miércoles, 28 de marzo de 2012

ECONOMÍA Y PARADOJAS: MARXISTAS A TODO RITMO

Suele decirse que la historia se repite dos veces: una como tragedia, y la otra como farsa (o comedia, cosas de las traducciones). Lo que ya no suele decirse, supongo que porque no queda serio, es que en ocasiones la historia ya es, a la primera y sin repeticiones de ninguna clase, un chiste. Pero no un chiste cualquiera, no: una descojonación tan grande que ni los guionistas de la telecomedia más disparatada puestos de pegamento serían capaces de imaginarse algo parecido. Un fenómeno no es demasiado conocido, ya que estos episodios pasan generalmente inadvertidos. La causa es, probablemente, un problema de ritmo. Pero, modestia aparte, ya lo he solucionado yo. Y es que para comprender bien las cosas, la Historia hay que verla como el porno: pasando rápido las escenas sin sustancia para ir a lo importante.

Vamos con un ejemplo. Situémonos en Europa, en el siglo XIX. Hace ya unos añitos que se ha acabado el feudalismo, y la Revolución Industrial, aquella excentricidad espantosa de humos y máquinas ruidosas, ha demostrado ser algo más que una moda pasajera. De hecho, ha terminado por cambiar profundamente el mundo. La gente ha ido abandonando el campo, las ciudades han crecido espectacularmente, y los barrios obreros, esa impagable fuente de inspiración para Dickens, llenos de miseria, ratas y huerfanitos, son ya una parte insustituible del paisaje urbano. Estamos en una época en la que todavía no se han puesto de moda veleidades modernas como los derechos humanos, la dignidad, el respeto y entelequias de ese calibre, así que la jerarquía social existente se ve fielmente reflejada en las condiciones laborales. El egoísmo, disfrazado de mano invisible, es el encargado de distribuir la riqueza y proveer el bien común, el beneficio para todos los integrantes de la sociedad. De este modo, la organización económica del mundo es brutal, pero sencilla de entender: el dueño de la fábrica es el que decide quién trabaja, cuánto y por qué salario. El que no esté a gusto, puede quedarse en casa y morirse de hambre dignamente. Y, efectivamente, todos salen beneficiados (en distinto grado, eso sí): el dueño se hace rico, y el currante sobrevive. (Adviertan que cambiando dueño por señor y fábrica por castillo, la afirmación anterior de que el feudalismo ha terminado quizá pierde un poco de fuerza, pero mejor no nos enredemos en matices, y sigamos avanzando). En definitiva, la vida es bastante jodida para la mayoría del personal. Es lo que hay.


Como es lógico, la gente (entendiendo por gente la masa de trabajadores industriales amiseriados en las grandes zonas fabriles) no acepta la situación de buen grado. Hay protestas, más o menos virulentas según las circunstancias y el carácter de los ponentes, y las condiciones laborales van cambiando lentamente. Muy lentamente si lo consideramos desde un punto de vista actual, pero las manos invisibles son así, qué le vamos a hacer. En cualquier caso, un cambio importante de esa época es la creación de una conciencia de clase entre los trabajadores. Una conciencia bastante combativa, además: se cierran filas, y no se habla de rivales, sino de enemigos. Algo comprensible, quizá, cuando no estamos hablando de tener o no pasta para redecorar el piso, sino de poder o no comer una vez al día. Cabe recordar (y como cabe, lo recuerdo) que en Inglaterra, cuna de este tipo de tensiones industriales, nos encontramos en plena época victoriana, con esa loable certeza de destino manifiesto que siempre ha tenido la burguesía anglosajona, y ese sentido práctico del deber que afirma que el trabajo es una virtud (un placer no, porque sería pecado), y que si los pobres se mueren, será por vagos, o por borrachos, o, en cualquier caso, algo habrán hecho. Resumiendo, y para centrarnos, las cosas estaban claras: por un lado los dueños, por otro los obreros. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Y la policía cerca de los obreros, eso sí. Por si alborotan.


Es en ese contexto en el que nace el protagonista de nuestra comedia histórica, en 1818, en un lugar de Prusia de cuyo nombre no quiero acordarme. Hijo de un abogado de clase media, después de una infancia despreocupada y una buena educación, se va a la universidad a estudiar derecho, y allí, como diría mi madre, se echa a perder. Pasa del derecho, se hace socio del Club de la Taberna y, tal vez lo más grave, empieza a estudiar filosofía. El sueño de cualquier padre, vamos.


Por suerte para él, estaba en una época en la que se le prestaba todavía atención a los filósofos, así que pudo encontrar algún trabajillo escribiendo en ciertas publicaciones. Por lo visto, no lo hacía mal, pero tenía una cierta tendencia a criticar la política absolutista del gobierno (recordemos, Prusia, siglo XIX), lo que le valió sucesivos cierres de las revistas en las que trabajaba, y sucesivos cambios de residencia, hasta que acabó siendo expulsado del país y viviendo en París. Allí siguió escribiendo en algunas publicaciones no demasiado gratas a las autoridades, y conoció a algunos personajes que lo introdujeron aún más en las ideas socialistas, tan afines a su propio carácter.


Así consigue una nueva clausura de su revista por meterse con quien no debía (una vez más) y un nuevo exilio (esta vez a Bélgica). El tipo parece haberle cogido el gusto a meterle el dedo en el ojo a todo aquel que le pueda dar una colleja, y su fama de revolucionario y mala gente le precede allá donde va. Sin embargo, en el fondo sigue siendo un filósofo que sólo pretende responder la pregunta que, en última instancia, de un modo u otro, todos los filósofos quieren responder: por qué el mundo es como es (y si de paso se puede cambiar, pues se cambia).


Para lo cual nuestro hombre cuenta con un amasijo de ideas de los filósofos que más le han influido (Hegel, Bauer, Stimer, Feuerbach), con las enseñanzas de sus amigos socialistas, especialmente Engels y sus libros sobre las condiciones de la clase obrera en Inglaterra, y sus propias observaciones y filosofadas. Con todo lo cual llegó a algunas conclusiones sobre la organización económica del mundo en el que le había tocado vivir y sobre el sistema capitalista. Y lo que ve no le encaja. Algo falla, pero no sabe muy bien lo que es, así que decide ponerlo por escrito, a ver si le queda más claro (recuerden, era prusiano). Sus ideas centrales de crítica al capitalismo se resumen en algunas ideas:


-El capital, es decir, los medios de producción, es decir, la pasta, cada vez tenderá a estar más concentrado. La propia competencia, entendida y ejercida según la supervivencia del más apto, aquí vale todo y maricón el último, producirá que los más aptos se vayan cepillando a los otros, hasta que todo el mercado quede en unas pocas manos. Es lo que él llama la tendencia a la concentración del capital.


-Como el objetivo del capital es obtener beneficios, es importante procurar rebajar los gastos de producción, uno de los cuales es el salario de los trabajadores. Tomando las ideas de algunos economistas anteriores, se da cuenta de que los salarios siempre tenderán al nivel de subsistencia: si son altos, habrá más trabajadores, y el exceso de mano de obra hará bajar de nuevo los sueldos. Es lo que él (y otros antes que él) llaman la ley de hierro de los salarios.


-Un punto importante para que el capital pueda aplicar las leyes de hierro y mantener bajos los salarios es disponer de una abundante mano de obra. Por ejemplo, un gran número de parados supondría una ventaja para el empresario, que podría ofrecer un salario bajo en la convicción de que siempre encontrará trabajadores dispuestos a aceptarlo. Es lo que él (y otros antes que él) llama el ejército industrial de reserva.


-Pero, y esto es lo verdaderamente importante, dado que el capital obtiene su beneficio de la venta de los bienes producidos, y la gente que en teoría tiene que comprarlos (los proletarios) cada vez tiene menos pasta, la actividad cada vez tendrá menos beneficios. Es lo que él llama la tendencia decreciente de los beneficios y lo que, en última instancia, hará que el sistema pete.


Así que nuestro hombre, que para aquel entonces ya había reunido gran parte de sus ideas en un manifiesto que había servido para aglutinar un buen número de ideologías de defensa de los intereses de la clase obrera bajo el nombre de comunismo, escribe una obra, El Capital, en la que pronostica el colapso del capitalismo y anima a todo el proletariado del mundo a liarla parda. Y todo esto sin haber pisado una fábrica en su vida, oigan. Ríanse de Sherlock Holmes.


Sin embargo, nuestro hombre tiene la muerte soñada por todos los profetas y adivinos que en el mundo han sido: es decir, se muere antes de que los hechos demuestren que se equivocaba. Porque aquello no acababa de colapsar. Claro que tal vez tuviera algo que ver en eso el hecho de que sus seguidores, cada vez más organizados y no tan pacientes (al fin y al cabo, no todo el mundo puede ser filósofo) intentan llevar a la práctica sus ideas. Y los capitalistas, ante la posibilidad de que las masas enfurecidas y con poca cosa que perder los pasen por las armas, abren un poco la mano. Se consiguen mejoras en los salarios, en las condiciones de trabajo. El nivel de vida sube, y el consumo sigue aumentando. Y el sistema no se colapsa.


Para entonces, los comunistas ya se han pasado definitivamente al plano experimental y deciden hacer una comprobación empírica del funcionamiento de las teorías de nuestro difunto amigo el filósofo prusiano. Han cogido un país bastante grande y se han dedicado a controlar los medios de producción, a prohibir la religión, la propiedad privada, los toros y no sé cuantas cosas más, con lo que, en la otra mitad del mundo, mientras los proletarios miran esperanzados ese ilusionante proyecto sociológico, los capitalistas empiezan a tragar fuerte. Osti, tú. Mira que si eso pasa aquí. Casi mejor subirle el sueldo a la plebe.


Los años van pasando. El experimento resulta no ser tan chulo como parecía en un principio. De hecho, va saliendo de puta pena, y los proletarios comienzan a mosquearse hasta tal punto que los responsables del proyecto tienen que a) construir un muro que rodee el paraíso proletario para no descubrir un buen día al levantarse que se han quedado solos y b) comenzar a eliminar algunas malas hierbas que les estaban saliendo en el huerto, según una innovadora técnica hortofrutícola que la terminología comunista denominó gulag. Paradójicamente, las condiciones del proletariado son mucho mejores en pleno capitalismo que en el edén comunista. Seguramente debido a que la amenaza del comunismo hace que algunos de los preceptos de nuestro filósofo, como lo de los salarios, no apliquen con mucho rigor, a la vez que algunas cíclicas crisis de consumo son solucionadas con el fulminante expediente de organizar una guerra que deje el huerto hecho un bardal y haya que construirlo todo de nuevo. Y la cosa sigue sin colapsar, adornada por la bonita paradoja de que el comunismo sólo mejora la vida del proletario allí donde no se aplica.


Los años siguen pasando. Hasta que el experimento sociológico se va a tomar por el culo, los proletarios ponen cara de no saber muy bien a dónde mirar y los capitalistas, por fin, respiran aliviados. Llega el turno de las leyes de hierro, del ejército industrial de reserva, (situado ahora en China y alrededores), la concentración del capital y todo el copetín. Empieza a escasear la pasta, con lo que el mundo que anteriormente se autodenominaba libre por oposición a la opresión comunista y ahora ya no sabe cómo denominarse empieza a pedir prestado, sin saber muy bien a quién, y se endeuda hasta las trancas. Los capitalistas están a punto de llorar de la emoción: después de tantos años de estar con el culete apretado no se pueden creer que se lo estén poniendo tan fácil entre todos. Se hace realidad el viejo chiste soviético: lo malo no es que lo que nos contaron del comunismo era mentira; lo malo es que todo lo que nos contaron del capitalismo era verdad.


Y en esas estamos, ya ven. Colapsando. Una vez que occidente se quedó sin su ejército sindical de reserva, las leyes de la selva han seguido su curso. Así que nuestro amigo el filósofo ya tiene algo en lo que pensar: sólo ha tenido razón cuando sus ideas demostraron estar equivocadas y desaparecieron. Una bonita paradoja (que podríamos llamar la paradoja de la profecía autonegada) que el amigo Karl Heinrich Marx tiene toda la eternidad para resolver.

En cualquier caso, les recuerdo que este es mi blog, y, como tal, su destino único e irrenunciable es satisfacer mis deseos, los más sublimes y los más perversos, como dirían Les Luthiers. Así que, uniendo esto a mi natural tendencia al cinismo, las paradojas y el sensacionalismo de garrafón, puedo concluir y concluyo dándome el capricho de interpretar esta pequeña anécdota con mi único e inimitable estilo y afirmar, sin ninguna vergüenza (y probablemente también sin ningun atisbo de razón) que



MARX SALVÓ EL CAPITALISMO



Ahí queda eso. Ahora, con su permiso, y ante la constatación de que cada día me parezco más a Pedrojota, me voy a llorar un rato.




PS: Dado que he resumido en un post un par de siglos, dos guerras mundiales, el auge y caída de varios enfoques económicos, dos o tres crisis económicas mundiales, el florecimiento de ideas totalitarias de derechas, de izquierdas y de centro, el nacimiento del Opus y un mundial de fútbol ganado por España, cabe la posibilidad de que haya quedado un poco simplista, pero no me digan que la conclusión no queda chula.



PPS: La frase de que la historia se repite dos veces es de Hegel. Marx fue el que le añadió lo de la comedia y la farsa. Lo del chiste es una innovación propia. A cada cual lo suyo.


8 comentarios:

Speedygirl dijo...

Estoooooooo, ya has escrito a todos los coles para que añaden esta fiabilísima conclusión en TODOS los libros de historia, ¡no? XDDDDDDD (Me ha encantado tu resumen no sé si simplista, pero desde luego claro;P)

abandini dijo...

Me ha encantado este texto. No me voy a poner en plan "es una entrada excelente, bien documentada,qué bien escribes" etc. solo porque crea que tienes razón, que obviamente la tienes.

Pero.

Un par de apuntes.

El joven prusiano siempre dijo que el comunismo sería lo que viniera después del capitalismo, y está claro que en el sigo XX todavía había capitalismo. Luego ese sistema totalitario que dimos en llamar comunismo puede que no se correspondiera con lo que el amigo Karl tuviera en mente cuando hablaba del comunismo. Digamos que no profetizó la llegada de Stalin, y que no se le debería hacer responsable de ella. Y que en su pensamiento ese comunismo llegaría antes en Inglaterra que en un país feudal y agrícola como la Rusia zarista. Así que al César lo que es del César, etc.

La crítica de Marx al capitalismo está más vigente que nunca, luego objeto a eso de que sus ideas hayan fracasado. Algunas de sus ideas tienen más fuerza que nunca. Que se equivocara describiendo el paraíso comunista no invalida su crítica del capitalismo, por un lado, y teniendo en cuenta que ese paraíso comunista iba a ser la fase siguiente al capitalismo se puede argumentar que su paraíso todavía no lo conocemos, por otro. Se puede argumentar también (y argumento) que Stalin es al marxismo lo que Hitler a la democracia. Claro que la lista habría que alargarla, no solo Stalin, también habría que incluir a Mao, Pol Pot y alguna otra oveja descarriada similar... Y eso resta un poco de fuerza al argumento, lo sé.

Para mí, la paradoja marxista es que para llegar al comunismo se necesita más capitalismo, cuanto más salvaje y desbocado mejor, y no menos. El Estado de Bienestar (¿te acuerdas?) es una piedra en el camino hacia esa fase futura.

El capitalismo es un sistema autodestructivo, inestable, injusto, asimétrico y que tiende al desequilibrio (¿me dejo algo?) Y si no se ha autodestruido es por los palos que le han puesto en las ruedas y que tú citas en tu post: derechos humanos, laborales, Estado de Bienestar, etc. Pero ahora tenemos el camino despejado...

Y dos.

Ya que de refilón te metes con la Pérfida podías haber mencionado que de donde no se tuvo que exiliar, y donde pudo vivir más o menos tiempo, más o menos bien, fue en la Pérfida precisamente. Es que hoy estoy muy anglófilo...

Y termino. Me ha gustado mucho esa reflexión sobre los logros del comunismo: la mera existencia de ese sistema hizo que el capitalismo aflojara la mano en la garganta del obrero. Para que luego el comunismo tenga tan mala fama...

pseudosocióloga dijo...

A mi lo que me fascina es la TOTAL incoherencia de lo que predicaba dicho sujeto con su "modus vivendi".

Blogger ha cambiado el formato de los comentarios y si quieres que podamos hacer seguimiento de los mismos debes cambiarlo en la configuración.

Di Vagando dijo...

Gracias Cazurro, muy apropiada la entrada en un día como hoy. Tengo un libro por ahí titulado "Why Marx was right" (Terry Eagleton). NO sé si lo habrás leído, yo todavía no. Tb está por ahí "Marx's revenge".

Según tú, Bandini, mejor no ir a la huelga para llegar antes a la catarsis total? Mejor dejar de poner tiritas? que conste q es una pregunta retórica.

Psocióloga: qué pereza.

hugs

di

Cazurro dijo...

Speedy, pues no se me había ocurrido. De hecho, tenía la impresión de que ya no se estudiaba historia en los coles, a la vista de como está el patio.

Abandini, gracias, bienvenido, estás en tu casa. Más o menos de acuerdo con tus apuntes. La crítica de Marx al capitalismo parece acertada, y quizá la organización posterior no tanto, pero, en cualquier caso, lo que pasó en la URSS no tuvo demasiado qué ver con lo que él había puesto en el guión. Aunque, claro, eso se podría decir de todas las ideologías habidas y por haber: una cosa es la teoría y otra la práctica.
Por otro lado, si alguna vez me meto demasiado con la vieja y pérfida Albión, muy a mi pesar he de reconocer, aquí, entre nosotros, que no es más que envidia.

Pseudo, pues vale, cada uno se fascina con lo que quiere. Sólo un apunte: la incoherencia moral sólo es un requisito indispensable para hablar (o pontificar) de moral. Si hablas de matemáticas, dos más dos siguen siendo cuatro por muy cabrón que seas en tu vida personal.
Cuando tenga un rato miro lo de los comentarios. si peta el blog, ya sabes por qué es.

Di, gracias. No los he leído, pero, si como parece por el título, están de acuerdo conmigo, seguro que son estupendos.
Hugs (qué no sé lo que son) también para tí.

NáN dijo...

Jó, me ha gustado mucho, porque demuestras que Marx tenía razón: hizo una crítica del Capitalismo que sigue vigente, y cada vez más, hoy en día. Expuso bien cómo funcionaba el reloj y las horas que iba dando.

¿Alguna pega?

Además, explicó que la Revolución debía producirse primero en un país industrializado y habló de dos, no de uno: de la Pérfida y de Merkelandia (que suena como Mercadolandia y sus Chiripitifláuticos). Que los revolucionarios fueran unos cazurros (en el sentido que no es gentilicio), vete tú a saber de quién es la culpa.

Pero, aunque sea triste decirlo, en el mundo capitalista hemos vivido bien gracias a que los soviéticos vivían mal. Lo que quiere decir que los capitalistas, si les aprietas, abren el culo y siguen viviendo bien. Pero si no les aprietas a ellos, son ellos los que te dejan el honroso agujero como un bebedero de patos. ¿Soy capitalista con un buen capital? Mmmmm, no. Ah, entonces no me interesa ese sistema.

El futuro que nos espera está ahí, bien descrito. ¿Lo aceptamos como muerte súbita, lo cambiamos o la cagamos otra vez? Ten en cuenta que el Capitalismo tampoco lo hizo muy bien en sus primeras fases. Yo estoy por darle una nueva oportunidad al anticapitalismo... ¡pero sin dictadura del proletariado, que sirve para que los que tienen más dificultad de pensar ocupen el poder! Algo así como con mucha democracia y sin lobbys.

Estoy más que bastante de acuerdo con Bandini. Como Di, le agradezco a Pseudo Dionisia la Aeropagita que sea breve, porque la ovejita que me acompaña ya se estaba durmiendo.

Y te agradezco a ti, Boreout, que escribas bien y que salga de tu entrada más marxista de como entré.

Anónimo dijo...

Mi más rendida admiración (por Marx y su visió y por tu capacidad de sintesis y afán pedagógico).

Gonzalo en off

Anónimo dijo...

Muy ilustrativo...y el resumen chapeau.
Un placer leerte.
PD: ahora eso si... miedito? no mejor llamalo canguelo el que me ha entrado.SIP.
Totoro