mi vida; otras, me da un poco de miedo, la verdad). Como el de Efe, con su fijación por las gráficas y su manera divertida de enseñar matemáticas, o incluso (pónganse en pie) física. Como el de Gonzalo, que está pasando por una mala racha (de la que saldrá pronto, seguro), pero conserva intacto un sentido del humor envidiable. Como el de Barcelona, que está acabando (tengo que dejar de leer sus post de los lunes) con mis buenos propósitos de lucir tipito este verano gracias a su talento para la fotografía y la repostería, despertando en mí una gula espectacular. Como el de El Chico de la Consuelo, que es el surrealismo elevado a la enésima potencia, el maestro de la metáfora, de las referencias veladas, el que mejor domina la escritura con un solo hemisferio, y que de vez en cuando rescata alguna canción enterrada desde hace años en mis recuerdos, y que todavía me toca la fibra…. Es, en fin, como echar una mirada a la vida con otros ojos. Y eso es muy refrescante.

Para mi sorpresa, hay gente que me lee. Esto empezó (y sigue) siendo un puro ejercicio de vanidad, o de egocentrismo: una conversación conmigo mismo, para autoconvencerme de algunas cosas, o para demostrarme otras. Una manera de pasar el tiempo, en definitiva. Pero hay gente que, no acierto a explicarme muy bien por qué, lee las chorradas que escribo. Supongo que por aburrimiento, o porque no tienen nada mejor que hacer. Descarto el cariño como impulsor, porque algunos lectores provienen de zonas en las que no tengo familia, amigos o conocidos. Por ejemplo, en Barcelona, o en Málaga, o en Canarias, o en Inglaterra. Descartando un razonable margen de error (seguro que muchos llegan aquí buscando otro sitio, y tardan menos en salir de lo que tardaron en entrar) aún quedan algunos que entran en el blog ¡¡voluntariamente!! De cualquier modo, sean cuales sean sus motivos, resulta agradable saber que alguien se interesa por lo que tienes que decir, o por tu manera de decirlo. Así que gracias a todos.

Aunque también tiene su lado negativo. No todo el mundo que me lee está de acuerdo conmigo. De hecho, en esta corta andadura ya me he ganado algún tirón de orejas. Si quieren ejemplos, mi hermano me ha llamado de todo por cometer, según sus propias palabras, “un imperdonable error estratégico”: declarar mi amor en público, y además por escrito. El que haya sido hacia mi mujer no es eximente para él. En su opinión, eso es darle munición a un enemigo que, encima, no la necesita. Pero, bueno, va contra mis principios hacerle caso a un hermano menor, así que paso olímpicamente de lo que me diga. Que lo sepa.

También me he ganado una pequeña bronca de parte del gremio enfermeril, tradicional fuente de fantasías masculinas, por haber reflejado en un post la desilusión que sufren las expectativas cuando se enfrentan con la triste realidad. A pesar de mis disculpas, la portavoz del colectivo amenaza con hacerme bailar (¡en público!) para expiar el pecado…. Lo que, sinceramente, me parece desproporcionado: según mis exiguas nociones de derecho, creo recordar que un principio de la justicia es que el castigo debe ser proporcional a la culpa. Y, pueden creerme, si hubiera sabido que esto me hubiera costado salir a bailar, habría sido mucho más …. explícito. Total, por el mismo precio…

Intrigante es el caso de un lector anónimo que, aún estando de acuerdo conmigo en la mayoría de los temas, consigue empequeñecerme con su capacidad para explotar cualquier tema que yo propongo mucho más a fondo de lo que yo mismo podría. Una manera muy sutil de hacer daño… Siempre me ha dado miedo esa clase de gente: cultos, refinados, crueles,….

La última ha venido de una amable lectora que no comparte mi particular visión taxonómica del eterno conflicto entre hombres y mujeres, y no está de acuerdo en que yo considere los dos sexos como especies distintas. Bueno, quizá la ciencia le da la razón a ella, pero el sentido común está de mi parte. Resistiré.

En resumen: me está gustando la experiencia.

Y es que es tan divertido monologar con público…y es una experiencia tan novedosa poder hablar (o escribir) sin que nadie me haga callar inmediatamente…

martes, 15 de junio de 2010

EL INFIERNO

Caso verídico.

Lugar: Facultad de Físicas, Universidad de Valladolid.

Situación: Examen de termodinámica.

Protagonistas: Un profesor excéntrico y un alumno listillo.

Ingredientes: Una pregunta estúpida y una respuesta absurda (aunque ingeniosa).

Helo todo aquí:

Pregunta: Es el infierno endotérmico (absorbe calor) o exotérmico (lo desprende)? Justifique la respuesta.

Respuesta: Necesitamos saber, en primer lugar, como varía la masa del infierno. Para eso es preciso saber la frecuencia con la que las almas entran en él y la frecuencia con la que salen.

En mi opinión, podemos asumir que una vez que un alma entra en el infierno ya no sale nunca (es decir, frecuencia de salida = 0).

Ahora, para calcular cuántas almas entran en el infierno debemos tener en cuenta las distintas religiones que existen hoy en el mundo. Algunas de estas religiones afirman que si no eres miembro de ellas irás al infierno. Debido a que hay más de una de estas religiones, y teniendo en cuenta que una persona sólo puede pertenecer a una religión al mismo tiempo, podemos afirmar que todas las almas irán al infierno. En base a las tasas de natalidad y mortalidad (medias) llegamos a la conclusión de que el número de almas que ingresan en el infierno crece exponencialmente. Esto implica que la masa del infierno tenderá a ∞ cuando el tiempo tienda a ∞.

Debemos calcular ahora la variación del volumen del infierno, ya que la ley de Boyle-Mariotte nos dice que para que la presión y la temperatura del infierno permanezcan constantes, su volumen debería expandirse a medida que se añaden almas. Con lo que se nos plantean tres posibilidades:

a-El volumen del infierno crece (infierno en expansión). En este caso,
además, el volumen del infierno puede expandirse con una velocidad
igual a la tasa de entrada de almas, inferior a dicha tasa o superior. Es
decir, que tendremos los supuestos:

a.1- Velocidad expansión > tasa de entrada de almas.

a.2- Velocidad expansión = tasa de entrada de almas.

a.3- Velocidad expansión < tasa de entrada de almas

b-El volumen del infierno permanece constante (infierno estacionario).

c-El volumen del infierno decrece (infierno compresivo).


En el caso a.1, la presión y temperatura decrecerían constantemente, hasta el punto en el que la entropía sería máxima y el infierno se congelaría.

En el punto a.2, la presión y la temperatura serían constantes. En el punto a.3, b y c, la presión y la temperatura irían aumentando constantemente, hasta llegar al límite de resistencia y provocar la explosión del infierno.

Así pues, y según el postulado enunciado por una de mis compañeras en el primer curso de carrera (me acostaré contigo cuando el infierno se congele), y teniendo en cuenta que todavía no he conseguido acostarme con ella, el supuesto a.1 (que el infierno se congele) no puede ser cierto.

En cuanto al supuesto a.2, (velocidad de expansión = tasa de entrada de almas), es imposible en la práctica, puesto que diversos factores (guerras, epidemias, hambrunas, operaciones salida y retorno, etc) contribuyen a que la tasa de entrada de almas sea sumamente variable y tendiendo al alza, con lo que ningún medio físico podría reproducir esa velocidad variable de expansión.

Nos queda, por lo tanto, el resto de hipótesis, que presentan una conclusión común. Es decir, sólo podemos suponer que la tasa de entrada de almas en el infierno será siempre superior a la velocidad del incremento de su volumen, con lo que la temperatura y la presión del infierno se incrementan constantemente. Por lo tanto, se concluye que el INFIERNO ES EXOTÉRMICO.

Resultado: Matrícula de Honor.



Como se lo cuento.

lunes, 14 de junio de 2010

HOMBRES Y MUJERES

A poco que uno lo piense, es evidente que la comunicación entre especies no es todo lo fluida que debería. Supongo que se debe a la distinta forma de ver las cosas que tienen las mujeres, o a la forma de no ver algunas cosas que tenemos los hombres. En cualquier caso, los hombres hemos renunciado hace tiempo a comprender el comportamiento (algunos comportamientos; bueno, casi todos los comportamientos) femeninos, y nos manejamos con dos o tres reglas básicas: a base de desencuentros vas conociendo temas que más te vale no tocar, palabras que más vale no decir, cosas que más vale hacer, cosas que más vale no hacer…. Con tener un poco de memoria lo tienes más o menos resuelto, no tropezarás varias veces en la misma piedra y la convivencia será todo lo pacífica que la incompatibilidad entre hombres y mujeres permite (que tampoco es mucho, pero es lo que hay).

Pero ellas no. Ellas siguen empeñadas en comprendernos. En conocer nuestras motivaciones, nuestros anhelos, aquellos que nos hace saltar de la cama cada mañana llenos de ilusión (bueno, es una forma de hablar, ya me entienden: quien dice saltar llenos de ilusión, dice salir arrastrándose después de 10 minutos de pitidos procedentes del despertador). Sin entender que, en la mayoría de los casos, ni siquiera nosotros conocemos el motivo de lo que hacemos: simplemente, somos así.

Sin embargo, esto no es lo peor. Porque ellas siguen empeñadas en hacer que nos amoldemos a sus costumbres, sin pararse a pensar en el riesgo que ello conlleva. Como dice el viejo proverbio, las mujeres esperan que sus hombres cambien, y los hombres esperan que sus mujeres no, pero, al final, los dos acaban decepcionados.

Para evitar estas decepciones, tan ingratas, que tan áspera hacen la convivencia a veces, y como sé que no lo hacen con mala intención (ellas también son así), intentaré poner algunos ejemplos de lo que ellas deberían hacer y lo que no deberían hacer en pro de una cohabitación incruenta. Una especie de ley de mínimos que espero sirva para que nos conozcan un poco mejor. O, al menos para que sepan cómo comportarse. Seré breve, sólo algunos puntos importantes de uso diario:

1-Siempre estamos pensando en el sexo, si. Eso es inevitable. Cuanto antes lo aceptes, mejor.

2-Si tú te ves gorda, lo más probable es que estés gorda. No me preguntes a mí. ¿Qué esperas conseguir? Al final te enfadarás conmigo, por mentirte o por ser sincero.

3-Si te pregunto “¿Qué te pasa?” y me respondes “Nada”, voy a actuar como si no te pasara nada. Yo sé que no es verdad, tú sabes que no es verdad, pero lo más sencillo es fingir que es cierto.

4-Si me preguntas “¿En qué piensas?” yo daré por supuesto que estás preparada para hablar de sexo, deportes y/o coches.

5-Si me cuentas un problema, daré por supuesto que me estás pidiendo ayuda para resolverlo. Si sólo quieres hablar para sentirte desdichada y que te compadezcan, mejor inténtalo con tus amigas.

6-Deja de protestar porque la tapa del WC está arriba. Yo no protesto cuando tú la dejas abajo, y tampoco te cuesta tanto trabajo bajarla.

7-Si te duele la cabeza 15 días seguidos, deberías ir al médico: eso no es normal.

8-Los hombres sólo podemos distinguir 7 colores: no nos habléis en clave. Melocotón es una fruta. Malva es una flor. Crema, sólo en las tartas.

9-Mirar los pechos de otras mujeres es un reflejo. No es culpa nuestra.

10-Ver un partido de fútbol el sábado por la noche es un derecho inalienable.

11-Si algo que dije puede ser interpretado de 2 maneras, y una de ellas te hace sentir ofendida o enfadada, la manera correcta es la otra. En serio.

12-No puedes utilizar algo que dije hace 5 meses en una discusión. Los comentarios caducan a los 5 minutos.

13-Si me preguntas algo que se pueda responder con “si” o “no”, te responderé “si” o “no”. Si quieres conversación dilo, no me preguntes.

14-Si quieres pedir algo, hazlo de manera clara. Las indirectas no funcionan.

15-Llorar es chantaje.

16-Utilizar el sexo para conseguir algo también, pero es mucho más gratificante.

17-Tienes suficiente ropa. Tienes suficientes zapatos. Ir de tiendas no es divertido.

18-Si crees que a mí no me gustará la pregunta, puedes estar segura de que a ti no te gustará la respuesta. El silencio es oro.

Eso es todo. Me despido por ahora, esperando que mi modesta reflexión pueda contribuir a la paz entre los hombres y las mujeres de buena voluntad.

No me lo agradezcan, yo soy así.