Dicen que la verdadera medida de un hombre viene dada por la valía de aquellos a los que se enfrenta. Quizá por eso le tengo cariño a este rubiales con cara de mala uva que fue uno de los mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos, y una de las referencias indiscutibles de los 80. Él fue el contrapunto perfecto para la carrera de mi ídolo. Hizo que las victorias fueran dulces, y que las derrotas nos dejaran esa tristeza digna que queda cuando pierdes ante alguien verdaderamente grande.
La historia de este tipo, además, es curiosa. Empezó muchos años antes, en un pueblacho de Indiana con un nombre, cuando menos, sugerente: French Lick (lametón francés; sin comentarios). Allí se crió Lawrence Joseph Bird, Larry para los amigos, pese a nacer en un sitio cercano, West Baden Springs. Con una turbulenta vida familiar (su padre era alcohólico, y se suicidó cuando Larry tenía 19 años) el rubiales se convirtió en una leyenda del baloncesto local (en Indiana, que sería el reducto de los talibanes más fanáticos si el baloncesto fuera una religión). Así que, cuando cumplió los 18 añitos, el mítico Bobby Knight, un tipo malencarado, protestón y con fama de sargento instructor de marines, pero a la vez historia viva del baloncesto, que a la sazón entrenaba en la Universidad de Indiana, se fijó en él y le comió la oreja lo suficiente para que nuestro amigo Larry se decidiera a jugar para los Hoosiers.
Pero se encontró con un problema: el campus de Indiana University era enorme, él era un inadaptado tímido, y que fuera conocido por todo el mundo (por todo el mundo que lo conocía, que tampoco era mucho) como “The hick from French Lick” (el paleto de French Lick) tampoco ayudaba demasiado, la verdad. Así que el pobre muchacho de pueblo se volvió a su casa en autostop y sin haber llegado a debutar. Le pudo la presión (vivía en un campus que era, aproximadamente, 15 veces mayor que su pueblo). Probablemente fue la primera y la última vez que eso le sucedió.
El caso es que el chaval se pasó aquel añito sobreviviendo en French Lick, trabajando como empleado del servicio municipal de limpieza y dedicando el tiempo que le dejaba libre el tema de la escoba a tirar a canasta. Pero sus dotes no habían caído en el olvido, y desde otra universidad vecina, Indiana State, decidieron tentarle. El tipo debía estar hasta los huevos de barrer las calles y dijo que sí. Y ahí comenzó su ascenso. En aquella universidad, infinitamente más modesta que el trasatlántico del Sr. Knight, Larry Bird se convirtió en una de las sensaciones del baloncesto universitario del país. En el líder absoluto de su equipo. En una sensación.
Tanto que, mientras él se dedicaba a lo que mejor sabía hacer (meter canastas e insultar a los rivales), otro genio del baloncesto se fijó en aquel chaval medio autista que jugaba como los ángeles, y pensó en él como el remedio para devolver a su equipo a la senda del triunfo. Estamos hablando, por supuesto, de Red Auerbach .
El ex entrenador de la Armada pensó que Bird encajaría a la perfección en el equipo más blanco, más chulo, más orgulloso, más competitivo, más odiado y con más títulos del país: los Boston Celtics. Y, como siempre, acertaba. Porque Boston llevaba desde el 76 sin ganar, y eso, para una entidad como el equipo del trébol, que llevaba casi 20 años ganando la liga sin darles respiro a los rivales, era demasiado. Auerbach era un fullero y un provocador, pero también era listo. En aquellos años, los equipos de la NBA elegían en el draft a los jugadores universitarios de 4º año. Así que, en el 78, haciendo uso de su elección en el puesto número 6, sorprendió a propios y a extraños cuando fue a por Bird. El resto de equipos se le echó encima, diciendo que Bird estaba en su 3º año en Indiana State, pero Auerbach contabilizó también el primer año de Indiana University (aunque no llegó a jugar, estuvo inscrito en la NCAA), así que, con la tradicional elegancia Celtic, les dijo a los demás el equivalente yankee de ajo y agua, y después se fumó un puro. Literalmente.
Sin embargo, Bird decidió retrasar su llegada a la NBA un año más, para completar su periplo universitario con Indiana State. Fue el año de la temporada perfecta, sin ninguna derrota… hasta que en la final de la NCAA se encontraron con el equipo de Michigan State, liderado por un tal Magic Johnson, que les derrotó. Fue el único partido que perdieron aquel año, y la imagen de Bird llorando con la cabeza tapada por una toalla mientras su rival se bañaba en champán fue un presagio de una rivalidad que se alargaría unos cuantos años más, esta vez en la liga profesional.
Se ha dicho muchas veces que Magic y Bird fueron los principales artífices del extraordinario auge que tuvo la NBA en los años 80, la que ha sido sin duda la época dorada de esta competición. Evidentemente, fueron grandísimos jugadores, y además tuvieron la suerte de servir de enlace entre algunos mitos que acababan su carrera (Erving, Jabbar, M. Malone) y una nueva generación que se les unió poco a poco (Isiah Thomas, M. Jordan, Patrick Ewing, Charles Barkley,….). Pero no fue sólo la calidad. Ni el que ambos fueran unos feroces competidores. Ni el que mantuvieran durante muchos años una rivalidad que fue seguida por todo el país (primero en la universidad, luego en la NBA). Ni siquiera fue que formaran parte de los dos equipos archirrivales de todos los tiempos, Los Angeles Lakers y los Boston Celtics. No, todavía había más.
Porque Magic y Bird no sólo jugaban en los Lakers y en los Celtics. Ellos eran los Lakers y los Celtics. Probablemente nunca antes en la historia se habían producido unas elecciones de jugadores tan acertadas como estas. El carácter de Johnson encajaba perfectamente entre el glamour de la costa Oeste, cerca de Hollywood. Era extrovertido, siempre sonreía y transmitía alegría. Bird era justo lo opuesto. Orgulloso, chulo, malhablado y obsesionado por ganar, se adaptó a las mil maravillas en un equipo en el que la victoria era su razón de ser. Compartiendo equipo, además, con gente de su ralea (McHale, Parrish, M.L. Carr), capaces de comerse crudo el corazón de su madre si eso les hacía ganar un partido. Eran un equipo antipático, bronco, duro, feo, malencarado… Ganaron 3 títulos de la NBA, fueron dignos herederos de la tradición Celtic, y allí Bird se convirtió en Larry Legend: novato del año en 1980, 3 veces mejor jugador de la liga, 2 veces mejor jugador de las finales, 9 veces en el mejor quinteto de la liga, 69 triples-dobles, 3 veces en el mejor quinteto titular de la liga….
Todo esto, además, conseguido por un tipo con pinta de no poder caminar y mascar chicle al mismo tiempo: alto, lento, pesado…. Todo falsas apariencias. Pese a no tener unas condiciones físicas espectaculares, era un trabajador incansable: sus carreras subiendo y bajando las escaleras por las gradas del mítico Boston Garden se hicieron famosas. Se entrenaba más que nadie, luchaba más que nadie, siempre tenía energía para luchar por un último rebote, para un último tiro…. Daba igual si era imposible: él quería ganar.
Pero, además, la Leyenda contiene otros aspectos, como su infalibilidad en momentos de tensión. Si el partido estaba igualado, Bird nunca fallaba. No había manera de pararlo. Hay algunas jugadas suyas sencillamente antológicas: máxima tensión, mínimo tiempo, tres tipos marcándolo, sin espacio… canasta. Con uno de los tiros más feos de la historia, eso sí. Pero certero hasta desesperar a los rivales. De hecho, ganó 3 veces el concurso de tiro de 3 puntos de manera consecutiva. Posiblemente fue el mejor alero tirador de todos los tiempos. El terror de la bocina. El señor del último tiro. Mr. Big Shot.
O su feroz competitividad. Porque Bird quería ganar, si, pero además odiaba perder. Y hacía lo que tuviera que hacer para evitarlo: si había que jugar sucio, se jugaba sucio. Si había que jugar duro, él era el más duro. En ocasiones daba miedo verlo peleando (literalmente) por un rebote. Y arrastraba consigo a sus compañeros, transformando al equipo céltico en lo más parecido a un grupo paramilitar que se podía ver en una cancha de baloncesto hasta que llegaron los Bad Boys, unos añitos después. Un ejemplo: después del primer partido de las finales de 1984 contra los Lakers (partido que los angelinos, en la época dorada del Showtime, ganaron de calle) Bird atendió a los periodistas con la cara congestionada y una mala hostia que se le salía por las orejas, y soltó: “Hemos jugado como mariquitas. Así no tenemos nada que hacer. Tenemos que ser mucho más duros”. En el siguiente partido, a las primeras de cambio, pasó esto. El juego se volvió más duro, los ánimos se enrarecieron, la tensión creció… y Boston ganó aquel campeonato.
Y, por supuesto, el arte en el que Bird fue un consumado especialista: el trash talking (que se podría traducir como habla basura). Esa costumbre tan americana de estar mentándole la madre al contrario con el partido en juego, provocándolo, tratando de descentrarlo. En eso era un maestro. En parte era estrategia, y en parte algo que le salía de dentro, de manera instintiva: la aversión de Bird a la derrota lo ponía …digamos… poco amable con los rivales. Son famosas algunas anécdotas al respecto, como cuando entró en el vestuario, antes de ganar su tercer concurso de triples, preguntando a los demás participantes: "¿Ya sabéis quién de vosotros va a quedar segundo?". O cuando, después de unos gritos de Reggie Miller en su año rookie antes de unos tiros libres para Bird (algo así como “vamos, chicos, Bird está acabado”), el de Boston lanzó los dos tiros sin mirar a canasta, con los ojos puestos en Miller y recordándole, de malas maneras y con palabras que harían sonrojarse a un legionario, que él todavía era el puto amo, y el otro un novato de mierda. Por supuesto, los tiros fueron dentro.
Bird llegó a tiempo de formar parte del mejor equipo de la historia, el Dream Team, el equipo de ensueño, la selección de baloncesto norteamericana que disputó los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Añadió así una medalla de oro a su ya extenso palmarés. Y luego se retiró, con la espalda hecha polvo, cuando ya emergía imparable la figura de Jordan. Magic y él se fueron prácticamente a la vez, igual que entraron en la liga. Igual que habían hecho durante toda su carrera. Sabían que dejaban el relevo en buenas manos.
Así que disfruten de la leyenda. Ya no hay jugadores como este. Capaz de hacer cualquier cosa por ganar. Capaz de hacer milagros. El Gran Pájaro Blanco. Larry Legend.
El Rey Imprudente – Geoffrey Parker
Hace 3 días
2 comentarios:
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Hola, ya me he leido todo el post y los enlaces de anonimo.Quizá como persona no sea tan mito como parecia en la cancha, pero a mi me gustará siempre. Su espiritu, su talento y sus piques con Magic quedarán en nuestra memoria para siempre.
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