jueves, 22 de abril de 2010

UNA BREVE HISTORIA DE CASI TODO- Bill Bryson

Hace poco que he leído este libro, del que ya había oído hablar. Aunque me apetecía desde hacía tiempo, lo que me acabó de decidir fue la recomendación, encendidamente elogiosa, de una amiga, lectora compulsiva, de cuyo criterio tendré que fiarme más a menudo (podéis ver algunas de sus críticas literarias aquí).

El libro es un tocho, y a primera vista acojona un poco, la verdad. Pero tiene un montón de virtudes que hacen que sea fácil engancharse a los temas, expuestos de manera amena, sencilla y asequible. ¿De qué temas habla? A pesar del título, no habla de casi todo. Es una historia de la ciencia. El camino por el que se ha llegado a saber lo que hoy en día sabemos de nuestro mundo, de lo que nos rodea y de nosotros mismos. El largo y tortuoso camino que recorrieron, antes que nosotros, muchos otros hombres que, por lo visto, también se aburrían un huevo, porque si no, ya me dirán qué pintaba un pastor protestante recogiendo huesos de dinosaurio en sus ratos libres, o espiando el cielo en busca de estrellas con las que poder medir distancias estelares y cosas así. El libro entero es, prácticamente, un alegato a favor de los dos motores del progreso humano: la curiosidad y el aburrimiento, que tan a menudo van de la mano (¿a que no es fácil imaginar a un tío que curra 10 horas diarias y vuelve a casa justo a tiempo de acostar a los niños y cumplir con su mujer sintiendo una irrefrenable curiosidad por el modo en el que el desarrollo del ojo de los humanos favoreció la vida social de los primeros homínidos?).

Bill Bryson tiene el raro talento de traducir correctamente a los expertos y hacerlos asequibles al común de los mortales. Tiene, además, una habilidad especial para descubrir las tramas que rodearon muchos de los más asombrosos descubrimientos científicos de la historia, tramas que, en muchas ocasiones, son más asombrosas que el descubrimiento en si: conspiraciones, intrigas, luchas despiadadas entre investigadores rivales, carambolas, casualidades, malas interpretaciones, olvidos intencionados o involuntarios, …. Le faltan un par de duelos a espada y un pelín de sexo para ser una novela de aventuras de pata negra.

El inconveniente: deja un poso muy amargo. A pesar de que se aprenden muchas cosas, de que para alguien como yo, obsesionado con la sabiduría inútil, con acumular en la cabeza datos de Trivial que seguramente nunca usaré (hace siglos que no juego al Trivial) es una gozada leer un libro así, una reflexión un poco más profunda (tampoco demasiado, que las reflexiones profundas las carga el diablo) hace inevitable pensar en cómo la naturaleza humana es el grotesco telón de fondo sobre el que se desarrolla toda esta aventura del saber. Tendemos a pensar en la investigación, en la ciencia, en el conocimiento, como actividades que sacan lo mejor del ser humano, como aquello que nos distingue de los animales, como lo que nos hace sapiens. Bryson demuestra en un repaso que esto no es así. Que cada paso adelante, cada pequeña conquista, fue siempre una batalla despiadada contra los prejuicios, la estupidez, la envidia, el odio, la superstición. Que muchas de las cosas que hoy se aceptan como normales fueron motivo, en su momento, de debates encendidos, de odios enconados. Que muchos respetables académicos no tuvieron inconveniente en recurrir a trucos sucios para evitar que su rival prosperase, o que triunfase una teoría que no encajaba demasiado bien en sus propias convicciones personales, políticas o religiosas.

Así que, dada mi natural tendencia al pensamiento lateral, he llegado a conclusiones un poco extrañas, quizá, sorprendentes, tal vez, y descorazonadoras, sin duda. Por no extenderme demasiado, podríamos decir que lo que nos cuenta el libro acerca de la historia del conocimiento humano es, a grandes rasgos, lo siguiente:

1- La mayor parte de lo que sabemos, lo sabemos de puta chiripa (es sorprendente la cantidad de veces en los que partiendo de datos erróneos, mediante una interpretación equivocada se ha llegado a la verdad).

2- A lo largo de la historia, la verdad ha tenido menos peso que la tradición: desbancar una teoría aceptada en pro de una nueva es un trabajo de titanes para el que es necesario no sólo tener razón, sino tener suerte, amigos influyentes y un acentuado sentido de la oportunidad a la hora de plantearla.

3- A pesar de sus aires sapientísimos y apacibles, los científicos son capaces de perder las formas y recurrir a zancadillas, juego sucio y puñaladas traperas para defender su territorio con la misma frecuencia y facilidad que el resto de los mortales.

Resumiendo más todavía, es un libro muy recomendable. Divertido, entretenido, bien escrito, no demasiado caro, y algo siempre se aprende (es casi inevitable retener algún dato de las más de 600 páginas, y eso, tarde o temprano, nos servirá para impresionar a alguna bella dama delante de un café).

Eso si, uno acaba convencido de que, como aparezca una amenaza para la humanidad que busque respuesta en la unidad universal de los científicos del mundo (ya saben, en plan Armaggedon, o Guerra de los Mundos, cosas así) podemos empezar a rezar.

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