viernes, 25 de junio de 2010

RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS

La vida nos plantea constantemente problemas, y nuestro talento para solucionarlos es lo que define, en gran medida, quiénes somos, quiénes podemos llegar a ser y, sobre todo, cuanto podemos llegar a ganar (si no es usted un tipo materialista y sus sueños no se cuantifican en metálico, donde dice "cuanto podemos llegar a ganar" ponga "lo tranquilos que podemos llegar a vivir"). Los problemas que se nos presenten pueden ser de todo tipo: personales, profesionales, éticos, técnicos, … Aunque los más graves suelen presentarse a domicilio, la mayoría de los problemas aparecen en el trabajo, por una simple cuestión de probabilidad: es donde pasamos más horas y donde menos idea tenemos de lo que estamos haciendo. Sin embargo, todos ellos tienen un denominador común: exigen pensar para encontrar la mejor solución (o la menos mala, que también puede valer). Y pensar, todos lo sabemos, es algo que depende demasiado de la inspiración, del momento, del estado de ánimo. No merece la pena jugarse el futuro a una carta tan azarosa.

En mi opinión, a la hora de afrontar un problema es mucho más práctico ceñirse a unas reglas fijas, inmutables e independientes de cualquier elemento subjetivo. Unos pocos pasos a seguir que podrán servirnos para resolver cualquier situación que se nos presente, por complicada que sea. Unos pocos pasos que podrían ser, por ejemplo, los siguientes:

1-Si la cosa funciona, no se moleste. Problema resuelto.

2-Si la cosa no funciona, pregúntese si lo sabe alguien más.

3-Si no es así, problema resuelto.

4-Si lo sabe alguien más, intente arreglarlo.

5-Si, efectivamente, consigue arreglarlo, problema resuelto.

6-Si no consigue arreglarlo, pregúntese si se le puede echar la culpa a otro.

7- Si le puede echar la culpa a otro, problema resuelto.

8-Si no le puede echar la culpa a otro, tiene un problema.

9-Huya.

De todos modos, cabe destacar que estos pasos sólo son útiles para aquellos individuos capaces de enfrentarse con espíritu de sacrificio a la resolución de problemas. Es decir, a aquellos que están dispuestos a intentar arreglar algo. Porque para los que prefieren la creatividad del escaqueo (el 90% de la población) a la solución fácil del trabajo, la secuencia sería un poco distinta. Verbigracia:

1-Si la cosa funciona, no se moleste. Problema resuelto.

2-Si la cosa no funciona, pregúntese si lo sabe alguien más.

3-Si no es así, problema resuelto.

4-Si lo sabe alguien más, pregúntese quién lo sabe.

5-Si lo sabe alguien que no puede joderle, problema resuelto.

6-Si lo sabe alguien que le puede joder, pregúntese si usted lo puede joder a él todavía más.

7-Si usted lo puede joder a él más de lo que él le puede joder a usted, problema resuelto.

8-Si él le puede joder a usted más de lo que usted le puede joder a él, tiene un problema.

9-Huya.

En cualquiera de los dos supuestos, seamos currantes responsables o jetas infames, vemos que existe la posibilidad de que nos la carguemos, porque, hagamos lo que hagamos, siempre se pueden dar las circunstancias necesarias y suficientes para que nos comamos un marrón de proporciones considerables. Ya, de acuerdo: lo ideal sería no cagarla, pero seamos realistas. La infalibilidad humana queda fuera de nuestro alcance, así que lo mejor que podemos hacer es identificar las circunstancias sobre las que podemos tener algún control, para poder evitarlas. Dentro de esta categoría de circunstancias evitables, y de acuerdo con los algoritmos anteriores, vemos que las que más fácilmente pueden causar nuestra ruina son las siguientes:

1-Que lo sepa alguien.

2-Que lo sepa alguien que nos pueda joder.

3-Que no podamos echarle la culpa a otro.

Ahora bien, este análisis no sería merecedor de tal nombre si se limitara a estudiar las circunstancias que nos pueden complicar la vida y no ofreciera soluciones alternativas para estas situaciones. Veamos.

1-Ante todo, discreción. Manéjese con un hermético secretismo acerca de lo que hace (o no hace). Con esto conseguirá, por una parte, que nadie se entere de sus cagadas, y por otra que todo el mundo piense que se está encargando de algo tan sumamente importante que no puede comentarlo con nadie. La discreción suma puntos, no lo dude.

2-Controlar quién se entera de qué puede ser más complicado. Sin embargo, siempre es una buena política llevar un registro, a ser posible bien documentado, de las cagadas ajenas. Nada de airear los errores del prójimo en el mismo instante que se cometen: guárdeselos. Quizá algún día puedan serle útiles. Sin remordimientos: si chantaje le parece una palabra demasiado fuerte, llámelo simbiosis, que suena técnico y mucho más neutro.

3-El talento de un líder es saber elegir a sus colaboradores. A destacar dos aspectos: cantidad y calidad. La cantidad es importante: rodéese de un nutrido grupo de asistentes, e implíquelos en todos los proyectos posibles. Multiplicar el número de colaboradores multiplica las opciones exculpatorias para usted. Además, al aumentar el grupo de trabajo, en realidad les está haciendo un favor: piense que una cagada monstruosa (suya) puede convertirse en muchas cagaditas pequeñas y perfectamente asumibles (de ellos). En cuanto a la calidad, que no sean demasiado tontos (porque en ese caso no sólo no ayudarán sino que usted tendrá que ir arreglando lo que ellos estropean) ni demasiado listos (porque eso dificultará el convertirlos en chivos expiatorios y aumentará las posibilidades de un golpe de estado). Como suele decirse, la virtud se encuentra en el siempre confortable término medio. Evite las opciones extremistas.

¿Ven cómo no es tan difícil triunfar en la vida? Es cuestión de simplificar y huir de algunas perniciosas costumbres como pensar o tener escrúpulos.

Es que nos empeñamos en hacerlo todo más complicado de lo que es, y así nos va.

No hay comentarios: