miércoles, 14 de julio de 2010

HISTORIAS DE LA PUTA MILI (IV): SOMME, 1916

Me doy cuenta de que tengo mis historias bélicas un poco abandonadas últimamente (dichoso Mundial), y eso no puede ser. Así que me dispongo a retomarlas con un episodio de la 1ª Guerra Mundial, la que sin ninguna duda ha sido la mayor salvajada conocida por la humanidad.

Como siempre, comencemos por ponernos en antecedentes. A principios del siglo XX, el mundo era muy diferente de lo que conocemos hoy en día. Algunos de aquellos países ya no existen, o al menos no existen como eran entonces: todavía existía el Imperio Ruso en el Este de Europa, el Imperio Austrohúngaro en el centro, o el Imperio Otomano en el sureste. El imperio Inglés todavía era la mayor potencia económica mundial, y se resistía a perder la hegemonía que le disputaba la recién nacida Alemania (surgida hacia 1871 como estado, porque hasta entonces había sido un conjunto de condados o regiones más o menos relacionadas entre sí por lazos culturales, históricos y económicos). El Imperio Otomano continuaba con su largo proceso de descomposición, sin parar de perder posesiones en Europa, lo que dio lugar a países de nueva creación como Serbia, Montenegro, Bulgaria, Albania, Rumania o Grecia. El Imperio Austriaco pretendía expandirse por esa zona hasta el mar negro, siguiendo el valle del Danubio. El Imperio Ruso, con una sociedad prácticamente feudal y una economía de pena, consideraba que era su deber defender a los países eslavos de los abusones austriacos, y le dejó claro a los centroeuropeos que de expandirse por allí, nada. Que si alguien se iba a expandir por allí, serían los rusos, que también necesitaban salida al mar por el sur. Por su parte, Francia, la otra gran potencia europea de la época, arrastraba una de sus tradicionales pataletas contra los países vecinos, en este caso con los alemanes, con los que habían estado en guerra 50 años antes. Guerra en la cual los alemanes llegaron a París (les suena?) y, con la característica sutileza germana, proclamaron el II Reich alemán (el primero lo consideraban el Sacro Imperio Romano Germánico, que ya había llovido)… en el Palacio de Versalles!!! Con un par. Bueno, pues los franceses (ya sabemos todos cómo son) se lo tomaron a mal, y como además los alemanes les habían trincado las provincias fronterizas de Lorena y Alsacia, estaban un poco susceptibles. Así, pese a haber estado pegándose con los ingleses hasta 1899 por asuntos coloniales (entre ellos dos se habían repartido casi toda África), cuando vieron que los alemanes empezaron a ponerse chulos, no dudaron en aliarse con los británicos para intentar preservar el estado de cosas que tanto les había costado conseguir. Después de siglos de arduo trabajo para conquistar el mundo, no iban a dejar que ahora viniera un Káiser cualquiera a meter la cuchara así como así.

Como consecuencia de todo esto, los primeros años del siglo XX fueron un entramado de alianzas y contraalianzas que configuraron un tenso equilibrio entre los imperios germanos, en el centro, y la alianza franco-británica por el oeste y los rusos en el Este. Es decir, y por simplificar: los alemanes queriendo expandirse para cumplir su destino de guía y faro del mundo, y los demás empeñados en que no lo hicieran, porque para ese papel ya estaban ellos (les suena esto también?). En esa situación bastaba una chispa para que se liara una muy gorda.

La chispa fue el asesinato del heredero del Imperio Austrohúngaro en Sarajevo, el 28 de Junio de 1914, a manos de nacionalistas serbios. Austria-Hungría le declaró la guerra a Serbia, Rusia a Austria, Alemania a Rusia, Francia a Alemania e Inglaterra, como amiga de toda la vida de Francia, también a Alemania. O sea, la de Dios. Para Agosto ya se había montado una pajarraca en la que estaba involucrado medio mundo.

Así que los militares entraron en acción, una vez que los políticos y diplomáticos habían hecho lo que mejor saben hacer: liar las cosas para que no quede otro remedio que arreglarlas a tiros. El problema es que a los militares les pilló el tema en una época de cambios técnicos que los altos mandos no habían asimilado del todo. Las armas y los equipos habían evolucionado una barbaridad, pero las tácticas y las ideas no tanto, así que los Generales dispusieron una guerra al estilo de Napoleón, 100 años antes, y se encontraron con la sorpresa de que aquello de mandar avanzar a la infantería contra ametralladoras y cañones de retrocarga no era un buen negocio. La consecuencia de todo esto fue que no había nadie que supiera cómo ganar la guerra, lo que se tradujo, en el frente occidental, en un estancamiento. Después de comprobar que yendo de frente y a lo bruto no se conseguía nada, los ejércitos comenzaron a fortificar sus posiciones y empezaron a construir trincheras enfrentadas, constituyendo una línea que iba desde Suiza al Mar del Norte. El conflicto se transformó entonces en una guerra de desgaste (nombre muy apropiado, la verdad, porque estar 4 años matándose tiene que desgastar una barbaridad).

Con ese panorama, en vez de esperar a ver quién era el primero que se aburría y se iba para casa, los militares ssiguieron luciendo sus anacrónicos conceptos de la guerra: cargas masivas de infantería, cargas de caballería, batallas con un número de bajas escalofriantes… ya saben, cosas de esas. Comenzaron a surgir armas nuevas, como los aviones, los lanzallamas, los tanques o el gas venenoso, pero no estaban lo suficientemente evolucionados para producir una ruptura del frente, y sólo sirvieron para incrementar el número de muertos y la dureza de la campaña. Incluso una cosa aparentemente sin relación vino a complicar la situación: las conservas. Porque la 1ª Guerra Mundial fue la primera contienda en la que los ejércitos contaban con un abastecimiento constante de provisiones gracias a los alimentos envasados, por lo que pudieron seguir la campaña durante el mal tiempo, sin necesidad de efectuar una pausa (les suena lo de retirarse a los cuarteles de invierno, ¿verdad?) que les hubiera venido muy bien para actualizarse un poco.

Después de casi 2 años, visto que no se podía romper la línea de trincheras del enemigo, el Comandante en Jefe del ejército Alemán, Erich von Falkenhayn, tuvo una idea brillante: plantear una batalla en la que mataría a tantos enemigos que ya no quedarían hombres para rellenar las trincheras. Fácil, brillante, bien pensado. Simplicidad germana.

El sitio escogido para plantear la batalla fue la ciudad de Verdún. Falkenhayn sabía que, por razones históricas más que estratégicas, los franceses no iban a abandonar la defensa de la ciudad, y empeñarían en ella cada vez más tropas y recursos. Una vez que se les acabaran las tropas y los recursos, kaput. En febrero de 1816 comenzó el baile en Verdún. Los alemanes les dieron un buen meneo a los gabachos, que se vieron rápidamente con el agua al cuello, pero, como había previsto el Comandante alemán, resistieron.

Inciso: en Verdún fue donde surgió la famosa consigna “No pasarán”, que muchos creen inventada en Madrid años más tarde. En realidad, fue un general francés, Robert Nivelle, el que lo dijo. Claro que lo dijo en francés (On ne passe pas!) y no se le entendía nada. A veces pienso que para lo único que sirven las guerras es para que alguien diga frases que pasan a la historia. Fin del inciso.

Así se pasaron unos meses, matándose unos a otros en Verdún. La estrategia estaba saliendo como habían planeado Falkenhayn, aunque a ellos también les estaba costando un buen número de bajas, y los franceses las empezaron a pasar moradas. Se las apañaron, no obstante, para resistir, pero el coste era muy alto, y la cosa no podía seguir así.

Y para cambiar el panorama, los aliados retomaron una vieja idea que tenían en mente desde antes del ataque alemán a Verdún: plantear una ofensiva en el norte de Francia, junto al río Somme. En principio, la ofensiva tenía el propósito de reconquistar Holanda y expulsar a los alemanes de la costa del Mar del Norte, impidiéndoles así usar sus puertos para abastecer a los submarinos que estaban convirtiendo el tráfico marítimo por el Canal de la Mancha en algo muy entretenido. Como los alemanes se anticiparon, la cosa quedó en el limbo. Pero el General británico Douglas Haig, que había sido nombrado Comandante de la Fuerza Expedicionaria Británica (el ejército inglés en Francia) decidió que ahora podía ejecutarse el plan, ya que serviría, como mínimo, para que los alemanes sacaran algunos efectivos del asedio de Verdún para contener la ofensiva aliada en el norte.

Los preparativos para el ataque comenzaron inmediatamente y el 1 de Julio de 1916, un ejército compuesto por ingleses, franceses, neozelandeses, canadienses, sudáfricanos y australianos dio comienzo a la ofensiva sobre las posiciones alemanas, a lo largo de un frente de uno 40 km de longitud. Probablemente aquel 1 de Julio haya sido el día más sangriento de la historia, con un número de bajas rondando las 60.000 entre los aliados y las 10.000 entre los alemanes. Esta batalla fue quizá la que más puso de relieve la letal combinación que suponían las tácticas decimonónicas con el armamento moderno: los ataques comenzaban con la infantería avanzando al paso, hombro con hombro, en filas compactas, teniendo que recorrer distancias considerables al alcance de las ametralladoras y la artillería enemiga. Aunque los tiempos habían cambiado, los mandos no se adaptaban: incluso se mantenían costumbres como que los oficiales (de todos los ejércitos) usaran uniformes distintos de los de los soldados rasos, y notablemente más vistosos. Todavía consideraban una deshonra igualarse con la chusma, porque ellos eran gente de honor. Esta vez el honor les salió aterradoramente caro: todos los ejércitos estaban instruidos en buscar a los oficiales enemigos para dejar a las tropas sin nadie que las dirigiera, y los oficiales tuvieron una proporción de bajas extremadamente alta. Entre unas cosas y otras, imagínense el panorama: era como tirar al blanco. No es de extrañar que fuera una carnicería.

La batalla en el Somme se mantuvo hasta el 18 de Noviembre de 1916, y acabó en empate técnico. La ganancia en terreno de la ofensiva aliada fue mínima (apenas llegaron a avanzar 8 km). A cambio, tuvieron más de 600.000 bajas, entre muertos, heridos, desaparecidos y prisioneros. Eso sí, durante esos 5 meses en los que el infierno tuvo una delegación en el norte de Francia, los alemanes también tuvieron numerosas bajas. Y en el ejército alemán no era tanto una cuestión de cantidad, sino de calidad.

Porque al inicio de la contienda el ejército alemán era mucho más profesional que el británico y el francés, formado por reclutas apenas instruidos (sobre todo el inglés). Los alemanes consideraban que la gran amenaza era el ejército francés, y por eso habían montado una picadora de carne en Verdún para aniquilarlo. Sin embargo, cuando los ingleses reaccionaron y les pagaron con la misma moneda planteando una sangría de hombres semejante en el Somme, el ejército alemán se encontró con que cada vez le costaba más sustituir sus bajas con soldados bien entrenados, hasta que llegó el momento en que tuvo que recurrir a nuevos reclutamientos. Y eso igualó mucho la contienda, porque hasta entonces la impresión era que los aliados iban siempre a remolque de la iniciativa alemana.

Además, la batalla del Somme también cumplió su propósito original, cuando consiguió que a finales de Julio la ofensiva sobre Verdún redujera su intensidad hasta casi detenerse, según habían previsto los mandos aliados, ya que los alemanes tuvieron que utilizar algunas divisiones de la batalla de Verdún para reforzar el frente del Somme.

Por lo tanto, prácticamente todo el mundo coincide en señalar la batalla del Somme como la clave de la victoria aliada en el frente occidental durante la 1ª Guerra Mundial. En palabras de un oficial del ejército alemán, el Somme fue “la tumba de barro del ejército alemán”.

Sin embargo, el hecho de que estratégicamente fuera un movimiento rentable, a la larga, para los aliados, no puede hacer olvidar que fue una de las mayores carnicerías de la historia. En la que se puso de relieve, además, que los oficiales no dominaban demasiado bien su oficio, y que consideraban sus tropas como simple carne de cañón, sin preocuparse lo más mínimo por las condiciones en las que afrontaban los combates (algunos ataques tuvieron lugar a plena luz del día, cargando desde más de 1 km de distancia a través de un terreno embarrado y con alambradas, al alcance de las ametralladoras durante todo el recorrido, y llevando una impedimenta de más de 30 kilos; podría decirse que las posibilidades de supervivencia eran escasas). Son numerosos los casos de soldados fusilados por cobardía, o víctimas de sus propios oficiales cuando intentaban retroceder durante los ataques. La frialdad con la que se diseñaron las estrategias de la batalla del Somme (y de la batalla de Verdún, al fin y al cabo tan relacionadas) resulta espeluznante: los británicos sabían que en el Somme tenían una relación de fuerzas de 3 a 1, así que todo su objetivo era intercambiar muertos. Exactamente igual que lo que habían planteado los alemanes en Verdún.

En resumen, después de 5 meses de batalla en el río Somme, y de casi 10 meses de batalla en Verdún, las posiciones iniciales permanecieron sin cambios. Entre ambas batallas causaron más de 2.000.000 de bajas en ambos ejércitos, de las cuales más de 600.000 fueron muertos o desparecidos.

El General Douglas Haig, Comandante de las fuerzas británicas en la batalla, pasó a ser conocido como “El carnicero del Somme”. Sin embargo, quizá el apodo no le haga justicia. Simplemente, se limitó a hacer la guerra de la forma en la que entonces se hacía. Sin reparar en gastos. Claro que la cuenta la pagaban otros, y eso siempre ayuda.

Como última ironía, pocos meses después del fin de la batalla, el Alto Mando alemán, por propia iniciativa, retrasó la línea del frente un buen trecho, para acortar su longitud y establecerse en una posición más fácilmente defendible, las fortificaciones conocidas como la Posición Sigfrido. Abandonando así el terreno por el que habían peleado tan duramente durante 5 mese, con lo cual los aliados obtuvieron, en febrero de 1917, una ganancia territorial más de 10 veces mayor que durante la batalla del Somme, sin necesidad de un solo disparo.

Qué cosas tienen las guerras, ¿verdad?

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