sábado, 8 de mayo de 2010

HABITACIÓN 101

En mis tiempos mozos me tragué una buena dosis de literatura de terror, un entretenimiento como otro cualquiera, hasta que di por casualidad con una novela que me acojonó de verdad. Se trata de 1984, de George Orwell. Ya sé que oficialmente no es una novela de terror, pero tiene algunos detalles que asustan mucho. Al menos a mi.

Quizá por lo que sea más conocida la novela sea por el famoso Gran Hermano, esa entidad que todo lo ve, que te quiere y que se preocupa por ti, y que vela por tu higiene mental y la salvación de tu alma. Puede que Orwell cargara un poco las tintas, pero tampoco inventó nada: a lo largo de la historia todos los gobiernos, religiones, clanes tribales y demás organizaciones jerárquicas se las han apañado, mejor o peor, para mantener a sus acólitos sometidos al reglamento de régimen interno que tocara, sin escatimar medios. No es eso lo que me asusta de la novela. De hecho, el GH me caía más simpático que el protagonista, que me parece un triste del copón.

Tampoco los chanchullos de trucar fotos, manipular noticias, rehacer los hechos históricos y demás actividades del Ministerio de la Verdad me sorprende mucho, lo admito. No me parece demasiado original el hecho de que el gobierno (o el lobby correspondiente) retuerza los acontecimientos pasados y presentes para extraer las consecuencias que mejor se amolden a sus intereses, o para generar en la opinión pública el estado de ánimo que más le convenga. ¿Les suena la frase de que la historia la escriben los vencedores? ¿Han leído la misma noticia en dos periódicos de ideologías enfrentadas y han tenido la sensación de que hablaban de cosas distintas? Pues eso: nihil novum sub sole.

Lo que de verdad me parece desasosegante es la Habitación 101. Para los que no hayan leído el libro, era la dependencia del Ministerio del Amor (Orwell, como buen inglés, gastaba una ironía importante) en la que los desafectos al GH eran enfrentados a sus peores miedos hasta que cedían, renunciaban a sus ideales y se convertían en seres a la deriva. La celda en la que no tenías ninguna posibilidad de victoria, porque el enemigo eras tú mismo. Era el lugar, el momento, en el que descubres que siempre hay algo más fuerte que tú. Que por muy feliz que seas, sólo te separa una puerta de la desgracia más absoluta, más devastadora.

Lo que me asusta es la certeza de que todos tenemos nuestra Habitación 101 esperándonos en alguna parte. Repleta de temas que no sabemos afrontar, de miedos que son más fuertes que nosotros. De nuestros propios y personales demonios. Nunca sabes lo que hay dentro de tu Habitación 101, pero sabes que existe.

Esto me viene a la cabeza porque recientemente, por motivos que no vienen al caso, he tenido ocasión de meditar sobre qué cosas son importantes en mi vida y qué cosas son esenciales. Una distinción tan sutil que a veces tiene que sobrevenir un periodo de crisis para tener las cosas claras. Y me ha servido para darme cuenta de que sólo hay una cosa cuya pérdida no podría afrontar: mi mujer.

Así que ahora ya sé lo que se esconde tras la puerta de mi Habitación 101: la idea de vivir sin ella. De enfrentarme yo solo a la perra vida.

Porque todo sería más triste.

Porque yo volvería a ser la persona que fui, y que dejé de ser gracias a ella.

Porque todavía me emociona el recuerdo de los momentos que hemos ido viviendo juntos. Porque todavía disfruto de volver a casa todas las tardes y verla nada más entrar. Porque todavía me ilusiona pensar en el futuro que nos espera.

Porque me parecía imposible ser feliz poniendo tu vida en manos de otra persona, mostrándote tan absolutamente vulnerable, tan sinceramente transparente. Y ella me demostró que estaba equivocado.

Porque con ella la realidad supera a la ficción, y es posible construir puentes al infinito.

Porque ella es la mejor persona que conozco. Porque es brillante.

Porque me quiere.

Porque la quiero.

Y porque sé que, sin ella, los molinos volverían a transformarse en gigantes.

Ahora tengo mucho más claro lo que hay en mi Habitación 101. Y me sigue dando miedo, por supuesto, porque la vida es retorcida, y nunca sabes cuándo le puede dar por ponerse chistosa y gastarte una broma pesada.

Pero ahora también tengo claro que no seré yo mismo el que se meta en la habitación, la cierre y tire la llave.

Es lo bueno de las crisis: cuando no te matan, te hacen más fuerte.


Para J.



3 comentarios:

112 dijo...

Uff!
Los hay que tienen suerte hasta con las crisis.
Seguro en la hab 101 habia un edredon rosa...y vaya susto no?

En BCN no llueve dijo...

Mmmmm....uff!!
Esto huele a cuerno quemado...

Anónimo dijo...

Me parece que todos tenemos ese miedo a perder a la persona que queremos, tiene que ser duro no poder seguir al lado de esa persona, así que mejor pensar que el destino no nos gaste esa broma, ah y no creo que sea malo el declarar abiertamente lo que uno siente, todo el mundo debería hacerlo!!!!!