Como portador del cromosoma Y, me veo sometido a una dictadura [1] de la que es muy difícil escapar: necesito pelea. La esgrima verbal está bien, y una buena conversación, o discusión, es algo necesario de vez en cuando, para mantener las neuronas activas. Pero me refiero a pelea física. La testosterona es lo que tiene, que además de empujarte hacia las señoras en pro de la multiplicación de la especie te incita también a moverte y cansarte un poco para no estar en un estado anímico que te haga insoportable para los que te rodean.
Para mí que la cosa ha llegado a nuestros días como una reminiscencia evolutiva de aquellos gloriosos tiempos en los que todo se resolvía a garrotazos: había que competir por los alimentos, por un sitio donde vivir, por las mujeres…. Exactamente igual que ahora, vamos. La diferencia está en que hoy lo de los garrotazos está peor visto, con lo que te encuentras, al final del día (de todos los días) con el cuerpo lleno de adrenalina. Los fisiólogos, psicólogos, médicos y demás gentes de esas que practican las oscuras artes de la curandería definen la adrenalina como la hormona que prepara al cuerpo para situaciones límite. Situaciones que suelen describir con una frase muy gráfica: escapa o pelea.
Como el mundo no es suficientemente grande para escapar de algunas cosas, no queda otra que pelear. Pero como las costumbres y las maneras en (casi) todos los ámbitos han cambiado, ya no podemos liarnos a palos a la hora de hacer negocios, de conseguir una cueva o de cortejar a una damisela. Por eso hemos tenido que inventar el deporte, como una excusa social para pegarnos de alguna manera. Como el método moderno de marcar territorio sin ir meando por las esquinas. Como una forma de demostrar nuestra superioridad frente a los demás machos de la especie. Qué le vamos a hacer, si somos así de simples [2].
Apostaría a que esa sensación es común a todo el sexo (que no género) masculino, pero como prefiero huir de generalizaciones innecesarias, me ceñiré a mi propia experiencia. En mi caso, todo lo expuesto anteriormente es cierto, aunque si me preguntan negaré haberlo dicho, porque mi excusa oficial para el deporte ha sido siempre mantener la forma física, divertirse, pasar un rato con los amigos…. Y una mierda. En el fondo, siempre he sabido que lo que perseguía era ganar al contrario. Después, según los días, puedo ser elegante y no hacer demasiada sangre, o cachondearme sin compasión (generalmente es lo primero, aunque hay de todo), pero siempre con la íntima satisfacción de haber demostrado que soy mejor que el otro. De haberlo derrotado.
Como soy un tío poco original, supongo que no estoy diciendo nada demasiado sorprendente. Si lo piensan bien, incluso el lema olímpico Citius, Altius, Fortius (Más rápido, Más alto, Más fuerte) ahonda en el tema. Porque, a pesar de que parece ser un exhorto a la superación personal (corre más rápido, salta más alto, etc), siempre he creído que esta consigna es más fácil de entender si la consideramos una comparación con un sujeto pasivo y omitido: corro más rápido (que tú), salto más alto (que tú), soy más fuerte (que tú). Y no me negarán que así el significado es muy distinto. El COI, astuto él, ha dejado la cosa así como un poco en el aire, y se ha acabado popularizado la versión abreviada, que, además, resulta mucho más elegante: cuestión de márketing [3].
El caso es que siempre me ha gustado hacer deporte. Y siempre me ha gustado, por encima de todo, la sensación de competición. Desde que puedo recordar, he practicado fútbol, baloncesto, balonmano, rugby y tenis (lógicamente, no cuento cosas como correr, nadar o montar en bici, que una cosa es el deporte y otra el ejercicio). Si tengo que elegir uno, me quedo con el baloncesto. Si puedo, no prescindiría de ninguno. Aunque, curiosamente [4], el deporte individual no me gusta tanto como el colectivo. La sensación de varias personas uniendo esfuerzos en pos de un objetivo común es otra de las cosas buenas que tiene el deporte. No siempre se consigue, claro, porque lo normal es que en cualquier equipo haya gente que va a su bola. Quizá ni siquiera es lo más frecuente. Tal vez por eso es tan gratificante cuando se produce.
Sin embargo, con el paso del tiempo, cada vez resulta más difícil practicar un deporte de equipo. La falta de tiempo, de gente disponible, o la incompatibilidad de horarios hacen que poco a poco se vaya abandonando la práctica de deportes multitudinarios a favor de los que precisan poco personal. Por ejemplo, el tenis. O el pádel, que últimamente se ha puesto muy de moda entre los compañeros del curro. De hecho, llevan tanto tiempo dándome la paliza para que pruebe que han acabado por convencerme.
Así que esta tarde se producirá mi bautismo de fuego en esto del pádel. Pese a mi maltrecha rodilla, pese al frío que hace hoy en León, la testosterona se ha vuelto a imponer. Qué quieren que le haga, si uno no puede resistirse a que le hagan cosquillas en su amor propio de deportista.
A ver cómo va la cosa.
[1] Una de tantas, claro, pero la única de carácter interno, lo que la hace menos molesta.
[2] Hablo, lógicamente, de las motivaciones de los hombres para hacer deporte. Para hablar de las motivaciones femeninas, si las hubiera, me declaro totalmente incompetente, dado mi desconocimiento del tema (del tema del deporte femenino y del tema femenino en general).
[3] Tradicionalmente, el COI se ha manejado muy bien con los eslóganes y las frases más o menos pegadizas. Ya ven, como muestra, el éxito que ha tenido dicho organismo convirtiendo en ideario del espíritu olímpico lo que no es sino una excusa de perdedores: “lo importante es participar”. Ya.
[4] Curiosamente si tenemos en cuenta que, fuera del deporte, soy extremadamente individualista. Ya que estamos con lemas, el mío sería: mejor sólo que bien acompañado.
4 comentarios:
¡Uf! ¡Qué pereza! ¿Qué tienen de malo los dardos o el futbolín? También se descarga adrenalina, pero se practican en bares calentitos y con jarra de cerveza en mano. ¿Qué más se puede pedir?
Yo no tengo espíritu competitivo, debo andar falto de testosterona. Yo jugaba al baloncesto, normalmente entre amigos, y quería ganar, pero no lo veo igual que tú lo describes. Lo importante era jugar.
Ahora, mi espalda y mis rodillas no me permiten jugar y los 'ejercicios' individuales no me llaman mucho.
Doctora, no tienen nada de malo. Pero a mí no me sirven para quemar adrenalina, más bien al contrario: la competición me estresa, y acabo con más tensión todavía. Cuando estoy así, necesito moverme.
Niño, puede ser, pero me cuesta creerlo. Todos somos competitivos, aunque no a todos nos motivan las mismas competiciones (que no tienen por qué ser necesariamente deportivas).
Y que conste que estoy hablando de competir, no de ganar a cualquier precio.
A mí, por ejemplo, me gusta bastante jugar a juegos de mesa y me emociona bastante, pero es el hecho de jugar e intentar ganar, pero si no gano no pasa nada.
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