lunes, 24 de mayo de 2010

ME HAGO MAYOR

Lo malo de los hijos es que te recuerdan constantemente que te vas haciendo mayor. Su crecimiento, su esplendor, su madurez, … todo esto te recuerda permanentemente tu lento (en algunos casos no tan lento) e inevitable camino hacia la decrepitud.

Mi mujer y yo, en un ejercicio de nostalgia y audacia extrema (desafiando a la SGAE, con un par), hemos echado horas buceando por la red para poder ponerles a los enanos las mismas series (bueno, algunas de las series) que nosotros veíamos cuando éramos pequeños. A ellos les da más o menos igual, pero a nosotros nos encanta, aunque se nos han venido de golpe un buen puñado de años encima. Y es que estar constantemente viendo a Heidi, Marco, Willy Fog, D’Artacan y los tres mosqueperros, David el Gnomo, La Abeja Maya, Érase una vez el hombre y series similares te hace darte cuenta, quieras o no, de que el tiempo ha pasado.

Y esto te hace pensar en que, aunque no quieras reconocerlo, también tú has cambiado. En muchas cosas a mejor, en unas pocas a peor. En la mayoría, ni fu ni fa. Ni bien ni mal. No eres mejor ni peor que cuando tenías 5 años, o 10, o 15. Eres distinto. Eres como tienes que ser. Pero es curioso pararse a pensar en ello, y comprender de repente que hay una serie de indicadores que te hacen ver que, indudablemente, te has hecho mayor.

¿Quieren ejemplos? Muy bien, allá va mi lista de síntomas de que nos estamos haciendo viejos:

-Sabes que te haces mayor cuando eres hombre y eres capaz de decirle NO a una mujer. Y después no darte bofetadas tú solo.

-Aunque supongo que en el caso de las mujeres, notas que te haces mayor cuando eres capaz de decirle SI a un hombre y después no darte bofetadas tú sola (aunque, como es lógico, desde mi típicamente hombruna cortedad de miras no puedo hacer una aguda disección del alma femenina, así que esto no es más que una conjetura que dejaremos en el nebuloso terreno de las especulaciones).

-Pero cuando (seas hombre o mujer) el sexo ya no ocupa el 99% de tus conversaciones, puedes apostar a que te estás haciendo mayor. Y si ya no puedes recordar la última vez que la virginidad fue el tema de conversación, ni te cuento.

-Cuando te pegas unas carreritas con los amigos (tú lo llamas hacer deporte) y sientes la necesidad de contárselo a todo el mundo.

-Cuando te compras ropa deportiva que tape, y no que enseñe.

-Aunque lo peor es cuando después del deporte tienes agujetas, y cuando intentas quejarte en busca de comprensión tus hijos no te entienden. Lógico: su generación nunca las ha tenido (ahora se llevan las contracturas).

-Otra cosa que te hace comprender que estás mayor es cuando vas a la playa y eres capaz de pasar toda la mañana sin meterte en el agua. Si ni siquiera te mojas los pies, te falta un paso para el geriátrico.

-Pero si te sorprendes a ti mismo diciéndoles a tus hijos que esperen las dos horas de la digestión antes de entrar al agua, estás directamente para retirarte de la circulación.

-Una cosa que mosquea mucho es cuando ves a unos chavales jugando al fútbol en la calle y se les escapa la pelota. Tú pretendes devolvérsela haciendo una filigrana para impresionarlos (un buen trallazo, un toque sutil, un taconazo certero, algo así…) pero justo en ese instante uno de los enanos te dice: Señor, ¿nos da la pelota? Y te hunde. Coges la pelota con las manos, se la devuelves pacíficamente y miras alrededor, para asegurarte de que no te ha visto ningún conocido.

-Otra prueba irrefutable del paso del tiempo es la duración de las resacas: antes te tirabas toda la noche de juerga, te acostabas al amanecer y a la hora de comer estabas como una rosa. Ahora, a la hora de comer no sabes quién eres, la comida te da nauseas y te pasas la tarde jurándote a ti mismo que nunca mais.

-O cuando no sólo recoges tu ropa y la colocas en el cesto de la ropa sucia, sino que vas por la casa recogiendo la de los demás, y mascullando cosas que hace años que no oías decir a nadie. Concretamente, desde que tus padres dejaron de decírtelas a ti (ya saben, cosas como “lo tengo que hacer yo todo”, “sois unos desastres”, o la mejor sin discusión “el día que yo falte esta casa será un desastre”).

-Otro signo indicativo de que estás mayor es cuando la visión del tubo de pasta de dientes abierto, o apretado por el centro y no por abajo, te produce un tic nervioso y unas incontenibles ganas de gritarle a alguien.

-Y la humillación suprema: cuando intentas abrir un frasco de jarabe para tus hijos, de esos modernos, con tapón a prueba de niños…. y no eres capaz. Si al final son tus propios hijos los que te ayudan a abrir el frasco de los c…. sólo te queda una solución: darte al alcohol. Que algo consuela, las cosas como son, pero que recomendamos consumir con responsabilidad (véase tres párrafos más arriba).

Y qué quieren que les diga. A mi me han dado positivo todos los indicadores, así que supongo que tengo que reconocer que estoy mayor. Qué le vamos a hacer, es ley de vida. Ya tuve mi infancia, y mi juventud, y las aproveché lo mejor que supe, o lo mejor que pude. Quizá no haya sido gran cosa, pero es lo que me ha hecho lo que soy. Y lo que me ha dejado los recuerdos que ahora tengo, en los que me puedo reir a gusto de todas las hostias que me he ido dando (cuando te las acabas de dar no es tan gracioso).

Ahora sólo espero tener el sentido común para llevar mi decrepitud con dignidad, y no embarcarme en un patético y vano intento por parecer joven a los cuarentaytantos.

Porque, sí, estoy mayor. ¿Y qué?

Si lo piensan bien, no es tan malo.

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