miércoles, 10 de noviembre de 2010

VISITAS, PALEONTOLOGÍA Y PASIONES

Uno de mis hobbies involuntarios es aburrir a la gente hablándo de geología y/o paleontología. Quiero decir que me gusta hablar de este tema, y la parte involuntaria es que, sorprendentemente, ellos se aburren. Pero, qué quieren, cada uno tiene sus rarezas, así que sigo insistiendo. Por alguna extraña razón, además, tengo cierta preferencia a contarle historietas de este tipo a las señoras. Como la perseverancia se ve recompensada en algunas ocasiones, hay veces que, incluso para mi sorpresa, la táctica funciona y encuentro alguna dispuesta a hacerme caso. Cuestión de probabilidades, supongo: con la cantidad de tarados/as que circulan por el mundo, era cuestión de tiempo que algún espécimen fuera de sexo femenino y coincidiera conmigo en las coordenadas espacio-temporales adecuadas. Pero no se hagan ideas raras, que tampoco desprecio a los hombres que se prestan como oyentes.

Sin ir más lejos, hoy he tenido el último ejemplo de que hablar de cosas raras puede ser una técnica exitosa para quedar como un experto. Es condición sine qua non que sea en alguno de esos temas totalmente inútiles que, no sé muy bien por qué, acaban pareciendo superimportantes. Tú hablas de fútbol, de política, de economía o de gastronomía y te encuentras automáticamente y por definición gente que sabe más que tú. Es jodido impresionar a la gente con esos temas, porque todos somos expertos y tenemos un mínimo de quince soluciones universales para arreglar el mundo. En cambio, hablas de entomología, de propedéutica bovina o de la construcción de clepsidras y es probable que quedes como un ser cuyo conocimiento trasciende este mundo (también es probable, dicho sea de paso, que quedes como un pedante del calibre doce, pero ese es un riesgo que hay que correr). Pues con la paleontología pasa lo mismo, y para muestra un botón.
Esta mañana hemos recibido a una visita que venía a ver a alguien que no quería ser visto, y yo he sido encomendado por el Ser Supremo Que Nos Paga La Nómina Cada Mes (en adelante, y por simplificar, el jefe) para pegarle el capotazo reglamentario. El caso es que me he disculpado hablando durante diez minutos sin decirle nada (¿ven cómo son útiles las frases hechas?) y, cuando me disponía a rematar la faena (por seguir con el símil taurino) acompañándola a la puerta, ella (sí, era mujer, casualmente) hizo un comentario acerca de lo curiosas que son las piedras que forman el suelo a la entrada de las oficinas, y ahí vi la ocasión para lucirme.

-Es caliza de Griotte- le dije. En el norte de León es bastante abundante.

Ella, que hasta entonces me había mirado con cara de mala hostia, tan consciente como yo de que aquello había sido un paripé de cuidado, pareció de repente interesada.

-Pues es muy curiosa. Con esos colores… y esos bultitos. Se queda una mirando y parece que de un momento a otro va a encontrar fósiles.

Por un momento pensé que me estaba vacilando, pero decidí que no. Mi lado pedante me poseyó.

-Es que eso es justo lo que pasa. Este tipo de piedra está repleto de fósiles. Por ejemplo... (hice una pausa para localizar algún ejemplar), aquí. Y allí tenemos otro. Y este otro, que se ve mucho mejor… Sólo es cuestión de saber mirar.

Y entonces ella sufrió el proceso que he visto tantas y tantas veces: la incredulidad. Porque todo el mundo tiene asociada a los fósiles la imagen de los dinosaurios, como mínimo: huesos enormes, criaturas mastodónticas, dientes terribles y cosas así. Y cuando le pones delante de los ojos una cosa de dos centímetros y le cuentas que eso es un fósil, te mira como pensando que les estás tomando el pelo. Afortunadamente, existe un remedio infalible para eso: la nomenclatura científica.

Me lancé a una explicación acerca del origen de la roca en cuestión, desde su génesis hasta su presencia en las montañas, pasando por los procesos sedimentarios y metamórficos intermedios. Le hablé después de la naturaleza de los bichitos que estábamos viendo encastrados en su tumba rosa desde hacía más de 300 millones de años, y le fui recitando algunos nombres raros, los pocos que todavía recuerdo: crinoideos, nautiloideos, ammonites, belemnites, braquiópodos… El resultado fue el esperado: la incredulidad dejó paso a una cara de asombro, y al posterior entusiasmo de estar visitando un museo de historia natural en el lugar en el que menos se puede uno esperar (¿quién iba a pensar que en un aparcamiento…?).

Después de cinco minutos de conferencia (en parte porque no quería pasarme, en parte porque el muestrario de fósiles que teníamos a la vista era reducido, pero principalmente porque ya había dicho todo lo que sabía del tema), nos despedimos amablemente. Tuve la sensación de que no se iba tan disgustada por no haber encontrado al personaje objeto de su visita.

Por mi parte, me quedé más feliz que una perdiz, oigan. Recordando aquellos lejanos tiempos en los que estudiaba esas cosas y era capaz de memorizar listas inmensas de nombres impronunciables, y en los que me enfrentaba a una montaña con el espíritu de un detective ante un crimen, investigando hasta esclarecer su origen, su composición y los procesos que la habían hecho ser como era ahora. La época en la que sorprendía a mis profesoras (todas fueron mujeres; quizá de ahí viene mi fijación por hablar de estos temas con las féminas) pidiéndoles más y más libros para leer sobre el tema, hasta el punto de que agoté sus reservas de bibliografía en español y tuvieron que comenzar a dejarme algún texto en inglés (obviamente, dejé de pedirles libros; en la lengua de Shakespeare me costaba un montón, y la cosa no era tan divertida).

Recordando, también, aquellas salidas al campo para poner en práctica lo que estudiábamos en clase. Salidas a la zona del embalse de los Barrios de Luna, por la que tantas veces había pasado sin saber que era un auténtico viaje en el tiempo. Aquellas caminatas con un martillo y una lupa, descubriendo aquí y allá algún detalle que te permitía identificar una formación, o una estructura en concreto, y sintiéndote un Indiana Jones de la geología hasta que veías, diez metros más allá, a un alemán haciendo un estudio paleomagnético con un equipo que costaba más pasta de la que veré junta en toda mi vida, y se te caía el entusiasmo a los pies.

Recordando también las innumerables horas perdidas (o invertidas) discutiendo acerca de hipótesis sobre las explosión del Cámbrico, o sobre la extinción del Pérmico, o sobre si el ciclo de Wilson justificaría algunos de estos procesos. Cosas todas ellas que creía olvidadas… hasta hoy.

Y me di cuenta de que recordaba muchas más cosas de las que yo creía. Es curioso cómo funciona la memoria. No recuerdo lo que desayuné esta mañana (probablemente lo de siempre, ya saben que soy un tío de costumbres), pero puedo recordar todas estas cosas inútiles sobre las que no había vuelto a pensar en años. En muchos años.

Supongo que la pasión con la que se viven las cosas tiene mucho que ver en lo que uno recuerda, y lo que no. Y como cada uno se apasiona con lo que puede, a mí me tocó la paleontología.

Pero me consuelo pensando que de vez en cuando me da para entretener a alguna visita.

Y que podría haber sido peor: imagínense la filatelia.

5 comentarios:

ANITA dijo...

Vaya, que recuerdos de mis tiempos de martillo, lupa y brújula. Solo que mis paseos eran por los acantilados del atlántico oriental.
Los ostreidos, rudistas y orbitolinas, eran los reyes.
Y si, es una pasada la cara que se le queda a la gente cuando le dices que las piedras del portal están llenas de fósiles.

112 dijo...

Pues a mi me gustó mucho la excursión de "los calderones o cómo descubrir muchos fósiles", comentada por un gran conocedor del terreno y del tema.
Espero poder repetir algun dia.

Por cierto, ¿la fémina volverá por ahí o la espantaste del todo?

Doctora Anchoa dijo...

Nosotros antes teníamos bastante trato con unos geólogos (les llamábamos pedrólogos, jejeje), y cuando nos íbamos de excursión nos explicaban cosas de las rocas que veíamos. Las mirabas de otra manera, mucho más interesante.

pseudosocióloga dijo...

Recuerdo a mi hija de tres años llegando a casa, después de haber estado en las fiestas de Gerona, sacándose de los bolsillos todos los fósiles que había cogido de los alrededores de la catedral "adañando".

Speedygirl dijo...

La filatelia sería peor? seguro? XDDDDDDDDDd Tengo amigos que también se creen los Indiana Jones de las piedras, pensaba que era sólo cosa suya... ya veo que es un mal más común de los que parece.