sábado, 27 de noviembre de 2010

HOY HACE SEIS AÑOS...

… hacía mucho frío. Era un sábado luminoso, con sol y buen tiempo, pero terriblemente frío. Sin embargo, a pesar de ser sábado, y de lo poco que me gusta el frío, no pude remolonear en la cama porque tenía que ir a una boda. A la mía, concretamente. Y ya se sabe que una boda sin novio queda un poco rara. No tanto como sin novia, desde luego, pero creo que al final (muy al final) se hubiera acabado notando mi ausencia.

Ustedes se preguntarán, con toda la razón del mundo: ¿a quién se le ocurre casarse el 27 de Noviembre? Pues he aquí la respuesta: a mi mujer. Esperar hasta encontrar una fecha de presunto buen tiempo suponía dos años, y no queríamos esperar tanto. Y, por otro lado, ella siempre ha tenido suerte, y sabe utilizarla (es de las que siempre, siempre, siempre encuentra un sitio para aparcar; como por casualidad, pero siempre lo encuentra, riéndose a la cara de zonas azules, horas punta y demás criaturas demoníacas). Para mí que el destino, si exceptuamos la jugarreta que le hizo al ponerme en su vida, la adora.
Pero, a lo que íbamos, ella estaba convencida de que todo iba a salir bien. Yo le hablaba de la probabilidad de chubascos, de nieve, del apocalipsis… y ella contestaba: ¿y por qué va a llover precisamente ese día? Pues por la humedad, la época del año, el frío, porque estamos en Astorga y es lo normal, contestaba yo. Ella me miraba extrañada, y acababa preguntando: ¿pero cómo va a llover si es el día de mi boda? Como les digo, hizo un día radiante, y yo dejé de creer para siempre en las predicciones meteorológicas.

Ella lo organizó todo: excepto mi traje, se encargó absolutamente de todos los detalles del evento. Escogió el restaurante, las invitaciones, el menú… todo lo escogible. Hasta a mí. Yo participé en el proyecto con derecho a veto, pero sin voz para proponer alternativas (lo que, en el fondo, me encantaba, porque se me da mucho mejor encontrar defectos que soluciones), pero tampoco recuerdo que tuviera que cambiar alguna de sus decisiones (salvo los postres, tema sagrado para mí, y que me costó un desencuentro de cierta consideración con el cocinero del banquete; al final me impuse, que, oigan, el novio era yo; más tarde me enteré que era un chef de prestigio, con premios internacionales y todo, no vean qué vergüenza). Y, como no podía ser de otra forma, todo salió perfecto.

El hecho de que fuese ella la que se ocupase en exclusiva de los temas organizativos resulta menos extraño si comenzamos la historia por el principio. Porque fue ella la que me pidió en matrimonio. Siempre ha sido más decidida que yo, y supongo que a aquellas alturas ya me conocía lo suficiente como para saber que si quería boda, tendría que pedirla ella misma. Yo, quizá sorprendido por la propuesta, pero en cualquier caso haciendo gala del romanticismo que me caracteriza (y que tanto se presta a malas interpretaciones), contesté: Vale. Y ella no sólo no me partió la cara, sino que… ¡incluso pareció ilusionada! ¿Quién entiende a las mujeres?

Fue una boda estupenda. Todos nos lo pasamos bien. Ella iba muy guapa (yo, simplemente, iba; y, créanme, no fue poco), las madres lloraron un poquito, los amigos montaron una juerga importante, comimos como si lo fueran a prohibir, bebimos varias cosechas y acabamos a altas horas de la madrugada, unos pocos irreductibles, cerrando los escasos bares que encontrábamos abiertos. No llegamos a desayunar chocolate con churros de empalmada, pero por poco.

Fue un gran día. Por todo esto, y por muchas más cosas, pero por una sobre todas las demás: porque me casé con ella.

Y aunque a veces me parece que ha sido un parpadeo, resulta que han pasado seis años ya. Los mejores seis años de mi vida.

Así que, aprovechando que todavía nos soportamos y nos gusta estar juntos, nos vamos a celebrarlo como es debido, con un fin de semana sin niños, nosotros solitos, en plan novios, donde nadie nos conozca. En un sitio bonito, tranquilo y acogedor, donde podamos pasar una tarde entera leyendo, o jugar al ajedrez, como hacíamos antes (¿te acuerdas?), o dar un paseo cogidos de la mano, si el tiempo lo permite. O emborracharnos, si se tercia. O, simplemente, quedarnos dormidos juntitos, uno al lado del otro, pensando que, entonces sí, estamos en el mejor lugar del mundo.

Donde podamos, en definitiva, dedicarnos a hacer ganas de pasar otros seis años juntos.
Y luego otros. Y luego... todos.

8 comentarios:

112 dijo...

Sí recuerdo. Y recuerdo que mi primer agracecimiento fue para ti y recuerdo que elegí tambien una canción que decía algo así como "gracias por haberte conocido,por haberme amado tanto, por la risa y por el llanto...".
Solo eso, que gracias y vamos para la habitación.

el chico de la consuelo dijo...

que bonitoooooo!!!! disculpen los dias de ausencia por estos lares, trabajo, mucho trabajo y complicaciones.
A mi también me llevó al altar ella (osea la mia) y nadie se lo creía, además de por el hecho de que se casara un ser como yo con un ser como ella,porque me casé el día de los inocentes.
Pasadlo mu bien de novios y hazle un jaque mate antes de que se te enroque.

PS-. mi 28 de diciembre también hacía buen tiempo así que le doy la razón a 112.

El niño desgraciaíto dijo...

Felicidades. A mí también fue Anniehall la que me pidió que nos casáramos después de haberme dicho durante años que ella no se casaría nunca.

Doctora Anchoa dijo...

Astorga, qué bonito. Muy chulo el post y muchas felicidades.

Anónimo dijo...

Ja ja ja...lo de emborracharos ni de coña,no me lo creo!!!!

ENHORABUENA y a disfrutar del fin de semana.

Vecina47

pseudosocióloga dijo...

Enhorabuena....y que dure muchos más......

NáN dijo...

Pero bueno!! Si parecemos gemelos. Además de lo de no viajar, también mi respuesta fue "Vale". Sin signos de admiración.

Disfruten.

Cristina dijo...

Felicidades. Y qué curioso, mis padres también se casaron un 27 de noviembre y, por si la fecha da suerte, te diré que llevan casados ya casi siete múltiplos de seis.