En el día de hoy, Barack Obama, Presidente de los Estados Unidos de América por la gracia de Dios y Premio Nobel de la Paz por una de esas casualidades un poco difíciles de comprender, ha anunciado que, por fin, se han cargado a Osama Bin Laden. Les ha llevado su tiempo (casi diez años), un par de guerras y algún que otro manejo poco claro, pero las cosas ya están otra vez donde debían, y la armonía reina de nuevo en este rincón de la galaxia.
Pero, por favor, entiéndanme bien. Esto no es una crítica. Ni siquiera una reconvención (¿quién soy yo para reconvenir a un Premio Nobel de la Paz, o a un presidente elegido más o menos democráticamente por millones de personas?). Ni, mucho menos, una reflexión acerca de la moralidad de algunas actuaciones. Estamos hablando de política exterior, y no creo que la moral tenga demasiada cabida en la política exterior (ni en la interior, ya puestos). Esto no tiene nada de crítica, ni de reflexión, ni de juicio moral. Es, solamente, el pie para una historieta de las mías.
Porque, visto con un poco de perspectiva, la noticia parece confirmar reveladoramente el papel que los Estados Unidos se han reservado para sí mismos en la historia mundial. Al menos para mí, aunque ya saben que yo tiendo bastante a ver las cosas de una manera peculiar, y estoy muy lejos de ser un experto en las cosas de ese país. A pesar de que hay un viejo proverbio que dice que alguien es un gran conocedor de un país cuando ha vivido en el más de veinte años o menos de dos días, yo nunca he pisado la tierra de las oportunidades, así que creo que el proverbio no me aplica. A cambio, he leído bastante, y he visto muchas películas. Tendrán que conformarse con eso, me temo.
El caso es que algunas de las cosas que he leído (lo que no haga el aburrimiento…) tratan de las bases sobre las que Estados Unidos han asentado su papel en el mundo. Generalmente se habla de dos ideas, su Destino Manifiesto (teoría sospechosamente parecida al Lebensraum alemán, aunque esa es otra historia), y la Doctrina Monroe, sintetizada en la célebre frase América para los americanos, que los useños tienden a interpretar con cierta amplitud de miras (quien dice América…). Sin embargo, hay un episodio menos conocido que refleja perfectamente el talante de la política exterior norteamericana en los últimos tiempos (pongan unos cien años, más o menos). El verdadero American Way of Life.
Estamos en 1904, en el reinado (perdón, la presidencia) de Theodore Roosevelt. Es entonces cuando entra en escena el protagonista marginal de esta anécdota, Ion Perdicaris. El amigo Perdicaris era un niño de papá de origen griego, aunque nacionalidad estadounidense. Su padre había nacido en Grecia, emigrado después a los Estados Unidos y se había convertido en un próspero terrateniente (por el expeditivo método del braguetazo, desposando a una joven de buena familia de Carolina del Sur), y posteriormente en un próspero hombre de negocios (fundador de la compañía del gas de New Jersey), con algún episodio de representación diplomática, como su época de cónsul en Grecia (los orígenes tiran mucho, ya se sabe). El hijo, Ion, creció como un bon vivant, y uno de sus mayores esfuerzos fue viajar a Grecia para tratar de recobrar la nacionalidad griega durante la guerra civil estadounidense, para evitar así que sus propiedades en Carolina fueran confiscadas por la confederación (las propiedades de los extranjeros estaban a salvo de tal contingencia). Después de solucionar el asunto, se ve que el hombre le cogió gusto a la buena vida mediterránea, y acabó construyéndose una mansión en Marruecos, donde se instaló, según cuentan las crónicas, fascinado por la cultura marroquí.
Aunque pueda sorprendernos, Marruecos no era en aquellos tiempos la balsa de aceite, faro de la democracia y tranquilo destino turístico que es hoy en día. Por el contrario, había tensiones, disputas territoriales y bastantes bandos o tribus a la greña por el control de distintas zonas o provincias del país. Precisamente una de estas bandas, encabezada por Mulai Ahmed El Raisuli, secuestró a Mr. Perdicaris el 18 de Mayo de 1904, exigiendo al sultán de Marruecos a cambio de su liberación una considerable cantidad de dinero y el control de dos provincias del territorio marroquí.
Cuando Roosevelt conoció la noticia, decidió que su gobierno no podía permanecer impasible ante el hecho de que un ciudadano estadounidense fuera utilizado como moneda de cambio en tales asuntos, así que despachó rápidamente una flota hacia Marruecos, con varias compañías de marines. No es que tuviera muy claro lo que iba a hacer, pero el tema requería determinación. El honor de los Estados Unidos estaba en juego (y, aunque se trate de un detalle menor, también la reelección: Roosevelt estaba en plena campaña).
Con los barcos ya en camino, y con Roosevelt tratando de involucrar a Francia y Gran Bretaña (las potencias europeas con intereses en el país) en una acción militar para rescatar a Perdicaris, alguien cayó en la cuenta de que Perdicaris había abjurado de las barras y estrellas cuarenta años atrás, y que los Estados Unidos estaban montando un pifostio considerable por el secuestro de un ciudadano griego. Pero con los marines en mitad del Atlántico, la campaña electoral a medias, y después de haber mareado a los gobiernos inglés y francés, Roosevelt decidió que no se iba a echar atrás, y justificó su decisión argumentando que El Raisuli había secuestrado a Perdicaris considerando que era ciudadano americano, y que su gobierno tenía perfecto derecho de ignorar el hecho de que Perdicaris hubiera preferido quemar el pasaporte estadounidense y considerarlo también súbdito yanqui a todos los efectos, en la que, probablemente, ha sido la única vez de la historia en la que un político ha admitido públicamente seguir la línea argumental de un bandido ( “si El Raisuli lo considera americano, yo no voy a ser menos”).
Así las cosas, y viendo venir a los marines, Francia y Gran Bretaña comenzaron a presionar al sultán marroquí para una pronta resolución del conflicto. En realidad, sólo llegaron a desembarcar alrededor de una docena de marines, para acompañar a la mujer de Perdicaris y sus hijos al consulado estadounidense, pero la situación estaba tensa, y el mensaje norteamericano resultó lo bastante intimidante. El 21 de Junio, un mes después de su secuestro, el sultán accedió a las pretensiones de El Raisuli y Perdicaris fue liberado.
Pero, claro, siempre puede haber malpensados que interpreten la solución del conflicto como lo que parecía: que se había pagado un rescate por la liberación de un ciudadano estadounidense (a pesar de que el ciudadano no era estadounidense y de que el rescate lo pagaban los marroquís). Y eso era un concesión intolerable (sobre todo para un candidato), por lo que Roosevelt intentó darle un aire un poco más épico a la cosa, y aprovechó la Convención Nacional del partido republicano para presentar el asunto como un éxito de su política decidida. Así, informó a los presentes de que, habiéndose producido el secuestro de un estadounidense por unos bandidos extranjeros, se había enviado a una flota de guerra con una consigna breve e inequívoca: El Gobierno quiere a Perdicaris vivo o a El Raisuli muerto.
La anécdota, en resumen, pasó a la historia de una forma bastante más pinturera que la prosaica realidad. Y resultó bastante trascendente, las cosas como son. Más allá de favorecer la reelección de Roosevelt y de inspirar alguna película como El viento y el León (aunque presenta la historia un poco distorsionada y con bastante almíbar; Hollywood es así), el incidente Perdicaris convenció a los Estados Unidos de la legitimidad y, sobre todo, de la eficacia de usar su fuerza militar como un argumento más (en ocasiones, el único argumento) en cualquier conflicto internacional. El mensaje estaba claro: cualquiera que se enfrentase a los intereses estadounidenses (o pseudoestadounidenses, como era el caso), a título personal o nacional, individual o colectivo, se enfrentaba a la justa cólera los marines. Es la tierra de la libertad. El hogar de los valientes. Y los valientes, ya se sabe, no se andan con chiquitas: el que la hace, la paga.
El incidente Perdicaris, en definitiva, les abrió los ojos a los Estados Unidos. Tenían fuerza, y tenían la decisión suficiente para usarla, sin complejos. Ya habían cumplido su Destino Manifiesto. Ya habían comprobado el éxito de la Doctrina Monroe. Ahora, Teddy Roosevelt, el viejo Rough Rider, viniéndose arriba, había desarrollado aún más la doctrina, ampliando el campo de aplicación de la misma. América era la elegida, y el mundo era suyo.
Y en esas siguen. Aunque solucionar algunos asuntillos les lleve diez años.
God bless America.
4 comentarios:
Buena historieta.
Muy buena, y además he aprendido cosas que no sabía antes. Sigue así, que se ha echado mucho de menos esta sección.
Me ha gustado el post. Y no puedo estar más de acuerdo contigo. Al final si alguien juega a ser el dueño del mundo acaba metiendo la pata pero bien.
Nosotros en España somos más modestos y nos conformamos con poder juzgar a cualquier persona de cualquier nacionalidad por cualquier delito que haya cometido en cualquier parte del mundo.
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