miércoles, 5 de mayo de 2010

HACE FRÍO


Por tierras leonesas llevamos una semana pelando un frío importante. Con un viento huracanado, además, y chubascos ocasionales en los que el agua viene en horizontal, y contra los que no hay refugio posible, salvo quedarse en casita. Como mi empresa no se muestra muy partidaria de esa opción, no queda otra que salir de casa por las mañanas y afrontar el temporal.

Pero hay un problema: que no soporto el frío. Me pone de un mal humor espectacular. Quizá mi aversión a las bajas temperaturas venga del tiempo en el que trabajé por minas y canteras, al aire libre, época en la que en invierno podía tirarme perfectamente entre 8 y 10 horas por debajo de los 0º. Una delicia. O quizá sea genético, porque mi madre también es muy friolera. En cualquier caso, llevo unos días que muerdo.

Y eso es peligroso. Sobre todo para los que me rodean, pero también para mi, porque a veces me rodea el jefe, y, claro, no es muy inteligente descargar el mal humor contra el que te paga religiosamente todos los meses. Pero, en cualquier caso, mi fama de tío afable y tranquilo, incapaz de matar una mosca, se está viendo seriamente dañada.

Ayer, sin ir más lejos, después de pasar dos horas a la intemperie, a pie firme, me fui a la cafetería con un compañero, y hasta entonces amigo, para tomar un brebaje caliente que sale de una máquina y al que algunos optimistas llaman café. Yo estaba de muy mala hostia, porque además del frío el trabajo había ido de puta pena, pero es que la máquina tampoco colaboró, y empezó a ponerse creativa: que me pides un café con leche, te doy un té con limón; quieres un capuchino, pues toma un café solo; que lo quieres amargo, te pongo extra de azúcar. Y, claro, aquello degeneró en una sarta de juramentos que me llevarán de cabeza al infierno, el día que toque repartir los sitios para el descanso eterno.

En un momento dado mi compi, quizá abrumado por mi lírica, intentó contemporizar, y metió el típico dato gilipollas que prolifera en las tertulias desde que la información meteorológica del telediario parece un tesis de doctorado de físicas: “No es el frío, hombre. Es la sensación térmica.” Y se quedó tan ancho. El muy insensato.

Ante semejante conjunción de factores irritantes (el frío, la gilipollez, que no me dejen jurar a gusto cuando se me calienta la boca, etc) me saltó el automático y el objetivo de mi injusta cólera viró bruscamente del clima hacia mi inocente, gilipollas y sin duda bien intencionado compañero: le llamé de todo, desde analfabeto hasta subnormal, pasando por pijo de mierda (llevaba una camisita de Lacoste, y mi cerebro, en caliente, hace algunas asociaciones de ideas por su cuenta, sin que yo intervenga) y muerdealmohadas (ya me dirán, un tipo de 33 tacos de calendario al que no se le conoce ni ha conocido mujer…. algo tiene que haber).

Afortunadamente él tuvo el buen sentido de callarse y no atizar más el asunto, porque aquello podía haber acabado en tragedia. Se fue, haciéndose el digno y el ofendido (bueno, tal vez lo estaba en realidad, y no tuvo que hacérselo, no sé; hay gente que se ofende por poca cosa) y no volví a verle en todo el día.

Por la noche, con el calor y la suavidad de mi cama y mi mujer, me fui tranquilizando. Y comprendí que a lo mejor me había pasado un poco. Incluso pensé en pedirle disculpas al día siguiente.

Pero es que esta mañana, en el camino al curro, he pinchado y he tenido que cambiar la rueda con un frío de 3 pares de huevos (los dedos no han recuperado la circulación hasta una hora después; el color normal todavía tendrá que esperar, aunque el tono morado queda bonito); he llegado tarde a una reunión, el jefe me ha pedido por 3ª vez (según él) un informe que no me había pedido (según mi versión); el radiador eléctrico que me había agenciado el lunes para hacer mínimamente habitable la oficina (en Mayo la calefacción central se desconecta, y en Octubre se vuelve a enchufar, independientemente de la temperatura exterior) había desaparecido, y en su lugar me he encontrado una nota de un compañero (otro) diciendo: “me lo he llevado yo, espero que no te importe” (¿Importarme? No, que va. ¿Cómo va a importarme que me quites la única fuente de calor del edificio precisamente hoy que vengo helado? No, hombre, no. Eso si, devuélvemelo cuando pase el frío, por si quiero tomarme una sauna en la oficina. No te jode)

Así que ya no he podido más. Me han dado ganas de ponerme a gritar aquello de “a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar frío”, pero he recordado que soy ateo y no se me ha ocurrido nada más que decir, así que me he quedado callado, a mitad de camino entre el cabreo y las ganas de llorar.

Eso sí, las disculpas al meteorólogo vocacional se las pediré en Julio, si eso.

2 comentarios:

En BCN llueve... dijo...

Graciosa lectura. Curiosamente, a mí el frío también me pone de mala hostia, pero llevo infinitamente peor la imbecilidad del género humano en general, y de ciertos personajes en particular. El frío se pasa, esa es tu suerte, lo mío no... pero disimulo.

Cazurro dijo...

Hola, BCN. Bienvenido/a, y gracias por comentar.
Bueno, lo del frío es estacional, pero lo de la imbecilidad humana está presente todo el año, desgraciadamente.
A mi también me revienta, y el disimulo también es mi opción: al principio me decantaba por soluciones más drásticas (en plan Bowling for Columbine, o algo de ese estilo) pero mis abogados me lo desaconsejaron. En fin...