jueves, 15 de julio de 2010

HECHICERÍA MODERNA

Hace tiempo hablaba muy a menudo con un abogado. Entonces yo era una criatura inocente (fíjense que ni siquiera entendía el por qué de los chistes de abogados...). Un buen día, mi amigo el abogado me dijo, medio en broma, medio en serio, que la suya era una profesión que debía su prestigio al desconocimiento del público. Es decir, que cuanto menos supiera la gente acerca de lo que los abogados hacen, y cuanto menos entendieran al leer un texto jurídico, mejor considerados estarían los abogados.

Un año más tarde, creo, por razones que no vienen al caso, escuché la misma máxima en boca de otro abogado, que ejercía como asesor para la sede provincial de un Ilustrísimo Colegio de Médicos. Según él, estaba en el lugar perfecto, ya que médicos y abogados eran las dos profesiones que más le debían a la ignorancia del público acerca de sus funciones. Y lo justificaba comparando dichas la práctica de la medicina y la abogacía con el trabajo del hechicero de la tribu: nadie sabe lo que hace, ni cómo lo hace, pero parece importante. A mí me sonaba demasiado cínico.

Pero ahora que los años han pasado, y me han deparado un trato mucho más estrecho de lo que me hubiera gustado con médicos y abogados, puedo decir sin miedo a equivocarme que de demasiado cínico, nada. Y, la verdad, esto de encontrarse a estos hechiceros modernos en nuestra vida cotidiana, asusta un poco.

Porque si bien lo de llamar a las cosas de mil maneras para que suenen mucho más complicadas de lo que son y nadie se entere de lo que estás diciendo es algo común a muchos gremios o profesiones, para mí que en ninguna se alcanzan las cotas de oscurantismo y tortura del idioma que en los dos anteriormente aludidos. Verdadero encaje de bolillos, oigan, para no llamar a las cosas por su nombre.

Por ejemplo, la terminología médica. Vale, de acuerdo, muchos términos médicos tienen raíces latinas o griegas, y se mantienen así aunque eso provoque que los legos en la materia se pierdan entre los tecnicismos. Eso es aceptable. Pero otros términos tienen toda la pinta de haber sido inventados expresamente para despistar al personal.

¿Saben que les dirá un médico cuando no tiene ni puta idea de por qué usted tiene fiebre? Que lo que en realidad tiene es un “síndrome febril idiopático”. Con un par. ¿Qué consigue con eso? Principalmente, dos efectos: uno, que usted se acojone tanto que cualquier cosa que el médico le haga o le recete le parecerá un regalo de los dioses; y dos, que usted no se enterará que tras el palabro idiopático se esconde en realidad un médico que tiene aún menos idea que usted mismo de lo que le pasa.

Otro palabro de este tenor es iatrogénico, que se podía traducir aproximadamente como “un médico metió la pata y me ha jodido vivo”. Bueno, siendo realistas, conviene tener presente que los médicos son humanos, y por lo tanto falibles. Todos metemos la pata de vez en cuando. Pero no todos podemos poner en un informe un término tan absurdo para que la víctima no se entere de que se la han metido hasta donde pone Albacete.

Quieren otro ejemplo? Qué les parece nosocomial? Sitúense: usted entra en un hospital a operarse, por decir algo, un juanete. Pero a los dos días empieza a tener dolor de garganta, también por decir algo. A usted, desde su perspectiva de profano, le parece que eso es raro, pero, en fin, está en un lugar lleno de gente con batas blancas, y doctores tiene la Iglesia, así que les llama y obtiene un bonito diagnóstico. Cirugía de juanete con complicaciones por infección nosocomial respiratoria aguda. Casi nada. Pero cabe la posibilidad de que pasado el susto y la impresión, caiga usted en la cuenta de que no ha entendido lo de nosocomial. No se preocupe, que para eso estamos, para traducir. Nosocomial quiere decir que usted no lo traía puesto, sino que lo ha cogido en el hospital. Bien porque la señora de la limpieza olvidó pasar el mocho por el quirófano, bien porque unos internos de guardia mataron el tiempo jugando al tute en la mesa de operaciones después de que esta fuera desinfectada, bien porque las bacterias de quirófano son como el primo de Zumosol de los microbios y se descojonan de los antibióticos en su cara, bien porque el encargado de la desinfección ese día se quedó sin Don Limpio y la realizó con agua con gas. Quién sabe. Lo que está claro es que usted entró al quirófano para una simple operación y se encontró con un trueque: cambio juanete por infección nosocomial. ¿Qué consiguen con ese término? Pues que usted, en vez de montar bulla, salga de allí incluso agradecido, pensando que los médicos son tan buenos que le han hecho un dos por uno.

De este pelaje tienen muchísimas expresiones: éxitus, autolisis, o totalgia,… para decir cosas tan sencillas en castellano como muerte, suicidio o dolor generalizado. Únanle a esto la manía que tienen de escribir con una letra que a veces no entienden ni ellos, y la costumbre de ir con mascarilla (ellos dicen que es para no contaminar al paciente, pero yo creo que en realidad lo hacen para no ser reconocidos) y díganme si no es suficiente para que sean un gremio, cuando menos, sospechoso.

Claro que no son los peores. Porque luego están los psicólogos (ya saben, esa especie de proyecto de psiquiatra inacabado) que son los auténticos campeones en eso de buscar nombres rimbombantes e impenetrables para cosas que, en el mejor de los casos, sólo les interesan a ellos. En la mayoría de las ocasiones se trata de cosas más simples que mecanismo de un chupete que todo el mundo puede ver por sí mismo a poco que tenga ojos en la cara. Por ejemplo, la manera de hablar o negociar de la gente. Todos sabemos que hay gente que trata de imponerse por el artículo 33, gente que habla razonadamente y gente que dice que sí a todo. Esto, lógicamente, no da para más. Pero si le damos esto a un psicólogo, lo llamará, respectivamente, conducta agresiva, conducta asertiva y conducta pasiva, lo relacionará con algún trauma infantil y escribirá un libro de tropecientas páginas que no entenderá nadie. Entre las cosillas que se han inventado los psicólogos últimamente están el síndrome postvacacional, el trastorno adaptativo y cosas así. Que no son otra cosa que llamar de una manera rara a la sensación de ascopena que todo el mundo tiene, ha tenido y tendrá al ponerse a trabajar después de estar un tiempo sin pegar un palo al agua, o sentirse agobiado cuando uno tiene trabajo para él y para regalar. Bravo y viva. Los psicólogos han descubierto la pólvora. Estamos salvados.

Claro que entre las tonterías psicológicas, mi preferida es la disonancia cognitiva. Dicho así, ni puta idea, ¿verdad? Sin embargo, no es más que el nombre incomprensible para un conocido fenómeno que todos realizamos alguna vez y que tiene lugar cuando nuestras opiniones, gustos o creencias chocan con la realidad. Como cambiar la realidad es jodido, lo que hacemos es cambiar nuestras opiniones, gustos o creencias. Por poner un ejemplo: tu trabajo no te gusta y te pagan una puta mierda. ¿Puedes cambiar eso? No. Entonces, ¿qué haces? Fácil. Te autoconvences de que te sientes realizado con ese trabajo, o de que cumples una función de importancia capital para que los planetas sigan girando en sus órbitas, o para la paz en el mundo, o te congratulas porque la oficina está bien situada…. Lo que sea antes que reconocer ante uno mismo que el trabajo es una mierda pinchada en un palo. También se podría llamar buscarle el lado positivo a la vida, pero, claro, disonancia cognitiva queda como más científico, más serio. Dónde va a parar.

En cuanto a los abogados, jueces, fiscales y demás gente del gremio de la toga, no me quiero extender demasiado, porque me conozco, y sé que a la mínima se me calienta la tecla y me gano una querella. Sólo mencionaré dos de los aspectos que más me desquician.

Por un lado, esa manera tan característica de redactar de los juzgados, extendiéndose quinientos folios redactados en lo que acaba pareciendo una mezcla de castellano antiguo y esperanto, para que lo único verdaderamente importante esté en la última página, en un párrafo de cinco renglones. Delicioso.

Por otra parte, esa forma tan característica de preguntar a los testigos en los juicios. ¿No es más cierto….? Oigan, es que lo hacen todos. Sin excepción. Ni que se tiraran los cinco años de carrera y la pasantía practicando la puta preguntita. Que además, la mires como la mires, no tiene ningún sentido. Las cosas son ciertas o falsas. Lo demás es marear la perdiz para ver si el testigo mete la pata y le pueden enchufar hasta la muerte de Manolete. Y ojo, que si el testigo se revuelve y le contesta al preguntador, aunque sea educadamente, que no entiende la pregunta, o que pruebe a hablar como una persona normal, lo más probable es que Su Señoría le eche la bronca a él, que es el único de la sala que parece que no tiene una enfermedad neurodegenerativa. Por desacato, que nadie sabe muy bien lo que es, pero todo el mundo tiene claro que a los jueces les jode un montón.
Eso sí, por mucho que me fastidie, tengo que reconocerles el mérito. Porque ese lema de "si no me entienden no podrán discutir conmigo" se le podía haber ocurrido a cualquiera, sí. Pero fueron ellos los que tuvieron la idea.
A lo mejor es que no todos valemos para hechiceros.

1 comentario:

112 dijo...

Por supuesto que el oscurantismo es un arte, de hecho, la medicina es una ciencia moderna, pero desde siempre ha sido arte y como tal al alcance de pocos iniciados.