jueves, 22 de julio de 2010

UN TIPO DURO

Soy un tipo duro.

Lo digo sin presunción, y sin falsa modestia. Con objetividad. He tenido ya suficientes oportunidades para comprobarlo, y puedo sostenerlo ante cualquiera.

Ahora estoy en un bar. Está oscuro, y apesta, pero no me importa. Estoy acostumbrado a estos ambientes. No me gustan, pero sé moverme en ellos. A veces pienso que toda mi vida me he movido en estos ambientes.

Hace tiempo fui policía. Me expulsaron del cuerpo por un error. Fue por una mujer (¿acaso no es siempre por una mujer?). Desde entonces, me gano la vida trabajando para algunos tipos de esa clase de gente que no presentarías a tus amigos. Les cubro las espaldas, les hago algún favor, y ellos me pagan bien. De hecho, me pagan muy bien. Y yo me gano hasta el último céntimo, porque soy bueno en mi trabajo. Soy muy bueno.

No echo de menos mis años de poli. Llegué al cuerpo después de estudiar derecho, y nunca encajé demasiado bien allí. Me gustaba el trabajo, pero los jueces me consideraban un listillo, y mis compañeros me miraban como un infiltrado. Tampoco es que me afectara demasiado. Siempre me he sentido más a gusto trabajando solo. A mi aire. Como hago ahora.

Trabajo para un tipo poco recomendable, y lo sé. Pero no todo el mundo puede permitirse tener escrúpulos para estas cosas. Eso es un lujo al alcance de unos pocos. Por lo demás, el trabajo no está mal. Tiene sus días, como todos.

Hoy me ha pedido que me encargue de su último capricho. Cuídame de Verónica, ha dicho. Que no se meta en líos. Como si fuera fácil evitar eso.

Verónica es una de esas mujeres que siempre está metida en líos. Unas veces los encuentra, y otras los crea. Es una hembra espectacular. Con un cuerpo de locura, y una cara que indica que sabe cómo usarlo. Una de esas mujeres que sólo te pueden inspirar malos pensamientos. Es pelirroja, además. Y a mí me pierden las pelirrojas. Pero estoy trabajando, y no me conviene seguir por ese camino. Las mujeres ya me han causado demasiados problemas.

La estoy contemplando desde una distancia prudencial, sin que ella me vea. Lleva un rato comportándose como una zorra con un tipo de aspecto de deportista. Me estoy fijando en él, porque sé que tarde o temprano tendremos que conocernos, y me gusta estar preparado. Lleva el pelo muy corto, casi rapado por los laterales. Rubio. Un aro en la oreja izquierda. Por el cuello de la camiseta asoma un tatuaje. Pantalones ajustados. Fuma Marlboro, y enciende los cigarrillos con un Zippo que utiliza con ademanes aparatosos. En el bolsillo trasero del pantalón se adivinan problemas.

Sigo contemplando las evoluciones de la putita del jefe. Sólo miro, y espero. He pedido agua, pero no la he tocado. No fumo. No mientras trabajo. Me gusta beber una copa de vez en cuando, y me gustan los buenos cigarros, pero prefiero disfrutarlos en casa. Me gusta reservar estos placeres para los ratos de descanso. Así puedo asociar mi casa con algo agradable al acabar el trabajo. Una copa de Hennessy, un Churchill, buena música, mi sofá. Pero, durante el trabajo, no me permito ninguna distracción. Me gusta hacer las cosas bien. Así que sigo mirando. No me pierdo ni un detalle, pero estoy seguro de que no llamo la atención. Nadie podría decir si los miro a ellos o a cualquier otro. Conozco el oficio, y el aspecto ayuda, además.

Soy bajo. Ni muy delgado ni muy gordo. Pelo corto, sin exagerar. Ningún rasgo físico destacable. Ni siquiera una cara especial. Soy normal. Me gusta vestir bien, y ahora me lo puedo permitir, porque mi jefe es un tío generoso. Pero mi ropa tampoco llama la atención. Soy un tipo discreto. Cuando entro en un sitio, me vuelvo transparente. El tipo de gente que nadie recuerda haber visto. Parezco poca cosa. Muchos han tenido esa impresión. A unos pocos he tenido que desengañarlos.

Verónica vuelve a acercarse al hombre del pelo corto. Él sonríe. Seguramente cree que es su noche de suerte. O quizá está aburrido de follar con mujeres como Verónica. Quién sabe. En cualquier caso, es muy difícil resistirse a Verónica. Incluso aunque quieras hacerlo. Y parece que el rubio no está por la labor. Más bien todo lo contrario. Corresponde a la aproximación poniendo su mano sobre el culo de Verónica. Es una manaza enorme. El culo casi desaparece bajo ella. El detalle me molesta. Es un culo precioso, y desde donde estoy tenía una buena perspectiva. Ella le está susurrando algo al oído. Algo interesante, por la cara que pone el tipo. Algo que me puedo imaginar sin demasiado esfuerzo. Algo que me traerá problemas. Me acerco un poco, sin mirarlos. Me apoyo en una columna, con aire indiferente. No me pierdo detalle.

De pronto, ella se separa con cierta brusquedad. Busca en su bolso, saca el móvil, mira la pantalla. No contesta, a pesar de que la música del local no está alta. No le ha gustado lo que ha visto, y se le ha cambiado la cara. Sé lo que eso significa: al rubio se le ha acabado la fiesta. Vero comienza a alejarse, mientras le dedica lo que supongo que es una disculpa apresurada. Al tipo le sabe a poco, y la sujeta por el brazo. Es mi turno.

Me planto delante de él sin que sepa de dónde he salido. No lo toco, ni me acerco demasiado. Si puedo, prefiero solucionar las cosas con tranquilidad, y la experiencia me ha demostrado que la gente necesita espacio. Mi cara no es agresiva, ni amistosa. Neutra. Hablo con tranquilidad.

-Perdone. Ha surgido algo importante, y la señorita se tiene que ir.

El tipo tarda unos segundos en procesar la información. Sé lo que está pensando. No soy su novio. No soy su marido. No soy policía. No sabe quién soy. Pero soy mucho más bajo que él, y eso lo anima.

-Esto no es asunto tuyo. Está conmigo.
-Lo siento, pero tenemos prisa. Otro día. Si nos disculpa…

No cuela. Me planta una mano en el pecho y aborta el movimiento de retirada que yo había iniciado. Vero se ha separado un metro, y nos mira. Parece divertida. Sólo me conoce de vista. Nunca ha hablado conmigo, y quizá sienta curiosidad por verme en acción. Voy a decepcionarla.

Miro la mano del tipo. Después levanto la vista y lo miro a él. No digo nada, pero retira la zarpa. Bien. No es tan duro como él se piensa. Pero hace otro intento.


-Márchate antes de que me enfade, anda. Y déjanos tranquilos, que tenemos que hablar.
-Me temo que no va a poder ser.
-Pero, ¿tú de qué vas, tío?

Se revuelve, inquieto. Se está creciendo. Sin embargo, no se decide. Hay algo en mí que no le gusta, pero no acierta a saber qué es, y mi manera de hablar lo descoloca. Es algo que tengo comprobado: hay situaciones en las que la amabilidad es un arma importante. Puede evitar una pelea. Y si no la evita, te permite que el otro esté un poco despistado y la cosa sea rápida. Con este tipo no creo que vaya a ser muy difícil. Llevo observándolo un rato, y podría predecir sus reacciones mejor que él mismo. Aunque el comportamiento humano tiene siempre un punto de salvajismo, y nunca te puedes relajar.

Vuelve a acercarse a mí. Agresivo. Enfadado. Eso es un error. No digo nada, pero le aguanto la mirada. El tipo no cede.

-Anda, márchate antes de que te pase algo…

Entonces le pongo una mano en el hombro. El movimiento tiene la velocidad precisa para que no provoque ninguna reacción por su parte. Es un gesto amistoso. Cualquiera que nos mire tan sólo verá a dos amigos charlando. También es un gesto estudiado. Más rápido, habrían saltado sus reflejos. Más lento, hubiera resultado forzado. Esas cosas me salen con tanta naturalidad como respirar. Al fin y al cabo, es mi trabajo. Y yo soy muy bueno en mi trabajo.

-Bueno, mira, -le digo, pasando al tuteo-. Aquí no va a pasar nada. ¿Y sabes por qué? Porque si tu mano sigue moviéndose hacia el bolsillo en el que tienes la navaja, no voy a tener más remedio que rompértela. Y ninguno queremos que pase eso, ¿verdad? Te aseguro que duele mucho. Y yo tengo prisa, y no estoy de humor. Así que te vas a estar tranquilo, quieto, y te vas a pedir otra copa. La noche es joven, y tienes tiempo de sobra para triunfar con otra. Tú no te compliques la vida, y todos tan amigos.

Dije esto con el mismo tono con el que un vendedor podría haber explicado las ventajas de un televisor último modelo. Con calma, con educación, con amabilidad. Casi con entusiasmo. Pero creo que comprendió, en el último momento, lo que le estaba diciendo. Vio algo en mis ojos. Su mano se detuvo. Permaneció así un instante. Pensando. Lo más probable era que tomara la decisión correcta, pero existía una posibilidad de que no se resistiera a hacerse el valiente y probar suerte. Por si acaso, yo ya tenía todo pensado: si movía un músculo, le pegaría un rodillazo en los huevos, lo dejaría doblado sobre el taburete y antes de que sus vecinos en la barra se dieran cuenta de lo que pasaba Verónica y yo estaríamos fuera del local. Todo es más fácil cuando lo tienes previsto.

Al final escogió lo mejor para todos. Se dio la vuelta hacia la barra y masculló un desabrido “iros a tomar por culo”. Hice como que no lo oía. Cogí a Verónica y la saqué de allí.

Ella sólo dio señales de vida cuando llegamos a mi coche. Se sacudió mi mano, y me miró con algo parecido a la furia en sus ojos. Eran verdes. Le sostuve la mirada.

-¿Así es como te ganas la vida?
-Si.
-Tu jefe manda y tú obedeces, ¿no?

Tenía ganas de pelea. Se veía en su cara, en sus ojos. Seguían chispeando. Pero tendría que hacerlo mejor. No es fácil provocarme. No me costó mucho reprimir las ganas de comentarle que también era su jefe. Al fin y al cabo, nos pagaba a ambos. Por distintos servicios, pero eso tanto daba.

-Sube al coche, Verónica. Te llevo a casa.
-No quiero ir a casa.
-Sé buena.
-No quiero ser buena.

Y supongo que ese fue el momento. Ese fue el instante en el que me perdí. Cuando comencé a notar una sensación en el pecho. Era una sensación conocida. Una mezcla de presentimiento de peligro y promesa de aventura. Podía reconocerla sin dificultad, porque ya la había sentido antes. Muchas veces. Y todas para mal.

-Tengo que llevarte a casa, Verónica. Órdenes del jefe. Así que pórtate bien y colabora.

Ella me miró un instante, y subió al coche. Una vez en el asiento, continuó mirándome. Había acertado a encontrarme el punto. No era tan tonta, después de todo. O quizá es que ella también era buena en lo suyo.

-¿Por qué no vamos a tu casa? –preguntó, inclinándose un poco sobre mí. Pude oler su perfume.
-Porque no puedo hacerlo. Ni debo.
-¿Siempre haces lo que debes?

No supe por qué le contesté a eso. Ya les he dicho que soy un tipo duro, pero también tengo mis debilidades. Y si las debilidades son pelirrojas, me cuesta mucho más resistirme. Su perfume tampoco ayudaba. Así que le contesté la verdad.

-No.

Se acercó todavía más, hasta casi rozarme el cuello con sus labios.

-Pues llévame a tu casa. Me apetece una copa. Quiero conocerte.

Valoré la situación, con la mano en el contacto, sin mirarla. A quién quería engañar. Era una batalla perdida. Arranqué y me metí en el tráfico nocturno de Madrid, hacia mi casa. Con la certeza de que, una vez más, estaba jugándomelo todo por una mujer que no me convenía. Algo que cualquiera mínimamente inteligente sabría evitar.

Yo nunca he sabido. No soy inteligente.

Sólo soy un tipo duro.


Para Enrique. Porque esta especie nos faltaba en el catálogo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno. Me ha gustado mucho este relato "negro" tipo Pulp Fiction. Sólo te ha faltado, por sacar algún punto, que al tío le gustara el jazz o algo similar.
:)

Y estas frases:
"Con la certeza de que, una vez más, estaba jugándomelo todo por una mujer que no me convenía. Algo que cualquiera mínimamente inteligente sabría evitar.
Yo nunca he sabido. No soy inteligente."

Esa es magistral y, personalmente, la firmo y suscribo como propia.

Un saludo

Cazurro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Cazurro dijo...

WMM, gracias, me alegra que te haya gustado.

Respecto a esas frases... si eres escritor y te molan, son tuyas.

A cambio de un libro firmado, eso sí.

Un saludo.

PS: Me siguen intrigando esas iniciales...

En BCN, cigarro en mano.. dijo...

Tras leer el texto, y ver vuestros comments, podría seguir escribiendo: "Los dos desencantados, compartían mesa en aquel local gris y pegajoso, en la mesa sendos wiskys y unos cigarros en sus manos, llenaban de humo el presente. Mientras rememoraban, sin palabras, todos los errores que habían cometido y los que aún les quedaban por cometer...".

Cazurro dijo...

BCN, el prota es más de coñac que de whisky, y los errores por cometer son sumamente difíciles de rememorar.

Por lo demás, sí, podrías seguir escribiendo así. Si a tí te gusta...

Un saludo.

112 dijo...

Sigues siendo un borde!, fina respuesta, pero borde.
El relato me ha gustado, lo que no quiere decir nada, ahora que al tipo duro igual le vendria bien un poco de inteligencia acompañante, porque desde el inicio del relato hay cosas que se ven venir.

Dann dijo...

El derretir de un tipo duro.
Interesante.

Unknown dijo...

Es buenisimo! Quiero más por favor! :D