lunes, 21 de junio de 2010

CONTRA EL VIENTO

Llevo ya cerca de 2 años corriendo con bastante regularidad. En invierno, menos, claro, porque odio el frío, los días son más cortos y, en general, me apetece menos, pero, aún así, me las apaño para correr, como mínimo, uno o dos días a la semana. En verano, cuando mi mujer y los críos se marchan al pueblo huyendo de los rigores estivales, corro a diario. Y, la verdad, yo mismo me sorprendo, porque hace tan solo unos años esto de correr sin un buen motivo (un perro rabioso detrás, una señora estupenda delante, un balón por cualquier parte) me parecía una chorrada, y no era capaz de sacarle el gusto. Pero ya ven, nunca se puede decir de esta agua no beberé.

Ahora me encanta. En parte me viene muy bien para hacer un poco de ejercicio, porque cuadrar las agendas con los amigos para organizar un partido de algo es cada vez más difícil, y en cambio salir a correr requiere mucha menos organización: con convencerse a uno mismo es suficiente. Y en parte me viene bien para tener un rato para mí solo, sin niños, sin trabajo, sin nadie. Sólo las zapatillas, el MP3 y yo.

Lo malo es que estas cosas enganchan. Me refiero a lo de correr, no a lo de abandonar temporalmente trabajo, mujer e hijos (que también). No sé muy bien por qué, supongo que por las endorfinas que se generan, esas drogas duras que fabrica nuestro cuerpo en determinadas ocasiones y que te hacen sentir bien. Y, claro, como con cualquier otro tipo de droga, se va creando tolerancia, el cuerpo se acostumbra y tienes que ir aumentando la dosis para conseguir el mismo efecto. La consecuencia es que cada vez tienes que correr más: más rápido, más tiempo, por cuestas más empinadas.

Y esto está teniendo curiosos efectos colaterales. En los últimos tiempos he adelgazado bastante. Esto, unido a mi resistencia innata a deshacerme de la ropa que ya no me pongo, hace que en mi armario haya pantalones de varias tallas. Como normalmente me visto a oscuras y medio dormido, no siempre soy capaz de elegir la talla correcta, por lo que, algunos días, voy con unos pantalones demasiado grandes, luchando constantemente para que no se me caigan y sintiéndome ridículo con unas pintas de rapero que tiran para atrás.

Claro que para pintas raras las que llevo cuando corro. Porque este año mi mujer, después de verme corriendo durante una buena temporada y sabedora de mi poca tolerancia a las temperaturas bajas, me regaló un pantalón de esos elásticos, de fibra térmica, muy calentitos, y camisetas del mismo estilo, así que aquí me tienen, a mis años ¡¡poniéndome mallas!!. Y encima en colores cantosos y con reflectantes, para que se me vea bien. Me temo que es un síntoma grave: si ya no te queda respeto por tí mismo, ni vanidad, es que te has hecho muy mayor.

Aunque ahora que parece que por fin ya va haciendo calor, he guardado la ropa de invierno en el armario, y el remedio es casi peor que la enfermedad, porque cuando hace calor voy hecho un adefesio: un pantalón viejo, una camiseta con publicidad de algo, las zapatillas que se caen a pedazos, y cada cosa de un color. Total, un cromo. Pero no se crean, que esto también tiene su lado bueno, porque cuando te cruzas con gente que sale a correr luciendo la última colección de Nike, hechos un pincel, sientes tanta vergüenza de tus pintas que aceleras como un cabrón para perderlos de vista cuanto antes. Así que mi inexistente sentido estético es un aliciente estupendo para rebajar los tiempos. Cada uno se lo monta como puede.

Lo que me gusta de verdad de salir a correr es la música. Qué gran invento el MP3, oigan, le pese a la SGAE y a quien le pese. En un aparatito minúsculo puedes almacenar las canciones que más te gustan y escucharlas a toda pastilla mientras corres, sin preocuparte de nada más. Me regalaron uno nuevo por mi cumpleaños, y tener que sentarme con él ante el ordenador a meter canciones me sirvió de excusa para bucear un poco y recordar algunas canciones que no escuchaba desde hace años, pero que son ideales para correr. Así que me he hecho con un pequeño museo de canciones que son recuerdos y que consiguen que salir a correr no sea una tortura, sino un placer.

Ayer, sin ir más lejos, saltó esta canción mientras corría. Hacía tiempo que no la escuchaba (el modo aleatorio es lo que tiene), y fue una grata sorpresa. Siempre me ha gustado, en cualquier situación, pero, por algún motivo, hay días en los que me toca la fibra más que de costumbre. Ayer fue uno de esos días: calor, la ciudad entera para mí, el viento en la cara, y Bob Seger cantando “parece que fue ayer, pero ha pasado mucho tiempo… aún sigo corriendo contra el viento”.

Así me pasé un buen rato. Corriendo contra el viento. Recordando.

A veces es muy fácil ser feliz.

No hay comentarios: