En los últimos años la selección española de fútbol está decidida, además de romper la tradición perdedora que tantas generaciones trabajaron arduamente por instaurar, a crear algunas irregularidades en el continuo espacio-tiempo. A fabricar paradojas temporales que dejan al personal (por lo menos a mí) descolocado.
Todo empezó ayer hace justo dos años, en una final de la Eurocopa, disputada entre España y Alemania. Un equipo voluntarioso salió al campo dispuesto a comerse la hierba, presionó con insistencia durante un cuarto de hora y después se disolvió ante el mayor empaque del contrario. Al final, el partido se resolvió cuando, en un balón disputado, un delantero alto y rubio apartó a un defensa bajito y rápido con el mismo esfuerzo que le hubiera costado aplastar a una mosca de un manotazo, se llevó el esférico y clavó un golito que a la postre valió el campeonato. Esto valdría como crónica de todos los España-Alemania de la historia, con victoria germana, por supuesto. Sólo que en esta ocasión, el equipo voluntarioso que se disolvió era Alemania, el defensa bajito era alemán, el delantero alto y rubio era de Fuenlabrada y España ganó el partido, para asombro de propios y extraños.
Pues ayer, en el duelo que decidía la supremacía futbolística de la península ibérica, en un dramático enfrentamiento entre las que posiblemente sean las dos razas con mayor tendencia al fracaso deportivo, volvió a pasar. Un viaje en el tiempo en toda regla. Una sensación de disociación como para pensar que volviste a confundir las pastillas para la tos con los tripis. Porque lo de ayer fue como retroceder 15 años para revivir tiempos que uno creía (felizmente) olvidados para siempre.
Sitúense. Mediada la década de los 90, España conmocionó el mundo del fútbol con una estrategia innovadora diseñada por un tipo de Baracaldo, de nombre Javier y apellidado Clemente Lázaro. La estrategia en cuestión constituía en alinear a la mayor cantidad posible de centrales, colocarlos en el campo donde le salía del cimbel y pasarse noventa minutos dándole patadas a todo lo que se movía (a veces incluso al balón). Así, con un esquema que incluía 5 defensas, respaldados por un centro del campo de contención, con Alkorta como organizador y con el letal Julio Salinas como media punta creativo, España sumó a lo largo de la década los fracasos que la tradición demandaba: cayó en cuartos en el Mundial 94, en cuartos en la Euro 96 y, en un crescendo glorioso, en la fase de grupos en el Mundial 98 (donde es justo reconocer que la fortuna no acompañó: encuadrados en el grupo de la muerte, con Nigeria, Paraguay y Bulgaria, no tuvimos opción). Esta época tuvo probablemente su punto culminante en un partido en Dublín contra la República de Irlanda, donde contra todo pronóstico España ganó a un equipo que llevaba tropecientos años sin perder en casa, donde contra toda lógica Julio Salinas se marcó un hat-trick y donde la Roja puso de relieve que tirar pelotazos durante 90 minutos puede ser una táctica efectiva (si hay una alineación de planetas extraña de por medio).
Mientras tanto, en aquellos años Portugal comenzaba a fabricar una generación de talentos que arrasaba en categorías inferiores, y que cuando llegó a la edad adulta le dio al país del fado la sensación de que iban a seguir ganando. Sensación, como se vio después, totalmente equivocada. Pero al menos nuestros vecinos, los gallegos del sur, mantenían también una etiqueta, una identidad, un estilo de juego: balón al pie, juego de toque, alineaciones con gente de calidad (Figo, Rui Costa, Couto, etc) y campeonatos en los que jugaba como nunca y perdía como siempre. Es decir, que en la península siempre han convivido dos maneras de llegar, victoria pírrica tras victoria pírrica, a la derrota final: en plan artista o en plan picapedrero.
Ayer en Ciudad del Cabo comparecieron de nuevo estos dos estilos. Sólo que esta vez España, empeñada como digo en viajar en el tiempo, se transmutó en la Portugal de hace años, y Portugal, empeñada en llevarse la contraria a sí misma, ejerció de portero de discoteca. La Roja empezó fuerte, con ganas de comerse el mundo, pero ese no era el plan, así que Del Bosque tiró de filosofía zen y obligó a sus chicos a tomárselo con calma. A dormir el partido, y de paso a los espectadores. Ritmo lento. Pases planos, fáciles, previsibles, sin mordiente. Dejar pasar los minutos. Es astuto, Del Bosque: sabe que ningún contrario es inmune al soporífero tiqui-taca de 33 rpm, y que tarde o temprano acaban por relajarse. De hecho, tanto se relajaron los portugueses que sobre el minuto 15 de la segunda parte, cuando el seleccionador Español destrozó las ilusiones de las quinceañeras del mundo entero sustituyendo al niño de la pesi por un delantero de verdad, los lusos ni se dieron cuenta de que empezábamos a jugar con 11. Entonces España activó la velocidad de crucero durante 5 minutos, pasó a 45 rpm (tampoco es cuestión de alardes innecesarios, ya saben: el plan es el plan) y metió un gol, para inmediatamente después volver a aburrir a todo el mundo. Yo creo que incluso los sudafricanos, que van a los estadios para hacer bulto, y que sólo necesitan una vuvuzela para ser felices dando por el culo a los tímpanos ajenos, empezaron a añorar las emociones fuertes de los años del apatheid, con sus antidisturbios, sus persecuciones, sus ejecuciones sumarias… cualquier cosa antes que el tostón que perpetró España.
Pero el caso es que el plan de Del Bosque está saliendo a las mil maravillas. Aún quedan cosas por mejorar, claro. Por ejemplo, lo de celebrar el gol con tanto entusiasmo, porque de seguir así cualquier día los contrarios se enterarán de que van por detrás en el marcador y lo mismo intentan empatar. Ayer no fue el caso, porque los portugueses son de naturaleza melancólica y soñadora, y entre eso y el juego español ni se enteraron de que iban perdiendo, y siguieron a lo suyo. A defender el 1-0, buscando los penaltis (hubo algún portugués que incluso se sorprendió cuando el árbitro pitó el final y vio a los españoles levantar los brazos, como preguntándose ¿por qué se alegran tanto estos tipos, si aún queda la prórroga?). Pero, como les digo, más vale no tentar la suerte. Mucho mejor una celebración discreta, que pase inadvertida al contrario y que permita seguir intentando comprobar cuantos toques resiste el Jabulani antes de reventar de puro desgaste.
También hay margen de mejora en la portería. Además, es fácil: se trata de evitar que Casillas se duerma al igual que los contrarios. No sé, no parece tan complicado: que alguien le dé conversación, que Sara Carbonero le vaya diciendo lo que piensa hacerle después del partido,…. algo. Si está distraído, vale, que se distraiga, pero, por Dios, al menos que esté despierto, porque cada vez que el balón anda cerca vamos de susto en susto.
Otro punto a mejorar, aunque ya no depende tanto del conjunto español como del azar, es esperar que acabe la plaga de mala suerte que asola a la Roja. Ayer no sólo Capdevila no se lesionó, sino que Xabi Alonso se recuperó a tiempo de sus molestias y pudo jugar el partido. Pese a todo, España está demostrando una gran capacidad para sobreponerse a la adversidad, así que es lícito suponer que cuando el viento sople a favor se alcancen por fin grandes metas.
Por lo demás, a destacar la táctica portuguesa: 4 centrales en defensa, 3 centrales en el centro del campo y un central de delantero centro. Impresionante. Los únicos que desentonaban eran Simao (que tampoco desentonó tanto, porque ni se le vio en toda la noche) y Cristiano Ronaldo, alineado supongo que como concesión a su status de icono gay (tengan en cuenta que el lunes fue el Día del Orgullo Gay, y a Queiroz le daba cosa defraudar a todos los fans de la estrellita dejándolo en el banquillo). Me imagino que Javier Clemente se pasaría el partido llorando de emoción al comprobar que su mensaje no se ha perdido para siempre, que otros continúan el camino que el inició.
Para finalizar, unos breves apuntes: el niño de la pesi está a punto, a punto… ha fallado tanto que se está volviendo peligrosísimo. A partir de ahora, la presión para los defensas rivales será enorme: ¿quién puede afrontar el riesgo de pasar a la historia como la defensa a la que Torres le metió un gol? No les extrañe que los paraguayos ni se presenten al partido, para evitar el posible ridículo.
Porque ahora nos espera Paraguay, a la que deberemos adormecer el sábado para poder derrotarla y colarnos en semifinales (¿para qué? Paraguay; lo siento, no he podido resistirme al chiste fácil; seguimos). Más de lo mismo: 11 tíos metidos en su área a esperar los penaltis o que Casillas o alguno de sus defensas se metan un gol en propia puerta (que también puede pasar). Y aunque todo el mundo se queja de que a España le toquen adversarios que se cierran atrás, y de que así no hay manera, yo discrepo: visto el estado de la defensa, con Ramos en rebeldía (se pasa el partido ejerciendo de extremo), Puyol y Capdevila un poco más lentos de lo que deberían, Piqué pidiendo transfusiones de sangre después de cada partido (aunque lleva ya dos encuentros sin que le partan la cara; parece que el chaval se está reformando) y Casillas echando sus siestas, cuanto menos nos ataquen, mejor.
En cualquier caso, si quieren un consejo, no se pierdan el partido del sábado, porque en el plan en el que está España, a saber a qué equipo de qué época decide parecerse en cuartos de final ante los paraguayos. Los viajes en el tiempo es lo que tienen: que son apasionantes.
Y si quieren otro consejo, preparen también café. Por si España decide parecerse a sí misma, ya saben.
El Rey Imprudente – Geoffrey Parker
Hace 3 días
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