viernes, 28 de mayo de 2010

FC BARCELONA

Corren días de vino y rosas para el Fútbol Club Barcelona. Acaba de ganar la Liga 09-10, vigésima de su historial, y es aclamado unánimemente como el equipo que mejor juega al fútbol del planeta. Algunas comparaciones no se quedan en la actualidad, y van más allá, llegando a plantearse que nunca ningún equipo logró tal equilibrio de eficacia, trabajo, belleza y resultados. Como además el resto de secciones del club acompañan (éxitos más o menos continuados en baloncesto, hockey patines y balonmano), la entidad vive los que seguramente son sus días más felices en sus ya más de 110 años de historia. Los seguidores, dirigentes, integrantes del club y simpatizantes, todos los que de alguna manera forman parte de la familia azulgrana, tienen motivos para sacar pecho. Entre otras cosas, para eso sirve el deporte: para tener de vez en cuando algún motivo de orgullo en esta perra vida, porque motivos de vergüenza los tenemos a diario, por mil y una causas.

Sin embargo, no siempre fue así. El Fútbol Club Barcelona, un club polideportivo, si, pero en el que el fútbol tiene un peso abrumadoramente mayor que los demás deportes (no en vano fue fundado como club de fútbol, y lo demás vino posteriormente), está rompiendo, de unos años a esta parte, con la tradición de victimismo que lo ha caracterizado durante mucho tiempo. Porque a pesar de ser un club históricamente grande, muy poderoso desde el punto de vista económico y con un gran respaldo social, los resultados deportivos y la gestión casi nunca han estado a la altura de las expectativas, ni han sido regidos por criterios razonables y bien pensados, sino por una especie de histeria colectiva en la que la culpa de los fracasos siempre venía de fuera. Árbitros, autoridades, conspiración judeomasónica o alineación de planetas, siempre había una causa incontrolable que explicaba los continuos batacazos del equipo azulgrana. Hasta que, por uno de esos caprichos del destino, la misma causa que generaba los problemas (el histerismo) generó la solución. Hagamos un poco de historia.

El Barça siempre fue un club grande. Y con mucho dinero. Estar enclavado en una ciudad grande ayuda, claro. Pero también ayuda el hecho de que el Barça, fundado por un suizo (Hans Gamper, catalanizado después como Joan Gamper) y formado en sus inicios, en su mayoría, por jugadores extranjeros, fue adoptado desde bien pronto como símbolo y emblema de Cataluña. Misterios de la vida.

El Barcelona se fundó en 1899, cuando todavía no existía la liga nacional, y se jugaba la Copa como campeonato más importante. En sus primeros años de existencia, el club ganó el campeonato de España 8 veces, y empezó a dar muestras de no tener unas relaciones demasiado buenas con el Gobierno. Como reflejo de una sociedad convulsa y con multitud de problemas, el público barcelonista aprovechaba el fútbol para expresar su catalanismo y su disconformidad con el gobierno de Madrid. La cosa llegó a tener su importancia, ya que en 1925, durante la dictadura de Primo de Rivera el campo de Les Corts fue cerrado por orden gubernamental como sanción por silbidos al himno español. Como pueden ver, la cosa viene de lejos.

Aún así, en 1929 se disputó el primer campeonato nacional de Liga, y fue ganado por el Barcelona. La historia empezaba bien. Sin embargo, un año más tarde, en 1930, el portero del Barcelona, Ricardo Zamora, conocido como el Divino y considerado por aquel entonces como uno de los mejores porteros del mundo, dejó el equipo catalán para fichar por el Real Madrid, que comenzó a convertirse en la némesis culé (aunque la cosa también tenía antecedentes: en 1916, en un partido de semifinales de copa ante el Real Madrid, el Barcelona se retiró antes del final alegando arbitraje parcial; el Madrid pasó a jugar la final, curiosamente en Barcelona, provocándose ataques hacia el equipo blanco y disturbios que tuvieron que ser reprimidos por la Guardia Civil; la barbarie no la inventaron los hooligans en los 80). El Real Madrid ganó las siguientes ligas, y el Barcelona comenzó a vivir más pendiente de los sucesos que acaecían por aquellos años (República, Estatuto de autonomía de Cataluña, etc) que por el fútbol. No ganó más títulos hasta después de la guerra civil.

El presidente del club por aquel entonces era Josep Sunyol, militante de Esquerra Republicana de Catalunya, que fue fusilado en Guadarrama por el bando contrario en 1936. Parecía un mal presagio. El desarrollo posterior de la guerra, con la victoria de una ideología poco propensa a los nacionalismos como el catalán, auguraba unos años difíciles para el club. Y sin duda lo fueron.
Pero quizá no tanto como los mismos barcelonistas, por distintos motivos, se han empeñado en hacernos creer posteriormente. Ya saben, no se podía luchar contra el gobierno, el Madrid era el equipo del Régimen, etc, etc. Una mirada más detallada a los fríos números parece arrojar otras conclusiones.

Porque en la década de los 40, en plena posguerra, con los ganadores cobrándose deudas con afán revanchista, el Barcelona ganó 3 ligas más. Y el Madrid ninguna. Y en los 50, el Barcelona ganó 4, las mismas que el Madrid. Con lo que nos encontramos que en los 20 primeros años de dictadura el Barcelona ganó más títulos que su eterno y (supuestamente) favorecido rival. Ojo, no estoy diciendo que el Real Madrid no tuviera algún trato de favor. Digo que esto no se tradujo en lo deportivo de manera tan drástica como la historiografía azulgrana parece hacernos creer.
Más bien la causa fuera la mala gestión propia, o la gran gestión ajena. O los pequeños detalles. O el conjunto de las tres cosas, que es lo que siempre suele suceder. En este caso, los pequeños detalles quizá se podrían personificar en un hombre, Santiago Bernabeu, y en la manera en la que llegó a ser presidente del Real Madrid.

En 1943, en un el partido de vuelta de las semifinales de copa, el Madrid derrotó al Barcelona por ¡11 a 1! La paliza fue mal encajada por los barcelonistas (la cosa ya venía calentita del primer partido en Barcelona) y aquello acabó con un espectáculo lamentable, enfrentamiento entre los jugadores, entre las aficiones y cruce de declaraciones entre las directivas. Como consecuencia de todo esto, el Gobierno tomó cartas en el asunto e invitó a los presidentes a dimitir. Ante el vacío de poder, la Federación Castellana de Fútbol, de la que dependía el Madrid, nombró presidente a Bernabéu, por aquel entonces miembro de la directiva. Como después se demostraría, la dirección del club de Bernabéu propició el auge del Real Madrid en la misma medida que el histerismo del Barcelona.

Aunque esto sería a largo plazo. Durante los primeros años, el Barcelona todavía tenía la delantera en el aspecto deportivo. Incluso en 1950 se hizo con uno de los fenómenos de la época (Kubala) en un proceso lento, delicado y farragoso, que incluyó la nacionalización del húngaro, y para el que curiosamente contó con el apoyo de las autoridades, lo que tampoco deja en buen lugar las teorías victimistas que postulan un enfrentamiento Barça vs Franco. Ojo al detalle: en el bautizo de Kubala (detalle indispensable para obtener la nacionalidad española, por aquellos años), ofició como padrino del jugador el presidente de la Federación Española de Fútbol, Armando Muñoz Calero (¡!). El resultado de esto fue que el Barcelona era, posiblemente, el mejor equipo del mundo a comienzos de los años 50.

Pero en 1952 el Madrid fichó a otra figura, Alfredo Di Stéfano, jugador por el que también pujaba el Barcelona. De hecho, hubo un lío tremendo en la historia del fichaje: los derechos eran de un equipo, el jugador estaba en otro, el Madrid habló con unos, el Barcelona con otro, el jugador llegó a la Ciudad Condal y se encontró con que no podía jugar,… Al final, la cosa amenazó con enquistarse, y las autoridades (una vez más) tuvieron que intervenir. Y lo hicieron (una vez más) con una solución no demasiado perjudicial para el Barcelona: el jugador pertenecería alternativamente a los dos equipos, un año para el Madrid, un año para el Barcelona. El Madrid estuvo conforme. El Barcelona no, y renunció al jugador definitivamente con una frase del presidente que ha pasado a la historia: “Para ustedes el pollo”.

Esto, que a posteriori es juzgado como una cagada de proporciones cósmicas, en aquel entonces tenía su explicación: el argentino era un jugador veterano, que no había demostrado gran cosa; el Barcelona tenía a Kubala, y ganaba los títulos a capazos (eran los años del “Barça de las 5 copas”), y los catalanes consideraron que sería una afrenta rebajarse a compartir al jugador con su eterno rival.

Así que Di Stéfano fue del Madrid, que inmediatamente comenzó a ir hacia arriba, y el Barcelona comenzó a ir hacia abajo. Apoyándose en su gran jugador, en el gigantesco estadio que llevaría su nombre y en su portentosa capacidad para anticiparse al futuro, Bernabéu convirtió en pocos años al Real Madrid en el mejor equipo del mundo. Fomentó la creación de la copa de Europa, precisamente en los años en los que el equipo blanco era imbatible, y el Madrid se convirtió en una leyenda: ganó las cinco primeras ediciones del trofeo europeo (1956 al 60) mientras encadenaba además 4 ligas y algunas copas. Y aunque perdió la hegemonía europea, la siguiente década siguió arrasando en España, con 8 campeonatos ligueros entre 1961 y 1969, entre los que se las arregló para conquistar, todavía, una nueva copa de Europa (la sexta).

Mientras tanto, en el Barça, todo eran problemas: la estrella de Kubala empezó a declinar (los años no perdonan), y la deuda contraída para construir el Camp Nou (en 1957, ya ven que no es tan Nou como su nombre indica) obligó al club a desprenderse de algunas de sus figuras (Helenio Herrera, Luis Suárez), que, curiosamente, fueron a triunfar ganando dos veces la Copa de Europa (por aquel entonces ya convertida en el oscuro objeto de deseo azulgrana) con el Internazionale de Milán. Con lo que el Barcelona ganó su último campeonato liguero en 1960 (al año siguiente disputaría, y perdería, su primera final de copa de Europa, en una mala tarde en Berna) y se precipitó en una sequía de 14 años sin más títulos que llevarse a la boca que dos copas de España y dos copas de Ferias. Ante la escasez de trofeos, el entonces presidente Narcís de Carreras, decidió justificarse aludiendo a otros valores de la entidad con una frase que ha pasado a la historia: “El Barcelona es más que un club”.

El inicio de la recuperación azulgrana tiene un nombre, Cruyff, y un año, 1974. Con el fichaje (a golpe de talonario, naturalmente; eso tampoco lo ha inventado Florentino Pérez en el siglo XXI) de la estrella holandesa, el Barcelona conquistó la liga después de 14 años de espera. Tampoco es que los resultados mejoraran espectacularmente, porque el club tendría que esperar otros nueve años para reeditar el título liguero, pero aquello marcó el inicio de la relación entre Cruyff y el Barcelona. Relación que acabaría siendo determinante para entender la evolución del club catalán en los últimos años.

Cruyff dejó el club como jugador en 1978, el mismo año que llegaba a la presidencia José Luis Núñez. Otra figura clave en la evolución azulgrana, aunque durante sus primeros años diera algunos bandazos. El Barcelona siguió con una política de fichar a los mejores en cada momento, sin reparar en gastos (Maradona, Schuster, Simonsen, Krankl, Lineker,…) pero algo fallaba, porque no conseguía formar un equipo competitivo. Algo parecido a lo que años después, en Madrid, se dio en llamar Zidanes y Pavones. Pero aquello no funcionó. Y lo que es peor, el vestuario se fue convirtiendo en un polvorín habilitado como sala de fumadores: trato de favor a algunas estrellas, decisiones arbitrarias, continuos cambios de entrenador, injerencias de la directiva en fichajes y decisiones técnicas, caprichos consentidos a algunos jugadores,… entre eso y algunos casos de flagrante mala suerte (léase Maradona: jugó dos temporadas, ambas a medias, una por hepatitis y otra por una grave lesión; léase Quini, secuestrado cuando el equipo iba líder en una liga que acabó perdiendo) el equipo era cualquier cosa menos una balsa de aceite.

En uno de estos cambios de entrenador, así un poco a lo loco, Núñez acertó, y trajo a un inglés, Terry Venables, que puso un poco de orden. En 1985, en su primera temporada, ganó la liga. En 1986, en la segunda, llegó a la final de la Copa de Europa, la gran obsesión azulgrana, que se disputaba en Sevilla. Y aquello fue el principio del fin.

El Barça perdió en los penaltis (lanzó 4 y fue incapaz de transformar ninguno). Schuster, la estrella del equipo, fue sustituido durante el partido, y en un arranque de vedetismo se fue al hotel en un taxi, sin permiso y sin esperar a sus compañeros. El alemán estaba en una guerra abierta con la directiva. La división del vestuario era un hecho. Y Venables quedó muy tocado.
Aún así, aguantó una temporada más, pero a principios de la temporada 1987-88 fue destituido. Lo sustituyó en el cargo Luis Aragonés. El clima del vestuario iba caldeándose más y más, y, en un último servicio al club, Schuster precipitó los acontecimientos.

Enfrentado con la directiva durante años (llegó a estar apartado del equipo toda la temporada 1986-87), el alemán tenía apalabrado su fichaje por el eterno rival, pero, por lo visto, quería ser recordado cuando se fuera. De modo que, en medio de varios cruces de declaraciones y tiranteces, su abogado filtró a la prensa que el alemán cobraba parte de sus ingresos mediante un contrato de derechos de imagen. Esto era bastante novedoso en aquella época, y comenzaba a introducirse como una manera de evadir impuestos, ya que aquellos contratos no estaban declarados y no tributaban. Todos los jugadores de la plantilla estaban en la misma situación que el alemán. Y como Hacienda somos todos, y todos leemos los periódicos, al tener noticia del asunto, el fisco se lanzó sobre la plantilla del Barcelona. Todos los jugadores, de todas las secciones del club, fueron requeridos para pagar los atrasos. El club pactó con las secciones de baloncesto, balonmano y hockey para hacerse cargo a medias de la multa. Pero los jugadores de fútbol exigieron que el club se hiciera cargo del total de la deuda, y ante la negativa del presidente, el 28 de Abril de 1988 se reunieron en el Hotel Hesperia de la capital catalana y convocaron a la prensa para leer un comunicado en el que exigían, en un hecho sin precedentes en la historia del deporte, la dimisión del presidente. Pero calcularon mal, y perdieron el pulso.

Seis días más tarde, Núñez fichaba a Cruyff como entrenador para la siguiente temporada, y la masa social se alineó con el presidente, dejando sin apoyo a los amotinados. Aquel verano la limpia en el vestuario fue estremecedora: el grueso de la plantilla fue despedida, y fue Cruyff el que decidió cómo gastarse el montón de dinero que el presidente puso a su disposición.
La andadura de Cruyff comenzó con dos temporadas mediocres, hasta que a la tercera conquistó la liga, a la que seguiría la ansiada copa de Europa, más ligas, y el inicio de un cambio en la mentalidad del club.

Porque desde entonces el Barcelona está irreconocible. Y 20 años después, con la figura de Cruyff planeando siempre sobre todos los estamentos del club, el Barcelona es la referencia, ha ganado tantas ligas (10) como en los 90 años anteriores, ha ganado 3 veces la copa de Europa y se ha convertido en un club razonablemente alejado de histerismos y convulsiones.
Mientras, el Real Madrid se ha convertido en un club que contrata figuras y no es capaz de hacer un equipo, que cambia de entrenador constantemente, que busca culpables en lugar de buscar soluciones y que siempre acaba echándole la culpa al empedrado. Exactamente lo que hacía el Barcelona hace 60 años.

No sé a ustedes, pero a mi me resultan curiosos los movimientos pendulares de la historia. Como me resulta curioso que el detonante del cambio en la historia del Fútbol Club Barcelona fuera un motín (motivado, además, por algo tan prosaico como el dinero). Si se piensa detenidamente, es paradójico que de la avaricia y la insubordinación pudieran surgir la estabilidad y la belleza.

Pero así son las cosas. Ahora es el Barcelona el que parte la pana, el que marca tendencia. Le ha costado, pero lo ha conseguido. Así que, a la espera del siguiente movimiento del péndulo, y de que el Madrid vuelva a organizarse y a hacer las cosas con criterio, y los histerismos vuelvan a Barcelona, a los culés les toca disfrutar de los días de vino y rosas. Sin perder de vista la historia, pero sin disimulos, sin rubores, sin complejos.

Porque han conseguido cambiar su destino. Han conseguido cambiar su suerte. Han logrado enterrar 60 años de historia.

Y eso no pasa todos los días.

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