El fin de semana fue bastante extraño por varios y diversos motivos, la mayoría de los cuales no vienen al caso. Esto tampoco debería ser excesivamente grave, porque he tenido ya tantos fines de semana extraños que empiezo a no tener claro cuales son los normales y cuales los extraordinarios (me asalta una duda metafísico-semántica: cuando la mitad de los elementos de un conjunto son extraordinarios, se pueden seguir calificando de extraordinarios?) En este caso, sin embargo, había un detalle especial. El sábado se jugaba el partido de cuartos de final del mundial de fútbol en el que España aspiraba por enésima vez a romper una maldición (ya saben, ésa que dice que la Roja nunca pasa de cuartos) y a hacer historia. Y como yo soy un tipo de costumbres, el hecho de estar fuera de mis condiciones normales de presión y temperatura hizo que lo que debería haber sido una ocasión memorable, para disfrutar con pasión y una cervecita, tuviera sus matices.
Para empezar, el sábado me pasé toda la tarde al sol, y creo que eso me afectó un poco. Además, vi el partido en casa de mi suegra, con mi mujer y dos cuñados que no entienden demasiado de fútbol, y tener que pasar el rato aguantando a la madre de mi mujer viniendo al salón cada 10 minutos a preguntar si podíamos cenar ya (todavía no, que falta media hora) y explicándoles a mis cuñados las delicadas implicaciones del fuera de juego posicional hicieron que la ocasión tuviera un ligero toque surrealista. De hecho, no me siento capaz de ningún análisis, razonamiento o similar, así que tendré que limitarme a una crónica impresionista. Vamos allá.
El partido empieza justo a la hora de bañar a los niños. Me hago el loco hasta que mi mujer se hace cargo y se ocupa del tema. Paraguay sale al ataque, presionando arriba y dejándonos mal a todos los que habíamos vaticinado que se pasarían el partido encerrados en su área.
Los niños cenan en el salón. Como España va de azul, se dedican a animar a los paraguayos, sin entender las miradas de odio de las que eso les hace merecedores. Decido que mejor me voy a la televisión de la cocina. No funciona. Me resigno a la tele del salón, con el ambiente menos futbolero que pueda imaginarse.
Hora de acostar a los niños. España todavía no ha pasado del medio del campo. La cosa pinta mal, pero vuelvo a hacerme el loco y mi mujer los lleva a la cama. El ambiente en el salón mejora. El juego en el campo, no.
Mi cuñado decide que el partido es aburrido y se va a cortar el césped del jardín, ignorando mis miradas de asombro. Mi cuñada sigue sin entender lo del fuera de juego. Mi suegra, a lo suyo, metiendo prisa para cenar. España, sin dar pie con bola. Los paraguayos no se cansan de correr.
Gol de Paraguay. Sensación de premonición cumplida, seguida de espantosa sarta de juramentos. Un momento. El árbitro, un guatemalteco con un bigotito facha muy simpático, anula el gol por fuera de juego posicional. Bien por él. Además, los niños están acostados y no me han visto convertido en un energúmeno, y el sonido del cortacésped a buen seguro ha impedido que mis exabruptos hayan sido escuchados por el vecindario. Todo son buenas noticias.
Descanso. Mi suegra vuelve a preguntar que cuándo cenamos. Dentro de una hora. ¿Tanto? O más, si hay prórroga. Pone cara de hambre. Cuanta insensibilidad ante un momento histórico, por Dios.
Empieza la segunda parte. Todo sigue igual. Los paraguayos no se cansan. Los españoles no se entonan. Los comentaristas siguen dando ganas de asesinarlos. En fin, sin cambios, ya les digo.
A los 15 minutos, España comienza a dar signos de mejoría. Torres está cumpliendo a la perfección su papel de delantero Valium, adormeciendo poco a poco a la defensa rival. Los paraguayos dan, al fin, los primeros síntomas de cansancio. Cada vez pasan menos del centro del campo.
El niño llama desde la cama, pidiendo agua. Miro a mi mujer. Mi mujer me mira. Vale, ya voy yo. Total, para lo que hay que ver…
Los paraguayos comienzan a jugar con balones largos, esperando que un rebote, una dejada de cabeza, un expediente X, algo…. les sirva para meter un gol. Decido que es poco probable: Piqué, Ramos y Puyos parecen tipos solventes para solucionar este tipo de jugadas. España sigue intentando combinar, en busca de penetrar por el centro de la defensa, con Torres como punta de lanza. Decido que eso es menos probable todavía que lo de los paraguayos.
Dos minutos más tarde, los paraguayos han ganado los tres balones largos que han tirado. Piqué, Ramos y Puyol no se enteran. El niño vuelve a llamar pidiendo agua. Esta vez ni miro a mi mujer: incluso me alegro por dejar de ver el partido unos instantes. La sensación de tragedia presentida es demasiado fuerte para mi insolación.
Del Bosque hace un cambio. Quita a Torres. Bien. No sé ni a quién mete, pero me da igual. Por mí como si no mete a nadie. Con quitar a Torres ya mejoramos. Porque hay dos maneras de jugar mal: no ayudar o estorbar. El niño de la pesi es un ferviente seguidor de la segunda de ellas. Esto mejora.
Dos minutos más tarde, me entero de que ha salido al campo Cesc (debió ser por Torres, supongo). Me da por pensar que, ahora que lo quiere fichar el Barcelona, como le dé por meter el gol de la victoria, su precio se disparará varios milloncejos. Me imagino a la gente en Barcelona rezando para que no marque Cesc, y en Londres rezando para que lo haga. Es extraño esto del fútbol.
Penalti a favor de Paraguay, cometido por Piqué. Otra espantosa sarta de juramentos. Se ve que el chaval echa de menos que le partan la cara, y en vista de que los paraguayos no parecían muy dispuestos, ha hecho una marcianada para ver si alguno de los suyos se animaba. Incomprensiblemente, nadie lo hace, supongo que porque por encima de las ganas de matar a Piqué prevalece el acojono de una nueva eliminación en cuartos. La cosa se pone fea, la verdad.
Va a tirar el penalti Cardozo. Camacho, desde el puesto de comentarista, dice que lo tuvo a sus órdenes cuando entrenó en el Benfica, que lo conoce muy bien y que jamás falla un penalti. Supongo que lo dice por animar. Ese es el espíritu que necesitamos. Propongo quitarle el sonido a la televisión, pero se desestima.
Ponen una imagen de Casillas, en primer plano. Parece despierto, para variar. Aún tenemos posibilidades.
Ponen una imagen de Cardozo, con una cara de susto impresionante. Más posibilidades.
Cardozo tira el penalti de pena. Casillas acierta el lado y además, bloca el balón. Ole y ole, Casillas. No sé que le ha hecho la Carbonero, pero ha funcionado. Ole y ole por Sara, también. Parte del éxito es tuyo. Si Casillas no es demasiado celoso y tú no eres demasiado escrupulosa, podías mirar el tema de Torres. Sé que es difícil, pero a ver qué puedes hacer. Piensa que es por España, mujer.
Vemos la repetición del lanzamiento. Antes de que Cardozo chute hay no menos de 4 defensores españoles dentro del área. El guatemalteco, con buen criterio, decide que no ha influido en la jugada y que no hay que repetir el penalti. Cada vez me cae mejor este hombre.
Un minuto después, el efecto Torres se deja sentir por fin, tiempo después de que haya abandonado el campo. Balón largo hacia el centro de la defensa paraguaya, que encuentra a los centrales en brazos de Morfeo hasta que se dan cuenta de que ya no anda por allí el de Fuenlabrada, sino un asturiano con muy mala intención. Cuando se quieren enterar, penalti. El árbitro, sumándose a la montaña rusa en la que se ha convertido el partido, decide no expulsar al defensa paraguayo (seguramente piensa que con el traumático despertar que ha tenido ya es castigo suficiente). Se lo perdono por el favor de hace un minuto, pero que sea la última vez.
Va a tirar Xabi Alonso. El niño vuelve a pedir agua. No me jodas. ¿Pero que ha comido este crío hoy? ¿Es un principio de deshidratación? ¿Son ganas de tocar los cojones? Miro a mi mujer. Algo en sus ojos me dice: Ni lo sueñes. Digo en voz alta: Quieta, ya voy yo. Quédate a ver el penalti.
Desde el pasillo, medio a escondidas, veo como Xabi Alonso marca el penalti. Ole y ole los tipos duros de Donosti. Siempre me ha caído bien Alonso. Sabía que iba a marcar.
El árbitro decide que hay que repetir el penati porque unos cuatro jugadores españoles han entrado en el área antes de tiempo. El guatemalteco no ha sabido interpretar la realidad: estaban tan seguros de que Alonso iba a marcar que querían ser los primeros en felicitarlo. No sé por qué dejan pitar a gente del tercer mundo. El niño sigue pidiendo agua. Ya va, ya va.
Alonso va tirar el penalti de nuevo. Recuerdo que en el partido contra Honduras el niño también estaba pidiendo agua cuando Villa falló el penalti. Igual no tiene nada que ver, pero me da muy mal rollo.
Alonso falla el penalti. Cesc coge el rechace y el portero le vuelve a hacer penalti. El de Guatemala se hace el sueco. Me cae muy, pero que muy gordo, este tipo. Con esa mierda de bigote. Si es que se veía venir, si es que ya sabía que nos la iba a armar. El niño sigue llamando, preguntando qué hay de lo suyo. De repente se me va la pinza y me siento un mal español: si le hubiera dado el agua al niño antes, seguro que el penalti hubiera entrado. Vuelvo al salón abatido, con el peso de los sueños rotos de todo el país sobre mis hombros, sabiendo que soy el culpable del fracaso de la Roja…. Definitivamente, el sol me ha dado duro, hoy.
Tremenda jugada de Iniesta, que se rifa a toda la defensa de Paraguay y se la deja a Pedro, que está solo delante del portero. El canario decide que el partido no ha tenido suficiente emoción todavía y tira al poste. Juramento. El rechace llega a Villa, que por lo visto es de la misma opinión y vuelve a tirar al poste (otro juramento). El balón sobrevuela la línea de gol hasta el otro poste, lo golpea (más juramentos) y se introduce mansamente en la portería paraguaya. Explosión de júbilo. Todos gritando en el salón. Gol, gol. Mi suegra asoma desde la cocina con la esperanza en la cara, preguntando si ya podemos cenar. No le hacemos ni puto caso. Gol de España!!!!
Quedan 7 minutos. Ramos comete un penalti clamoroso agrediendo de un cabezazo en el pie a un delantero rival. Afortunadamente el árbitro, quizá con cargo de conciencia por lo sucedido antes, decide obviar los hechos y señala falta contra Paraguay. En el salón todos estamos gritando: no te levantes, no te levantes…. Pierde tiempo, no te levantes… Al fondo se ve un cartel con letras azules sobre fondo amarillo. Creo que pone Fair Play. Bah, quién se fija en carteles, en este momento…
Casillas decide que si Pedro y Villa le han puesto emoción al asunto, él no va a ser menos, así que comienza su show particular de 3 segundos de duración, en el que partiendo de la condición de héroe alcanzada por su actuación en el penalti, se convierte en villano con una cantada infame a tiro de un delantero paraguayo que deja el balón rebotado y manso en el centro del área a los pies de Roque Santa Cruz, y vuelve a ser el héroe de todos, el Íker de España salvando los muebles que él mismo había empeñado con una parada espeluznante con la pierna derecha. Camacho pone el tono técnico a la retransmisión: Árbitro, pita ya, cojones.
El guatemalteco pita, por fin. España está en semifinales. Todos saltamos. Mi cuñado grita. Mi mujer me abraza. Mi cuñada sigue dándole vueltas a lo del fuera de juego. Mi suegra también salta, aunque por distintos motivos. Hasta el niño ha dejado de pedir agua. El mundo es perfecto. Casillas es un monstruo. Piqué es el mejor. Torres es lo más. Viva Del Bosque…
Y en medio de mi insolación y del jaleo, se me vuelve a ir la pinza, y de repente tengo una ganas locas de que pasen 20 años para poder hablar con mis hijos de aquella noche en la que ellos no paraban de tocar los huevos pidiendo agua y yo vi por primera vez en mi vida a España pasar a semifinales de un mundial.
Qué quieren. No todos los días uno es testigo de cómo se rompe una maldición.
El Rey Imprudente – Geoffrey Parker
Hace 3 días
1 comentario:
Bravo, Bravo
Eres un "crack" escribiendo.
Tengo suerte de tener un padre escritor.
Pero siguen sin convencerme las palabrotas.
Un abrazo,
Javier
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