lunes, 7 de junio de 2010

COYOTES Y MATEMÁTICAS

Hace poco tuvimos una conversación durante la comida en la que, casualmente, surgió el tema del ligoteo. Hubo que hacer memoria, no se crean, porque, quien más, quien menos, hace tiempo que todos estamos un poco fuera de ese negocio. Pero, por lo visto, el Alzheimer todavía nos está respetando y (casi) todos recordábamos algunas fermosas hazañas y multitud de patinazos de aquellos años heroicos en los que íbamos por la vida con el cuchillo entre los dientes, en busca de mujeres para seducir (o ser seducidos, que sobre esto no hubo demasiada unanimidad). En general, el resultado fue como para echarse a llorar: a pesar de la férrea determinación que siempre mostramos, la tasa de éxito había sido tan desoladoramente baja que es un milagro que la especie no figure en algún catálogo de esos de bichos en peligro de extinción.

En fin, que después de unas risas (hay que tomarse las desgracias con filosofía), llegamos a algunas conclusiones interesantes, y hubo quien puso sobre la mesa alguna que otra teoría, cuando menos, original.

Empezando por las conclusiones, quedó claro que los hombres (por si alguien tenía dudas, esto es, exclusivamente, una visión masculina del tema, que no sé muy bien lo que implica, pero supongo que alguna diferencia con la versión femenina habrá) salimos a ligar. Al menos durante los años que van de la pubertad hasta la tardoadolescencia (digamos hasta los 30 tacos),* porque luego uno se vuelve formal y ya sólo sale a tajarse sin piedad. Pero durante esa época, digamos lo que digamos, salimos de casa con una idea fija: a ver si cae alguna. Otra cosa es que nos queramos engañar a nosotros mismos o queramos engañar a los demás, con excusas del tipo “paso del tema, prefiero estar con mis colegas”, “las tías sólo traen problemas”, “prefiero beber y pasármelo bien”,…. Bobadas: en cuanto nuestro instinto de cazador/presa o presa/cazador (ya les digo que sobre esto no hubo acuerdo) detecte un objetivo que nos ponga ojitos, a tomar por el culo los amigos, los problemas y las copas. Perdemos los papeles y toda nuestra atención estará focalizada en la evaluación de las posibilidades coitales que se nos presentan. Y, como somos una especie optimista por naturaleza, una probabilidad de ….digamos, uno entre un millón nos parece suficiente para dejar de lado a los amigos y lanzarnos a hacer el ridículo para ver si suena la flauta y al día siguiente tienes algo que contar.

Que esa es otra: si no lo cuentas, la cosa no tiene tanta gracia (y en esto sí que hubo unanimidad). De hecho, los comentarios son un indicador bastante fiel del grado de implicación con la chica en cuestión. Si al día siguiente le cuentas toda la película a los colegas, sin escatimar detalles, la relación no tiene demasiado futuro (vamos, que si no vuelves a verla jamás, mejor); si rehúsas comentar la jugada y te resistes a pormenorizar (violando, todo hay que decirlo, las más elementales normas de la solidaridad masculina), es que estás empezando a quedarte pillado (pero tranquilo, que ellas estarán peor: seguramente pensando en el nombre que le pondrán al primer hijo; en otras cosas no sé, pero a neuróticas no las ganamos ni de coña).

El caso es que todos los presentes éramos de ciencias (incluso yo, que pese a que alguna gente me catalogue como un estudiante de letras frustrado, acabé, todavía no sé muy bien cómo, siendo ingeniero). Así que, casi sin darnos cuenta, el asunto fue tomando un cariz más técnico. Supongo que por deformación profesional, nos sale automáticamente lo de aplicar el método científico a todo lo que se mueve, y el tema del acoso y derribo de indefensas damiselas no iba a ser una excepción.

Siguiendo un orden puramente cronológico, comenzamos hablando de los prolegómenos, cuando conoces a la chica en cuestión y ponderas la conveniencia de meter ficha o reservar las fuerzas para un tardío onanismo casero. Y fue ahí donde surgió, como una revelación, la Ley de Justerini &Brooks, también conocida como Ley para la clasificación de la población femenina presente en un bar a las tantas de la mañana. Y, oigan, lo que les digo: una revelación.

Porque no deja de ser algo que, de forma más bien grosera y empírica, todos hemos hecho alguna vez. Pero una vez cuantificado queda mucho más elegante, más claro. Para eso vale el espíritu científico, para clarificar con los fríos números algunas de esas situaciones que se mueven en el nebuloso terreno de lo contraintuitivo.

La ley en cuestión viene formulada de la siguiente manera:

GBr = GBa – (Ch + Ce)

Siendo:


GBr : Grado de buenorrismo (real), que refleja las bondades estéticas del espécimen en cuestión. Escala del 1 al 10.

GBa: Grado de buenorrismo (aparente), que es la nota que usted le asigna al espécimen anterior en un momento dado (y cuando digo un momento dado quiero decir a altas horas de la madrugada y con el torrente sanguíneo repleto de alguna sustancia psicorreactiva capaz de distorsionar la realidad). Suele ser sensiblemente más alta que la NPr, aunque depende de la carestía del sujeto, de su querencia por el sexo opuesto y de otras cuestiones menores.

Ch: Factor de corrección horaria. Coeficiente adimensional, equivalente a una unidad por cada hora que pase de las 12 de la noche.

Ce: Factor de corrección etílica. Coeficiente adimensional, equivalente a 0,5 unidades por cada copa que se haya tomado.

Para clarificar esto (es decir, para la gente de letras), pongamos un ejemplo. Usted está, ojo avizor, en un garito a las 3 de la madrugada. De repente detecta una solitaria e indefensa hembra susceptible de ser cortejada. Le pasa el escáner de la cabeza a los pies (léase del cuello a las rodillas) y le merece una nota de 9,5 en la escala de buenorrismo. Es decir, que le parece una tía buenísima. En ese momento crucial es cuando conviene aplicar la fórmula. Porque si, como hemos dicho, son las 3 de la mañana y usted lleva, digamos, 5 copas encima, y si las matemáticas no nos engañan, obtendremos el siguiente resultado:

GBr = 9,5 – [3 + (5 x 0,5)] = 9,5 – 5,5 = 4

Lo que quiere decir que nuestra sujeta ha pasado de rozar la matrícula de honor a rozar el aprobado (por abajo). O sea que, armados con este conocimiento, disponemos ya de la información necesaria para decidir no seguir adelante y evitar así la amarga decepción que sobrevendrá a la mañana siguiente con la paulatina recuperación de las facultades mentales (y para evitar también, dicho sea de paso, el cachondeo de amigos y conocidos).

Sin embargo, esta ley presenta dos graves inconvenientes: por un lado, su (relativa) complejidad hace que sólo sea aplicable en las primeras fases de la intoxicación etílica, porque con más de 6 copas los signos + y – pueden empezar a bailar y jugarnos una mala pasada, obteniendo resultados aberrantes (>10) que podrían tener consecuencias imprevisibles (peticiones de matrimonio, tequieros, dar el número de teléfono verdadero, etc); por otra parte, en estados agudos de …ejem… carencia afectiva, y a poco que la sujeta en cuestión se muestre receptiva, la naturaleza humana se impondrá : pasaremos del resultado tres pueblos y nos abandonaremos a los imperativos del instinto reproductor.

Es en este supuesto donde surge otro de los grandes hallazgos acerca del comportamiento humano, hasta ahora desconocido por la ciencia: el Reflejo de Coyote. Para poner en antecedentes a aquellos que no frecuentan los documentales de las sobremesas de La 2, o lo hacen en un estado de sopor incompatible con el aprendizaje, los coyotes son unos pequeños cánidos de hábitos nocturnos y solitarios con gran aprecio por su libertad. Tanto que, si ocasionalmente caen en un cepo, prefieren cortar su propia pata a mordiscos que esperar la llegada del cazador que significará el fin de sus correrías nocturnas.

Pongámonos ahora en situación: la noche anterior, bien por inconsciencia, bien por carecer de las más elementales habilidades de cálculo, bien por ir muy salidos, hemos ignorado** las señales de aviso que, en forma de 4 nos ha mandado la ley de J&B. Así que nos despertamos en una cama que no es la nuestra, con una chica que no sabemos muy bien quién es (y en cuanto la vemos mejor desearíamos no saberlo jamás) y rodeado de leves signos que sugieren (ropa interior colgando de la lámpara, sábanas revueltas, condones por el suelo) que no hemos estado jugando al parchís. Es en ese preciso momento en el que surge el Reflejo de Coyote: esa repentina ansiedad, esa sensación de estar donde no se debería estar, esos sudores, esos vértigos…. De acuerdo, puede que esos síntomas no sean fácilmente distinguibles de los de la resaca, pero si tienes un brazo atrapado bajo la cabeza de la sujeta y sientes el repentino impulso de comenzar a mordisquear piel y huesos, músculos y tendones,…. lo que sea, con tal de salir huyendo antes de que la sujeta despierte, puedes estar seguro: un Reflejo de Coyote en toda regla.

Lo bueno de esta teoría es que, una vez que la conoces y la comprendes, no te sientes un ser mezquino por tener ganas de salir pitando, no piensas que te estás portando mal, no te haces mala sangre: es un reflejo, y, como tal, incontrolable. Además, y por suerte, no pasa de ser un vestigio evolutivo: a los humanos nos falta valor para cortarnos el brazo a mordiscos (de no ser así, la falta de un brazo se hubiera incorporado al genoma hace mucho tiempo). Ah, y no se me rían, que nos conocemos: todos*** nos hemos sentido coyotes, alguna vez.

Así que, en resumen, nos hemos reído y hemos aprendido algunas valiosas lecciones (ya saben, el libro gordo te enseña, el libro gordo entretiene) que ya nunca podremos aplicar, porque, como casi siempre, el conocimiento nos ha llegado demasiado tarde. El saber es lo que tiene: que no ocupa lugar, pero frustra un montón.


*Hablo en términos de generalidad estadística. Yo pasé por esa época casto y puro: mi reino no es de este mundo.

**La primera persona del plural es un recurso estilístico, que ya les digo que yo soy un ser inocente y virginal.

***Que no, que yo no, caray. Que a mi… ejem…me lo han contado. Palabrita del Niño Jesús.




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ja,ja..

Esto del ligoteo tiene muchas "teorías".

Un amigo, que no es de ciencias ni de letras, si no de mixtas, tenía 2(de probada ineficacia, por cierto)

La hipótesis de la estadística venía a decir: si le entro a 40 tías en una noche, es estadísticamente imposible que todas me digan que no (aquí se notaba que no era de ciencias, ya que la probabilidad de que le rechazaran era 1)

teoría de las botas: si una tía lleva botas altas, es que quiere tema (a lo mejor es cierta, pero lo que estaba claro es que no era con él con quien lo querían)

112 dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
112 dijo...

¿ Virginal?? Upps!!... así que no eras tú con el que amanecí en el colchón del salón. Tenía que haberme fijado más... es que la noche confunde.
Por cierto y la teroria esa de que el buenorrismo percibido aumenta a medida que pasan las horas y las copas, como se llama " teoria inversa"?.

Cazurro dijo...

Anónimo, las teorías son baratas. El que no tiene un par de ellas para justificar todo lo que hace o deja de hacer es porque no quiere.

112, la teoría recibe distintos nombres según los autores: efecto del listón decreciente, tormenta de testosterona, paradoja del criterio fluctuante,... Pero fíate de mi: es una verdad inmutable, una constante del universo.