viernes, 23 de julio de 2010

MI EGO Y YO

Bueno, vamos a dejarnos de relatos por un tiempo. Por un lado, parece que se me ha acabado la inspiración; por otro, escribir un relato a diario es demasiado para cualquiera (no sólo es cuestión de inspiración, también hace falta tiempo); y, por último, tampoco quiero abusar del tema, que luego me dicen que me pongo intenso.

Así que cambiamos de tercio y volvemos a las chorradillas cotidianas.Ayer me tocó pasar el reconocimiento médico de empresa, como todos los años. No es algo que haga especial ilusión, pero lo bueno es que la empresa nos avisa con la suficiente antelación para que podamos metabolizar cualquier sustancia sospechosa que pudiéramos tener en el cuerpo (y que no deberíamos tener), así que a poco listo que seas no vas a tener problemas por ese lado.

Normalmente es una cosa bastante rutinaria. Te miran un poco por aquí, un poco por allá, te pinchan, te miden, te pesan, y después te dicen que no tienes nada grave, y que a seguir currando. Si el médico tiene un día borde, te dice que adelgaces, que no bebas alcohol, que no fumes… en fin, las tonterías habituales que dicen los médicos (y que ellos no cumplen, por supuesto).

Pero ayer fue una experiencia distinta, mucho más gratificante. Salí de allí que me comía el mundo, oigan. Qué poco cuesta hacernos felices, a veces.

Vamos por partes. Comenzamos por pasar al cubil de las enfermeras. Me atiende Noemí, una enfermera a la que conozco de otros años. Es una chica bajita, muy guapa. Además, es simpática (también hace bien su trabajo, pero eso es lo de menos). Nada más entrar me doy cuenta de las ventajas que supone hacer el reconocimiento médico en verano. Noemí va vestida de una manera que me hace recobrar mis viejas fantasías enfermeriles, que últimamente ya me había resignado a abandonar para siempre. Y hasta ahí puedo leer, que luego todo se sabe.

Noemí es una chica que domina su oficio, así que lo último que hace es pesarte (para no encabronarte antes de tiempo). Te pincha, te toma la tensión, te revisa los sistemas periféricos (vista, oído, etc) y al final te pesa. Así te puede decir que tienes que adelgazar mientras te empuja ya por la puerta, sin derecho de réplica.

Ayer lo hizo en ese orden. Sin embargo, cuando yo ya estaba esperando la consabida admonición de todos los años (“tendrías que perder unos kilos”), ella permanece en silencio. Veo que comprueba de nuevo el resultado, mira los resultados del año pasado, me mira a mí, vuelve a mirar el resultado… He adelgazado casi 3 kilos. Me pregunta la causa, extrañada. Le comento que me mato a correr. Se separa 3 pasos, para coger perspectiva, y me mira de nuevo. Me dice que me ve mucho mejor así. Dios, qué chica más maja…

Salgo tan ancho que casi no quepo por la puerta. Qué se le va a hacer, somos así de simples. Voy a ver al médico, que también es una mujer, Carmen, pero como el de los médicos es un colectivo que (salvo mi mujer), y no me pregunten por qué, no me provoca fantasías demasiado intensas, ponerme en sus manos me produce menos intranquilidad que ponerme en las de Noemí.

El caso es que Carmen también me comenta que me ve más delgado. Le repito la explicación de que salgo a correr a menudo, y tal, mientras noto una sensación extraña dentro de mí. Es mi ego, que está creciendo, amenazando con descontrolarse y salir. Algo así como la escena de Alien, pero en agradable. Preguntas de rutina, comprobación de datos, antecedentes,… en fin, esas cosas de médicos. Me dice que me quite la camisa, cosa que me da un poco de vergüenza (qué quieren, soy muy pudoroso). Pero, en fin, si hay que hacerlo, se hace. Carmen me mira y , tachán, me comenta que me ve MUCHO más delgado que el año pasado. Mi ego dobla su tamaño automáticamente.

Intento disimular y contener la sonrisa idiota que pugna por asomarse a mi cara. Me ausculta, me hace un electro… Y entonces, mientras yo estoy allí, tumbado en la camilla, sin camisa, llega el momento cumbre: comienza el toqueteo (por si acaso les quedaban dudas, lo que decía antes de ponerse en sus manos no tenía nada de metafórico, aclaro). Me dice que me nota la barriga muy dura. Es que hago muchos abdominales, explico yo. No dice nada. Me dice que me levante, que va a comprobar mi equilibrio. Me tiene haciendo posturitas un rato (ahora el brazo así, ahora el otro, ahora levanta un pie, ahora te agachas…) hasta que decide que ya está bien, que no va a conseguir que me caiga. Me dice que me puedo vestir, y mientras me pongo la camisa comenta, como de pasada, que no sólo he adelgazado. Que, además, me he puesto mucho más fuerte. Bueno, es que también hago flexiones de vez en cuando, explico yo. Ah, dice ella. Es un "ah" de esos que nunca he sabido interpretar. Mi ego, con menos complejos, decide interpretarlo de la mejor manera posible y crece hasta el punto de tomar conciencia de sí mismo. Me temo que, de seguir así, pronto tomará el control, en plan Skynet, y será mi fin, pero como estoy idiotizado y feliz no me importa.

Para acabar, coge una lucecita y se pone a mirarme los ojos. Me enchufa en uno, me deslumbra, y después me pide que la mire. Me parecería más lógico hacerlo al revés (mirarla antes de que me hubiera dejado ciego), pero como después de lo que me han dicho preferiría mirar al suelo antes que mirarla a ella a la cara, casi es mejor no ver nada. Repite la jugada con el otro ojo. Y al final, me comenta que tengo unos ojos muy curiosos, que cambian de color con la luz. Y que son muy bonitos. Mi ego toma posesión de mi ser. Jo, es terrible ser hombre. Sobre todo en esas ocasiones en las que te das cuenta de lo sencillo que puede llegar a ser manipularnos. No es el caso, porque como estoy (cada vez más) idiotizado y feliz, no me doy cuenta de nada.

Total, que salgo a la calle más feliz que una perdiz, con el ego (que hasta ayer yo creía que estaba fuera de cobertura) por las nubes, y me paso el día tan contento.

Ayer nada hubiera podido perturbarme, oigan. Qué subidón.

Con decirles que estoy deseando que me hagan otro reconocimiento…
Por si acaso alguien tuviera dudas (que ya creo que no, pero nunca se sabe), el de la foto NO soy yo: él está (un poco) más cachas, pero yo soy (mucho) más guapo.
Y perdón por la inmodestia, pero un ego hipertrofiado es lo que tiene. Intentaré controlarlo, en lo sucesivo.

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