La verdad, no sé qué coño he hecho esta semana. Ha sido una cosa extrañísima, porque cuanto más hacía, más cosas quedaban por hacer. Desesperante. Los días han ido pasando sin que me diera cuenta, hasta que hoy me he levantado y me he sentido aplastado por la revelación: ya es viernes. Pues qué bien: otra semana que se ha ido, y casi no me he enterado. Aunque eso no significa que no hayan pasado cosas.
Para empezar, mi familia ha vuelto. Ya no estoy de Rodríguez. Ayer comenzaban los enanos el cole, por lo que ya los tengo instalados en casa, tomando posesión de sus dominios, emocionándose hasta el delirio cuando se encuentran con un juguete, que no ven desde hace dos meses (¿por qué demonios perderemos los adultos esa capacidad para la emoción? ¿o es una cosa mía, y sólo la he perdido yo?), y, en general, cambiando drásticamente los horarios y costumbres que he mantenido durante el verano, y que ahora tan sólo son ya un feliz recuerdo. Aunque, la verdad, estoy contento de tenerlos aquí otra vez. Los echaba de menos.
Los niños han venido, además, con buen ánimo, y con ganas de ir al colegio. Como dijo mi hijo mayor, “para ver a los amigos, pero, bueno, si hay que hacer una ficha, pues la hago”. Todavía no sé si eso significa que ha salido pragmático, como su madre, o si es más listo de lo que yo creo y está empezando a vacilarme. Habrá que estar atentos a la evolución de la criatura.
Pero han pasado más cosas. Ha empezado a hacer frío. Los días han sido una sucesión de dudas existenciales de profundo calado, de las cuales la principal era: “¿Qué coño me pongo hoy?”. Porque la cosa estaba, por las mañanas, verdaderamente desagradable, pero por la tarde, algunos días, seguía haciendo calor. Lo que significa que o bien te has pasado y estás toda la tarde con la chaqueta en la mano, o te has quedado corto y estás toda la mañana pelando frío. Como anécdota, cabe destacar que no he acertado ni un solo día, oigan. Que es igual de meritorio que acertar siempre, pero mucho menos gratificante.
También me han vuelto las ganas de escribir, aunque no he tenido mucho tiempo, precisamente, y he acabado aprovechando un pequeño brote de insomnio para darle a la tecla por las noches. A esas horas no sé ni lo que escribo, así que tendré que echar un vistazo a las chorradas de esta semana, por si he dicho algo que no debía. En cualquier caso, no creo que la calidad se haya resentido. Son las ventajas de estar en un nivel tan bajo: que es muy difícil bajar más.
Para empezar, mi familia ha vuelto. Ya no estoy de Rodríguez. Ayer comenzaban los enanos el cole, por lo que ya los tengo instalados en casa, tomando posesión de sus dominios, emocionándose hasta el delirio cuando se encuentran con un juguete, que no ven desde hace dos meses (¿por qué demonios perderemos los adultos esa capacidad para la emoción? ¿o es una cosa mía, y sólo la he perdido yo?), y, en general, cambiando drásticamente los horarios y costumbres que he mantenido durante el verano, y que ahora tan sólo son ya un feliz recuerdo. Aunque, la verdad, estoy contento de tenerlos aquí otra vez. Los echaba de menos.
Los niños han venido, además, con buen ánimo, y con ganas de ir al colegio. Como dijo mi hijo mayor, “para ver a los amigos, pero, bueno, si hay que hacer una ficha, pues la hago”. Todavía no sé si eso significa que ha salido pragmático, como su madre, o si es más listo de lo que yo creo y está empezando a vacilarme. Habrá que estar atentos a la evolución de la criatura.
Pero han pasado más cosas. Ha empezado a hacer frío. Los días han sido una sucesión de dudas existenciales de profundo calado, de las cuales la principal era: “¿Qué coño me pongo hoy?”. Porque la cosa estaba, por las mañanas, verdaderamente desagradable, pero por la tarde, algunos días, seguía haciendo calor. Lo que significa que o bien te has pasado y estás toda la tarde con la chaqueta en la mano, o te has quedado corto y estás toda la mañana pelando frío. Como anécdota, cabe destacar que no he acertado ni un solo día, oigan. Que es igual de meritorio que acertar siempre, pero mucho menos gratificante.
También me han vuelto las ganas de escribir, aunque no he tenido mucho tiempo, precisamente, y he acabado aprovechando un pequeño brote de insomnio para darle a la tecla por las noches. A esas horas no sé ni lo que escribo, así que tendré que echar un vistazo a las chorradas de esta semana, por si he dicho algo que no debía. En cualquier caso, no creo que la calidad se haya resentido. Son las ventajas de estar en un nivel tan bajo: que es muy difícil bajar más.
Sigo sin correr. No he podido salir desde que volví de vacaciones, hace ya casi un mes. La rodilla sigue doliéndome, así que he tenido que buscarme algo como sustituto, porque, como dice un amigo, el mono de la vigorexia es muy jodido. Pero hasta esta especie de metadona atlética he tenido que aparcar, porque ahora soy el feliz portador de una contractura en el cuello entre muy fuerte e insoportable, que me ha hecho parar en seco, y de paso me ha cambiado un poco el carácter.
Por lo demás, la semana ha sido un no parar. Y lo peor es que no me ha cundido nada: ha sido cortar cabezas de hidra. Ya saben, uno venga a cortar, y ellas venga a nacer de nuevo.
Pero, al fin, todo llega. Incluido el viernes. Ahora estoy apurando las últimas horas de trabajo (retribuido) de la semana, porque esta tarde nos vamos de boda. Se casa un compañero del curro. El benjamín de la pandilla, además. Un buen tipo. La verdad, se me hace rara una boda en viernes, pero si tenemos en cuenta que el contrayente es informático, supongo que incluso hemos tenido suerte de que no organizara la boda un lunes. Y de todos modos, no ha faltado quién le ha encontrado ya el lado positivo al asunto (“mucho mejor el viernes, porque así tienes dos días para pasar la resaca”). Siempre hay optimistas. Que además, claro, no tienen niños.
Por cierto, hoy establezco un record personal: dos bodas en trece días. Un record que espero que dure mucho tiempo en batir. Siendo sincero, esta boda me apetece un poco más que la anterior. Pero sólo un poco: estos fiestorros no son lo mío. Así que, como siempre, acudiré con el firme propósito de no emborracharme, con la férrea determinación de no bailar (algún amable lector ya se ha encargado de recordarme, a raíz de la otra boda, que los hombres de verdad no bailan) y con la funesta sensación de que me lo voy a pasar de puta pena.
Ya les contaré. Porque, quién sabe: a lo mejor me equivoco en todos los apartados.
3 comentarios:
Más que ya es viernes tenías que decir: menos mal que es viernes!
Entiendo perfectamente lo de que se te pase el tiempo volando porque a mí también me pasa. A mí me pasa que los días no se me hacen cortos, pero la semana sí.
Desde luego, el nivel que pones, no en el blog (que ese es alto), sino en las expectativas bodiles es tan bajo que luego no puede más que mejorar.
Pásatelo bien y (Always look on the bright side of life...')
Qué risa: tu hijo es un crack, tus aciertos con el tiempo, la boda informática en viernes...
Los míos también han vuelto. Y tengo la extraña sensación de que les ha hecho más ilusión recuperar sus juguetes que a su madre. Y al niño mayor (ND) creo que le ha hecho más ilusión recuperar su cama que a su compañera de ídem. Oh, vaya, esto va a ser que ya sí estoy hecha toda una madre de familia: insignificante pero ¿insustituible?
Niño, Annie, me encantan vuestras definiciones: semanas cortas de días largos, madres insignificantes e insustituibles... ¿tenéis más?
Niño, las bodas no son lo mío. Por mucho que digan los Monty Phyton.
Annie, lo de los niños es siempre igual. Y lo de los niños mayores con la cama también me pasa a mí. A lo mejor es algo genético.
Por cierto, a mí tus comentarios no me parecen cháchara, y siempre los agradezco.
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