jueves, 14 de abril de 2011

RUMBO A ABILENE

Ahora que parece que el sol se deja ver con cierta continuidad y potencia calorífica, anunciando el fin del largo y tortuoso invierno, me da por (volver a) pensar cosas raras. Esto puede significar que vuelvo a mi estado normal, aunque tampoco descarto que sean delirios por el abuso de lecturas, cosas de la edad o algún síntoma de una astenia primaveral de esas que va por mal sitio. El caso es que como me han entrado ganas de escribir, y dado que últimamente me siento identificado con la corriente filosófica de no reprimir los instintos (hedonismo, me parece que se llama), creo que no voy a aguantármelas, no sea que me vaya a dar un ataque o algo. Si eso, ustedes disimulen y hagan como que no pasa nada.

El caso es que, después de tanto tiempo, me falta costumbre. De pensar y de escribir. No es que me haya pasado varios meses sin pensar, o sin ganas de escribir, pero lo cierto es que cuando he tenido una cosa me ha faltado la otra. Qué le vamos a hacer si soy así de complicado. Eso sí, como persona complicada, me gusta echar un vistazo de vez en cuando a las contradicciones y paradojas de los demás, por aquello de no sentirse un bicho (demasiado) raro. Cada uno es como es, y el que no se consuela es porque no quiere.

Inciso: siempre que hablo del consuelo me viene a la cabeza la respuesta de un brillante sexólogo a uno de sus pacientes cuando éste, casado y afecto de impotentia coeiundi, le preguntó si era posible, de alguna forma, realizar el acto sexual sin tener una erección. “No, pero piense en la cantidad de solteros que tienen una erección cada día y tampoco es capaz de realizar el acto sexual.” A eso se le llama ser positivo, y lo demás son tonterías. Cosas como ésta (pensar que tengo algo que no me gusta ni necesito, pero que otro está deseando y no tiene) me animan un montón en mis días malos, y me hacen sentir poderoso en mis días buenos. Sí, además de complicado soy un poco ruin, a veces. Fin del inciso, que no sé muy bien a qué venía (llevo mucho tiempo sin escribir, ¿qué querían?).

A lo que íbamos, que me desnorto. Este invierno, mientras mis neuronas plantígradas invernaban y desistían de escribir cualquier cosa decente, me ha dado por leer cosas. Mayormente en libros, aunque también me he empollado algún prospecto de jarabe para la tos (cosas de tener niños en casa, ya saben). Precisando más, podríamos decir que han sido libros raros. He leído un par de novelas, en la que lo más emocionante ha sido acabarlas y poder cerrar el libro de una puta vez, así que háganse una idea. Pero no vamos a hablar mal de Pérez-Reverte, que luego todo se sabe. En fin. Como comprenderán, después del asedio al que me sometió semejante despropósito (no sé si han captado el ingenioso juego de palabras… el asedio… ¿lo pillan?), mi instinto de conservación, tan poderoso como según algunos injustificado me impelió a preservar lo que quedara o quedase de mi salud mental sumergiéndome en lecturas de filosofía y divulgación científica. Cosas aburridas y poco glamurosas, pero fiables a carta cabal. Un valor seguro.

Y, oigan, en estas lecturas hay ocasiones en las que uno se encuentra cosas que hacen pensar. Lo que, en mi caso, no sé si es bueno o malo, pero es lo que hay. Verbigracia: la paradoja de Abilene. ¿Cómo? ¿Qué no les suena? Tranquilos, que yo les pongo en antecedentes.

Allá por los felices años 70, cuando la gente de bien de los Estados Unidos de Norteamérica del Norte dedicaba las neuronas que el LSD y similares les había dejado disponibles a tareas productivas de lo que sea que produzcan en aquellas tierras (Coca Cola, supongo, y otros pilares fundamentales de la cultura occidental), un tipo que debía ser de los que menos había fumado se dio cuenta de que, en ocasiones, los grupos de personas humanas se portaban de una manera extraña. Para ser más concretos, en contra de sus gustos e intereses. Me podrán decir, con toda la razón del mundo, que a ver qué tiene esto de extraño, porque todos hacemos a diario un montón de cosas contra nuestros deseos (por ejemplo, levantarnos de la cama) y contra nuestros intereses (por ejemplo,… levantarnos de la cama). Pero aquí estamos hablando de otra cosa: normalmente no siempre podemos hacer lo que queremos, o lo que mejor nos vendría, porque tenemos que hacer lo que debemos. Que es todo muy parecido, pero no es lo mismo.

Sin embargo, el señor este, que se llamaba Jerry B. Harvey y se dedicaba al honorable oficio de la administración de empresas (la reseña no dice si las administraba bien o mal, pero concedámosle el beneficio de la duda) se dio cuenta de que, en ocasiones, la gente actuaba al mismo tiempo contra sus gustos, contra sus intereses individuales y contra los intereses del grupo. Cosa que, la verdad, tiene su mérito, porque es como ser capaz de llevarle la contraria a todo el mundo a la vez. Algo del mismo nivel de dificultad de fallar todos los resultados en una quiniela (lo que es mucho más complicado que acertarlos todos, y el que no me crea que haga la prueba). Es decir, en determinadas circunstancias, la gente que forma parte de un grupo no escoge hacer lo que le gusta ni lo que debe, ni siquiera lo que le conviene (ni a él como individuo ni al grupo) y se limita a hacer lo que hace el resto del grupo que, a su vez, hace lo que le ven hacer a él, estableciendo un círculo vicioso de difícil resolución.

A pesar de que personalmente no puedo sentir demasiada confianza en lo que diga un tipo que se llama como un ratón de dibujos animados se ve que la gente allí tiene una cultura televisiva menos sesgada que la mía (cosas de tener niños en casa, ya saben), y se pusieron a pensar en ello. Y vieron que el amigo Jerry tenía razón. Así que le dijeron que la tenía, que muy bueno lo suyo, y el tipo se vino arriba, dejó de administrar empresas y se dedicó a escribir un libro en el que definió esta conducta con un ejemplo que le daba título: la paradoja de Abilene (bueno, en realidad el libro se llama La paradoja de Abilene y otras meditaciones acerca de la administración). Como el señor Harvey se explicaba mucho mejor que yo, y en aras de que todos ustedes consigan entender algo de todo este rollo, me voy a permitir tomar prestado su ejemplo para ilustrar el tema.

Erase una vez una familia que estaba jugando una partidita de cartas en el porche de su casa, en una sobremesa de inhumana calorina. Con su sombra, su té helado, su ejemplar mensual de la revista de la Asociación del Rifle…. la típica sobremesa del medio oeste americano, ya saben. En estas que el pater familias, viendo a sus huestes amodorradas, se sobrepone a su propia desidia y les propone una excursioncita hasta la cercana ciudad de Abilene (Texas), a disfrutar de los 45º a la sombra que caracterizan esos andurriales, y de la atractiva y animada vida social que se le puede suponer a una ciudad ganadera que figura en el tercer lugar del top de ciudades conservadoras de los USA (lo que en un ranking tan disputado tiene su mérito). El caso es que la excursión, teniendo en cuenta que el coche no dispone de aire acondicionado y que el viaje dura casi una hora (cuando he dicho cercana ciudad ha sido pensando en los estándares americanos, para los que cualquier cosa a menos de 500 km está ahí al lado) no le apetece lo más mínimo a ningún miembro de la familia. Ni siquiera al que lo propone. Pero, por alguna razón, nadie se atreve a decir claramente que esa idea es una tontería: comienzan a mirarse unos a otros, y a todos les parece que plantear objeciones o negarse al plan será desairar al ilusionado postulante, así que manifiestan su (falso)entusiasmo con el viaje, alimentando así cada uno la conducta de los demás. Resultado: nos vamos todos a Abilene.

Después de un viaje sofocante, ver en Abilene …, bueno, lo que haya que ver por allí, y volver a casa en otro viaje sofocante, los ánimos del personal ya están menos propicios a las mojigaterías y comienzan a despotricar: a mí no me apetecía, pero vi a papá tan ilusionado… pues a mí menos, pero como estabais todos tan convencidos… pero qué decís, si yo lo he propuesto porque os veía aburridos de la muerte… pues la próxima vez que nos veas aburridos te callas y te vas a probar tu rifle nuevo, ¿vale? Vale.

Hasta aquí la bibliografía. Comienza ahora la reflexión de todo a cien, porque me da que esta bonita anécdota podría servir para ilustrar el peligro de ser excesivamente respetuosos con las tonterías ajenas (aka corrección política).Ya saben, esa famosa teoría de la tolerancia y el buen rollito imperante hoy por todas partes (de cara al público, que en privado la cosa cambia bastante) y que se resume en el delirante eslogan de que todas las opiniones son respetables. Pues no señores. O aquí ha habido un error de traducción o alguien no sabe de lo que habla, porque las cosas no son así, ni de lejos. No todas las opiniones o las propuestas son respetables. Lo que deberíamos respetar es el derecho de los demás a decir lo que les parezca (y eso como mucho, que hay gente que está mucho más guapa callada), pero de ahí a dejarles creer que lo que han dicho es respetable media un abismo. Que no es por no escuchar, que si hay que escuchar, se escucha. Pero después, una vez hemos valorado el discurso de nuestro ponente, cuando hemos llegado a la ineludible conclusión de que lo que dice es una meada fuera del tiesto, lo verdaderamente correcto no es poner cara de “vamos a pensar en ello, porque tiene parte de razón”, sino darle una palmadita en la espalda al interfecto (disimular la compasión que nos produce no es obligatorio; ni siquiera recomendable) y decirle que se ponga por ahí, donde no estorbe, que descanse un rato y que aproveche para pensar en la siguiente tontería. Y si se ofende, que se ofenda. La vida es así de ingrata. El problema es que, como en la entrañable familia tejana del ejemplo, me parece que nadie se atreve a decir esta boca es mía, y el primero que dice cualquier gilipollada se lleva el perrito piloto. Premio para el caballero, por incomparecencia del rival. Y así nos va.

Alguien dijo una vez que cada minuto nace un tonto. Eso siempre me ha parecido algo así como la paradoja de Fermi (otra paradoja, hoy estoy que las vendo), pero en pobre. Porque, verán, a pesar de que mi mirada dista bastante de ser la de alguien confiado en la bondad intrínseca del ser humano, no me parece ver a mi alrededor a tanto imbécil. Vale, hay muchos, pero menos de los que podríamos pensar, dada una tasa de natalidad tan espectacular. Si cada minuto nace uno, ¿dónde se han metido los tontos?

Hoy, por fin, he encontrado la respuesta a la paradoja (a la de los tontos; la de Fermi tendrá que esperar algún rato de inspiración, a una afortunada casualidad, o a que le hagan un análisis de ADN a Messi): nadie los ve porque están todos en Abilene.

Estamos, quise decir. Ustedes perdonen, que me falta práctica en esto de escribir.

8 comentarios:

molinos dijo...

Enrevesada historieta...

.."se portaban"..o " se comportaban?

La de la ventana dijo...

Me alegra de que estés de vuelta. Aunque espero que no sea por el efecto Abilene ("Escribo el blog porque los demás lo hacen, pero en el fondo malditas las ganas...")

En BCN hace un tiempo genial... dijo...

entre el Teorema de Fermat y la Paradoja de Fermi, voy a tener que lanzarme al mundo de la droga...para ver si se abre mi mente a estos arcanos incomprensibles (particularmente el de Fermat).
De todo tu florida retórica tan en bucle, un comentario (respetuoso, por supuesto): cuando sólo se hace lo que se debe, probablemente es la altenativa más cómoda a no atreverse a hacer lo que se quiere.

el chico de la consuelo dijo...

Pues a mi me gusta leerte que le voy a hacer, sobre todo me gusta el ritmico que tiende al barroquismo que tanto me gusta.La frase todo lo larga que se pueda. Menos mal que la diatriba de mi yo argentino de ayer no fue inutil.

Lo de la transigencia lo decia un autor que me hace pensar...sobre todo porque casi nunca coincido con el es fernando sabater. Que en una charla que le escuche decía: Si usted dice una memez no le voy a pegar, pero eso no significa que tenga que ser transigente, le diré que es una estupidez.

Hablando de paradojas...Yo tengo un principio jurídico mio, pero muy contrastado: Cuando hay una controversia entre dos personas y la cosa esta clara de quien tiene la razón simepre hay que dejar hablar a las dos partes porque nunca hay que descartar la "habilidad" de determinadas personas para declarar en su contra y cambiar el sentido de la razón (Es cuando el abogado piensa...tio callate que la estas cagando y lo teniamos ganao). Hay una eminente jurista de tu pueblo con la que trabajo a veces que me identificaría enseguida si leyera esto.

pseudosocióloga dijo...

Pues a mi me gusta leerle, a usted, porque no es "políticamente" correcto y me consta que no iría a Abilene, bueno, a lo mejor si viera a sus hijos muy aburridos ......

112 dijo...

Un poco larga te ha quedado la disertacion, ¡se nota que tenias mucho atrasado dando vueltas!.

Por otra parte, yo tambien estoy un poco hartica de lo politicamente correcto y del todo es respetable; ahora, eso sí, como lo digas es que eres un fascista y por ahí pa'llá.

De todas formas ¿quién no ha ido alguna vez a Abilene? ( quien dice a Abilene, dice a cenas de empresa, viajes absurdos, cursos y cursillos, comidas familiares,entierros y bodas...?).

Cazurro dijo...

Moli, ¿algo de lo que yo escribo puede parecerle enrevesado a la reina del pensamiento lateral? No sé si sentirme halagado u ofendido, así que me ceñiré a los aspectos tangibles de la cuestión: portarse y comportarse son sinónimos, ambos aceptados y perfectamente correctos.

Teresa, gracias. Por supuesto que no escribo por el efecto Abilene, ¿por quién me tomas? Lo hago porque perdí una apuesta.

BCN, me alegro del tiempo genial, y espero que disfrutes de tu incursión en el mundo de las drogas, pero sigo sin ver qué tiene que ver Fermat con todo esto. Por lo demás, una respuesta a tu comentario (también respetuosa, por supuesto): no siempre hacer lo que se debe es cómodo, y en ocasiones es la única alternativa.

Chico, mi record está en 327 proposiciones subordinadas, que ocupaban cerca de 2 folios. Lógicamente, no tenían ningún sentido, pero supongo que te hubieran gustado. Por desgracia (y por mi salud mental), los quemé. Y una duda: ¿cuando dices pueblo te refieres a León o a Astorga? Porque si es a León me voy a sentir ofendido, y si es a Astorga, creo que sé de quién hablas (y pienso chivarme, que lo sepas).

Pseudo, como vuelvas a tratarme de usted me enfado y no respiro, hala. Siento decepcionarte, pero ya he ido a Abilene muchas veces (en la vida real soy la encarnación de la corrección política, para mi vergüenza).

112, ¿largo? Pero si el tamaño no importa, mujer.

el chico de la consuelo dijo...

Vamos yo creo que la eminente jurista es de Leon, pero también pensaba que eras tu de Leon, ¿eres de astorga?...ahhhh lo acabo de pillar que lento estoy, te ofendias por lo de pueblo...es que pa mi todos son pueblos ZgZ es un pueblo, mdrid es un pueblo, todos son pueblos.
me voy a leer el otro post que parece que estás en carrerilla