miércoles, 21 de abril de 2010

ENTRE EL HAMBRE Y LA DESESPERACIÓN

Sigue este estrés de no tener nada que hacer, así que he pensado comentar las peripecias gastronómicas que sufrimos en los últimos días los aguerridos integrantes de mi empresa.


Normalmente comemos en las instalaciones de la empresa. Tenemos en plantilla una cocinera que es la que se encarga de alimentarnos. Y cocina muy bien. Dicho sea de paso, y sin ánimo de polemizar, mejor que mi mujer. Hay unos menús más o menos consensuados, con una alternancia más que razonable de legumbres, verduras, carnes, pastas, pescados, frutas, etc.

Solemos ser en torno a 40 personas las que disfrutamos habitualmente de la comida en la empresa. Y aclaro que lo de disfrutar no encierra la más mínima ironía. Hasta ahora el sector más contestatario (el único que ponía pegas, en realidad) era el que formaban las chicas de administración, que bien por motivos de salud, de gustos, de operaciones bikini o simplemente por ganas de tocar los cojones, exponían con cierta frecuencia alguna queja acerca del menú, en términos, eso si, maduros, adultos y bien ponderados ("jo, estoy harta de sopa, ¿cuándo vas a hacer macarrones?", "Otra vez pescado, no me gusta", "A los de la mesa de al lado les has puesto más jamón que a nosotras", "Cuánta grasa, así no hay quién adelgace" y cosas por el estilo). El resto de comensales, mayoritariamente masculinos, pasamos 3 pueblos de operaciones bikini (propias; las de las señoras las apoyamos fervientemente), no somos demasiado envidiosos respecto a lo que se les sirve a los demás y, en general, somos omnívoros en el sentido más amplio del término, así que nos entendemos relativamente bien con la cocinera.

Pero la naturaleza (y los directores generales) aborrece la felicidad perfecta, así que no han tardado en llegar los primeros nubarrones a nuestro paraiso gastronómico-laboral. La cocinera está de baja, desde la semana pasada, y nuestras nunca suficientemente bien valoradas cabezas pensantes, después de consagrar entre 10 y 20 segundos a pensar en el problema, dieron con una solución sencilla, elegante, moderna: el cátering.

A partir de ahí, el infierno.

Puré de verduras con la densidad del agua y con sabor a sopicaldo. Sopa de pescado sin pescado y con sabor a sopicaldo. Patatas fritas con textura (y sabor) de plastilina. Filetes duros e insípidos. Pescados secos y, desafortunadamente, NO insípidos. Ensaladas de lechuga, monocromas, tristísimas. ¿Para qué seguir? Me deprimo sólo de pensarlo.

Las reacciones no se han hecho esperar, en forma de cambio en las costumbres. La mayonesa se ha convertido en un artículo de primera necesidad. El pan ha visto aumentado drásticamente su consumo. Los yogures de sabores son objeto de tumultuosas peleas a la hora del postre....

Y los ánimos, a qué negarlo, se resienten (de los estómagos mejor no hablar).

Hay quien ve en esta situación signos inequívocos del fin de la civilización occidental tal como la conocíamos.

Hay quien nos ilustra las comidas (por llamar a ese rato de alguna manera) con amenas disertaciones sobre los síntomas del raquitismo.

Hay quien, llevado de una reprimida vocación filológica, bucea en dialectos de sectas heréticas de la edad media tratando de encontrar el origen de la palabra cátering.

Hay quien se limita a repasar el santoral entre plato y plato, presa de un súbito arrebato místico, con un lenguaje llano, directo, cercano al pueblo (léase juran como carreteros).

Las chicas se debaten entre su instinto natural de dar por saco y protestar por todo, y la certeza de que, de prolongarse esta situación, van a lucir un tipazo este verano que les puede servir para encontrar novio o para perderlo, según.

Y luego estoy yo, que en medio del caos trato de mantener la cordura y ser positivo: no puedo evitar pensar en la pasta que me estoy ahorrando en deportes de riesgo. Porque el puenting, rafting, barranquismo, espeleología, parapente y demás derivados del suicidio palidecen ante nuestro cátering. La ruleta rusa gastronómica. El te puede pasar a ti.

Aunque no puedo negar que echo de menos a la cocinera. Nunca pensé que pudiera echar tanto de menos a alguien. De hecho, si mi mujer se enterara seguramente se pondría celosa, a pesar de los sesentaypico tacos de calendario que gasta la moza (mi mujer no, la cocinera).


Vuelve pronto.

2 comentarios:

pseudosocióloga dijo...

Alguien podría acusarte de mal gusto por la foto escogida.

Cazurro dijo...

Pseudosocióloga, sería una acusación con fundamento. Qué puedo decir? En su momento me pareció una asociación de ideas graciosa, pero mi sentido del humor sólo lo entiendo yo.