Hoy tengo el día tonto, y no sé por qué me vienen a la cabeza constantemente algunas de las grandes estupideces de la historia. Entre ellas, mis preferidas son las que tienen que ver con la cosa militar, y tampoco sé por qué esa fijación con lo marcial.
En cualquier caso, en mi top ten de estupideces bélicas está desde siempre, en un lugar destacado, la acontecida en Balaklava en aquellos lejanos días de 1854 en los que los rusos se pegaban con el resto del mundo en la península de Crimea. No lo puedo evitar, me molan los clásicos.
Vamos a ponernos en antecedentes, brevemente. En aquella época, el Imperio Otomano comprendía, entre otras muchas cosas, lo que hoy es el territorio de Israel. El imperio turco se encontraba, además, entre las potencias europeas por un lado y el Imperio Ruso por el otro. En virtud de algunos tratados diplomáticos bastante enrevesados que venían del siglo anterior, Francia tenía la función de defensora de los cristianos católicos del imperio otomano, y Rusia era la encargada de defender a los cristianos ortodoxos (a mi no me miren, yo tampoco tengo ni puta idea de lo que quiere decir eso). El caso es que algunos monjes de las dos facciones empezaron a ponerse tontorrones por la posesión de la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén, y por un quítame allá esta iglesia la cosa se fue liando hasta que metieron baza Francia y Rusia.
El Zar ocupó con sus ejércitos algunos territorios del Imperio Turco, y el Sultán Otomano, que no se había visto en otra así, corrió a pedir ayuda a su amigo francés. Los ingleses, a los que en principio no les iba gran cosa en el envite, se apuntaron al baile al lado de los gabachos para defender a sus amigos-de-toda-la-vida los turcos. Y es que los ingleses, cuando ven la ocasión de joderle la marrana a alguien, ya se sabe.
Inciso: también pudo influir que los rusos buscaran una salida al mediterráneo a través del Bosforo, y eso no les gustara mucho al resto de contendientes, ya que les chafaba los chanchullos comerciales que tenían montados por aquella zona. Pero a mi me mola más pensar que la guerra se hizo por ideales, y no por dinero (estamos hablando de Inglaterra y Francia, por Dios, y no de los USA).
Total, que empezaron a darse palos unos a otros a la ribera del Mar Negro, en la península de Crimea. Y así fue pasando el tiempo: una batallita para ti, una batallita para mi… Lo normal en cualquier guerra civilizada.
Hasta que el 25 de octubre de 1854 tuvo lugar la batalla de Balaklava. Los aliados anglo-franco-otomanos estaban asediando la ciudad de Sebastopol, en manos rusas. A los rusos, por lo que se ve, la cosa no les hacía demasiada gracia, así que decidieron a su vez asediar el puerto marítimo de Balaklava, por el que se abastecían los aliados. Como estos tampoco encontraron el detalle excesivamente simpático, se pidieron cita en un descampado cercano y decidieron solucionarlo como verdaderos gentlemen: a tiros.
Esta batalla pasó a la historia, principalmente, por dos proezas en las que los soldados derrocharon huevos y los oficiales poco cerebro. ¿Les suena lo de la delgada línea roja? Pues la expresión viene de un regimiento de infantería británica en el que, ante la escasez de personal, en lugar de montar una formación de 4 o 5 tíos unos detrás de otros, tuvieron que conformarse con una línea de 2 de fondo para contener una carga de caballería rusa. Fue una escabechina, pero la cosa tuvo su mérito. Hasta los rusos hubieran aplaudido, si no hubieran tenido las manos ocupadas despachando súbditos de Su Graciosa Majestad (por si no lo han pillado, los uniformes británicos en aquella época eran rojos).
El otro hecho destacable, que es el que a mi me mola, es la archifamosa Carga de la Brigada Ligera. Un auténtico desastre que los ingleses han sabido vender como un ejemplo de valor y sacrificio, cuando en realidad no fue más que un despropósito de algunos oficiales empeñados en demostrar quién meaba más lejos.
La cosa fue más o menos así: la zona formaba un valle en fondo de saco (una especie de U) en el que los rusos habían tomado posiciones en las faldas de las colinas y los ingleses estaban en el llano. En un momento dado, el comandante en jefe de las tropas británicas, Mariscal Lord Raglan, dio la orden de avanzar para capturar una batería de artillería rusa. Así que un oficial de Estado Mayor, el capitán Nolan, le transmitió la orden al jefe de la Caballería británica, General Lord Lucan. Éste no vio muy clara la cosa, pero, ya se sabe, órdenes son órdenes, así que llamó a su subalterno, el General Lord Cardigan, al mando de la Brigada de Caballería Ligera, y le dijo lo que había (sé lo lque están pensando;en efecto, yo también creo que había demasiados Lores para que de todo aquello saliera algo bueno). El caso es que, pese a lo insensato del plan, Lord Lucan le debió plantear al otro el tema en términos de “a que no hay huevos”, o el equivalente inglés de la expresión, y el otro, que para algo era Lord, se calentó y no midió bien las consecuencias de sus actos.
Así que montó en su caballo, al frente de la Brigada (unos 600 hombres en total), y se fueron contra la artillería rusa del fondo del valle, aproximadamente a 1500 metros de distancia. Cuentan las crónicas inglesas que la Brigada, pese a ser batida desde el primer momento por fuego de fusilería y descargas de metralla procedente de las lomas de las colinas, a ambos lados del valle, respetó escrupulosamente los tiempos y las formas que prescribían los manuales para eventos de este tipo: primero con los caballos al paso, después al trote, para no cansarse demasiado pronto y llegar agotados al objetivo, y por último, recorrían los metros finales al galope, lanzas en ristre. Todo esto, háganse cargo, mientras les estaba cayendo la del pulpo. No es extraño que las crónicas rusas reflejaran la impresión que tuvieron sus tropas: que los ingleses habían abusado del agua de fuego y no sabían lo que hacían.
Total, que allá que se fueron los Dragones, Lanceros y Húsares, a su cita con la gloria, recordando, supongo, la maldita hora en la que se alistaron voluntarios con los casacas rojas (“apúntate en la caballería, te dicen”). Sorprendentemente, lograron recorrer aquel kilómetro y medio y llegar a tomar contacto con la artillería rusa, aunque ya rotas las filas, en una carga desordenada. Después de pegar un par de mandoblazos, Lord Cardigan vio que aquello no tenía demasiado futuro y ordenó la retirada, así que lo poco que quedaba de la brigada volvió a recorrer los 1500 metros en sentido contrario (“verás mundo, te dicen”), para alegría y alborozo de los tiradores rusos apostados en las colinas, que estaban pasando el rato más entretenido de toda la guerra.
La Brigada Ligera perdió casi la mitad de sus efectivos (más de 250 bajas entre muertos y heridos), aunque eso, la verdad, no habla muy bien de la puntería de las tropas rusas. Los franceses, que mantenían sus posiciones por allí cerca, sin moverse, alucinaban en colores, pensando que con aliados como aquellos no iban a llegar muy lejos. Y los rusos celebraron el día como una gran victoria, aunque, técnicamente, la batalla acabó en empate (no pudieron tomar el puerto, y el asedio a Sebastopol continuó).
Cuando la cosa se supo en la Gran Bretaña, se montó la de Dios es Cristo:.
1-Los periódicos exigían responsabilidades de la chapuza.
2-Lord Raglan le echaba la culpa a Lord Lucan, afirmando que su orden era tomar una batería cercana, no atacar la artillería del fondo del valle.
3-Lord Lucan declinaba toda responsabilidad; durante un tiempo, y aprovechando que el mensajero, el capitán Nolan, había muerto en acción y no podía defenderse, intentó colar la idea de que éste había transmitido mal las órdenes, pero echarle la culpa a un muerto era de mal gusto hasta para los stándares británicos, así que cambió de opinión y le echó el asunto encima a su subalterno, Lord Cardigan.
4-Y este pobre hombre decía que él era un mandado y que a ver qué cojones querían que hiciera. Que lo de desobedecer órdenes directas estaba muy mal visto en aquellos ambientes, que por algo así le podían dar una pluma de avestruz, y eso sí que no.
Total, que estuvieron un mes echando balones fuera mediante cartas publicadas en la prensa, para entretenimiento de los hooligans en aquella época en la que todavía no tenían partidos de fútbol con los que desfogarse, hasta que la cosa, que amenazaba con enquistarse y exigir un duelo al amanecer para depurar las responsabilidades (ya se sabe que con el honor de un Lord no se juega), acabó resolviéndola quien menos podía esperarse.
En diciembre de aquel mismo año, el poeta Tennyson, después de haber leído la descripción de aquella carnicería en la prensa, escribió su poema La carga de la Brigada Ligera, en la que glorificaba el heroísmo de la caballería británica, ensalzaba el valor inglés y venía a sugerir, en pocas palabras, que aquello no había sido un error, como pensaba todo el mundo, sino una fina maniobra táctica para demostrarle al mundo el simpar tamaño de los testículos de los súbditos de Su Graciosa Majestad.
Y, bueno. Ya saben cómo son los ingleses para estas cosas. La opinión pública, hasta entonces tan hostil a los responsables del asunto, tuvo un espectacular cambio de rumbo y empezó a hacer la ola. Cómo sería la cosa que los generales que estaban al mando de la caballería acabaron condecorados y ascendidos a mariscales.
¿Se imaginan que hubiera pasado una cosa así en el ejército español? Yo prefiero no hacerlo, la verdad.
Aunque consuela un poco constatar que los ingleses también pueden llegar a ser, a poco que se lo propongan, tan chapuceros como cualquier raza mediterránea. Y, si se esmeran, más.
El Rey Imprudente – Geoffrey Parker
Hace 3 días
2 comentarios:
SUGIERO BUSQUES LOS HECHOS HEROICOS
DEL RGTO. DE CAZADORES DE ALCANTARA
Nº 14. GUERRA DE AFRICA. DESASTRE DE
ANNUAL. LO QUE HAYAS LEIDO DE LA CARGA DE BRIGADA LIGERA YA NO TE IMPRESIONARA TANTO. PARTE DE LO EXPUESTO LO PUEDES ENCONTRAR EN http://www.grandesbatallas.es/
SALUDOS ARS
Gracias por la referencia.
Puestos a sugerir, yo sugiero que lea usted el episodio de Historias de la puta mili dedicado a Annual. Alli salen sus cazadores de Alcántara. Que, efectivamente, tenían los huevos lo suficientemente bien puestos para dejarse peinar con la misma elegancia que los súbditos se su graciosa majestad.
En cualquier caso, en esta casa nunca se ha pretendido ver el lado heroico de ese tipo de cosas, pero allá usted.
Saludos. Y gracias por el link.
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