martes, 8 de mayo de 2012

HISTORIAS DE LA PUTA MILI (VII): ANNUAL, 1921

Tenía muy abandonada esta sección de la cosa bélica, y es una pena, porque los militares son una fuente pródiga en anécdotas risibles y simpáticas, (que lo serían mucho más si no hubieran dejado por el camino tantas vidas, pero, en fin, las risas tienen un precio). Como vivimos tiempos duros y lo que necesitamos son más sonrisas, vamos con una entrañable historieta cuartelera.

Situémonos: estamos en 1906. España ha sido expulsada a gorrazos de América y Filipinas, y del imperio en el que no se ponía el sol no queda ya nada. Sin embargo, seguimos teniendo un espíritu emprendedor y dicharachero que nos lleva a sentirnos un poco apretados dentro de nuestras propias fronteras. Necesitamos un nuevo horizonte, pero como estamos escarmentados de ir a conquistar cosas al otro lado del mundo, esta vez nos lo tomamos con calma y decidimos que África reúne condiciones: está aquí al lado, hace buen tiempo, y es de los pocos lugares del planeta en los que todavía podemos sentirnos superiores a alguien. Los que parten la pana allí son los franceses, así que, ignorando la natural repulsión que los franchutes nos inspiran, nos dirigimos a ellos con humildad, pero sin renunciar a nuestra dignidad española. Es decir, a la manera habitual de nuestra temible diplomacia: dame argo, payo francés. Y los franceses, ignorando la envidia que siempre han sentido hacia los españoles y que muchos años después se traducirá en acusaciones de dopaje en el Tour y campañas caricaturescas de guiñoles, aprovechan la Conferencia Internacional de Algeciras y nos conceden un protectorado en Marruecos. ¿Y qué es un protectorado? Pues una zona de Marruecos que somos responsables, ante Dios y ante los hombres, de proteger. ¿Proteger de quién, o de qué? Ah, eso ya  no se sabe muy bien. De ellos mismos, se supone. Pero tampoco vamos a volvernos locos con los detalles. Además de protegerlos, también íbamos allí para llevarles el progreso, la esperanza, la cultura, las enfermedades venéreas, y todas esas cosas que las metrópolis han llevado siempre a las colonias (o los protectorados). Total, que ahí nos tienen, protegiendo a los marroquís que es un primor.

Aunque la cosa no empezó demasiado bien, para qué vamos a engañarnos. Porque esos perros infieles no se dejaban proteger así como así, los malditos, y había que protegerlos a hostia limpia. Claro, cuando las cosas se ponen así, ya se sabe que siempre se acaba escapando alguna hostia para el lado de los buenos, y hay que reponer a los reclutas descalabrados. Además, los franceses, pícaros ellos, nos habían dejado para proteger la zona más jodida del país, toda llena de montañas e incomodidades. Y habitada por gente poco inclinada a dejarse mangonear por europeos (ya tenían a sus caciques locales para mangonearlos, y tampoco era cuestión de tener demasiada gente metiendo mano en la organización de la tribu). Por desgracia para España, el tema fue a coincidir en uno de esos momentos en los que, por lo que sea, el personal no se sentía demasiado patriótico, y lo de defender al país pegando tiros (o dejándoselos pegar) en Marruecos no se veía demasiado claro. También influía el hecho de que la gente de bien se libraba del enojoso trance de defender a la patria y proteger a los marroquís pagando unos cuartos, y los únicos que pringaban eran los que no tenían pasta. La carne de cañón de toda la vida. Este detalle provocó una especie de 15 M en 1909 en Barcelona, pero a lo bestia (eran otros tiempos) que ha pasado a la historia con el nombre de Semana Trágica. Pero, vamos, nada que no pudiera solucionarse con un par de mandobles y algunos sindicalistas encarcelados y/o suicidados en la cárcel en extrañas circunstancias. Como toda la vida se ha hecho.

Una vez resuelto el apartado doméstico, quedaba por solucionar el tema de que los moros no acababan de ser partidarios de dejarse proteger como Dios manda. En la zona había como dos millones y medio de tribus distintas, que llevaban toda la historia peleándose entre ellas, en permutaciones varias de dos elementos, pero, lo que son las cosas, fueron a ponerse de acuerdo por primera y única vez en la vida, para hacer frente a los españoles. Y es que está claro que España es una fuente de inspiración. Tal vez si los hubiésemos inspirado un poco menos la cosa hubiera estado más tranquila, pero como no sabemos hacer las cosas a medias, aquello era un sindiós. El gobierno decidió que aquello tenía que arreglarse al estilo español, es decir, a puros huevos. Lo que venía muy bien porque dejaba de lado la cuestión del dinero, la organización y la inteligencia, materiales todos ellos que escaseaban. Una de las medidas adoptadas fue encargar al Teniente Coronel Milllán- Astray la fundación de un cuerpo de choque formado por la gentuza que sobraba en la península. El Teniente Coronel,  borrachín y pendenciero, se inspiró en la Legión Extranjera Francesa, en el espíritu japonés del bushido, mezcló todo eso con un litro de coñac a palo seco y a lo que salió le puso de nombre Tercio de Extranjeros del ejército español, la Legión para los amigos. Pero aquello estaba en formación y el tiempo apremiaba, así que en 1921 enviaron a la zona, para hacerse cargo del avispero, a un típico exponente de lo que era la oficialidad del ejército español por aquella época: el General de División Manuel Fernández Silvestre. El general, que hasta entonces estaba destinado en Ceuta, pasó a Melilla para encargarse de sofocar la rebelión de la morisma, que le tenían el huerto hecho un bardal.

Nada más tomar posesión de la plaza, y sin reparar en el detalle de que tenía a la tropa que daba pena verla, con un equipo anticuado, más hambre que el perro del afilador y un nivel de corrupción que espantaría incluso a los políticos valencianos del siglo XXI (los soldados vendían sus fusiles y municiones a los moros para conseguir un poco de pasta y poder comprar comida, que les vendían de extranjis sus propios encargados de intendencia: España en estado puro), se lanzó a la conquista de toda la zona de Yebala. Unos 200.000 km2 para conquistar con un puñado de reclutas hambrientos, desorganizados, desmotivados y todas las des que ustedes quieran (excepto despiojados). El plan, genial en su simplicidad, era ir dejando en cada rincón un blocao. Una caseta de perro en la que quedaban unos pocos soldados, dejados de la mano de Dios, que servían para afirmar, con dos cojones, que aquel territorio estaba conquistado. Los blocaos solían estar en las zonas elevadas del territorio, para coger perspectiva y eso, y la gravedad y el nivel freático se aliaron contra los españoles: la tropa de los blocaos tenía que salir cada dos por tres del supuesto refugio para recorrerse unos kilómetros de territorio hostil, expuesto a los sentimientos de hermandad y agradecimiento de los marroquís. Pero el general, ajeno a todo lo que no fuera cumplir con su misión, no tenía previsto parar hasta haber conquistado todo Marruecos (y si le hubieran dicho que África entera, pues África entera; para el caso...)

La penetración de Silvestre llegó a extenderse unos 130 km en territorio hostil y montañoso, que él supuso controlado por el establecimiento de unos 140 puestos defensivos. Cuentan que el general Dámaso Berenguer, Alto Comisionado para el Protectorado, y, por lo tanto, superior de Silvestre, se opuso al avance de éste. Pero Silvestre, que había sido compañero de academia de Berenguer, después amigo y en aquel momento no había digerido todavía que hubiera sido nombrado para el puesto al que él aspiraba, pasó tres pueblos de la opinión de su superior. El ejército español era así de moderno, y consideraba la jerarquía como algo más orientativo que vinculante. La leyenda dice también que el rey Alfonso XIII mandó un telegrama de ánimo al indómito general: “Olé los hombres valientes”. Supongo que estarán pensando lo mismo que yo: que con esos antecedentes se veía venir el desastre.

Y el desastre, efectivamente, vino. Por aquel entonces andaba por allí, dando mal, un tipo llamado Abd El-Krim, un niño de papá, hijo de un jefe de tribu, que había sido educado en Melilla, Tetuán, y había ido incluso a la Universidad de Salamanca, y que había compaginado el puesto de cadí (una especie de juez encargado de administrar justicia según la ley islámica) con diversos trabajos para los españoles, como traductor o periodista en algunos diarios. Como buen niño pijo, Abd El-Krim se aburría y se dedicó a montar bulla, revolucionando a todas las tribus del lugar contra los españoles. Tribus que, por una vez en su vida, se pusieron de acuerdo y organizaron una especie de ejército irregular denominado harka, que se dedicó a hostigar a los españoles. Con todo éxito, cabe decir, gracias a su conocimiento del terreno y la falta de preparación del ejército español.

En julio de 1921, sin embargo, la harka que hasta entonces había desarrollado tácticas de guerrilla, pasó a la ofensiva, y pilló al ejército español con el paso cambiado. A la primera embestida marroquí, las posiciones españolas se derrumbaron. El grueso del ejército de Silvestre quedó copado en los fuertes de Annual e Igueribén. Los rebeldes pasaron a sangre y fuego Igueribén, en un asalto que duró cinco días durante los cuales el descontrol que reinaba en el bando español hizo imposible organizar una misión de apoyo o rescate. Así las cosas, la harka se concentró alrededor de Annual, cuya guarnición los tenía de corbata después de ver cómo se habían pasado por la piedra a los defensores de Igueribén.

Como, por si fuera poco el descontrol y la desmoralización, las tropas españolas tampoco andaban sobradas de víveres, agua ni munición, el general Silvestre, muy a su pesar, acabó por convencerse de que allí no tenía nada que rascar, y decidió ordenar la retirada. El plan era que la gente saliera en un par de convoyes organizados, con todos los pertrechos cargados en mulos, y el resto del personal cubriera la retirada pegando tiros. Pero en cuanto salieron del fuerte y los moros empezaron a disparar, los reclutas decidieron aplicar su propia idea de lo que era una retirada estratégica, que podría resumirse en el popular concepto de maricón el último: tiraron los fusiles y echaron a correr. Se formó un barullo de muchos cojones, con todo el mundo empujando, pisoteándose entre ellos y con las mulas, mientras que los únicos que se encargaban de estorbarles a los marroquís el tiro al pato eran algunos integrantes de los Regulares, que se retiraron con orden y permitieron la huída de algunos infantes en plena desbandada . Resumiendo: la retirada de Annual fue una carnicería. Allí se pierde la pista del general Silvestre. Su cuerpo nunca apareció. Algunos testimonios afirman que cuando vio el pifostio que se había montado se pegó un tiro en la cabeza. Otras fuentes cuentan que resistió hasta el final, acompañado de un pequeño grupo de oficiales. Y también existe una versión que dice que cuando la gente se desmadró sin remedio, al general se le fue la pinza por completo y acabó gritándoles a los hombres en desbandada: “Corred, corred, que viene el coco”. Lo que unido al detalle del telegrama del rey conforma un panorama netamente español: bravuconadas, incompetencia, y cuando se lía parda, sálvese quien pueda y los responsables dando el cante.

Los supervivientes llegaron corriendo al fuerte de Dar- Drius, al mando del general Navarro. La plaza era más fácilmente defendible que Annual, pero a aquellas alturas ya nadie pensaba en defender nada, y se formó otra retirada, esta vez hacia el fuerte de Monte Arruit. De nuevo, la cosa acabó en desbandada, con la mayoría de la gente yendo por libre y cayendo como moscas, y sólo unos pocos, en este caso el Regimiento de Caballería Alcántara, mantenía un poco de orden y permitía a algunos infantes la huída, aunque a un precio altísimo (este regimiento acabó con un escalofriante 80% de bajas). Los fugitivos llegaron a Monte Arruit, en teoría una plaza más fácil de socorrer desde Melilla. Sin embargo, para entonces el descontrol ya era total, y no se limitaba a las tropas en desbandada: nadie desde Melilla pudo tomar decisiones que minimizaran el desastre, y ninguna expedición de rescate se organizó en apoyo de Monte Arruit, que fue cercado. Las dos guarniciones existentes entre el fuerte y Melilla, Nador y Zeluan, también fueron rodeadas y tuvieron que rendirse. El 2 de Agosto se rindió Nador, cuyos defensores fueron respetados. Cuando se rindieron los de Zeluán, al día siguiente, no tuvieron tanta suerte. Los más de 3000 hombres de Monte Arruit, sin víveres, sin municiones y sin posibilidades de huída, acabaron por rendirse el 9 de Agosto. Después de pactar las condiciones y de entregar las armas, se desató la violencia. La harka, quizá, decidió cobrarse todos los años de guerra y afrentas, y apenas sobrevivieron 60 españoles del total de la guarnición. La escabechina de Monte Arruit, en la que a la masacre se unieron las vejaciones (cadáveres mutilados, ensartados en estacas, con los genitales en la boca, con las cabezas empaladas en bayonetas…) sacudieron al país. El gobierno, presidido por Allendesalazar (sustituto del asesinado Eduardo Dato), cayó. En las cortes, Indalecio Prieto, del PSOE, habló del "desastre absoluto y sin paliativos del ejército español". La popularidad del rey, que tampoco estaba como para tirar cohetes, bajó muchos enteros.

El ministerio de la guerra encargó al general Juan Picasso la investigación de aquel desastre. El general reunió todos los datos disponibles en lo que se denominó el Expediente Picasso. Datos estremecedores, por cierto: más de 8000 muertos (el expediente original hablaba de cerca de 13.000, pero investigaciones posteriores parecen rebajar un poco la cifra), pérdidas millonarias en material militar e infraestructuras, y numerosos y graves errores militares, que finalizaban calificando como negligente la actuación de los generales Berenguer y Navarro, y como temeraria la del general Silvestre. El expediente dejaba en muy mal lugar a prácticamente todo el stablishment empeñado en el conflicto.

Mientras el general Picasso elaboraba su informe, la crisis política desatada se llevaba por delante dos o tres gobiernos en un par de años y el país era un paraíso para los pistoleros y agitadores de cualquier signo, los moros seguían campando por sus respetos, llegando a sitiar Melilla. Fue entonces, cuando los melillenses ya tragaban fuerte, y justo antes de que el Expediente Picasso se debatiese en las Cortes, cuando el General Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado, disolvió todo lo que había que disolver y comenzó a gobernar a su aire, para alivio de la mayoría de la clase militar española y del rey, que por fin podía dedicarse a las actividades para las que en realidad estaba dotado: la caza y el porno. En poco tiempo, el general metió en cintura a moros, anarquistas, comunistas, separatistas, nacionalistas y, casi, casi, a todo lo que acabara en ista. Prohibió la libertad de prensa, los partidos políticos y todo lo que había que prohibir. Sólo le faltó flexibilizar el mercado laboral. Y todo esto teniendo en cuenta que vivíamos los felices años veinte, y disfrutábamos los réditos de la neutralidad en la primera guerra mundial. Así que imagínense cuando llegó el crack del 29, la inflación, la crisis y todo el copetín. La dictablanda saltó por los aires, poco después la Monarquía salió por patas, llegó la República y durante cinco años los españoles discutimos educadamente la reforma agraria, la cuestión religiosa, los estatutos de autonomía y otras cuestiones. A tiros, sí, pero educadamente. O, al menos, con orden: ahora mato yo, ahora matas tú.

Mientras tanto, Abd El-Krim, que después del desembarco de Alhucemas, cuando vio que pintaban bastos y que aquella aventura de la República del Rif ya no tenía buen aspecto, pensó que tal vez caer en manos españolas no era lo más saludable para su persona y recordó, quién sabe si gracias a su formación clásica en la Universidad de Salamanca, el viejo proverbio que dice que los enemigos de tus enemigos son tus amigos. ¿Quiénes son los archienemigos, de toda la vida, de los españoles? Exacto, esos mismos: nuestro amigo se entregó a los franceses.

Pero no se crean que se fue de rositas, no. Los gabachos lo condenaron, con todo el peso de la ley, a un terrible exilio de más de 20 años en la isla de La Reunión. Al ladito de Isla Mauricio. Con todos los gastos pagados, así que calculen el pastizal que se ahorró el pollo. Luego decidió que se aburría de tanta buena vida, y se escapó a Egipto, donde murió en 1963, probablemente de uno de los ataques de risa que le daban de vez en cuando (concretamente, cada vez que recordaba la guerra contra España).

En fin, por resumir (mucho) el asunto: que España perdió una batalla, sí, pero se ganó un rinconcito en la Historia.

Al menos, en la Historia de las chapuzas militares.

Pero algo es algo.

8 comentarios:

El niño desgraciaíto dijo...

Es, como tú dices, un retrato de lo que era, y en buena parte sigue siendo, España: chapuza, cabezonería, improvisación, insolidaridad... así nos fue y así nos va...

Gonzalo Viveiró Ruiz dijo...

Este relato es el que tendrian que leer todos los presuntos "rojos" que defendian la desaparició de la "mili" ¡que fue una conquista del proletariado!...
Como siempre genial.

pseudosocióloga dijo...

Anonadada me ha dejado tu capacidad de síntesis.

NáN dijo...

Aquí un rojo, Viveiro, que lo de "presunto" es para los delincuentes. Cabe decir, pues, "presuntos fachas" (la narración Boreout lo autoriza).

Boreout, muchacho, se me saltan las lágrimas de risa. Creo que si con tu estilo juntaras varios episodios en un libro que sea "curricular", nuestra peste de hijos estudiarían Historia de España con gusto y mucho provecho.

Significaría un gran bien para este nuestro país, sobre el que Gil de Biedma escribió un bonito poema que empieza así:

De todas las Historias,
la de España es la peor,
porque siempre acaba mal.

No seas tan vago y escribe más.

PD: no me extraña que, conociendo la harka sobre el terreno, Franquito les diera tantas confianzas a su Guardia Mora.

Gonzalo Viveiró Ruiz dijo...

Y tu Nan no pases de puntillas y atrevete a defender la mili como invento proletario.
Y digo presunto porque hay muchos que creen ser o aspiran a ser e incluso alardean de ser rojos y olvidan reivindicar las grandes conquistas de los rojos de verdad.
Y se piensan que ser rojo es poco más que ir desaliñado y en manada con todo lo que les "suena" rojo.
No siendo ese tu caso por supuesto. Que eres algo más que rojo y se te acaba cogiendo cariño...

NáN dijo...

El ejército, Viveiró, se ha formado siempre con la obligatoriedad.

El ejército del que escribe Boreout, él mismo lo dice, estaba formado por las quintas obligatorias (pero pagando un dinero, los que lo tenían, los hijos se salvaban de incorporarse).

Lo de invento proletario me suena a un chiste (no sé si malo o bueno) que no pillo.

Solo en los últimos tiempos, con los cambios tecnológicos, se ha pasado de la mili obligatoria a un ejército profesional.

(mi versión de pasar de puntillas, como verás, es muy sui generis).

(y el cariño sabes que es común).

el chico de la consuelo dijo...

Y luego protestais de que trillo al alba y con viento de poniente conquistara Perejil sin un mal balido de cabra.
Si estos moros son un poco traidores ya lo dijo Cela cuando relató como uno de ellos mató a lazaro Codesal mientras se la meneaba debajo de una higuera.
Ya sabeis que la sombra de la higuera es muy propicia para el pecado en sosiego

Disculpen mi escaso fervor castrense pero yo es que fui objetor de conciencia y la musica militar nunca me supo levantar que traducia Ibañez de brassens.

NáN dijo...

No te confundas, Chico, nunca he protestado por lo de Peregil", me he descojonado, cierto, pòr la hazaña heroica y su bardo oficial.

Por cierto, ya que lo has sacado y Boreout es nuestro experto en inteligencia militar.

¿Alguien sabe si estamos defendiendo la plaza, o si marroquíes y españoles llegaron a un acuerdo sensato en el que dictaminaron conjuntamente: "Por nosotros, que el mar se trague el islote"?

Si la estamos defendiendo con un contingente de 10 pobres muchachos, la segunda pregunta es: ¿hay higueras en Peregil?

Y la tercera: si no hay higueras, ¿alguna organización en defensa de los animales se está ocupando del bienestar de las cabras?

No viviré tranbquilo hasta que me deis respuesta.