Ante todo, que nadie se asuste, porque esto no va a ser tan grave como el título sugiere. Simplemente, me he dejado llevar un poco por mi tendencia a los titulares impactantes (se ve que tengo alma de periodista). Pero de lo que voy a hablar es de las conversaciones de sobremesa que tenemos en el comedor de empresa, y que ayer, casualmente (les aseguro que no es la norma) fueron derivando desde el primer plato hacia el sexo, de manera que a los postres ya estábamos todos enfrascados en el tema.
Tal vez influyera el hecho de que se sentó con nosotros una compañera que no es de las habituales en nuestra mesa, y que tiene un desparpajo más que notable para hablar de ciertos temas. Dicho sea de paso, está muy buena, lo que contribuye a rebajar el nivel de desparpajo del resto de los comensales (masculinos, se entiende) de manera fulminante. El caso es que allí estábamos todos, inaugurando la temporada otoño-invierno de manera más o menos oficial, cuando la dama en cuestión nos obsequió con unas cuantas reflexiones muy particulares que pueden servir para poner de relieve, una vez más, que si ya normalmente resulta difícil el entendimiento entre hombres y mujeres, entenderse en cuestiones de sexo resulta poco menos que imposible (si exceptuamos cosas mecánicas como el apareamiento).
Reflexión 1: No mires.
Pongamos el tema en situación: mi compañera (¿he dicho ya que está muy buena?) venía vestida de manera entre sugerente y explícita. Para entendernos, tenía un escote que dejaba poco a la imaginación. Como bien saben todos los hombres y gran parte de las mujeres, los ojos masculinos tienen vida propia, por lo que en ocasiones resultan sorprendidos mirando cosas que su dueño no recuerda haberles ordenado mirar. Este fue el caso (y no de uno de nosotros, no, ni de dos), lo que motivó que al sentirse aludida visualmente la fémina reaccionase tachándonos a todos de machistas, salidos, retrógrados y otras redundancias. Alguno de nosotros se atrevió entonces a preguntar por qué se vestía así (“Para sentirme guapa”). Él volvió a preguntar si era consciente de que los hombres suelen mirar a las mujeres guapas (“Si”). Entonces, intentó concluir él, si sabe que cuando está guapa la miran, y le molesta que la miren, ¿para qué se pone guapa? A lo que ella contestó que tiene derecho, y que además había tenido una reunión importante (con hombres, obviamente), y que distraer al contrario en una negociación de precios le parecía una opción aceptable. Que cada uno juega con las cartas que tiene en la mano (y quien dice cartas dice otras cosas, y quien dice en la mano dice en cualquier otra parte del cuerpo, supongo).
Conclusión: sólo está bien mirar el escote de las señoras si eso te distrae mientras estás negociando algo con ellas y te dejas engañar como un pardillo por no estar a lo que estás. Cualquier otro propósito, incluyendo los puramente lúdicos o recreativos, caen dentro del reprobable territorio del machismo y la bestialidad masculina.
Reflexión 2: No hables.
Una vez que llegamos a esas alturas, nuestra compañera decidió ahondar en la cuestión, y puso un ejemplo de lo duro que es ser mujer en un mundo de hombres, contándonos una pequeña anécdota de sus vacaciones de este verano. Imagínense: estaba en la playa, solitaria, en bikini (ya he dicho que está muy buena, ¿verdad?) cuando un tipo se le acercó, le dio educadamente los buenos días, y le preguntó si tenía fuego. Una manera como otra cualquiera de meter ficha, a ver si tienes suerte y sale la especial. Sin molestar. Pero como el tío no le gustaba mucho, ella no sólo pasó tres pueblos, sino que se mostró cortante en su negativa (y, créanme, puede ser muy cortante cuando quiere; y, algunas veces, aunque no quiera), y nos contaba indignada que era un asco eso de tener que andar quitándose moscones de encima. El mismo compañero de antes (por lo visto, tenía ganas de hacer de abogado del diablo) le preguntó si el hombre había sido descorté (“No”). Si la había mirado de manera desagradable (“No”). Si le había dicho algo que hubiera podido ser mal interpretado (“Tampoco”). Entonces le preguntó si hubiera considerado también un asco el que le pidiera fuego, pongamos por caso, Russel Crowe (aclaremos que esto es jugar con cierta ventaja, porque todos en la mesa sabíamo que ella siente debilidad por el australiano-neozelandés), a lo que ella respondió que por supuesto que no, y que ya podía ella haber tenido esa suerte. No hubo más preguntas.
Conclusión: dirigirte a una señora en la playa, aunque sólo sea para pedir fuego o darle los buenos días, sólo es aceptable si le gustas (algo bastante difícil de saber a priori) o si eres Russel Crowe, que viene a ser lo mismo. En el resto de supuestos, tu iniciativa puede ser considerada intromisión en su intimidad y acoso sexual (esa conducta tan típicamente machista, ya saben).
Reflexión 3: No tocar.
A partir de ahí, nos enfrascamos en una discusión acerca de si es cierto que los hombres pensamos siempre en el sexo. Yo siempre había pensado que sí, pero aquí mi compi decidió disentir, para variar, y nos sorprendió a todos con una exposición de su teoría acerca del tema: no es que los hombres estemos pensando constantemente en el sexo, es que basta cualquier mínimo estímulo para que lo que teníamos en la cabeza en ese momento desaparezca y comencemos a pensar en él. Pero, no contenta con exponer la teoría, decidió poner un ejemplo práctico, para ilustrar el tema. “A los hombres basta con tocaros un poquito así en el cuello (dijo mientras me tocaba) para que os pongáis como una moto”. Y, oigan, ahí donde lo ven, ese simple gesto me provocó (entre otras cosas que no vienen a cuento) unas cuantas dudas. ¿Para qué me toca? Si cree que su teoría es correcta, ¿pretende ponerme cachondo aquí, ahora, tomando café en el comedor de empresa? ¿Busca una confirmación de que su teoría no es correcta, o al menos tiene excepciones? ¿Cómo reaccionar ante una situación así? ¿Me hago el loco? ¿Le digo que me ha puesto cachondo? ¿Hago un chiste para rebajar la tensión? ¿Miento? ¿Qué habría hecho Woody Allen en una situación como ésta?... Lamentablemente, todas eran preguntas sin respuesta. Así qué, como es mi costumbre cuando no sé qué hacer, me quedé callado y no me moví, como que la cosa no iba conmigo. Mis compañeros se limitaron a descojonarse de mí sin hacer demasiada sangre.
Conclusión: cuando entramos en el cuerpo a cuerpo, siempre salimos perdiendo (funcionar en automático es lo que tiene), así que, al menos en público, mejor dejar las manos quietas. Las de los dos.
Reflexión 4: Esforzarse.
Para finalizar, el tema se desplazó a los aspectos de la intendencia y logística de las cosas amatorias. La chica, inocente ella, comenzó a quejarse por la, en su opinión, evidente injusticia de que son las mujeres las que acaban más fatigadas después de las refriegas, contrariando de nuevo todos los conocimientos previos de los allí presentes. Sin embargo, dada la situación (creo que ya he dicho que está muy buena, que llevaba un escote monumental y que habla de estas cosas con un desparpajo un poco acomplejante, ¿no? Pues eso) no fuimos capaces de dar la adecuada réplica, y nuestra defensa del cansancio que comportan los normales y saludables esfuerzos masculinos se perdió en una maraña inconexa de presuntos ejemplos, presentados como experiencias de algún amigo y cosas que alguien nos ha contado…
Conclusión: en este caso, más que conclusión, hubo consecuencia: la curiosidad despertada por nuestra ponente en la concurrencia masculina fue unánime. ¿Qué demonios hará esta tipa para acabar tan cansada?
Después de eso, el reloj ejerció su habitual tiranía, volvimos al trabajo, y ahí quedó la cosa. Quien más, quien menos, todos los portadores del cromosoma Y allí presentes vimos cuestionado nuestro dominio del tema, y eso, las cosas como son, siempre molesta un poco.
Pero, por encima de todo, se abría paso una descorazonadora sensación: la de que si algún día tenemos que negociar algo con nuestra compañera, podemos darnos por jodidos.
Metafóricamente, claro.
16 comentarios:
Pues vaya conversaciones. Yo, en la cafetería de la Escuela, de lo que hablamos normalmente es de si sobreviremos otro día comiendo la bazofia que nos dan o cuanto acorta la vida cada plato que nos tomamos.
Os llevó al huerto a todos como a pardillos. Se metió en vuestros sueños. No era mala idea del todo tener sometida socialmente a la mujer y creernos los reyes de la selva sin nadie para contradecirnos.
¡Jajajajaja! ¡Qué bueno! ¿Podrías comer más a menudo con esa chica? Y luego nos lo cuentas. Desde mi punto de vista, estaba equivocada en todo, pero seamos realista, en una discusión sobre sexo la mujer siempre, siempre va a ganar. Por una cuestión muy simple, ella sabe que no tiene nada que perder mientras vosotros creéis que sí.
Por cierto, NáN, ¿Los reyes de la selva?. Es tarde, ya habéis perdido el control y a estas alturas es imposible de recuperar.
La incoherencia....es tan difícil ser femenina y feminista a la vez, de todos modos lo de usar armas de mujer en el trabajo me parece deleznable, pero ahí os tenía a todos, a su retortero, y en este mundo competitivo en que os moveis, del todo vale......
Niño, estos temas no son habituales, no te vayas a pensar cosas raras. Eso sí, nuestro comedor no nos somete a esa ruleta rusa culinaria: comemos muy bien.
NáN, esos tiempos felices de sometimiento femenino ya no volverán, me temo. Afortunado tú, que los viviste.
Doctora, podría comer con ella más a menudo, pero no sé si a mi mujer le convencería la idea. Se lo preguntaré.
Respecto a las discusiones, las mujeres las ganáis todas, sea cual sea el tema. Pero no nos pases por la cara nuestra triste condición de reyes destronados: hay que ser elegante en la victoria.
Pseudosocióloga, a mí me parece una especie de paradoja: ser las dos cosas a la vez puede ser incoherente, vale, pero, por otra parte, la incoherencia es tan femenina...
Personalmente, a mí lo del todo vale nunca me ha convencido mucho. Quizá porque yo nunca llego a determinados extremos y, claro, estoy en inferioridad de condiciones.
Eso sí, si vale todo, vale todo, porque el reglamento asimétrico de mi compi me convence aún menos.
No seais sexistas... ¿Quien os ha dicho que solo las mujeres utilizan sus armas estéticas y los hombres no las utilizamos?
!!La vida está muy peleada y cada uno utiliza lo que puede!!!
esto es la selvaaaaaaaaaa!!!!
Chico, yo no soy sexista: sólo realista. Yo no tengo armas de esas...
Yo era progre, Cazurro, elegí no vivirlos.
No sé qué decir... Pero me da un poco de vergüenza ajena leerte, Cazurro. Creo que, siguiendo esa tendencia tan española de los extremos, hemos pasado de la pata quebrada y el permiso del marido para abrir una cuenta bancaria, a reproducir y "mejorar" las peores mañas del género masculino.
Incluido el alardear de ello...
Lo de mirar yo lo tengo claro, lo normal es que mirar unas tetas te ponga cachondo. De hecho están ahí para eso. Son un estimulo sexual. El que las enseñe más o menos es decisión suya, pero el que te guste mirarlas y te ponga es un hecho. No se puede evitar.
Lo del esfuerzo también me intriga. Por cierto, la tarde ya fue flojita de curro ¿no?
NáN, tú te lo perdiste. Pero supongo que tu mujer lo agradeció.
Teresa, pues sí, estoy de acuerdo. Las mujeres están copiando todo lo que los hombres han hecho mal desde siempre. Y observa que digo "han" y no "hemos", porque, la verdad, me resulta muy difícil sentirme cómplice de las conductas que estaban en vigor cuando yo no había nacido.
Gonzalo, de acuerdo también. Esas cosas son instintivas, y no dependen de la voluntad. Lo que ya no me convence tanto es que sólo valga mirar cuando ellas quieran.
Respecto a la tarde, sí, la verdad es que no arreglamos el mundo. Aunque "flojita" no es la palabra que yo escogería, la verdad.
AAAAAAAAH!!!!!! ahora entiendo por qué en los Juzgados, aun hoy, se utiliza la toga; esto en términos legales, se llama " principio de igualdad de armas"
Divertido relato. Eso sí, también me parece terrible que tu compañera utilice su cuerpo como arma de negociación.
Yo no tenía esas conversaciones tan divertidas cuando comía en la oficina.
LS, (si no te importa, adoptaré la nomenclatura annihalliana, que me mola), bienvenido.
Yo siempre he creído que la toga todavía se usa por lo que, en términos normales, se denomina anacronismo. Pero también puede ser para favorecer la concentración, si.
Annie, lo de utilizar su cuerpo para negociar, dicho así, queda un poco fuerte. Yo prefiero verlo como algo más espiritual, más zen. Algo del estilo de Sun Tzu en El arte de la guerra. Ya sabes: confunde a tu enemigo.
Mis compis de comedor son tremendos. La mayor parte de los días acabo rodando de la risa. Algún día hablaré de ellos.
Ríete tú de anacronismos, mira los ingleses que todavía llevan la peluca blanca de rizos, !mola!
Por supuesto, me puedes abreviar pero no poniendo la "D" al final, ok? jeje
LS, lo de los ingleses es otro mundo. En España eso no cuajaría, seguro. El respeto a la judicatura ya está bajo mínimos. Si encima vemos a Sus Señorías con pelucones, en plan drag queens, las condenas por desacato (o por descojono, que vendría a ser lo mismo) iban a estar a la orden del día.
Vale, prescindiremos de la D. Adios a un maravilloso mundo de color...
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